Luego de dos años de un gobierno sin mayoría en ninguna de las cámaras pero altamente exitoso en implementar sus medidas, Cambiemos comienza a enfrentar los límites de su modelo económico y social y, por ende, a mostrar sus rasgos autoritarios. Pero esto no es una sorpresa para quienes no votaron a Macri en la segunda vuelta y no lo votarían nunca. Es tan solo la confirmación de sus temores. Sólo con el enorme camuflaje de los medios hegemónicos que lo apoyan puede el macrismo evadir bastante bien los escándalos de corrupción (ahora llamados «conflicto de intereses»), los graves resultados de su política económica y la verdadera cara de las falsas promesas electorales que le posibilitaron seducir a millones de sus votantes.
Desde 2015 venimos señalando que el macrismo no es sólo un gobierno de centroderecha más, sino una fuerza política que llegó para ensayar una verdadera revolución conservadora, y que se cree capaz de lograr (e incluso ir más allá) los objetivos que intentaron en nuestra historia la autodenominada Revolución Libertadora, la última dictadura y el menemismo. No repetiremos aquí los hechos y conceptos que adelantamos en diversas notas al respecto (fruto no de la quiromancia o la adivinación sino de un frío análisis político de Cambiemos y de la historia argentina), pero sí señalaremos algunos de los signos actuales del giro autoritario del macrismo que adelantamos en dichas notas.
El gobierno en 2018 ha dejado de intentar la negociación con la oposición para utilizar los decretos. Tiene en claro que un período de gobierno no es suficiente para realizar las transformaciones que el establishment necesita para asegurarse que las reformas conservadoras sean irreversibles en el mediano plazo, y que no vuelva ningún movimiento nacional y popular a disputarle sus privilegios centenarios que intenta reconquistar.
Cambiemos enfrenta, a su vez, los fantasmas de sus propias promesas de campaña y el imaginario del «cambio» que sus votantes construyeron independientemente de Cambiemos mismo. Tanto las inversiones prometidas, la derrota de la inflación y la desaparición de la pobreza, como la protección de los derechos y adelantos sociales ganados durante el kirchnerismo han demostrado ser meros espejitos de colores ofrecidos a cambio del voto. La cruda realidad actual abofetea a cientos de miles de votantes macristas, muchos de los cuales votaron un cambio impreciso, nebuloso que creyeron mejoraría su situación y la del país. En cambio, el gobierno cumplió a rajatabla su programa revolucionario conservador no explicitado durante su campaña en 2015, pero sugerido por nosotros en 10 razones para votar a Macri y 10 razones para votar a Scioli.
En 2015 y 2016 Cambiemos implementó rápidamente las primeras medidas revolucionarias de su modelo, provocando no sólo una transferencia económica a favor de los poderes concentrados y en contra de la mayoría de la población sino una crisis económica (la misma que los voceros neoliberales anunciaron inútilmente durante todo el kirchnerismo) que justificara las medidas de ajuste que «se vió obligado» a ejecutar en 2017 para sanear la economía…
Simultáneamente, la alianza del gobierno con algunos jueces federales y los medios hegemónicos (principalmente el Grupo Clarín) lanzó una cacería judicial de kirchneristas (corruptos o no), sindicalistas rebeldes y medios opositores, para llevarlos a prisión (con motivo o no) y así distraer todo lo posible la atención popular de las medidas de gobierno y sus consecuencias y, fundamentalmente, desprestigiar todo lo posible a cualquier político o movimiento político que en un futuro pudiese cuestionar el cambio de proyecto de país que el macrismo vino a instalar. Esto no puede concretarse sin una consolidación de lo que el macrismo mediático denominó «la grieta» entre los kirchneristas y el resto de la población. Aunque esa grieta no deja de ser una entelequia, un aggiornamiento de la división peronismo-antiperonismo o yrigoyenismo-antiyrigoyenismo del siglo pasado. Nuestra historia es esclarecedora en ese sentido, como señalamos en nuestras notas al respecto. «Nada nuevo en la villa del Señor»: cuando un movimiento popular en el gobierno no puede ser atacado por sus problemas económicos o sociales, el establishment (el «círculo rojo» según Macri) apela a las denuncias de corrupción, verdaderas, ampliadas o falsas, para desprestigiar ese movimiento, incluso ante los mismos beneficiados por esas políticas, como analizamos aquí en ¿Todos los gobiernos populares son corruptos y demagogos? ¿Qué dice nuestra historia?
Esta etapa de la revolución macrista se enfrenta a la caída de su imagen pública y, por lo tanto a la falta de apoyos en el congreso, algo con lo que había contado hasta ahora. Es por eso que, como adelantamos aquí, se ha recostado en sus rasgos autoritarios, no sólo en el aspecto de represión de la protesta social (ya cuenta con dos muertes a manos de las fuerzas de seguridad) sino en la utilización de jueces amigos del fuero federal para encarcelar manu militari a opositores, ya sean kirchneristas, de izquierda o sindicalistas (siempre que se opongan a sus políticas). También se ven esos rasgos al derogar o modificar leyes por decreto, como la ley de blanqueo, o al presionar a los gobernadores para que se vote la reforma previsional por el congreso.
Es de esperar que con el tiempo esta tendencia se acelere, y veamos que la economía no arranque, que la pobreza y desocupación crezcan, al igual que el déficit comercial y por ello el endeudamiento externo. Esto alimentará la protesta social, lo cual cebará la represión y los métodos para-constitucionales para implementar las medidas gubernamentales. Porque, como dijimos en La revolución macrista (II), una lección para la izquierda nacional : «la historia argentina muestra, lamentablemente, que la derecha nunca se detiene en su camino y apela a cualquier método, legal o no, constitucional o no, pacífico o no para lograr sus fines. Y no tiene pruritos ni remordimiento al enfrentar a sus adversarios desde el poder, sean éstos minoritarios o mayoritarios. En tal caso, la derecha conservadora siempre fue y será revolucionaria para mantener o recuperar sus privilegios«.
También debemos analizar la conducta de la oposición actual, sumada a la del pueblo que se vea perjudicado con el proyecto de país macrista (conservador, principalmente agroganadero exportador y de servicios) similar al de la Argentina de principios del siglo XX, donde convivían los pocos ricos oligarcas y los muchos trabajadores pobres, anterior a la movilidad social ascendente que diferenció a nuestro país de los demás de la región. A eso se deben las alianzas internacionales que busca el gobierno, y a los sacrificios que dispone para la población con tal de reducir el salario en dólares y reducir los derechos laborales para seducir a los capitales extranjeros. Para eso Argentina tiene que volver al modelo anterior al gobierno de Yrigoyen, si es posible, con tal de que los esquivos inversores extranjeros vuelquen su lluvia de dólares en nuestra tierra. El macrismo no cree en los capitales domésticos, en la industria nacional ni en la capacidad del estado para regular la economía a favor de la mayoría de la población. No obstante, eso es lo que en definitiva se votó (conscientemente o no) tanto en 2015 como en 2017. Ese hecho legitima las medidas impulsadas por el gobierno, coherentes con su ideología y sus ocho años de gobierno en la ciudad de Buenos Aires. Pero eso no excluye que la sociedad haga uso de sus mecanismos democráticos para oponerse a muchas de esas medidas que la perjudican, mediante la movilización popular, la protesta en las calles, las huelgas o la oposición en el congreso a través de sus legisladores. Y ese es el escenario que asoma en este 2018. El resultado es imprevisible, aunque ya adelantamos algunos conceptos a tener en cuenta en notas anteriores. Es de esperar una polarización entre el oficialismo y quienes representen mejor la oposición a este modelo. Como ya dijimos, Cristina Fernández de Kirchner parte en primera fila en ese aspecto, y sobresale como la líder de la oposición con mayor caudal de votos y con su historia de gestión, opuesta 180° a la de Cambiemos. Esto la convierte en el faro opositor a tener en cuenta ante cualquier medida perjudicial al pueblo, pero también la hace blanco de proscripción o encarcelamiento por parte del oficialismo, sus jueces y fiscales afines y el establishment. De ella y sus aliados dependerá en buena parte cuándo se produzca el fin del macrismo, en 2019 o en 2023. Es que, como dijimos en 2017: El retorno de Menem, Cavallo y el general Aramburu: «Los tiempos políticos y sociales son mucho más lentos que lo esperado por los observadores o protagonistas, y la inercia de los procesos explica los lentos desplazamientos electorales. Sin embargo, cuando una sociedad protagoniza un giro en su visión política, ésta es difícilmente detenida en el corto plazo de dos años«, aunque esos dos años ya han pasado y, en nuestra humilde opinión, la revolución macrista dista de haberlos aprovechado suficientemente bien.