Aportes de campaña

(Compilo, en este, los últimos cuatro posts que subí a mi blog personal, y que intentan -burdamente, claro- fungir de arengas de campaña, claro que no ascéticas. Voy a respetar, acá y allá, aunque me parezca una pavada, la veda electoral. Así que, con todo gusto, responderé aportes, felicitaciones e insultos, a partir de las 21:00 hs. del domingo 14/08, cuando, principalmente, tenga puesta mi atención en las PASO; y, en segunda, algo mucho menos importante: el cumpleaños número 25 de este servidor. Saludos.)

¿Modelo? Parte I: nuevas demandas, nuevo rol del Estado.  Alfredo Zaiat escribió, en Página 12 del 24 de julio pasado, una nota titulada ‘Disciplinar’, en la que comenta el cumplimiento de Techint de la norma legal que otorga derecho político y económico al Estado, como socio minoritario que es en Siderar desde que en 2008 se produjo la recuperación de la administración de los fondos previsionales (hasta esa fecha en manos de las AFJP) por parte de ANSES, de designar representantes en el directorio de la empresa.

Me llamó mucho la atención una cita que ofrece, del economista chileno Gabriel Palma, “la necesidad de que el Estado recupere su capacidad de disciplinar elites”. Disciplinar, dice Zaiat, no tiene que ver con “obediencia o subordinación a un gobierno”, sino, retomando al tal Palma, con que “los gobiernos deben poder reclamar que las empresas aumenten sus exportaciones, inviertan, innoven e impulsen el cambio tecnológico”. En ese entendimiento, la decisión del gobierno de la presidenta CFK que ha, ahora, por fin, acatado Techint.

Decía Claudio Lozano, en 2009, en relación a la decisión del de Hugo Chávez de estatizar/nacionalizar una serie de empresas que pertenecían al Grupo Techint, algo parecido: “frente a la existencia en Argentina –y en América Latina- de una cúpula empresarial dominantemente extranjera, la discusión sobre el futuro, que es en buena medida la discusión sobre la inversión, obliga a los Estados a un papel sumamente activo, que debe evaluar cuáles son los lugares y los modos de intervención en función del compromiso que el capital privado tenga con el rumbo nacional popularmente definido”.

Habida cuenta de lo vivido a principios de 2008, cuando el “enfrentamiento el Gobierno y el ‘campo’”, podría Lozano explicarnos por qué tomó la postura que tomó. Pero eso ya pasó. Está en discusión, ahora que es tiempo de campaña, si existe -o no- un “modelo kirchnerista”. A partir de todo lo hasta acá expuesto podemos empezar a pensar si sí o si no.

Varias veces fue dicho, y está muy bien que así sea, que a medida que se va dejando atrás la etapa de la recuperación de lo que fue la peor crisis que sufrió nuestro país en toda su historia, y de la que se salió bajo la gestión de Néstor Kirchner, las demandas de la sociedad se complejizan, porque las necesidades y aspiraciones, ídem.

Cristina, con la decisión de hacer ingresar al Estado a los directorios de las empresas en que tiene –el Estado- derechos políticos y económicos, interpela –correctamente, a mi criterio- las complejidades de los nuevos tiempos. Medidas como el reparto de Netbooks, por poner otro ejemplo, también.

Se apunta a participar de las decisiones de inversión, que son, como bien apuntó Lozano en su momento -a pesar de que, luego, hizo, en su actuación como diputado, todo lo contrario-, las que hacen, también, a la capacidad del Estado de atender las nuevas demandas sociales: por caso, diversificando la producción.

Y es necesario el rol del Estado en la función de hacer que se complementen las voluntades de ambos mostradores. Y es una excelente noticia que esto vaya siendo aceptado por el (muchas veces, con justicia) denostado establishment económico. Indica que nace un (¡aleluya!) consenso respecto de ciertas cuestiones -y sobre cuya denominación sí que aún no hay acuerdo-, que van encontrando recepción social sobre la cual afirmarse como algo parecido a una política de Estado. Buena. Para las mayorías. Para mí, al menos.

Y en cuanto a los objetivos más egoístas de quienes revistamos en la tropa de la Presidenta, supone una apuesta. De la sociedad. De una parte de ella, al menos, por algo. Que supo –esa parte, por cierto- enfrentarla fuertemente. A ella como a otros gobiernos que hayan privilegiado al campo popular y del trabajo a lo largo de la historia.

Cambios de época que le dicen. Clima, podría ser, también. Que indica algo. Las sociedades no saltan al vacío. ¿O hay algún candidato, entre los opositores a CFK, que pueda presentar algo siquiera parecido a esto; una interpretación de Estado -guste, ésta, o no-? Sobre esta, entre otras cuestiones, hay que ofertarse de cara a las PASO.

 
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¿Modelo? Parte II y ¿final?: ni el cómo, ni el dónde, ni el cuándo. El qué y el para quién.  “Todo esto va vertebrando un sistema muy diferente al que recibimos y también diferente a lo que pasa ahora. A mí me tocó sacar a la Argentina del infierno. Por eso las contradicciones de esa etapa son diferentes a las contradicciones de este gobierno…”, dijo Néstor Kirchner en el último reportaje que brindó en vida, a Horacio Verbitsky.

Se refería, cita el periodista en la transcripción del diálogo, a “gemelos superávit comercial y fiscal, renegociación de deuda externa, pago al FMI para que deje de condicionar la política económica, creación de cinco millones de nuevos puestos de trabajo, 23 aumentos concedidos a los jubilados, reapertura de las negociaciones paritarias, fijación mediante sucesivos aumentos del salario mínimo más alto de Latinoamérica, inclusión en el sistema provisional de un millón y medio de trabajadores pasivos que habían quedado sin ninguna cobertura”.

Hay que sumar, ya con CFK, movilidad jubilatoria –que en 2010 y 2011 le ha ganado a la inflación, incluso, del Grupo A-, recuperación de los fondos previsionales, Asignación Universal por Hijo -que sólo fue posible a partir de la decisión, anterior, de recuperar los fondos previsionales-, acuerdos de comercio bilateral con Brasil y multilateral con UNASUR. La profundización de la política de desendeudamiento, con nuevo canje, acuerdo con Club de París al caer; y que, en definitiva, la deuda externa argentina -cubierta via pago con reservas del BCRA- está en sus niveles históricos más bajos, alcanzando, apenas, el 16% en manos privadas, lo que es decir aproximadamente un 10% de lo que representaba al 25 de mayo de 2003.

Fugó hacia adelante cuando la crisis financiera que las potencias pretendieron exportar al mundo a partir de 2008, vía, por ejemplo, la reformulación en el despliegue, amplísimo, que hizo de los planes REPRO, que controlaron daños enormemente en términos de sostener empleos y, con ello, demanda.

¿No le quieren decir modelo? ¿Preferirían: estilo, fijación de prioridades distintas? Discusión, a mi entender, meramente semántica. Cierto es que hay algo distinto. Que, acepto, pueda no constituir otro modelo. Me importa poco. Hay algo. Pero, también, hay que tener en cuenta que siempre se podría haber hecho otra cosa de lo que se hizo. Y también, hay que tener en cuenta quiénes se quejan de lo hasta acá actuado. ¿Y enfrente?

Desde las tribunas opositoras empiezan, invariablemente, por prometer disminución de retenciones. Que, aparte del efecto nocivo que eso significaría en la recaudación, implicaría un guiño a la re primarización de la economía, para comenzar. Con futuro incierto para todo el resto de lo enumerado como logros del kirchnerismo, luego. Logros que ‘la’ oposición dice, de algunos, querer mantener, todo combinado con promesas de “bajar la inflación sin enfriar la economía”. En fin…

Descreen, dicen, de la “teoría de la frazada corta”. La fijación de prioridades que, indefectiblemente, esta en la esencia de la democracia como sistema ideal de procesamiento de las discrepancias sociales por definición, de la gestión del Estado como tal. Del juego económico, obviamente.

El kirchnerismo ha sido claro: profundizar el despliegue del ciclo más importante de mejora de índices socioeconómicos será, si y sólo si, se afectan rentas. Que no hace falta llamarlas extraordinarias. Implica, entonces, dos decisiones: decidirse a beneficiar a quien está/estaba en la mala; y a quién corresponde hacer correr con los gastos del caso. ¿Existe otra manera de hacerlo? No hubo, en la historia, sociedad que haya avanzado en la distribución progresiva de la renta, sin que, primero, se haya establecido una afección de ganancias, sobre quien las tuviera.

Por demás, el kirchnerismo ha intentado disciplinar, vía retenciones, un complejo entramado, que va de la Mesa de Enlace a Cristiano Ratazzi, pasando por Clarín y De Narváez. De lo que hablábamos en la primera parte. Y tiene que ver con la pelea que tiene que dar el Estado para hacer valer su potestad de determinar las prioridades de la gestión de gobierno. Y, claro: darle excelencia.

Poco de precisiones. Al kirchnerismo sí le cierran las cuentas. Interconecta decisiones. Las suyas. Que pueden o no gustar: pero que existen, indudablemente. Lo otro implicaría, prima facie, un salto al vacío. Como decía Kirchner, vertebró otra cosa. Y en la esencia de todas las cuestiones mencionadas podemos advertir los beneficiarios de las mismas. Lo que más vulgarmente se dice “¿quién paga las cuentas?”.

Tanta crítica a “las formas de llevar a cabo las cosas que tiene el Gobierno”, siembra dudas acerca de si en verdad no ponen el carro delante de los caballos, porque resulta que, o no tienen otra cosa para ofrecer, o bien no quieren sincerar la que urden en secreto.

Y, sobre todo, en beneficio de quiénes serán ellas. Se me ocurre, no sé.

 
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Cierre de campaña PASO.  Amado Boudou es un entusiasta. Como esos jugadores de fútbol que saben que no las tienen todas consigo, pero, igualmente, da todo de sí. Y es positivo para el grupo porque genera buen clima hacia adentro. Complementario, de los que siempre debe haber en un plantel. Es esquemático porque sabe que no está, todavía, para dejar volar las palomas.

Ayer, apeló a una frase eje, a partir de la cual estructuró toda su arenga de cierre de campaña. Sabe que será así como logrará desplegar mejor lo que tiene. “¿Saben por qué podemos ir a pedir el voto, nosotros? Porque…”, y enumeraba el rosario de logros del proyecto nacional y popular desde que fue inaugurado un 25 de mayo de 2003 por Néstor Kirchner. Eso le permitió, además, hilvanar pasado, presente y futuro; repaso de triunfos, reconocimiento de deudas y promesas de campaña. Boudou aprende. Más rápido, quizás, de lo que se haya visto aprender a otros que, históricamente hablando, tenían más millaje militante. Su palabra evoca el deseo de convertirse en cuadro, las características de su discurso a eso apuntan.

Es inteligente. No por nada tiene vínculos aceitados que se comprueban de verlo interrelacionarse con el resto de la peonada K. Se lleva con el Movimiento Obrero, con La Cámpora, los gobernadores, los “barones del Conurbano”. Eso indica que ha sabido combinar la gestión del Estado con construcción de poder político. Nada menos. Suficiente como para aventar las dudas que la decisión de CFK de designarlo su acompañante me había generado.

Cristina… es Cristina. ¿Qué se va a enumerar de ella que no se conozca, ya, de ella? No varió, más allá de ciertas muy buenas apelaciones a “abrir” para decidirse a construir la mayoría necesaria para ganar. Eso se logra, creo, a partir de lo siguiente:

“La síntesis es la tentación de todo movimiento político nuevo que aparece en la política. Tiende a verse a sí mismo como una superación dialéctica de los antagonismos existentes, ya sea como negación de una de las partes o como entrelazamiento de los viejos sectores antagónicos. (…) La Unidad Nacional en cambio funciona no como síntesis sino como superación de los antagonismos por el acuerdo de las diferencias circunstanciales. La experiencia más cercana fue el abrazo de Perón con Ricardo Balbín en la década de 1970 y la truncada fórmula presidencial entre ambos líderes. Perón comprendía la unidad nacional como la única forma de contener las fuerzas en disputa por contradicciones menores para enfrentar al capitalismo concentrado (…) ha de ser el desafío más importante que tendrá el modelo nacional y popular en los próximos años: no ya volverse hegemónico –producto de la síntesis, si se quiere– sino dar un paso más: convocar a la unidad nacional, incluir a lo diferente –no antagónico, claro– para enfrentar a lo Otro: a las corporaciones, a lo no legitimado por las mayorías (…)”, decía Hernán Brienza en Tiempo el 3 de julio de este año.

¿Y que dijo CFK ayer? Que quiere ser… la presidenta de la unidad nacional. Y apeló, para eso, a que se valoren ciertas conquistas de la gestión ’07-’11 –altamente interpelada, quizás como ninguna otra lo había estado desde 1983 a la fecha-, que son, ya, impresiones –si se le pone voluntad a que lo sean- indelebles en la institucionalidad del país y de la gestión del Estado argentino. En las últimas dos entradas apunté a cierta aceptación de los “enemigos” que Brienza llama a “enfrentar” (se lo hace, hay que aclararlo, desde la institucionalidad), de elementos culturales que el kirchnerismo deja como legado, a los que le conviene sumarse. Por propia conveniencia, claro, pero no interesa: acá se discuten intereses, la sinceridad no es un objetivo.

En ese entendimiento, lo que debe venir es la institucionalización de los cambios. Ya no sólo generar leyes, sino galvanizar estructuras y participaciones estatales que sean las portadoras de la impronta del nuevo Estado trasladadas a la vida civil y económica del país. Instituciones como el INTI y/o el INTA, o los directores estatales en empresas privadas, encargados de desplegar a lo largo y a lo ancho del territorio el desparrame de gobierno en concreto, federalizándolo, también.

La complejidad de demandas llama a un gobierno dispuesto a desafíos, y el de CFK, complejo estructuralmente de por sí y ducho en complejizar, ha demostrado ser apto para ello. Y le gusta, lo siente, por otro lado.

 
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Sobre el filo de la veda. Omix, en este post, teoriza –y yo concuerdo con eso- que el establishment juega, si no a hacerlo retroceder, al menos a que no siga avanzando el sector del trabajo. El empate conservador, que fije estructuras. De desigualdad.
 
En 2009, el gobierno de la presidenta CFK quedó en minoría en el Congreso, por la conformación –obstructiva- del Grupo A. Ello le puso un freno a “gestas”, entendiendo por ello a, por ejemplo, la recuperación de los fondos previsionales.
 
Prueba de lo antedicho es que las decisiones más radicales en términos de alteración de los patrones de distribución de riqueza (AUH, pago de vencimientos de deuda externa con reservas del BCRA, ingreso al directorio de empresas privadas de gerentes designados por el Estado, a partir del fin de las AFJP), se concretizaron a través de sendos DNU (que, obviamente, estuvieron siempre enmarcados en operativizar el postulado de alguna ley preexistente).
 
Algo similar al despliegue, durante ’09, de planes anticrisis tales como el REPRO cuando recién afloraba el desplome del neoliberalismo, que aún no se detiene; que evitaron –los REPRO- lo que pudo haber sido una grave crisis de empleo –que está, hoy, en su mejor situación desde 1995, habiendo descendido, el índice de desocupación, al 7,5%-.
 
El Gobierno está, al día de hoy, dotado con buenas armas de las que valerse para avanzar en la interpelación al actual estado de las estructuras de riqueza en Argentina (bien es cierto que no de todas las que uno desearía que tuviera). Súmese a todo esto el aporte a la institucionalidad y la estabilidad de la esencia cultural distributiva que significan las paritarias y el consejo del salario mínimo, vital y móvil.
 
En lo que hace al ámbito parlamentario, está por verse si recupera –el kirchnerismo, si gana- mayorías propias. No obstante ello, si CFK logra ser la primera persona que accede a la presidencia sin beneplácito corporativo desde 1983, lo que también estará por verse será la actitud de ciertos (no todos; prima facie, al menos): esto sería, si readecuan, o no, su estrategia de insistir en actuar la agenda corporativa, comprobado que esté –insisto: esto, si llega a vencer Cristina-, primero, la poca conveniencia –en términos de eficacia- de carecer de hoja de ruta de diseño propio; y, segundo, por la comprobación de cierta ruptura al interior del conglomerado corporativo –que se verifica en el acuerdo del Gobierno con Techint-, implicaría:
 
a) que existe, ya, buen grado de instalación –llamémosle “social”- del sentido de ciertos componentes de gestión impresos en el relato K; y, b) avance estratégico, por fin, de la política partidaria en el combate de posiciones por la conducción de la agenda de la gestión del Estado.
 
¿Victoria cultural? No sé. Y no me importa mucho, tampoco. En definitiva es, esto sí, conducción populista, que hace, como pedía Brienza en la cita evocada en el post anterior, coincidir supuestos antagonismos en un proyecto común de satisfacción de metas en apariencia suplementarias. Por lo demás, no vale la pena preocuparse en establecer el momento de una victoria, sino en andar constantemente en la búsqueda de ella como meta. Permite revitalizar constantemente a la militancia, un proyecto político no sirve si no vende un futuro venturoso, cosa que se complica si se instala que ya se ha arribado a él.
 
Quedará ver si las representaciones políticas no kirchneristas comparten, en esencia, las banderas que CFK pidió sostener transversalmente, dado el éxito que han conocido, y que ciertos indicios, no del todo receptados todavía en el escenario político-institucional, pero que, por lo bajo, empieza a verse que quiere caminar.
 
Por todo esto, que tiene menos que ver con lo que hay en el debe, que con lo que se cuenta en el haber, y de nuevo con la venta de ilusiones, es que vale la pena pedir, para este próximo domingo, Cristina-Boudou/Scioli-Mariotto.        

Acerca de Pablo D

Abogado laboralista. Apasionado por la historia y la economía, en especial, desde luego, la de la República Argentina.

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