Cuando el fútbol, innegable generador de pasión de multitudes, se interpone en la vida cotidiana de los argentinos, se producen las más disímiles variantes del comportamiento humano: habilidad, compañerismo, amistad, emoción, arrojo, valentía, coraje, sacrificio, estrategia, táctica, cobardía, ira, impotencia, alegría, tristeza, soberbia, timidez, humildad, generosidad, desacuerdo, desacople, equilibrio, individualismo, injusticia, reconocimiento, bronca, perplejidad, asombro, ironía, fantasía, belleza, y se podría seguir…
Cualquiera que haya corrido alguna vez detrás de una pelota, conoce perfectamente lo que significan cada una de las palabras antes enumeradas. En nuestro país, como en muchos otros, el fútbol es un mundo aparte. Un mundo que vale la pena vivir y que está en cada uno de los rincones de nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestro país. La camiseta y el sentido de pertenencia con un equipo declara una identidad determinada. Es la tarjeta de presentación y la ubicación dentro del entramado social que nos rodea. Cualquier conversación puede comenzar con un comentario futbolero y derivar en los más recónditos lugares del pensamiento humano. Existen mil historias para contar alrededor de una pelota de fútbol. Fontanarrosa era un genio en ese sentido. Quizás el mejor intérprete del sentimiento futbolero argentino.
La importancia de este deporte es un hecho comprobado. Los partidos de nuestra Selección Nacional en un Mundial logran niveles de atención inéditos. Nunca, en ninguna otra circunstancia, se conjugan tantas almas en pos de un mismo objetivo. Es posible, entonces, que el fútbol pueda ser considerado una actividad de interés público? Creemos que sí.
Hasta hace poco, los abonados al fútbol codificado se eran aprox. 800.000. Eran los que podían pagar el sobreprecio de disfrutar de los mejores (o al menos más populares) partidos de la fecha, entre los que se contaban los de River y Boca, que juegan siempre los domingos. O casi siempre, porque los riverplatenses tuvimos que cambiar algunas veces al sábado. Supongo que por la magra campaña realizada. Aunque también por compromisos internacionales. Volviendo. Los que no podían pagar, a pesar de tener un paquete de servicio de televisión por cable, tenían que aceptar una excelente toma panorámica de la tribuna, con algunos primeros planos de los hinchas sufriendo, festejando o aburriéndose, e imaginar las jugadas, incentivado por el periodista-comentarista perteneciente a la misma empresa que transmitía el partido en directo y que hacía las veces de relator radial.
Por otra parte, quienes no contaban con el paquete codificado, podían esperar hasta la noche del domingo para poder ver un resumen de los partidos y los medidos comentarios de Enrique Macaya Márquez, un «prócer» del periodismo deportivo televisivo. Si uno era simpatizante de algún equipo popular había que tener paciencia. Los goles podían venir cercano a las 12 de la noche. Luego, esos goles (incluso los del sábado) quedaban liberados para ser transmitidos por el resto de los canales y noticieros. Aunque no tanto. Porque el Grupo Clarín (Canal 13 y TN) persigue a quienes tomen las imágenes televisivas para mostrarlas en sitios de reproducción compartida de videos, como por ej. youtube, con el argumento que forman parte de los derechos reservados de su transmisión convirtiendo una noticia en un bien de propiedad intelectual aunque no hayan sido ellos quienes la hayan generado. Con lo que estimamos que los goles también podían ser abarcados en esa categoría.
El negocio de la televisación del fútbol era millonario, como bien lo indica entre otros Victor Hugo Morales. Las ramificaciones comerciales que poseía TSC, la empresa que poseía los derechos de televisación, eran innumerables. Hemos podido apreciar de primera mano partidos del fútbol argentino hasta en Arabia Saudita. Es un error contar los ingresos por el fútbol sólo por publicidad o por el abono cobrado a los suscriptores. Cualquiera que haya caminado los pasillos de algún club de fútbol observa la cantidad de millones que se mueven, de lo cual una pequeña parte llegaba a los clubes. Entre ellos los más beneficiados eran River y Boca, con 25 millones e pesos cada uno. Luego, venían los otros grandes y el resto de los equipos. La diferencia entre el que recibía más y el que recibía menos eran de alrededor de 3,5 veces. Algo más equilibrado que lo que recibe el Real Madrid comparado con el Almería: 11 veces. Es un error medir el fútbol sólo en términos económicos. Es indescriptible la alegría que debe haber sentido quien por primera vez pudo ver en vivo y en directo un partido del club de sus amores. Y ver y gritar un gol al mismo tiempo que miraba el festejo de sus idolos favoritos. El entretenimiento es también parte integral de nuestra cultura. Y eso no se puede medir en términos puramente económicos. Como el resto de las expresiones culturales: el teatro, el cine, el arte, la música.
La medida que permite ver el fútbol en directo por televisión y beneficia a amplios sectores de la población es auspiciosa. Aunque no logre llegar a cada rincón del país, son muchos más que antes los que tienen la posibilidad de acceder a los partidos. Sin embargo, llamamos la atención acerca del marco en el que se llevó a cabo, tomando la decisión más por confrontación y antagonismo con el monopólico Grupo Clarín, que por genuinas convicciones ideológicas consecuentes con el interés de las mayorías. Este pragmatismo espasmódico conlleva alianzas entre el Gobierno y otros grupos monopólicos de otros sectores de la economía como el petróleo, el gas, la minería, la siderurgia, los ferrocarriles, las automotrices, etc.
Desde aquí se podrá acompañar y discutir esta iniciativa pero seguirá la lucha por la recuperación de los verdaderos sectores estratégicos de nuestra economía.