Habiendo transcurrido casi todo el mandato del presidente Macri, ya es posible ensayar un balance provisional de su gestión. Aunque provisorias, las conclusiones de cualquier balance que se haga del gobierno de Cambiemos no variarán mucho independientemente de la ideología de quien la haga. A nadie sorprenderá que afirmemos aquí que el rumbo y los resultados de la gestión de Cambiemos no son sorpresivos, como lo postulan muchos analistas, tanto opositores como oficialistas, ya que desde el primer día (en realidad desde antes del balotaje) anunciamos cuáles eran las metas y medidas de un mandato macrista (ver: 10 razones para votar a Macri y 10 razones para votar a Scioli del
5/11/15 [1]). Entre ellas señalamos: devaluar el peso todo lo que demande el mercado, pagarle a los fondos buitres indiscriminadamente, endeudarnos frenéticamente, postular la reducción del gasto público como una panacea, caiga quien caiga, reducir los subsidios hasta que duela, liberar los precios y las importaciones sin importar las consecuencias concretas, contener los aumentos de salarios y de jubilaciones y pensiones todo lo posible, acudir al FMI cuando el mercado financiero no nos preste más, etc.
Por supuesto, estas estimaciones anticipadas no provenían de las artes adivinatorias sino de la observación de la historia nacional y de las trayectorias de los miembros del gabinete de Cambiemos. Más allá de lo anunciado por Macri en la campaña para el balotaje -y tomado como verdadero por el 51% de los votantes argentinos- dijimos aquí desde el principio que un gobierno de Cambiemos representaba una verdadera revolución restauradora-conservadora, arraigada en las más viejas tradiciones de la derecha argentina.
Mientras disfrutaba de las mieles del triunfo electoral -y la oposición kirchnerista se relamía las heridas y la no kirchnerista hacía mutis por el foro o colaboraba con la
“gobernabilidad”- el macrismo aprovechaba para lanzar las medidas de fondo para cambiar de régimen económico y social del país. Es decir, para lanzar su “revolución macrista”, como la caracterizamos aquí en La revolución macrista del 1/7/16 [2]. En apenas un año, Cambiemos ya había cambiado la estructura de distribución de la riqueza, el modelo económico y el proyecto de país. Efectivamente, había virado el rumbo del país 180°.
Incluso ya había intentado medidas reñidas con el “republicanismo” del que había presumido siempre, como la intentona de nombrar por decreto dos jueces de la Corte Suprema de Justicia o corromper leyes con un simple decreto (como la Ley de Medios).
Un par de semanas después, postulamos a la revolución ejecutada por Cambiemos como ejemplo a seguir por las izquierdas autóctonas en La revolución macrista, una lección para la izquierda nacional [3]. No lo hacíamos en cuanto a su ideología u objetivos sino haciendo hincapié en sus métodos, hábilmente utilizados tanto en el terreno nacional como internacional. Señalábamos entonces que “Una revolución no le pide permiso al status quo para modificarlo, actúa con todos los medios a su alcance” . Y que “la dinámica revolucionaria no se adecúa a la teorización abstracta o moralista de los análisis o debates de `expertos’ o periodistas, ni a los optimistas deseos de legalismos principistas: una revolución arrasa con los posibilismos y voluntarismos que se le enfrentan. Encara, derrumba, demuele odo lo posible y construye su proyecto sobre los escombros resultantes de la sociedad en la que actúa”. Y eso fue realmente lo que hizo Cambiemos: impuso su “sentido común”, creó su hegemonía tanto mediante su discurso como con sus actos. Por supuesto, con la invaluable ayuda de los medios de difusión hegemónicos durante su gobierno, e incluso un par de años antes de llegar a La Rosada.
Posteriormente, señalamos el 17/4/17 en #1A, 1° de abril de 2017, el día de la caída del Gral. Lonardi… [4] que a partir del 1° de ese mes, cuando se produjo una gran movilización a favor del gobierno, Cambiemos había inaugurado su fase autoritaria. El presidente y su gobierno se sintieron respaldados para profundizar su modelo, además de ensayar su política represiva frente a las movilizaciones opositoras o de resistencia a sus medidas de gobierno. Como dijimos entonces, “se habría acabado la etapa del ‘macrismo zen’ iniciado durante la campaña proselitista de 2015, para pasar, entonces, al ‘vamos por todo’ del macrismo de 2017”. Lo comparábamos con la autodenominada Revolución Libertadora de 1955, porque recurría a los objetivos políticos y económicos de aquel gobierno de facto mas no a sus métodos dictatoriales. Se trataba, en todo caso, de una Libertadora 2.0 o modelo siglo XXI.
Ya el 1/2/18 señalamos la aparición de los límites del modelo macrista en Aparecieron los límites de la Revolución macrista y aflora su sesgo autoritario [5] Su modelo económico comenzaba a mostrar que sus logros se alejaban cada vez más de los objetivos anunciados, y su cobertura mediática y “republicanista” no alcanzaba ya a tapar sus flagrantes casos de corrupción a gran escala y a la luz del día, llamados “conflictos de intereses” por la prensa adicta. Las corporaciones económicas ya se habían hecho cargo de cada porción de la economía que explotaban hacía años, pero ahora lo hacían desde el mismo gabinete macrista a través de sus famosos CEOs.
Cambiemos enfrentaba, a su vez, “los fantasmas de sus propias promesas de campaña y el imaginario del «cambio» que sus votantes construyeron independientemente de Cambiemos mismo. Tanto las inversiones prometidas, la derrota de la inflación y la desaparición de la pobreza, como la protección de los derechos y adelantos sociales ganados durante el kirchnerismo han demostrado ser meros espejitos de colores ofrecidos a cambio del voto”.
Y preveíamos entonces “una polarización entre el oficialismo y quienes representen mejor la oposición a este modelo. Como ya dijimos, Cristina Fernández de Kirchner parte en primera fila en ese aspecto, y sobresale como la líder de la oposición con mayor caudal de votos y con su historia de gestión, opuesta 180° a la de Cambiemos. Esto la convierte en el faro opositor a tener en cuenta ante cualquier medida perjudicial al pueblo, pero también la hace blanco de proscripción o encarcelamiento por parte del oficialismo, sus jueces y fiscales afines y el establishment. De ella y sus aliados dependerá en buena parte cuándo se produzca el fin del macrismo, en 2019 o en 2023”.
Al año siguiente, Cambiemos contó con una “ayudita de sus amigos”, EEUU, para asumirse ya plenamente como la versión del siglo XXI de la Revolución Libertadora. Planteó ya abiertamente su alianza con los bancos y con sectores agropecuarios
exportadores. Advertimos también que el escándalo de los cuadernos de Centeno
(que resultaron ser apenas unas fotocopias o copias digitales de cuadernos que
desaparecieron antes de llegar a la justicia) derivaría “en una escalada del circo mediático y en algo que se parece un ajuste de cuentas dentro de la histórica patria contratista a la cual pertenecen desde hace décadas el Presidente y su grupo empresario”.
Y, finalmente, señalábamos en La Revolución Macrista suma la mano invisible de los EE.UU y se convierte en la Revolución Libertadora 2.0 [6] que “la debacle económica de la `tormenta’ macrista promete no dejar clase media en pié y aumentar la masa de pobres e indigentes y la riqueza de la cima de la pirámide poblacional”.
A fines del año pasado planteamos que el macrismo no lograba hacer pie en las mayorías debido a la diferencia abismal entre las expectativas de la mitad de la población que lo había votado en 2015 y los resultados tangibles de su política en El macrismo cumplió su tarea y está acabado pero ¿quién se hará cargo de su pesada
herencia? [7]. Argumentábamos allí que “la campaña de enlodamiento de la figura más importante de la oposición al macrismo, Cristina Fernández, ya no es efectiva para tapar los desaguisados, corruptelas o efectos catastróficos del modelo económico y social de Cambiemos, como muestran todas las encuestas”. Y subrayábamos que “la principal deficiencia de esta táctica es que la burda repetición de acusaciones de corrupción huérfanas de pruebas contundentes no sólo debilita el argumento contra el gobierno pasado sino que puede resultar contraproducente. Más aún si siguen apareciendo casos similares que afectan a las propias figuras de Cambiemos.
La principal debilidad del macrismo es la orfandad de logros económicos y sociales para enarbolar en la campaña electoral de 2019. Caso contrario para la oposición kirchnerista, que se verá favorecida”. Para sostener este argumento puntualizábamos que el kirchnerismo “ha sido gobierno durante tres períodos consecutivos, aumentando su desempeño electoral en cada triunfo electoral, mejorando la calidad de vida de la población y dejando al país en 2015 mucho mejor que como lo recibió en 2003, algo inédito en nuestra historia desde la recuperación de la democracia en 1983, como lo puntualizamos aquí en La Herencia K: Memoria y Balance final2003-2015”. Aunque “el proceso no sería igual al de los casos anteriores, porque la historia (a pesar de la creencia popular) no se repite, pero no debemos soslayar las coincidencias y aprender de sus lecciones”.
Hoy en día, a meses de las elecciones nacionales, el paisaje político que encontramos nos muestra que el establishment que apoyó sin fisuras a Cambiemos para que llegue a la Rosada, se partió en dos de acuerdo a sus propios intereses contrapuestos. Por un lado los factores de poder relacionados con la intermediación financiera y los grandes conglomerados relacionados con la producción y distribución de energía más los grandes exportadores de productos primarios, y por el otro los relacionados con la producción industrial (pequeñas, medianas y grandes empresas). Beneficiados enormemente los primeros y perjudicados los segundos con las políticas de Cambiemos. Tal es así que junto a la caída estrepitosa de la credibilidad del gobierno y de su base de votantes, la parte industrial y agroganadera exportadora del «círculo rojo» están elucubrando contra reloj una alternativa electoral que prescinda del lastre electoral del presidente, mientras el gobierno y sus estrategas improvisan formas de anular esos movimientos centrífugos de sus respaldos económicos y políticos; por supuesto, antes de que estalle alguna de la minas económicas que sus mismos funcionarios dejaron -por impericia o indolencia- en su camino hacia octubre.
Luego de endeudar al país como nunca en su historia, aumentar la inflación, el desempleo, la pobreza y la indigencia hasta límites pornográficos (y sin visos de detenerse gracias a la perpetua sumisión a los dictados del FMI), los ideólogos de Cambiemos lanzaron al ruedo las excusas «modelo 2019» del fracaso constante de su modelo económico: “No creo que estemos en un fracaso económico. La Argentina es un fracaso económico” señaló sin ruborizarse Marcos Peña, o la argumentación de que el problema argentino se remonta (no ya a los últimos 70 años) sino a 80 años, como sugirió últimamente el mismo presidente. Estamos a un paso de que atribuyan el «fracaso argentino» al último siglo de gobiernos nacionales. En ese caso, el culpable de la debacle actual no es otro que el voto universal, secreto y obligatorio, como argumentaba la oligarquía criolla en los años treinta del siglo pasado, después de derrocar y encarcelar a Hipólito Yrigoyen.
¿Qué es esperable que suceda en los meses próximos? No es tiempo de pronósticos, y menos a 6 meses (¿6 años, 6 siglos?) de las elecciones presidenciales, pero siguiendo la línea de análisis que postulamos desde 2015, podemos arriesgar que se consolidarán dos polos opuestos y complementarios en el electorado, representados por Macri y Cristina Fernández; los que acapararán la mayoría de las voluntades electorales.
Dentro del sector macrista se agruparán quienes son fuertemente macristas (la mayoría, quizás, antikirchneristas) con un techo de 30% de los votos, similar a los votos obtenidos por Cambiemos en la primera vuelta de 2015, en el mejor momento del macrismo. El desafío para este espacio es repetir esos guarismos; y sería una utopía que logre el 51% de votos logrado en el balotaje, luego de una gestión que perjudicó los intereses de la mayoría de esos votantes que confiaron en él. Hoy en día, sin que haya comenzado oficialmente la campaña, Macri retiene alrededor de un cuarto del electorado, que es lo obtenido por Cambiemos en las PASO de 2015, cuando todavía no había cambiado su discurso, desde su cerrado neoliberalismo al falso e improvisado filopopulismo que lo acercó a muchos votantes de Cristina cansados de los 12 años de gobierno kirchnerista. Ese 25% de votos macristas se asemeja al porcentaje histórico (25%/30%) de la derecha argentina, racista y despreciativa de las clases populares, llamada históricamente antiperonismo.
Por el lado del sector kirchnerista, el desafío es lograr una unidad del campo popular (más allá del PJ) y perforar el techo que muchos encuestadores le asignan a Cristina (aunque ya lleva un par de techos perforados desde 2017); y la utopía kirchnerista sería recuperar el 54% que logró CFK en su mejor momento, en 2011. Cristina tiene un piso consolidado de 30% de votos, y es de ahí desde donde parte para lograr, gracias a una campaña surtida de muchos argumentos económicos y sociales, alcanzar el 40% de votos y superar a Cambiemos por 10 puntos para coronarse como presidente. O superar el 45% de votantes y hacerlo sin importar los guarismos que logre Cambiemos.
A medida que las encuestas sigan reflejando la tendencia alcista del voto kirchnerista o del voto castigo al oficialismo, el clima político se irá enrareciendo por parte del gobierno. A su vez, el clima de cambio de época se hará cada vez más intenso en los tribunales de justicia y en las pantallas de TV y los micrófonos de las radios, como ya se está viendo ahora. También en el pueblo se está viendo ese cambio de época, tanto en los estadios de fútbol como en los eventos culturales. Como dijimos aquí mismo varias veces, los cambios sociales no son automáticos ni respetan los tiempos ni las ansiedades de los ya convencidos ni de los analistas políticos de café. Son lentos, imperceptibles y meditados pero, una vez que son decididos por las mayorías, son irreversibles. Y los cambios políticos profundos, los que aumentan los derechos y redistribuyen la riqueza de los países se dan por oleadas, no por ciclos, como dice Álvaro García Linera:
«Esta es una mirada que le arrebata el protagonismo al ser humano, que olvida el papel de la subjetividad colectiva en la construcción de los hechos sociales. Es falsa. Las transformaciones se dan por oleadas. La gente se articula, se unifica, crea sentido común, tiene ideas fuerza, se convierte en ser universal, es decir, ser que pelea por todos. Logra derechos, acuerdos, Estado, política«
Desde diciembre de 2017 se está produciendo ese cambio en la oleada, y la población está madurando, requiriendo un cambio rotundo en el rumbo de la economía y en el proyecto de país. Similar a los producidos con la llegada del peronismo en 1945 o del kirchnerismo en 2003. Los primeros indicios ya se están viendo día a día, pero el ritmo se incrementará cuando se asienten las candidaturas opositoras, principalmente la de la expresidenta; y entonces se acelerará la fuerza centrípeta de ambos polos políticos mencionados. Y se harán más explícitos los apoyos a Cristina, aunque algunos de ellos parecían difíciles o tal vez imposibles hasta hace unos meses.
Los movimientos políticos son más parecidos a los movimientos meditados del ajedrez que a los movimientos improvisados del fútbol; por lo menos los de los políticos «profesionales» o cuadros políticos. Es por eso que no están regidos por la ansiedad de la población, las pretensiones del periodismo o las exigencias de los operadores políticos. Una jugada política debe hacerse cuando el resultado del mismo caiga de maduro, cuando el riesgo de fallar sea casi cero. Y es por eso que las candidaturas sólidas maduran por meses o años, y se anuncian cuando su aceptación es abrumadora dentro de su legión de adeptos.
Sólo los políticos advenedizos o impacientes anuncian sus candidaturas antes de
tiempo.
Es por eso que la candidatura del espacio kirchnerista o filokirchnerista se hace desear (para los periodistas y operadores antikirchneristas) y seguramente no se anunciará en la víspera…
En el caso del oficialismo, la razón es muy otra: la imagen e intención de voto de Macri está barranca abajo debido no sólo a la falta de un rumbo claro y de resultados económicos auspiciosos del gobierno o por la disolución de las expectativas que creó en 2015, sino también por el gravísimo estado social en que deja al país, ya harto evidente, como lo señala hasta el mismo diario La Nación: «El gobierno actual asumió con un 26,9% de pobres y un 4,7% de indigentes. Con el deterioro de 2018, la pobreza volvió a los niveles de 2010 y la indigencia, a los de 2014. En términos absolutos, hoy hay 3 millones más de pobres que a fines de 2015 y un millón más de indigentes» [8]. Esta es la razón por la cual una parte de su alianza política se la ve en figurillas para encontrar un reemplazo y, además, para convencer al mismo Macri, líder indiscutido del espacio (y a su círculo íntimo) que se haga a un lado y acepte su derrota política (ambas tareas, difíciles de lograr).
La situación actual nos muestra a una oposición heterogénea que propugna una unión tan amplia y sin exclusiones como imposible, y un oficialismo que promete un paraíso futuro demasiado idílico e improbable visto desde este infierno cada día más caliente. Cambiemos tiene como desafío llegar arrastrándose al balotaje y soñar con alcanzar los mismos guarismos de
2015, cuando estaba en su mejor momento. Tarea harto improbable.
Y, a su vez, el kirchnerismo debe repetir el piso de votos nacionales obtenidos 2017 (su peor resultado nacional, en plena campaña contra la “corrupción K”) para llegar al balotaje y entonces superar apenas los guarismos de Scioli en la segunda vuelta de 2015 (en el mejor momento del Cambiemos) para derrotar al macrismo y quedarse con la presidencia. Menos probable, aunque no imposible, es un triunfo opositor en primera vuelta, lo que representaría un golpe fatal al gobierno, y lo llevaría en camilla hasta el 10 de diciembre, en el mejor de los casos.
En Argentina, políticamente seis meses equivalen a seis años, por lo que casi cualquier cosa puede suceder de aquí a las elecciones nacionales. Puede aparecer un “cisne negro” que cambie completamente la coyuntura política, pero es razonable analizar los factores históricos, sociales, económicos y de coyuntura para intentar un pronóstico confiable. Y eso es lo que hemos hecho aquí; y de acuerdo a los resultados obtenidos desde 2015 hasta hoy, las perspectivas de acertar en nuestro diagnóstico son alentadoras. Por eso, auguramos un cambio de rumbo de 180° a partir del 10 de diciembre próximo. Aunque eso no significa que a la sociedad le toque transitar los próximos años sobre un lecho de rosas, todo lo contrario. El gobierno de tipo nacional y popular que asuma ese día, se verá tironeado tanto por las necesidades impostergables de las clases baja y media como de las exigencias de los factores de poder que desde el primer día lo interpelarán.
Sin descontar la tumultuosa situación internacional que no lo ayudará, al contrario.
Pero, eso sí que es tema para otra nota.
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Fuentes:
[8] Pobreza: el retroceso más grave desde 2002