2017: El retorno de Menem, Cavallo y el general Aramburu.

Los resultados de las recientes elecciones de medio término dan al gobierno un gran impulso simbólico y político-mediático pero no numérico para acelerar su ritmo de reformas revolucionarias conservadoras. Como ya hemos señalado aquí anteriormente, la revolución macrista vino para desandar los logros y progresos sociales obtenidos por el kirchnerismo, es decir: desmantelar el conocido como «estado de bienestar» que caracterizó tanto a la Argentina de los años ’40 y ’50 de Perón como a los gobiernos europeos de posguerra, que en su versión siglo XXI edificó el kirchnerismo entre 2003 y 2015. Para eso, Cambiemos y el círculo rojo neoconservador que lo impulsa se propone hacerlo en forma revolucionaria y sin medir costos. Por eso, el gobierno se dispone (como hemos señalado en #1A, 1° de abril de 2017, el día de la caída del Gral. Lonardi…) a pasar de la fase Lonardi a la fase Aramburu de su revolución restauradora del viejo orden conservador, salvando las enormes distancias entre un gobierno democrático y uno dictatorial. Aclaremos en detalle, aunque brevemente, cómo caracterizamos a esta nueva etapa que ya se vislumbraba allá por el mes de abril.
Habría cuatro aspectos que considerar:

 
1) Con relación al aspecto político, diremos que el gobierno aplicaría una política de superación de la menemización de los años noventa. Menem, proviniendo de las entrañas del peronismo, ganó las internas y desde allí disolvió la ideología tanto del PJ como del sindicalismo peronista, transformándolo en un partido neoliberal al estilo de la UCD, incluso cooptando a las mayores figuras de ese partido. Cooptó también a los gobernadores y sindicalistas peronistas y logró manejar las riendas políticas a fuerza de los famosos ATN y demás recursos económicos santos y «non sanctos». Macri y sus adláteres e ideólogos, en cambio, proveniendo de un pequeño pero acaudalado partido porteño, con escasa militancia y figuras de capacidad o renombre, para hacerse cargo de los gobiernos de CABA, la provincia de Buenos Aires y la nación tuvo que cooptar la estructura del radicalismo sin liderazgos de 2015 para lograr esos objetivos. Y luego desde el gobierno se dispuso a diluir a su aliado radical y consolidar un espacio (Cambiemos) netamente amarillo con el que gana varias provincias con fuerzas minoritarias que acudieron «en auxilio» del poderoso de la Casa Rosada.
 

2) En el aspecto económico, Cambiemos apela a las más rancias políticas neoliberales, marca registrada de Cavallo, tanto durante los años ’90 con el menemismo como durante del breve e infeliz gobierno de la Alianza de De La Rúa. Incluso muchos de los economistas con puestos en el gobierno participaron del cavallismo en el poder, como el mismo Cavallo recordó hace pocos días. Sin embargo, actualmente no hay un cerebro que dirija o conduzca la política económica, ya que la mayor parte de ella está en las manos inexpertas de CEOs que carecen de una visión político-económica y sólo responden a los intereses del sector del que provienen y al que luego retornarán seguramente. Por eso, el gobierno además de blandir una política económica neoliberal, de por sí dañina a los intereses de la mayoría del pueblo, lo hace con una mala praxis que asusta a opositores y oficialistas. Los resultados ya están a la vista, aunque no a la de todos sus votantes, muchos de ellos obnubilados con los espejitos de colores manufacturados por la estrategia política y de mercadeo de Durán Barba y Marcos Peña, o por el odio irracional y sempiterno de la mayoría de la clase media aspiracional hacia todo lo que huela a peronismo, en la actualidad el kirchnerismo.

Entre las medidas económicas que se vienen, podemos señalar la privatización de la obra pública (en manos de los grupos propios o amigos de la familia Macri), la privatización directa o indirecta de las empresas públicas, la entrega de los resortes de la economía nacional a los grandes grupos de intereses privados nacionales o extranjeros, la continuación del megaendeudamiento externo, típico en nuestra historia de estos gobiernos neoliberales o conservadores, el aumento del desempleo, la pobreza y la desigualdad, necesario para abaratar el costo laboral de las empresas que necesitan girar al exterior su superganancias, como en todos los países «subdesarrollados», como se decía en los años ’70 y ’80, o países «bananeros», como se decía en los años ’50 y ’60.
 
3) En el mundo sindical es previsible una división entre un sindicalismo oficialista o complaciente con las medidas antipopulares y antiobreras que se anuncian, un sindicalismo combativo kirchnerista o que articule con el kirchnerismo, y un sindicalismo combativo de izquierda, que intente enfrentar la marea macrista en forma solitaria o desarticulada con el mundo político. Sólo una coordinación de los mundos político y sindical puede enfrentar con éxito las medidas de empobrecimiento y precarización laboral que se ven en el horizonte.
 
4) Pero todo proceso revolucionario de este tipo, no se da sin una resistencia popular o política como la que se atisba en la Argentina del siglo XXI. Así como para aplicar este modelo en los años posyrigoyenistas se tuvo que encarcelar a Yrigoyen y sus partidarios, y para hacerlo en los años posperonistas se tuvo que proscribir a Perón y perseguir o encarcelar a los peronistas, actualmente Cambiemos deberá hacer lo propio con Cristina y los kirchneristas. Esta es la etapa que más asemejamos a la fase «general Aramburu» de la Revolución Libertadora del posperonismo (como señalamos en la nota citada). Toda acción contra los intereses populares conlleva una reacción ya sea política o sindical, y para eso el macrismo está preparado. Y los métodos son la persecución o amenaza mediática o judicial, la represión callejera o por los servicios de inteligencia, ya liberados de cualquier control estatal o judicial y económicamente empoderados por el gobierno. Luego de los resultados electorales aparece Cristina Fernández como la cabeza de la oposición franca al modelo menemista-macrista, y por eso la expresidente se convirtió en un escollo insalvable para sus políticas. Más aún, como lo fueron Yrigoyen y Perón en sus respectivas épocas, ella representa además «el pasado mejor» que permanece en el inconsciente colectivo para comparar con el presente de penurias que se vive, y que todo indica que empeorará en los próximos años. Ergo: como para «la década infame» en los años treinta y para «la revolución fusiladora» en los cincuenta, para Cambiemos y «el círculo rojo» macrista, Cristina es el obstáculo a eliminar en la política nacional. Sea como sea y caiga quien caiga.
 
No obstante el panorama expuesto aquí, hay un par de señalamientos que debemos hacer con relación a los resultados que arrojaron las urnas. Más allá de los festejos de Cambiemos y las especulaciones de los medios oficialistas (casi la totalidad del espectro nacional), los fríos números no corroboran tales augurios de un camino aceitado para el gobierno. Analicemos un poco los resultados.
 

El macrismo logra un triunfo electoral en sus primeras elecciones de medio término a nivel nacional por un porcentaje (41,9) similar al obtenido por el kirchnerismo en 2005 (41,59), y apenas superior al del menemismo en 1991 (40,22). Sólo el alfonsinismo en 1985 triunfó con un porcentaje mayor a los citados (43). Y el único derrotado en las primeras elecciones estando en el poder fue el delarruismo con un escaso 23,3% en el 2001, meses antes de rodar escaleras abajo con el modelo neoliberal en llamas. Este fenómeno repetido se debe, como señaló Horacio Verbitsky el domingo pasado, a «la digestión lenta del electorado, que no cambia de tendencia al mismo ritmo que las elites, salvo acontecimientos catastróficos». Y para frenar por adelantado cualquier análisis que anatemice a quienes voten distinto que uno, reproducimos unas palabras del antropólogo Alejandro Grimson que intenta explicar las razones del voto: «En el voto se juegan emociones, identidades, relaciones entre emociones y bolsillo, entre emociones y casa propia, entre emociones y derechos… (…) Pero la gente tiene ilusiones, confianzas, desconfianzas».

Debemos señalar, además, que ese triunfo no fue avasallador, como señalan los medios, ya que la alianza oficialista logró a nivel nacional 10.203.936 de votantes, alcanzando un 41,9% de los votos, pero el kirchnerismo logró 7.471.919 de votantes, es decir el 30,7% de los votos en el país.
Además, en la provincia de Buenos Aires el oficialismo blandió sus naipes más valiosos (Macri, Vidal, la enorme mayoría de los medios oficialistas repicando con la «corrupción K», la no vuelta al pasado, etc) con el propósito de derrotar y de ser posible borrar del mapa todo resabio de kirchnerismo; sin embargo, aunque pudo revertir la derrota de las PASO, la polarización fue efectiva pero no alcanzó para lograr el objetivo de máxima. El oficialismo logró 3.896.150 votos (un 42,2%) pero Cristina, el «símbolo del pasado», aumentó lo obtenido en las PASO y alcanzó 3.348.201 votos (un 36,3%). Un poco más de 500.000 votantes tan solo separarían, en la provincia más populosa, el universo de quienes anhelan ese «pasado mejor y perdido» y concreto del de quienes confían en ese «futuro prometido» por el macrismo. Lo que constituye, paradójicamente, una diferencia similar a la observada, en ese mismo distrito, entre Scioli y Macri en la primera vuelta presidencial de 2015, aunque en sentido contrario.

Otro fenómeno sobrevalorado por los medios afines y por el propio oficialismo es el “resonante” triunfo que «habría» conseguido Elisa Carrió en CABA. Sin embargo, si miramos los números obtenidos veremos lo siguiente:

La boleta de Vamos Juntos con la mediática diputada a la cabeza obtuvo en estas elecciones un 50,9% de los votos porteños. Sin embargo, la boleta de Cambiemos en 2015, sin su estelar presencia ya había obtenido un 45,8%. De esta manera, la diputada Carrió habría aportado al macrismo un escaso 5,1% de incremento en las adhesiones en CABAque además es territorio propio del PRO. Por lo tanto, la presencia de la mediática figura política no desequilibra ninguna elección sino que ella misma representa un fenómeno de ubicuidad personal, el mismo que la mantiene vigente a pesar de sus idas y venidas en materia de agrupaciones partidarias y resultados electorales personales.

Párrafo aparte merece el caso de Cristina Fernández de Kirchner. Aún con su derrota electoral en la provincia a cuestas, se erige como la líder de la oposición con mayor caudal de votos y referente no sólo del golpeado peronismo sino también de una oposición «nacional y popular» con miras a las presidenciales de 2019. Ese previsible crecimiento y la constitución de una alianza nueva a su alrededor la sindica, por lo tanto (como señalamos más arriba) como el principal objeto de proscripción o encarcelamiento por parte del oficialismo, sus jueces y fiscales afines y el establishment.


Sólo el tiempo dilucidará el rumbo que tome la sociedad en los próximos dos años, pero no creemos que varíe mucho de lo sugerido aquí. Los tiempos políticos y sociales son mucho más lentos que lo esperado por los observadores o protagonistas, y la inercia de los procesos explica los lentos desplazamientos electorales. Sin embargo, cuando una sociedad protagoniza un giro en su visión política, ésta es difícilmente detenida en el corto plazo de dos años.

Acerca de Basurero

Soy un basurero interesado en Antropología, Historia Argentina, Política, Economía Política, Sociología, idioma Inglés, Fotografía y Periodismo, y culpable confeso de ejercicio ilegal de estos temas en mi blog.

Ver todas las entradas de Basurero →

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *