[Publicada originalmente en Enanos en Elefante en julio de 2008]
¿Jazz y anarquía, una parejita? Evidentemente, no todo el jazz; este interesantísimo artículo, por ejemplo, habla de cómo un jazzman «clásico» como Marsalis identifica a su jazz como vector de democracia (otro que no tiene abuela), mientras el feo y malo free jazz sembraría el caos y la anarquía en el mundo. Y es que más allá de la interesante relación entre algunos tipos de jazz y el anarquismo, el texto llama la atención sobre el carácter bolsogatístico del jazz.
Lo de Marsalis (decir «mi jazz es el bueno y lo demás caca») no es nuevo; ya Louis Armstrong había opinado que el bebop no era jazz sino música china. Es que en realidad, y no soy original al decir esto, a nadie le gusta el jazz, sino alguno o algunos de los «jazzes»; a alguien a quien le guste por igual Cecil Taylor, con sus movimientos pianísticos filokaratecas, que el dixieland le dan lo mismo las cebollas que las naranjas. Y obviamente en esa variedad está parte de su atractivo… como tal vez suceda con otras categorías monstruo en ámbitos extramusicales. Pero no. Por que el jazz tiene a la síncopa como condición no suficiente pero sí necesaria; es decir, los jazzes tienen un parecido estructural. En política, en cambio, y ya llegamos, casi todo es cuestión, para bien y para mal (pero para bien también, eh), de discurso.
¿Qué tienen en común quienes se dicen interesados por el anarquismo? El hecho de que se enfocan sobre todo en cuestiones relacionadas con la autodeterminación… Que es un sinónimo de «libertad», y ahí empiezan las peleas y es cuando los embutidos salados anarcoliberales descargan su cháchara.
Con el peronismo la cosa es otra vez diferente. Dado el pragmatismo de Perón y su maestría para aforismos cuasimetafísicos («la única verdad…» etc.), se puede reivindicar peronista gente que casi tiene sólo ese acto de profesión de fe en común. Casi. Porque hay un importante componente estilístico en el peronismo (y por ende también en el antiperonismo): el peronista o filoperonista se banca quedar como grasa. Las razones, obviamente, variarán, de las más nobles a las más mercenarias; pero ese rasgo estilístico es una constante. Al peronista/filoperonista le gusta/no le molesta/le da igual/le enorgullece/le divierte que le digan grasa.. o mersa o negro o cualquiera de los vocablos que usa como sinónimos el que se pone al otro lado. Al otro lado de los peronistas pero también al otro lado de ese «otro» que encontró en el peronismo, nos guste o no, una representación.
Y esta definición, ¿funciona también también al revés, es decir, para el antiperonismo? En gran medida (y modalizo para no ser demasiado injusto), sí. El antiperonismo, el gorilismo, se nutre y se basa de forma muy extendida en el asco estético. El gorila clasemedia no quiere ser como el negro, el gorila clasealta se horroriza como corresponde con la plebe. El rechazo por el sujeto peronista del antiperonismo de izquierda es distinto, ya que toma la forma de un elitismo paternalista teñido tal vez de envidia.