Animarse a la discusión, sin prejuicios

En el mundo «serio» las autoridades monetarias se ponen metas de inflación.
Usan la tasa de interés y algunas otras herramientas más sutiles para influir en la composición de los agregados monetarios.

Con eso, van manteniendo el alza de precios a raya. Enfriando la economía si los precios amagan con calentarse. Convalidando nominalmente la apreciación cambiaria.

Es la forma más eficaz de responder a los episodios de puja distributiva.
Por supuesto, garantizando que en la misma se impongan, sin que siquiera empiece la batalla, los sectores concentrados de capital. Con dispendio clientelar de dádivas a los sectores medios con capacidad de ahorro (y especulación). Después de todo, para cumplir estas faenas la burguesía creó los estados nacionales.

Del otro lado, los populismos no son muy afectos a aceptar este tipo de recomendaciones (subvirtiendo de un modo escandalizador para las izquierdas ortodoxas el rol histórico de los estados nacionales). Su déficit más importante (se sabe) es en materia de «seriedad».
Así que se le abre la puerta a la puja distributiva. Con fingido desprecio (aunque furtivo reverencial respeto) por las reglas de la macroeconomía.

La meta de inflación es una política ortodoxa. Se la señala como un planteo monetarista.
Sin embargo, esa acusación al monetarismo no se traduce en desarrollos teóricos que puedan implicar, en la práctica, alternativas frente a la aparición de la puja distributiva y su denostada consecuencia: la inflación.
En general, el desprecio por el monetarismo viene acompañado de una tolerancia más o menos persistente ante los episodios de alza de precios generalizados.
Se dice: «creer que la emisión monetaria genera inflación es caer en planteos monetaristas». Mientras tanto, no se toman medidas ortodoxas contra la inflación, y la inflación sigue su rumbo sin mosquearse.

Sabiendo que no hay mucho para oponer a reglas tan férreas como la fatalidad, yo estoy más o menos de acuerdo con esa visión.
La economía argentina de los últimos años ha demostrado en la práctica que en ciertas condiciones la inflación alta es sostenible en un plazo mediano, en convivencia con muy buenos niveles de crecimiento, generación de empleo, baja de la pobreza, y aún de mejora distributiva.

Sin embargo, trasladar ese estado de pelotudez humana, que es el enamoramiento, y tomar como objeto del mismo una fórmula económica exitosa puede resultar peligroso. Colectivamente peligroso.
Por eso, hay que animarse a pensar sin prejuicios.

La economía argentina tiene que resolver el meollo principal de su proclividad a mantenerse en el atraso, que lleva 200 años, y que amenaza todavía con convertirse en sempiterno. Tal meollo son los diferenciales de competitividad. Ampliaremos en lo sucesivo.

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