(Compilo, en este, los últimos cuatro posts que subí a mi blog personal, y que intentan -burdamente, claro- fungir de arengas de campaña, claro que no ascéticas. Voy a respetar, acá y allá, aunque me parezca una pavada, la veda electoral. Así que, con todo gusto, responderé aportes, felicitaciones e insultos, a partir de las 21:00 hs. del domingo 14/08, cuando, principalmente, tenga puesta mi atención en las PASO; y, en segunda, algo mucho menos importante: el cumpleaños número 25 de este servidor. Saludos.)
Me llamó mucho la atención una cita que ofrece, del economista chileno Gabriel Palma, “la necesidad de que el Estado recupere su capacidad de disciplinar elites”. Disciplinar, dice Zaiat, no tiene que ver con “obediencia o subordinación a un gobierno”, sino, retomando al tal Palma, con que “los gobiernos deben poder reclamar que las empresas aumenten sus exportaciones, inviertan, innoven e impulsen el cambio tecnológico”. En ese entendimiento, la decisión del gobierno de la presidenta CFK que ha, ahora, por fin, acatado Techint.
Decía Claudio Lozano, en 2009, en relación a la decisión del de Hugo Chávez de estatizar/nacionalizar una serie de empresas que pertenecían al Grupo Techint, algo parecido: “frente a la existencia en Argentina –y en América Latina- de una cúpula empresarial dominantemente extranjera, la discusión sobre el futuro, que es en buena medida la discusión sobre la inversión, obliga a los Estados a un papel sumamente activo, que debe evaluar cuáles son los lugares y los modos de intervención en función del compromiso que el capital privado tenga con el rumbo nacional popularmente definido”.
Habida cuenta de lo vivido a principios de 2008, cuando el “enfrentamiento el Gobierno y el ‘campo’”, podría Lozano explicarnos por qué tomó la postura que tomó. Pero eso ya pasó. Está en discusión, ahora que es tiempo de campaña, si existe -o no- un “modelo kirchnerista”. A partir de todo lo hasta acá expuesto podemos empezar a pensar si sí o si no.
Varias veces fue dicho, y está muy bien que así sea, que a medida que se va dejando atrás la etapa de la recuperación de lo que fue la peor crisis que sufrió nuestro país en toda su historia, y de la que se salió bajo la gestión de Néstor Kirchner, las demandas de la sociedad se complejizan, porque las necesidades y aspiraciones, ídem.
Cristina, con la decisión de hacer ingresar al Estado a los directorios de las empresas en que tiene –el Estado- derechos políticos y económicos, interpela –correctamente, a mi criterio- las complejidades de los nuevos tiempos. Medidas como el reparto de Netbooks, por poner otro ejemplo, también.
Se apunta a participar de las decisiones de inversión, que son, como bien apuntó Lozano en su momento -a pesar de que, luego, hizo, en su actuación como diputado, todo lo contrario-, las que hacen, también, a la capacidad del Estado de atender las nuevas demandas sociales: por caso, diversificando la producción.
Y es necesario el rol del Estado en la función de hacer que se complementen las voluntades de ambos mostradores. Y es una excelente noticia que esto vaya siendo aceptado por el (muchas veces, con justicia) denostado establishment económico. Indica que nace un (¡aleluya!) consenso respecto de ciertas cuestiones -y sobre cuya denominación sí que aún no hay acuerdo-, que van encontrando recepción social sobre la cual afirmarse como algo parecido a una política de Estado. Buena. Para las mayorías. Para mí, al menos.
Y en cuanto a los objetivos más egoístas de quienes revistamos en la tropa de la Presidenta, supone una apuesta. De la sociedad. De una parte de ella, al menos, por algo. Que supo –esa parte, por cierto- enfrentarla fuertemente. A ella como a otros gobiernos que hayan privilegiado al campo popular y del trabajo a lo largo de la historia.
Cambios de época que le dicen. Clima, podría ser, también. Que indica algo. Las sociedades no saltan al vacío. ¿O hay algún candidato, entre los opositores a CFK, que pueda presentar algo siquiera parecido a esto; una interpretación de Estado -guste, ésta, o no-? Sobre esta, entre otras cuestiones, hay que ofertarse de cara a las PASO.
Se refería, cita el periodista en la transcripción del diálogo, a “gemelos superávit comercial y fiscal, renegociación de deuda externa, pago al FMI para que deje de condicionar la política económica, creación de cinco millones de nuevos puestos de trabajo, 23 aumentos concedidos a los jubilados, reapertura de las negociaciones paritarias, fijación mediante sucesivos aumentos del salario mínimo más alto de Latinoamérica, inclusión en el sistema provisional de un millón y medio de trabajadores pasivos que habían quedado sin ninguna cobertura”.
Hay que sumar, ya con CFK, movilidad jubilatoria –que en 2010 y 2011 le ha ganado a la inflación, incluso, del Grupo A-, recuperación de los fondos previsionales, Asignación Universal por Hijo -que sólo fue posible a partir de la decisión, anterior, de recuperar los fondos previsionales-, acuerdos de comercio bilateral con Brasil y multilateral con UNASUR. La profundización de la política de desendeudamiento, con nuevo canje, acuerdo con Club de París al caer; y que, en definitiva, la deuda externa argentina -cubierta via pago con reservas del BCRA- está en sus niveles históricos más bajos, alcanzando, apenas, el 16% en manos privadas, lo que es decir aproximadamente un 10% de lo que representaba al 25 de mayo de 2003.
Fugó hacia adelante cuando la crisis financiera que las potencias pretendieron exportar al mundo a partir de 2008, vía, por ejemplo, la reformulación en el despliegue, amplísimo, que hizo de los planes REPRO, que controlaron daños enormemente en términos de sostener empleos y, con ello, demanda.
¿No le quieren decir modelo? ¿Preferirían: estilo, fijación de prioridades distintas? Discusión, a mi entender, meramente semántica. Cierto es que hay algo distinto. Que, acepto, pueda no constituir otro modelo. Me importa poco. Hay algo. Pero, también, hay que tener en cuenta que siempre se podría haber hecho otra cosa de lo que se hizo. Y también, hay que tener en cuenta quiénes se quejan de lo hasta acá actuado. ¿Y enfrente?
Desde las tribunas opositoras empiezan, invariablemente, por prometer disminución de retenciones. Que, aparte del efecto nocivo que eso significaría en la recaudación, implicaría un guiño a la re primarización de la economía, para comenzar. Con futuro incierto para todo el resto de lo enumerado como logros del kirchnerismo, luego. Logros que ‘la’ oposición dice, de algunos, querer mantener, todo combinado con promesas de “bajar la inflación sin enfriar la economía”. En fin…
Descreen, dicen, de la “teoría de la frazada corta”. La fijación de prioridades que, indefectiblemente, esta en la esencia de la democracia como sistema ideal de procesamiento de las discrepancias sociales por definición, de la gestión del Estado como tal. Del juego económico, obviamente.
El kirchnerismo ha sido claro: profundizar el despliegue del ciclo más importante de mejora de índices socioeconómicos será, si y sólo si, se afectan rentas. Que no hace falta llamarlas extraordinarias. Implica, entonces, dos decisiones: decidirse a beneficiar a quien está/estaba en la mala; y a quién corresponde hacer correr con los gastos del caso. ¿Existe otra manera de hacerlo? No hubo, en la historia, sociedad que haya avanzado en la distribución progresiva de la renta, sin que, primero, se haya establecido una afección de ganancias, sobre quien las tuviera.
Por demás, el kirchnerismo ha intentado disciplinar, vía retenciones, un complejo entramado, que va de la Mesa de Enlace a Cristiano Ratazzi, pasando por Clarín y De Narváez. De lo que hablábamos en la primera parte. Y tiene que ver con la pelea que tiene que dar el Estado para hacer valer su potestad de determinar las prioridades de la gestión de gobierno. Y, claro: darle excelencia.
Poco de precisiones. Al kirchnerismo sí le cierran las cuentas. Interconecta decisiones. Las suyas. Que pueden o no gustar: pero que existen, indudablemente. Lo otro implicaría, prima facie, un salto al vacío. Como decía Kirchner, vertebró otra cosa. Y en la esencia de todas las cuestiones mencionadas podemos advertir los beneficiarios de las mismas. Lo que más vulgarmente se dice “¿quién paga las cuentas?”.
Tanta crítica a “las formas de llevar a cabo las cosas que tiene el Gobierno”, siembra dudas acerca de si en verdad no ponen el carro delante de los caballos, porque resulta que, o no tienen otra cosa para ofrecer, o bien no quieren sincerar la que urden en secreto.
Y, sobre todo, en beneficio de quiénes serán ellas. Se me ocurre, no sé.
Ayer, apeló a una frase eje, a partir de la cual estructuró toda su arenga de cierre de campaña. Sabe que será así como logrará desplegar mejor lo que tiene. “¿Saben por qué podemos ir a pedir el voto, nosotros? Porque…”, y enumeraba el rosario de logros del proyecto nacional y popular desde que fue inaugurado un 25 de mayo de 2003 por Néstor Kirchner. Eso le permitió, además, hilvanar pasado, presente y futuro; repaso de triunfos, reconocimiento de deudas y promesas de campaña. Boudou aprende. Más rápido, quizás, de lo que se haya visto aprender a otros que, históricamente hablando, tenían más millaje militante. Su palabra evoca el deseo de convertirse en cuadro, las características de su discurso a eso apuntan.
Es inteligente. No por nada tiene vínculos aceitados que se comprueban de verlo interrelacionarse con el resto de la peonada K. Se lleva con el Movimiento Obrero, con La Cámpora, los gobernadores, los “barones del Conurbano”. Eso indica que ha sabido combinar la gestión del Estado con construcción de poder político. Nada menos. Suficiente como para aventar las dudas que la decisión de CFK de designarlo su acompañante me había generado.
Cristina… es Cristina. ¿Qué se va a enumerar de ella que no se conozca, ya, de ella? No varió, más allá de ciertas muy buenas apelaciones a “abrir” para decidirse a construir la mayoría necesaria para ganar. Eso se logra, creo, a partir de lo siguiente:
“La síntesis es la tentación de todo movimiento político nuevo que aparece en la política. Tiende a verse a sí mismo como una superación dialéctica de los antagonismos existentes, ya sea como negación de una de las partes o como entrelazamiento de los viejos sectores antagónicos. (…) La Unidad Nacional en cambio funciona no como síntesis sino como superación de los antagonismos por el acuerdo de las diferencias circunstanciales. La experiencia más cercana fue el abrazo de Perón con Ricardo Balbín en la década de 1970 y la truncada fórmula presidencial entre ambos líderes. Perón comprendía la unidad nacional como la única forma de contener las fuerzas en disputa por contradicciones menores para enfrentar al capitalismo concentrado (…) ha de ser el desafío más importante que tendrá el modelo nacional y popular en los próximos años: no ya volverse hegemónico –producto de la síntesis, si se quiere– sino dar un paso más: convocar a la unidad nacional, incluir a lo diferente –no antagónico, claro– para enfrentar a lo Otro: a las corporaciones, a lo no legitimado por las mayorías (…)”, decía Hernán Brienza en Tiempo el 3 de julio de este año.
¿Y que dijo CFK ayer? Que quiere ser… la presidenta de la unidad nacional. Y apeló, para eso, a que se valoren ciertas conquistas de la gestión ’07-’11 –altamente interpelada, quizás como ninguna otra lo había estado desde 1983 a la fecha-, que son, ya, impresiones –si se le pone voluntad a que lo sean- indelebles en la institucionalidad del país y de la gestión del Estado argentino. En las últimas dos entradas apunté a cierta aceptación de los “enemigos” que Brienza llama a “enfrentar” (se lo hace, hay que aclararlo, desde la institucionalidad), de elementos culturales que el kirchnerismo deja como legado, a los que le conviene sumarse. Por propia conveniencia, claro, pero no interesa: acá se discuten intereses, la sinceridad no es un objetivo.
En ese entendimiento, lo que debe venir es la institucionalización de los cambios. Ya no sólo generar leyes, sino galvanizar estructuras y participaciones estatales que sean las portadoras de la impronta del nuevo Estado trasladadas a la vida civil y económica del país. Instituciones como el INTI y/o el INTA, o los directores estatales en empresas privadas, encargados de desplegar a lo largo y a lo ancho del territorio el desparrame de gobierno en concreto, federalizándolo, también.
La complejidad de demandas llama a un gobierno dispuesto a desafíos, y el de CFK, complejo estructuralmente de por sí y ducho en complejizar, ha demostrado ser apto para ello. Y le gusta, lo siente, por otro lado.