Esta carta requiere una explicación. Gracias a facebook – que no sé para qué otra cosa sirve – me reencontré con un amigo a quien no veía desde hace 20 años. Hablando de mil cosas, le comenté mi posición política y él me contestó que se considera apolítico y odia a todos los políticos, porque son todos corruptos. En respuesta le escribí esta carta, que nunca llegué a enviarle por miedo a no volver a vernos otros 20 años. De modo que la subo a artepolítica, a ver si me ayudan a explicarme.
Partamos de una base mínima: podemos ser anarquistas y soñar con la extinción del estado, pero la realidad es que – al menos por ahora – los países necesitan de un estado que organice la búsqueda y defensa de eso que se suele llamar el Bien Común. Y el Estado necesita un gobierno para dirigirlo. Mientras no logremos el autogobierno eficaz y justo con que sueñan los anarquistas, lo mejor a que podemos aspirar es a participar en la elección del gobierno que nos va a gobernar. En la democracia, que le dicen.
Sí, claro, a veces no disgustamos con los políticos y con toda la política, mandamos todo al diablo y no participamos más en política. Podemos, incluso, no votar. Pero de todos modos va a haber elecciones, y en ellas va a ser elegido nuestro gobierno. No votando no lograremos ningún objetivo político en particular, porque otro elegirá por nosotros al gobierno que nos gobernará a todos. Quien renuncia a votar no destruye a un gobierno, sólo se somete a la decisión de otros. No hay nada de malo en optar por no votar, mientras el no votante sea completamente consciente de que otros van a decidir por él, y que él se tiene que allanar al resultado.
Puedo estar equivocado, pero estoy convencido de que quien no vota pierde todo derecho a pataleo: se negó a participar en la elección, se negó a ejercer un derecho que no le costaba nada, dejó que el gobierno fuera elegido por otros. Perdió el derecho a quejarse. Hay ciertos reclamos que pueden hacer todos los votantes, oficialistas y opositores, como el respeto de los derechos humanos elementales y de las minorías políticas. Y hay ciertos reclamos que sólo pueden hacer los oficialistas, como exigir que sus elegidos cumplan sus promesas. Pero ¿desde qué posición podría reclamar algo quien se negó a ayudar a elegir un gobierno, se negó a llevar al gobierno a los actuales gobernantes y también se negó a impedirlo?
Antes de seguir, quiero aclarar que cuando digo “el gobierno” no estoy hablando de CFK, sino de cualquier gobierno. Estoy hablando de la relación de los no oficialistas con el oficialismo, sea de Menem, Macri, Duhalde, Alfonsín, Das Neves, el intendente actual de mi pueblo, Néstor o Cristina.
No hay nada de malo en que uno limite su participación política al mero acto de votar. No todos podemos ser artistas o críticos de arte, no todos podemos ser jugadores o periodistas de deportes, no todos podemos ser escritores o lectores. Hay que elegir en qué cosas concentrar nuestras energías, y siempre van a quedar cosas fuera de nuestro alcance. La vida no es tan larga como para visitar cada lugar del mundo que no hay que dejar de visitar, probar todas las comidas que se puedan probar, conocer a cada una de las minas que valen la pena, ni para leer todos los libros que a uno le podrían potencialmente interesar. Mucho menos para hacer todas y cada una de esas cosas. La acción o la reflexión política son dos de las muchas actividades a las que podemos renunciar para poder hacer otras cosas que nos interesen más. Si eso es ser apolítico, es una opción perfectamente válida.
No participar en política, no discutir de política, no dedicar buena parte de nuestra vida a pensar en términos políticos es una opción valedera. Y no por eso perdemos derecho a quejarnos del gobierno, siempre y cuando le hayamos dedicado al tema al menos media horita cada dos años y hayamos ido a votar por lo que nos pareció mejor. Al menos, lo que juzgamos que era lo menos malo.
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Hay una postura apolítica que sí es repudiable: la del que se opone a todo pero no propone nada a cambio. Es mucho más fácil ver lo que está mal que proponer soluciones.
Hay mucho de eso incluso en los discursos de ciertos candidatos, que a veces proponen generalidades pero nunca propuesta concretas: eso es lo que hace De Narváez, cuando anuncia que “la seguridad vendrá con un buen plan”, o Del Sel cuando dice que “la primera medida sería combatir la pobreza”. No tienen idea de lo que contendría un buen plan, ni cómo diablos se combate la pobreza. O, peor aún, buscan el voto de quienes quieren conseguir esos objetivos por medio de discursos efectistas, obteniendo un cheque en blanco para hacer desde el gobierno lo que esos electores nunca votarían.
Otra actitud parecida, de la que he visto mucho en estos años en que estuve leyendo – y esporádicamente participando – en blogs políticos, es la de quienes critican al gobierno desde el apartidismo, es decir desde ningún lado. Critican al gobierno por sus errores, por lo que no se animan a hacer, y por lo que tardan mucho en empezar a hacer. No sólo critican, sino que también proponen cosas, pero lo hacen desde la perfección moral de quien no se compromete con nadie. No declaran a quién votarían, no dicen con claridad cómo harían para hacer cada cosa y en qué orden. Ni de dónde sacarían la plata, qué gastos dejarían de hacer para pagar lo que proponen.
Subidos al pedestal del apartidario, critican y proponen acciones políticas que – en teoría – son absolutamente perfectas. Pero la política es una actividad humana, llevada a cabo por seres humanos y grupos de seres humanos. Llevan al gobierno sus propios intereses, sus gustos, sus historias previas, sus limitaciones, sus tentaciones. Y gobiernan con eso a cuestas. Muchas veces no encuentran cómo hacer para cumplir con lo que quieren hacer, o bien deben dar algunos pasos previos para lograrlo. O se equivocan, por supuesto.
También están los que se rinden cuando no logran lo que buscan y se dejan sobornar para no intentar lo que de todos modos no lograrían. Pero no estoy hablando de ellos.
Por ejemplo, para hacer algo, primero hay que poder hacerlo; para llevar adelante cualquier proyecto a nivel nacional, hay que conseguir 128 diputados y 37 senadores que lo apoyen, hay que evitar que los grupos de presión – empresarios, sindicatos, prensa – concentren todo su esfuerzo en oponerse. Y también hay que conseguir la guita, porque casi nada es gratis en este mundo. Sin guita y sin poder, el mejor plan del mundo es sólo letras negras sobre fondo blanco.
Criticar al gobierno por no hacer lo que ellos, desde su pedestal, creen que se puede hacer el 11 o el 12 de diciembre, a más tardar el 20, no es proponer algo positivo. Es otra forma de criticar sin proponer. Y criticar desde el apartidismo, sin decir con claridad quién podría hacer lo que proponen, es una actitud muy mezquina. Si no participan activamente en política, al menos deberían decir con claridad quién y cómo podría hacer eso que critican que el gobierno no hace. A quién piensan votar.
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Dejo para lo último el asuntito ese de la corrupción, porque sé que es un punto que muchos consideran central. Hay corrupción, mucha corrupción. Hay coimas, negociados, peculados. Hay mucho, y me duele. Pero no es, no puede ser, el centro de nuestras decisiones políticas.
Primero que nada, es falso que todos los políticos sean corruptos. Me consta: mi viejo fue intendente y diputado, ni él ni muchos de los que conocí a través de él eran corruptos.
¿Qué es un corrupto? ¿Qué es la corrupción? La corrupción consiste en que un empleado, funcionario o magistrado público deje de hacer lo que está obligado a hacer – legal o moralmente obligado – a cambio de un beneficio personal. O que haga algo que le está prohibido a cambio de algo para sí mismo. No importa demasiado si ese beneficio personal es guita, una noche con Cameron Díaz o las alabanzas de los periodistas de Editorial Perfil. Lo que importa no es el material ni el monto del soborno, sino lo que hace o deja de hacer.
La historia muestra que la corrupción es un mal generalizado en la Argentina, un país que nació de Buenos Aires, una ciudad que pudo subsistir sus tres primeros siglos gracias a la corrupción. Si no hubiera habido corrupción, Buenos Aires habría desaparecido en 1620, o en 1690, o en 1760.
Siempre ha habido corrupción, y – aunque no me guste – estoy obligado a considerar que siempre la habrá. Si logramos librarnos de ella, cantaremos juntos el aleluya todos los argentinos en la Plaza de Mayo, pero sería estúpido hacer planes como si estuviéramos a la puerta de ese logro.
El poder es un ámbito propicio para la corrupción: unos cuantos tipos que cobran sueldos de cuatro o cinco cifras tienen el poder de decidir sobre negocios que muchas veces significan miles de millones de dólares. Hay que ser muy fuerte para aguantar una oferta de coima de un palo verde.
No conozco gobierno alguno que no haya tenido corrupción. Perón tuvo sus funcionarios corruptos, Néstor y Cristina también, Alfonsín y De la Rúa los tuvieron. Ni hablar de Isabel, de Menem o de Duhalde. Estoy seguro que también los tuvieron Illia y Frondizi. No es eso lo que los descalifica o los enaltece. El gobierno de Menem fue un festival de corrupción, pero no fue eso lo malo de su gobierno. El de Néstor tuvo a Jaime, De Vido, Alberto F y muchos otros, pero eso no alcanza para denostarlo.
Hay políticos que hacen gala de su honestidad porque nunca han sido corruptos, pero que en realidad nunca han tenido la oportunidad. No es un mérito no haber caído en una tentación frente a la cual uno nunca se ha visto. Si uno nunca tuvo un cargo público, o apenas ha sido un diputado más, sin capacidad real de decidir una votación, ¿para qué querría alguien coimearlo? A Lilita o a Pino, por ejemplo, ¿quién les ofreció un soborno? ¿Para qué los habrían sobornado, si jamás tuvieron un poder real de decisión? Eso no es una virtud.
Si el apoyo que estás dispuesto a brindar a un gobierno tiene como límite un acto de corrupción, te encerrás en un callejón con sólo tres salidas. Una, apoyás al gobierno hasta el primer caso de corrupción y después te pasás a otro partido. Podés también negar tenazmente los casos de corrupción. Por último, te podés alejar de toda actividad y apoyo político, sea emigrando a Noruega o dejando definitivamente de votar.
La corrupción está, y va a seguir estando. Como la inseguridad: siempre va a haber un cierto número de robos y de asesinatos. Es muy importante luchar contra la inseguridad y la corrupción, pero un robo, una mano en la lata, un caso de abuso policial, una coima, no son suficientes para que uno deje de apoyar o votar a un gobierno. Menos aún, para votarle en contra o tratar de voltearlo.
La mojada de oreja del “asuntito ese de la corrupción” fue para que leas toda mi argumentación en profundidad, aunque sea con bronca. No creo que sea un “asuntito“, es un obstáculo muy grave para la acción política: un alto grado de corrupción dificulta enormemente cualquier pretensión de gobernar y destruye el fundamento mismo de la democracia. El pueblo vota a sus candidatos no por lindos, sino para que hagan lo que los que lo votaron pretenden que haga. Si en el medio hay un tipo que pone un par de fajos de billetes y logra que el tipo haga lo contrario, la democracia no existe, ya no hay nadie que haga lo que el pueblo quiere.
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Una vez aceptadas las limitaciones de este o de cualquier gobierno, concentrémonos en lo importante: un gobernante se juzga por cómo queda el país – o la provincia, o la ciudad – después de su gobierno. Si la pobreza ha disminuido, si la producción ha aumentado, si la desigualdad es más soportable, si los hospitales y escuelas están mejor, si hay menos problemas de vivienda, si es más fácil circular por las calles y rutas, si hay menos inseguridad, entonces el gobierno fue bueno. Si se han conseguido al menos algunas de estas cosas, y no encontramos una alternativa política que pueda conseguir más de estos objetivos, puede no ser brillante pero es la mejor opción.
Yo soy oficialista crítico. No conozco a ningún oficialista que no sea crítico de algunas medidas. La única excepción son los ministros, que en público están obligados a apoyar monolíticamente a la presidenta, pero ya hemos visto cómo critican al gobierno del que han formado parte en cuanto lo abandonan. Soy oficialista porque creo que este gobierno es la mejor de las opciones existentes. Cuando aparezca una opción mejor, no tengas dudas de que voy a votar eso y no a este gobierno. Pero, mientras esa opción no aparezca, votaré a este gobierno, que es el que considero el mejor o el menos malo.
Yo hago una especie de suma algebraica: pongo en una suma todas las cosas que veo buenas, y les doy un valor relativo; y les voy restando todas las cosas que veo malas, a las que también asigno un valor relativo. Cuando me canso de pensar – una conclusión es el punto al que llegamos cuando nos cansamos de pensar – cierro la cuenta y sumo. Si la suma me da positiva, es un buen gobierno; si me da negativa, es un mal gobierno. Podría ser que me dé un resultado positivo, pero haya una opción electoral que crea que me daría un resultado aún mejor, en cuyo caso admitiré que tenemos un buen gobierno pero votaré a la mejor opción (qué iluso, ¿no?). También podría ser que el resultado sea negativo, pero las opciones sean aún peores.
Justamente, en estos años he tenido varias veces la sensación de estar eligiendo un gobierno mediocre entre opciones decididamente pésimas. Ojalá estuviera parado en otro lugar, pero si pienso en nuestra historia reciente, no me resulta poco.
Un abrazo,
Marcelo
Hola, creo que hay ciertos conceptos que erradamente sirven a tu crítica a los apolíticos.
Primera salvedad, incluso el apolítico adopta una posición política. Otra cosa es que esa posición no sea la mayoritaria y por ende parezca no tener ningún sentido político dentro del sentido electoral que prima en la política moderna.
No votar es una expresión política tan válida como votar devotamente por un candidato o una coalición cada cierto tiempo. No significa someterse a la decisión de otro sino expresar que las opciones dadas no satisfacen mi intención de voto.
Y eso no implica ceder mi derecho a cuestionar el actuar de un gobierno. De lo contrario, todas las personas que no votan deberían perder su libertad de expresión en ese sentido. Pero eso es un absurdo.
Por otro lado, te equivocas cuando dices que hay ciertos reclamos que sólo pueden hacer oficialistas. Eso es un error, porque un gobierno asume un rol en cuanto a todos los ciudadanos y no sólo en cuanto a sus electores. Un opositor puede impugnar a un gobernante el hecho de no cumplir promesas.
Por otro lado, creo que ser apolítico puede tener un profundo trasfondo en cuanto a exigir mayores controles al poder, mayor atomización del poder, descentralización, etc.
Y es que en ser apolítico, no sólo existe una clara crítica a la democracia electoral con sus faltas de control postelectoral, sino una exigencia de una institucionalidad más democrática.
Saludos desde Chile
Quiero responderte con cuidado, para no resultar insultante, no es mi intención. El apolítico puede adoptar una posición política, pero no puede lograr nada a través de esa posición política, porque no diferencia entre su postura y la del que simplemente no votó porque no le importó. Por medio del no voto, puede a lo sumo poner en duda efímeramente la legitimidad de la elección, pero eso depende de que esa no participación en las elecciones sea masiva y pueda claramente achacarse a una causa específica; ese fue el caso en la elección de 1963, en que la abstención y los votos en blanco sumaron más que el presidente Illia. En la mayor parte de los casos, el no voto no puede ser inequívocamente invocado como cuestionamiento al sistema político, sobre todo cuando las elecciones son libres. Por ejemplo, generalmente en Estados Unidos vota alrededor de la mitad de la gente, a veces menos. ¿Eso quita legitimidad a su gobierno? Para mí lo limita significativamente en el plano moral, pero ¿debilita interna o internacionalmente al gobierno o al sistema político? De ninguna manera.
No votar significa implícitamenta aceptar que vas a tener un gobierno, pero que vos no vas a hacer nada por poner uno que comparta tu ideología, que haga lo que vos quieras, o al menos que no hagas lo que vos no quieras. Salvo que no votes y salgas a hacer política por otros medios, por ejemplo golpeando la puerta de los cuarteles o uniéndote a un grupo guerrillero. Incluso si sabés que tu partido va a perder, podés aspirar a llevar un diputado a hablar en nombre tuyo en el Congreso. Podría ser que ni siquiera lleves un diputado, pero al menos tus votos se cuentan como pronunciados a favor del Partido Comunista o del Partido Neonazi (notarás que me voy a los extremos para que no personalices en vos mismo, deconozco tus ideas políticas).
Si uno quiere obligar al Estado a actuar en determinada dirección, al menos debe intentar llevar al gobierno a un grupo político que lo intente desde el interior del Estado; a un gobierno. Si uno ni siquiera lo intenta, está desdeñando la herramienta más poderosa que existe hoy en día – en cualquier país del mundo – para cambiar o mejorar la dirección de la acción del Estado. Uno puede autoconvencerse de que quiere cambiar el Estado, pero ¿cómo lo haría si no hace nada por cambiarlo desde adentro? Si uno renuncia a nombrar a su propio gobierno, ¿desde dónde criticaría? Como máximo, lo hace con la autoridad con la que critica al gobierno de un país extranjero. No digo que pierdan la libertad de expresión, digo que pierden autoridad para expresarse. Yo puedo criticar al árbitro del último River-Boca, nadie me puede quitar ese derecho, pero no tengo más autoridad que la del espectador.
Si mi candidato promete privatizar todas las empresas públicas y su principal oponente promete estatizar unas cuantas empresas privadas, y gana este último ¿cómo podría yo reclamarle que cumpla su promesa? Lo lógico, lo esperable es que reclamaré y presionaré para que no las cumpla. El que tiene la autoridad para reclamar es el oficialista: «vos prometiste eso, yo te voté, cumplime.» Eso quise decir con «hay ciertos reclamos que sólo pueden hacer los oficialistas.»
El rol que asume el gobierno es el de buscar el Bien Común, pero ¿quién juzga qué es el bien común y qué no forma parte de él? ¿Acaso hay alguien que pueda juzgar eso con autoridad suficiente? Dios, claro, si uno cree en él, pero tiene el pequeño problema de que no habla todos los días por cadena nacional, de modo que terminaríamos dándole el poder de decidir lo que Dios opina a sus intérpretes, sean los obispos o los ayatollahs. ¿Alguien más, más cercano, más fácil de interpretar en forma directa? Sí: los que lo llevaron al gobierno. Es decir, el gobierno debe buscar lo que los que lo votaron creen que es el camino hacia el Bien Común. No hay autoridad superior a la del electorado. Y cuando rige la regla de la mayoría (no es perfecta, pero me parece mejor que las opciones, sobre todo porque las mayorías casi nunca son permanentes, y obligan a llegar a largo plazo a acuerdos para estabilizar políticas), la autoridad que define qué es el Bien Común es la mayoría.
Ser apolítico puede tener un profundo trasfondo, pero hoy en día no hay forma de llegar a lograr ninguna de esas exigencias si no es por medio de la política. Para avanzar en el control del poder del Estado (otro días hablamos del poder que no es estatal), para avanzar en lo que llamás atomización del poder (dicho así suena espantoso, anárquico, decí federalismo, no sé), para disminuir o aumentar el poder del Estado, para disminuir o aumentar la supremacía del poder central sobre las administraciones locales, hay que sancionar leyes y hay que controlar desde adentro. Hay que ser gobierno u oposición. Podés intentar presionar desde fuera de los partidos, por medio de fundaciones o corrientes de pensamiento, pero el objetivo no puede ser otro que influir sobre los políticos que tengan o puedan tener capacidad de decisión dentro del Estado.
Yo estoy enteramente de acuerdo en que hay que tener alguna forma de control poselectoral, evitando las técnicas de deposición de legisladores, mucho más fácilmente utilizables por las mayorías contra las minorías que al revés, y también muy manipulables por los medios hegemónicos (un par de meses demonizando a un diputado alcanzaría para sacárselo del medio). Mucho más aún, quisiera que se formulara algún sistema de consultas periódicas al pueblo. Pero, sin excepciones, las preguntas serán formuladas por los poderes del gobierno, por el Ejecutivo o por el Legislativo, o por parte de él (prefiero esto último). En cualquier caso, cualquier cambio debe pasar por el Congreso, aún cuando no se origine en él.
Última, vuelvo al principio: vos decís que «ser apolítico puede tener un profundo trasfondo». Ese es el problema, que puede tenerlo, no lo tiene necesariamente y nadie está obligado a interpretar que lo tiene.
Bueno, no lograste convencerme, pero tu aporte a la discusión me resulta muy saludable. A mí, al menos, me ayuda a clarificar mis propias ideas, incorporando tal vez alguna de las tuyas, aunque no la principal.
Saludos,
Marcelo
Hola, mi réplica quizás suene dura, pero debo aclararte ciertos conceptos que te llevan a error.
1) En primer lugar, ligas erradamente la acción política con el acto de elegir gobierno. Y eso te lleva a creer que el apolítico “no puede lograr nada a través de esa posición política”.
Pero creer eso es un error, porque el apolítico puede difundir ideas, propuestas que escapan a lo que proponen los actores hegemónicos del campo político electoral y estatal. Puede actuar en la sociedad civil y no necesariamente desde dentro del Estado.
Un ejemplo, Luther King y la reivindicación de los derechos civiles, quien mediante resistencia pacífica y desde fuera del Estado, logró colocar sus demandas al centro del debate político. No lo hizo a través de los medios electorales sino a través de otras formas de acción política pacífica.
Por eso, es profundamente errado cuando dices “No votar significa implícitamente aceptar que vas a tener un gobierno, pero que vos no vas a hacer nada por poner uno que comparta tu ideología, que haga lo que vos quieras, o al menos que no hagas lo que vos no quieras” o cuando preguntas “¿cómo lo haría si no hace nada por cambiarlo desde adentro?”.
Y más errado porque asumes que si no es por la vía electoral, hacer política por otros medios implica “golpear la puerta de los cuarteles o unirte a un grupo guerrillero”.
Por eso, es errado decir que “Si uno quiere obligar al Estado a actuar en determinada dirección, al menos debe intentar llevar al gobierno a un grupo político que lo intente desde el interior del Estado”.
Eso no sólo es presumir –erradamente- que un gobierno siempre actúa acorde al interés de sus votantes, sino que es obviar que el gobierno tiene restricciones en cuanto a su actuar, aunque la mayoría pida algo, porque la sociedad es distinta al gobierno y el gobierno es distinto al Estado.
Por tanto, yo puedo criticar a un gobierno, aunque no lo elija porque soy ciudadano de ese Estado y miembro de una sociedad. Contrario a lo que dices, no pierdo autoridad en cuanto a expresarme, puedo apoyar u oponerme al actuar del gobierno.
Por eso, es errado cuando dices: “El que tiene la autoridad para reclamar es el oficialista” ¿Acaso el resto deja de ser ciudadano? ¿Por qué no tengo derecho a reclamar si el Estado igual me cobra impuestos?
2) En segundo lugar, ligas erradamente democracia con mayorías. Y ese es un riesgo de dictadura de mayorías. ¿Por qué?
Porque las mayorías pueden creer que x cosa es el bien común –una cuestión abstracta- y permitir que el gobierno pase a llevar derechos básicos, excediendo sus facultades. Insisto, el gobierno tiene límites.
Es errado cuando dices “No hay autoridad superior a la del electorado” no porque la democracia no sea el mejor sistema, sino porque el electorado también es falible. La mayoría también puede derivar en dictadura, y entonces, debe haber contrapesos institucionales.
Ligas erradamente política con gobierno y elecciones, y limitas la política a esos espacios cuando dices: “Ser apolítico puede tener un profundo trasfondo, pero hoy en día no hay forma de llegar a lograr ninguna de esas exigencias si no es por medio de la política”. Y ese es el problema que aqueja a nuestras democracias, que quienes hegemonizan el campo político, no dejan espacio a los ciudadanos, que son la base de la política misma.
Saludos
el texto esta escrito con sinceridad y sentido comun.Claro que afirmar que la corrupcion es algo comun no convence a nadie,pero como no tenemos escuelas de formacion de funcionarios y vivimoe inmersos en un sistema monetario,con ambiciones y competencias permanentes,el resultado es muchas veces indeseable.
La»apolitidad»es como el escepticismo:se contradice.Si decimos:no existe la verdad pretendemos decir una y si nos apartamos de la politica adoptamos la mas totalitaria:la entrega de nuestra libertad.Y esto se hace por comodidad,o por miedo.El no querer saber(muy comun en los 70)es una forma de negacion que implica una personalidad cercenada.
Gracias por el comentario.
Hay un punto que me llama la atención, y es el de las escuelas de funcionarios. Si definís como funcionario a cualquier empleado público, estoy de acuerdo en que deberían haber instituciones dedicadas a educar empleados públicos.
Pero en mi lenguaje (demasiado necesitado de precisión en los términos, tal vez) funcionario es el empleado público con alguna responsabilidad, que accede a su cargo con el magistrado que lo nombra y se va con él (por magistrado entiendo al funcionario elegido, de duración limitada). En ese sentido, creo que una escuela de funcionarios sería inevitablemente una escuela que pretendería prolongar la hegemonía, siempre pasajera, de uno u otro partido. LO que harían falta serían dos escuelas (una ) formadas por los partidos políticos. Una peronista y otra radical (a los PRO y similares los dejo afuera por incapaces de formar un partido estable en el tiempo). Y esto, porque creo que la principal virtud que debemos buscar en un funcionario es la lealtad a la dirección de los magistrados electos, y a través de ellos al electorado. Recién en un segundo término aparece la idoneidad profesional, porque un funcionario muy preparado pero que no hace lo que el pueblo quiere – o lo que el magistrado electo (que propuso su programa de gobierno al electorado) interpreta que el pueblo quiere – es tan peligroso como un corrupto. Redrado, por dar sólo un ejemplo, hizo lo mismo que un corrupto, creo que sin recibir nada a cambio.
Marcelo
PD: demasiados paréntesis, ya sé, perdón.
Fe de erratas: (no una) por (una)
La escuela de funcionarios debería tener como asignatura una «etiqueta de la cometa». Una cosa es cobrar un 5% y repartirlo con los militantes, y otra un 20% y llevárselo afuera sin repartir con nadie.
Muy útil tu aporte, Mariano.
Marcelo
por mi parte,me referia al empleado publico en general o mas bien,ampliando aun mas el campo,deseo escuelas de formacion politica,y aunque reconozco la dificultad en ser objetivos,no las separaria segun los partidos politicos;mas bien dejaria las tendencias para las catedras y los docentes que actuaran.
OK, buena idea. Como estudié en una facultad sin libertad de cátedra, ni había pensado en eso. Adhiero, siempre y cuando la libertad de cátedra esté asegurada.
M
Creo que tu primer error -dicho con todo respeto- es igualar a la democracia con el voto.
La democracia es un sistema de vida más que un sistema electoral. A tal punto que votar es lo menos importante. Y de hecho, en el común de los casos, los políticos se parecen bastantes unos a otros. No hay grandes diferencias. Es antes las grandes crisis que un sistema político se prueba a si mismo; solo también con ellas es que se necesitan grandes líderes… y a veces los electos no están a la altura y ahí cruje el sistema.
¿Por qué un sistema de vida? Porque es justamente eso que te parece menor -y que reservas a los votantes- lo más importante: vivir la política, expresar tu opinión, participar en organizaciones intermedias (partidos, clubes, bibliotecas populares, iglesias) y ejercer día a día el voto.
El segundo error es juzgar a un político por sus resultados y no por los medios que elige para los resultados. Si así fuera, Pinochet fue un gran presidente porque creo empleo, dejó mejor la ciudad y todas las cosas que señalas como parámetros objetivos. Esta chicana que te hago es para llevar tu postura al absurdo, dado que con cualquier criterio objetivo que sigas un muchacho como Pinochet -que aniquiló a su pueblo- fue un fracaso.
Los medios son tan importantes como los fines. El limite de la democracia es lo posible, salirte de ese limite a veces puede ser bueno pero a la larga es malo. Que Cris lo haga ya es un precedente para que Mauri también lo haga en el 2015 (tiro fechas y nombres, no importan).
Del resto no tengo objeciones. De hecho la tragedia de las democracias es que generan mediocres… y esa también es su ventaja. En una democracia es raro que te salga un Antonino Pio pero más raro que te salga un Hitler.
Ahá, ¿ahora qué contesto? Me obligan a pensar cada vez más profundo, carajo.
Uno: no confundo democracia con voto, apenas si simplifico un poco. No considero que «vivir la política» sea menor. Lo considero un sine qua non, sin votos no hay forma de llegar a conseguir algo… legítimamente. Sí se puede lograr por medio de grupos de presión, lobbys, medios hegemónicos, golpes de estado. La vida política, como bien la llamás vos, es la forma de proponer algo, formar grupos políticos con aspiraciones legítimas, llegar a que esos votos signifiquen algo, que se logre algo. Defender la autoridad del Estado, es decir, la del gobierno, es decir, la de mis representantes. Controlar que los elegidos cumplan sus promesas, apoyarlos si las superan. Pero todo eso necesita la acción de elegir. Sin elecciones, sin formar mayorías, toda esa acción es hacer lobby. Es hacer prevalecer lo que yo pienso que está bien sobre la voluntad popular (qué palabras gandilocuentes!).
Dos: juzgo a los políticos única y exclusivamente por sus resultados. Me obligo, eso sí, a juzgar con absoluto cuidado por conservar la escala de valores. Matar a un tipo está mal, muy mal. Matar a cien es con toda seguridad completamente descalificante; matar a tres mil es peor que cualquier cosa que haya hecho Pinochet. Cualquier cosa. Ningún número positivo, al que se le reste la muerte de 3.000 chilenos da un resultado positivo. Para peor, aún si no hubiera habido 3.000 muertos, el antecedente de derrocar a un gobierno porque no hace lo que una parte de la población que no era mayoría quiere que haga es muy, pero muy negativo. Por eso hablé de suma algebraica, no de sumas y restas.
No, los medios no son tan importantes como los fines. Lo único que importa son los resultados… TODOS los resultados. No alcanza crecer, si no hay distribución, si no hay mejoras en el empleo total y del empleo en blanco, si no hay mejoras en la salud y la educación. Y también sumo los valores intangibles, tanto en los hechos como en forma de antecedentes: los derechos humanos (del pasado, que ejemplifica para el futuro, y de hoy), la lucha contra factores de poder extragubernamentales que condicionan la democracia. Resto los excesos, como las presiones sobre organismos de control, el exceso de vetos y de DNUs, etc. Mientras la suma me dé positiva, consideraré que es un buen gobierno, cuando me dé negativa… es probable que lo considere el menos malo (aunque podría ocurrir que encuentre otro menos malo aún, en cuyo caso puede contar con mi voto).
Justamente considero que en esto no se ha pasado de la raya de lo admisible, ni siquiera como antecedente. Por ejemplo, el hecho de que hayan nombrado una Suprema Corte que no tiene nada de adicta es un antecedente muy bueno.
Nota de la R: no discutiré en este post sobre las afirmaciones que hice sobre el presente gobierno, no comprometa al personal. Perdón por haber personalizado, es consecuencia de que para mí las 23:00 es tardísimo. Buenas noches.
M
Con un poco menos de sueño, pero también de tiempo, aclaro un punto: un antecedente ES un resultado. Los efectos colaterales, que no tienen directamente relación con el resultado buscado, también son resultados. Si uno hace la suma sólo con lo que quiere sumar está haciendo trampa, no es esa la idea. Sólo bajo esas condiciones, lo único que cuenta son los resultados.
Hay una analogía que me resulta simpática. Mentir está mal, pero «La lista de Schindler» no cuenta la historia de un tipo que mentía, así que era una porquería. Para Schindler la suma da positivo, porque mentía (negativo, no demasiado grande) pero salvaba vidas (positivo, muy, muy grande).
M
Gaucho! Empezás invitando a la participación política -inicialmente, el tema pareció interesante- y terminás criticando lo anti K y justificando el sistema de acumulación actual. ¿Cuál sería tu conclusión, para un K no hay nada mejor q otro K? Apostemos a la pluralidad de ideas! Otra duda: desde cuándo el kirchnerismo blanquea que no está del lado de los trabajadores ni de la prensa?? Saludos!
Perdón por saltearme tu comentario. Puse más arriba: «no discutiré en este post sobre las afirmaciones que hice sobre el presente gobierno, no comprometa al personal.» Pues bien, el personal resiste en su barricada y no contesta sobre el contenido de política actual que mencionó sólo como ejemplo. Ya está grande, el personal, para esas pavadas.
Marcelo
Hola, mi réplica quizás suene dura, pero debo aclararte ciertos conceptos que te llevan a error. 1) En primer lugar, ligas erradamente la acción política con el acto de elegir gobierno. Y eso te lleva a creer que el apolítico “no puede lograr nada a través de esa posición política”. Pero creer eso es un error, porque el apolítico puede difundir ideas, propuestas que escapan a lo que proponen los actores hegemónicos del campo político electoral y estatal. Puede actuar en la sociedad civil y no necesariamente desde dentro del Estado.Un ejemplo, Luther King y la reivindicación de los derechos civiles, quien mediante resistencia pacífica y desde fuera del Estado, logró colocar sus demandas al centro del debate político. No lo hizo a través de los medios electorales sino a través de otras formas de acción política pacífica. Por eso, es profundamente errado cuando dices “No votar significa implícitamente aceptar que vas a tener un gobierno, pero que vos no vas a hacer nada por poner uno que comparta tu ideología, que haga lo que vos quieras, o al menos que no hagas lo que vos no quieras” o cuando preguntas “¿cómo lo haría si no hace nada por cambiarlo desde adentro?”.Y más errado porque asumes que si no es por la vía electoral, hacer política por otros medios implica “golpear la puerta de los cuarteles o unirte a un grupo guerrillero”. Por eso, es errado decir que “Si uno quiere obligar al Estado a actuar en determinada dirección, al menos debe intentar llevar al gobierno a un grupo político que lo intente desde el interior del Estado”. Eso no sólo es presumir –erradamente- que un gobierno siempre actúa acorde al interés de sus votantes, sino que es obviar que el gobierno tiene restricciones en cuanto a su actuar, aunque la mayoría pida algo, porque la sociedad es distinta al gobierno y el gobierno es distinto al Estado. Por tanto, yo puedo criticar a un gobierno, aunque no lo elija porque soy ciudadano de ese Estado y miembro de una sociedad. Contrario a lo que dices, no pierdo autoridad en cuanto a expresarme, puedo apoyar u oponerme al actuar del gobierno. Por eso, es errado cuando dices: “El que tiene la autoridad para reclamar es el oficialista” ¿Acaso el resto deja de ser ciudadano? ¿Por qué no tengo derecho a reclamar si el Estado igual me cobra impuestos?2) En segundo lugar, ligas erradamente democracia con mayorías. Y ese es un riesgo de dictadura de mayorías. ¿Por qué?Porque las mayorías pueden creer que x cosa es el bien común –una cuestión abstracta- y permitir que el gobierno pase a llevar derechos básicos, excediendo sus facultades. Insisto, el gobierno tiene límites. Es errado cuando dices “No hay autoridad superior a la del electorado” no porque la democracia no sea el mejor sistema, sino porque el electorado también es falible. La mayoría también puede derivar en dictadura, y entonces, debe haber contrapesos institucionales. Ligas erradamente política con gobierno y elecciones, y limitas la política a esos espacios cuando dices: “Ser apolítico puede tener un profundo trasfondo, pero hoy en día no hay forma de llegar a lograr ninguna de esas exigencias si no es por medio de la política”. Y ese es el problema que aqueja a nuestras democracias, que quienes hegemonizan el campo político, no dejan espacio a los ciudadanos, que son la base de la política misma.
Saludos
Me gusta tu punto de vista. No lo comparto completamente, y te voy a explicar por qué.
En primer lugar, rechazás mi punto de vista sobre el apoliticismo, pero lo que me ponés enfrente no es lo que yo llamo apoliticismo, sino apartidismo. Martin Luther King era un político, vaya si lo era. Actuar en la sociedad civil, actuando sobre las decisiones políticas, es hacer política. No partidaria, no actuando desde dentro del «sistema», pero es política.
En segundo lugar, es bastante convincente el argumento de que los activistas por derechos civiles no sean políticos electorales. El problema es con tu ejemplo, ya que justamente una de las demandas más fuertes de King era la igualdad ante el voto. Esperaba poder llegar a obtener resultados más significativos cuando los negros tuvieran la posibilidad de votar: en un sistema bipartidista, un 13% de lo votos totales puede volcar cualquier elección, y King lo sabía. La posibilidad de votar los haría visibles por primera vez; por primera vez los gobiernos estarían obligados a tenerlos en cuenta.
Tercero: no afirmé que si si no es por la vía electoral, hacer política por otros medios implica golpear la puerta de los cuarteles o unirte a un grupo guerrillero. Los puse como ejemplos de hacer política por medios espurios. No son las únicas posibilidades, te mencioné también el lobby en favor de grupos de presión. Uno de los puntos más conflictivos de tu argumentación tanto como de la mía es delimitar con alguna precisión cuándo se hace activismo y cuándo se está haciendo lobby; cuándo se está representando a sectores que reclamar derechos postergados y cuándo se representa a grupos de presión que aspiran a privilegios.
Cuarto: no asumo que un gobierno siempre actúa acorde al interés de sus votantes. Debería hacerlo, estoy teorizando un poco. Y no digo tampoco que puedas criticar, ya expliqué ese punto. Lo que no podés es reclamar por el supuesto incumplimiento de una promesa que no te pareció importante o no apoyaste. Yo podría estar reclamando ahora mismo a mi gobierno que cuando prometió «inclusión social» yo interpreto que prometió bajar los impuestos a las ganancias. Sólo quien votó al gobierno tiene derecho a decir: «yo no lo voté para esto, me prometieron otra cosa y para eso es que los voté.» Podés oponerte al actuar de cualquier gobierno, lo hayas votado o no. Lo que no podés es reclamar que esa actuación es ilegítima por incumplimiento de promesas electorales. A eso me refiero. Conservás tu derecho a reclamar tus derechos de ciudadano, pero no tenés derecho a reclamar el cumplimiento de las promesas de los candidatos.
Quinto: las democracias son un sistema que se basa en la voluntad popular y en la alternancia en el poder. Cuando haya voluntades de distintas partes de la población y estas se puedan conciliar, lo más deseable es que se negocie entre las partes (entre los representantes de las partes en el gobierno) hasta llegar a algo que no disguste completamente a ninguna de las partes. Cuando la antinomia sea completa, en cambio, la última palabra la debe tener siempre la mayoría. Hemos tenido en nuestro país la repudiable experiencia de que, con la excusa de que un partido se había de su mayoría para no respetar los derechos de las minorías, se decidió no respetar los derechos de la mayoría. En nombre de la minoría supuestamente humillada, se humillaba a la mayoría.
Sexto: la tiranía de la mayoría no existe en los sistemas democráticos. Sí existen formas atenuadas de la misma, excesos de presión sobre las minorías políticas. Pero no tiranías, en el sentido de abuso permanente y con imposibilidad de reversión. La democracia tiene – entre otras ventajas – la virtud de que ningún grupo puede gobernar sin oposición para siempre. En cuanto la oposición que uno se ha acostumbrado a identificar es anonadada, aparece siempre alguna otra forma de oposición. En general, aparecen simultáneamente al menos dos oposiciones, una desde fuera del sistema hegemónico, y otra desde dentro mismo del régimen. Ha pasado centenares de veces. La única forma de extremar la hegemonía es hacer desaparecer las formas más elementales de la democracia, empezando por (o al menos incluyendo) la libertad de sufragio. Entonces ya no estamos ante la tiranía de la mayoría, sino ante una tiranía formada desde la mayoría; un caso de eso fue el nazismo. Y aún así, todos los sistemas políticos que carecen de oposición, incluso las tiranías más absolutas, tarde o temprano generan su propia oposición desde adentro; incluso el nazismo la generó. Pueden aplastar una, dos, cinco oposiciones que vayan surgiendo sucesivamente, pero nunca logran aplastar a todas por siempre. No pudo hacerlo Rosas, no pudo Perón, no pudo el sistema conservador chileno del siglo XIX, no hubiera podido tampoco Hitler, aún ganando la guerra.
Séptimo, y terminando este tratado general de democracia: creo firmemente en los contrapesos institucionales. No creo en los contrapesos que no tienen a su vez contrapesos. Un poder absoluto, con o sin capacidad de iniciativa, es mucho más falible, más tendiente al abuso que la mayoría. En eso resultaron muy sabias las Leyes de Indias del imperio español, que adrede no delimitaban estrictamente las competencias de los funcionarios, y esperaban obtener eficiencia y honestidad de la mutua vigilancia de una maraña de cargos públicos. No resultaron demasiado eficientes, pero posiblemente sin ese sistema lo hubieran sido mucho menos aún.
Saludos, y gracias por prestarte a este cambio de ideas.
Marcelo
Estimado Marcelo:
1) El apoliticismo como tal no existe. Porque incluso tu amigo apolítico tiene una posición política, porque tiene intereses, de lo contrario debería ser un ermitaño. Puede ser un freerider. A eso apuntaba cuando decía que es errado ligar la política con lo partidario y electoral y por eso coloque de ejemplo a Luther King. Los partidos y las elecciones, son razones necesarias pero no suficientes para hablar de Política.
Luther King, que era un gran político. Y si te fijas, ahora dices “Actuar en la sociedad civil, actuando sobre las decisiones políticas, es hacer política. No partidaria, no actuando desde dentro del “sistema”, pero es política”.
Eso contradice esta otra idea tuya “Si uno quiere obligar al Estado a actuar en determinada dirección, al menos debe intentar llevar al gobierno a un grupo político que lo intente desde el interior del Estado” o esta “Uno puede autoconvencerse de que quiere cambiar el Estado, pero ¿cómo lo haría si no hace nada por cambiarlo desde adentro?”.
En cuanto al carácter de los activistas por derechos civiles y sus demandas, no hay nada contradictorio, puesto que ellos actúan políticamente, sin depender de partidos, desde fuera del Estado, no sólo para obtener igualdad ante el voto, sino derechos políticos iguales. Es decir, para obligar al Estado a actuar de otra forma. Lo que buscan es cambiar la isonomia política a la que estaba sometida la población de color.
En ningún caso Luther King quería llegar al poder gubernamental. Sólo quería que los derechos políticos y civiles de su gente valieran lo mismo que los de los blancos. No esperaba hacerlo por vía electoral y eso quedó demostrado.
2) ¿Por qué no puedo impugnar a un gobierno la falta de cumplimiento de promesas?
Con esos matas cualquier lógica de oposición y ética, porque la promesa es el anzuelo que permite a uno u otro ganar la contienda electoral. Y qué importante es ver si se cumplen las promesas una vez electo, porque permite determinar si en el fondo, el ganador se embaucó a los electores.
Por eso es errado cuando dices: “Sólo quien votó al gobierno tiene derecho” a reclamar al gobierno sus promesas.
Tengo absoluto derecho, haya votado o no por un gobierno, a cuestionar su falta de cumplimiento, porque en el fondo puede decir, usted engaño a los electores.
3) Creo que debes distinguir entre Estado y gobierno. No son lo mismo.
La democracia permite transferir el poder político –ejecutivo y legislativo (sería ideal el judicial) de forma pacífica mediante el sufragio (esa entelequia de “la voluntad popular”).
Las distintas voluntades establecen acuerdos a través de sus representantes en el Congreso –eso sería el ideal-. El ejecutivo, que en realidad sólo elige al Presidente, no necesariamente representa a una pluralidad de voluntades. Ergo, es más importante el Parlamento. En lo personal, el sistema presidencialista en Latinoamérica ha sido nefasto para las democracias.
Para evitar abusos, se deben establecer mecanismos institucionales que resguarden los derechos de todos.
4) La tiranía de la mayoría es un riesgo que las democracias siempre tienen. La idea no es llegar a ella. La “mayoría” se puede volver un poder absoluto en contra de los individuos.
Para eso debe haber contrapesos, menor concentración del poder, alta competencia electoral y sobre todo una sociedad democrática, una sociedad abierta.
Saludos
Bien argumentado. Distintos puntos de vista sobre el mismo tema, más coincidencias que lo que parece, porque vos y yo tenemos tendencia a remarcar las diferencias. Exactamente lo que buscaba; aún cuando las coincidencias no sean absolutas.
1-Quiero remarcar algo que todavía no me has convencido: mientras uno no forme parte de una minoría excluida y oprimida, la principal vía de acción política es la electoral. Estaba pensando que uno puede hacer lobby por los indígenas qom o wichíes y estará bien visto; pero es un lobby. Podrá hacer lobby en favor de los colectiveros y los cultivadores de remolacha azucarera; estará visto como un influencia más o menos legítima, pero es un lobby. Y puede hacer lobby en favor de los privilegios de las empresas monopólicas; generalmente estará mal visto, pero no es más lobby que el que se hace por los wichis.
2-La oposición (no institucional, es decir, todos los que no votaron a ese gobierno) puede remarcar que el gobierno no cumplió sus promesas, pero sólo para desgastar al mismo (para las próximas elecciones). También puede reclamarle cosas que en general se supone que un gobierno debe hacer, aunque no lo haya prometido. Y puede remarcar que si hubiera hecho lo que prometió no hacer estaríamos mejor. Pero el reclamo de que «vos me debés a mí esto que me prometiste» sólo se puede hacer desde el lugar del que creyó en esa promesa.
Menem prometió el salariazo y la revolución productiva; bajó mucho los salarios reales y destruyó la industria argentina. Los que no lo votaron pueden decir: «jódanse ustedes que lo votaron», «mirá lo que votaron, nos está haciendo bosta a todos», «los peronistas siempre fueron iguales» y cualquier otra cosa relacionada. Los que votaron en contra pueden decir «si nos hubieran votado a nosotros estaríamos mejor». Pero ¿qué pueden reclamarle respecto a esas promesas los que no lo votaron? Tardo unos dos segundos en decirles: «si tan seguro estás de lo que está mal, si siempre lo supiste, ¿por qué no le votaste en contra?»
3-Distingo claramente entre sociedad, estado, gobierno y gobernante. Pego algunos saltos dialécticos entre ellos, culpa de cierto apresuramiento que resulta en imprecisión en el texto escrito, no en lo que pienso.
No estoy tan seguro de que el presidencialismo haya sido tan nefasto como creés, el parlamentarismo tiene sus lacras también. Entre ellas, la indeterminación de la relación elector-elegido ha llevado al poder a grupos de diputados que se representan más a sí mismos que a sus representados. Ciertos intentos por reforzar esa relación, como las elecciones uninominales para cuerpos colegiados, tienden a exacerbar diferencias entre territorios, a eliminar la representación de las minorías tanto locales como nacionales, y a formar elites de personajes que creen deber su elección más al propio mérito que a formar parte de una estructura política o a una corriente de pensamiento. Una cámara de diputados formado por tipos que se creen estrellas y se niegan a ponerse de acuerdo con los otros.
4-Insisto, mientras la continuidad de la democracia esté asegurada, no hay peligro para los individuos a largo plazo. Sí puede haberlo para las minorías étnicas, por ejemplo. En cambio, existe peligro para los derechos individuales cuando una mayoría episódica se perpetúa en una tiranía que ejerce su poder en nombre de una mayoría que «no necesita demostración». Pero eso ya está fuera de la democracia.
Creo firmemente en los contrapesos, el federalismo, la alta competencia electoral y la educación para una sociedad democrática que más abajo pide Isabel. Pero también creo que no toda desconcentración del poder es ventajosa, que un contrapeso que a su vez no esté controlado puede ser una importante traba a la voluntad popular y a la justicia. Y que muchas veces quienes deben educar para la democracia creen que el poder de los demás debe ser democratizado, pero no el propio; o que las relaciones que por su naturaleza son asimétricas pueden llegar a ser no un poco más, sino completamente igualitarias (por ejemplo, entre los maestros y sus alumnos, o entre los padres y sus hijos, o entre Estado y un grupo particular de contribuyentes).
No comparto todo lo que decís, pero me gusta tu forma de buscarle la vuelta al pensamiento político. Voy a visitar tu blog, quizá encuentre más material para seguir pensando. Saludos,
Marcelo
Acabo de leer tu post «Sorteo para senadores y diputados» y me llamó la atención que coincidimos en una idea loca que tuve hace un tiempo. No para diputados y senadores, sino para el Consejo de la Magistratura, que en mi opinión debería ser un órgano de control no sólo de los magistrados judiciales, sino también de los ejecutivos y legislativos.
Marcelo
PORQUE LA DEMOCRACIA NO ES SOLO UN SISTEMA POLITICO SINO UNA FORMA DE VIDA ES QUE SE NECESITA LA EDUCACION POLITICA DE TODOS.
1) Creo que debemos definir bien qué entendemos por lobby y qué por activismo o acción política en contraposición al poder. Y podemos partir diciendo que el lobby se ejerce en las altas esferas de la toma de decisiones y donde se producen transacciones de bienes políticos o económicos entre ciertos agentes.
A partir de eso, no es comparable lo que hace un abogado, defendiendo derechos indígenas a través de tribunales o en una manifestación (activismo), con lo que hace un alto ejecutivo de una corporación que invita a comer a un senador a su casa, o le financia la campaña electoral (lobby).
En eso entramos en una entramado complejo de lo que llamamos las redes o camarillas de poder, que no son sólo gubernamentales, sino empresariales, religiosas, militares y artísticas. Entramos en la teoría de las élites y ahí es fácil distinguir el lobby del activismo.
Un miembro de la élite empresarial o religiosa no necesita pasar por varias secretarias –mostrando su id- para obtener un reunión con un político; no dudo que en el caso de un ciudadano común eso es más difícil por no decir imposible.
(http://sujetoysociedad.blogspot.com/2010/10/estado-corporaciones-nepotismo-versus.html)
2) Tu apreciación en cuanto qué puede o no puede criticar quien no voto por un gobierno electo, es sumamente subjetiva. Sobre todo, porque la intención de voto del votante medio es sumamente voluble y la preferencia temporal de las personas cambia constantemente.
Sea cual sea el caso, nada impide que aunque no haya votado por X gobierno, puede criticarlo por no cumplir cierta promesa, o criticarlo por cualquier flanco. Puedo decir, “ven, por eso no voté por éstos, sabía que no cumplirían…”
3) A nivel latinoamericano, el presidencialismo ha hecho engorroso para los ciudadanos, resolver de manera pacífica y sin alto costo, crisis institucionales complejas. Lo sabemos en todo el continente.
-En el régimen presidencial, es mucho más difícil llevar a cabo las políticas de gobierno, porque existe la posibilidad de no contar con mayoría en el Congreso y por lo tanto tener una oposición que impida cualquier proyecto. -En el régimen parlamentario, por el contrario, se necesita tener mayoría en el parlamento para que el representante de la coalición asuma como primer ministro y como jefe de Gobierno .
Por otro lado, en cuanto al problema agente-principal (“la indeterminación de la relación elector-elegido ha llevado al poder a grupos de diputados que se representan más a sí mismos que a sus representados”) es algo que sucede en cualquier sistema de representación.
Eso se soluciona aumentando la competencia política, o lisa y llanamente sorteando escaños entre los ciudadanos.
4) Ninguna concentración de poder es ventajosa. Ninguna. Le hayan colocado el nombre que sea sus detentadores.
Y ojo, no confundas la autoridad del maestro, el médico o el mecánico, con la autoridad del líder político.
Saludos
1-Estoy de acuerdo. No obstante, existe una enorme cantidad de puntos intermedios entre el lobbysta profesional, conectado con los senadores y el ciudadano de a pie. Hay activistas políticos de todos los niveles intermedios, que pueden acceder más o menos aceitadamente a ciertos diputados y no a otros, que «se comen una amansadora» de tres horas pero finalmente son recibidos, o que joden tanto al secretario del Sr. diputado que éste finalmente accede a recibirlos. En suma, la facilidad o no de acceso no marca una diferencia sustancial. Y la justicia o no del reclamo no es tajantemente definible en todos los casos. En cualquier caso, la presión que no viene del voto es presión de algún tipo, y la posibilidad o no de ceder al reclamo está alejada de la fuente del poder electoral del elegido.
Dejo de lado el casos de una corporación que invita a comer a un senador a su casa, o le financia la campaña electoral porque eso es simplemente corrupción. Aunque no haya plata de por medio, dar algo a cambio de que el sr representante no represente a quienes debe representar es corrupción.
2-De acuerdo, es subjetiva. Por el momento, me parece que hay una forma de reclamo que es imposible o ilegítima si no viene de quien debe venir. Quise evitar el ejemplo todo lo que pude, pero tengo que ponértelo: el vicepresidente Cobos traicionó a su electorado dos veces, en los años 2008 y 2010, cuando votó en contra del gobierno y de la mayor parte de la gente que lo había llevado a ese cargo. El epíteto de traidor no puede venir de otros que no sean sus electores, son ellos (somos nosotros) quienes tenemos derecho a acusarlo de traicionarnos. Dejo la cosa ahí, porque ya va a venir Mariano T a chicanearme al respecto. Sobre la última frase de ese, estoy de acuerdo y ya lo había dicho, pero eso no es un reclamo del mismo tipo del que reclama que cumpla con sus promesas.
3-Sinceramente no veo la ventaja de un sistema parlamentario, y menos aún cuando éste tiende a tener demasiados partidos y llevar a sus primeros ministros por medio de alianzas transitorias. La alianza dura hasta el primer roce entre la primera minoría y sus aliados, y en ese momento se rompe. El parlamentarismo tiene sus ventajas, pero ésa no es una de ellas.
Sobre el aumento de la competencia política estoy de acuerdo en principio, aunque no estoy del todo seguro a qué te referís. Sortear escaños entre los ciudadanos no asegura la representatividad, de hecho cada diputado no será representante, sino un resultado aleatorio, y como tal no actuará en representación de otro, sino en representación de sus propias ideas. No hay por qué pensar que la combinación de las ideas de 100 tipos sorteados va a ser más representativas de la voluntad popular (o de las relaciones entre las distintas voluntades existentes en la población) que la combinación entre las ideas de 100 tipos que fueron elegidos en virtud de esa representatividad; que pueden seguirla o no, tal como también ocurriría en caso de sorteos. De todos modos, es una idea que merece ser repensada.
4-Los argentinos vivimos en un país federal, y podemos ver todos los días las desventajas de las centralizaciones y también las de las descentralizaciones. Tal vez por idiosincracia nacional estamos menos habituados a descubrir ventajas de los sistemas en que estamos inmersos. Pero vuelvo al punto: la capacidad de negociación del gobierno central frente a los abusos de una multinacional que maneja un presupuesto cientos de veces más alto que el de cualquier provincia es una ventaja del poder central. Lo mismo ocurre cuando el Estado nacional negocia el precio, por ejemplo, de mil millones de ladrillos, comparado con la posibilidad de negociación que tiene una municipalidad pequeña, que sólo necesita cien mil.
Del otro lado, los ingeniosos planes de modernización del sistema sanitario pregreñados en una oficina en Buenos Aires suelen chocar con las distintas realidades a que se deberán enfrentar en el interior del país, especialmente en aquellas zonas que no son tenidas particularmente en cuenta. Por ejemplo, nuestro gobierno se enorgullece de haber puesto en marcha la Asignación Universal por Hijo, que es una buena herramienta para asegurar un ingreso mínimo a todas las familias con hijos del país. Quienes la pusieron en marcha, sin embargo, chocaron con el hecho de que existen varias decenas de miles de personas desperdigadas por los rincones más inaccesibles, que jamás en su vida han visto un banco, o cuyos abuelos, padres e hijos nunca han tenido un documento de identidad. Y que son justamente esas personas las que más necesitarían ese ingreso.
Por eso no afirmaría tan tajantemente que ninguna concentración del poder es ventajosa. Claro, puede ser que vos estés hablando de distintas cosas cuando hablamos de concentración del poder.
Saludos,
Marcelo
No sabía que los chilenos son tan tenaces para las discusiones por escrito (en argentino la traducción literal de «tenaz» es «hinchapelotas», pero te lo pongo en español neutro). De este lado de los Andes solemos ser tenaces en las discusiones cara a cara, no en las escritas. Debe ser por eso que me gusta tanto tu país, porque las discusiones cara a cara me aburren enseguida pero por escrito puedo intercambiar 40 mensajes antes de cambiar de tema. Debo ser un poco chileno, aunque no me sale el «viva Shile mierda» con el mismo énfasis que a ustedes.
Saludos,
Marcelo
Mis amigos «apolíticos» generalmente terminaban votando a la UCD. Su apoliticismo pasaba por el no soportar a los radicales y mucho menos a los peronistas.
Creo que podríamos tratar de establecer una distinción entre lobby y activismo. De lo contrario, por evitar el lobby o incluso la corrupción podríamos terminar anulan el actuar de la sociedad civil.
En cuanto al epíteto de traidor, efectivamente quienes apoyan a alguien y luego éste les da la espalda es un traidor, pero eso –que es una cuestión más bien emocional- no resta que aún así, otros que no le apoyaron le reclamen o cuestionen su actuar. Es obvio que si un candidato te prometió y le votaste, y luego no cumple, te sientas engañado, traicionado, pero eso es a nivel emocional.
En cuanto al parlamentarismo, no olvides que no sólo para alcanzar sino también para mantener el poder, los partidos deben lograr acuerdos y estabilidad. Esa apertura al diálogo, no la exige el presidencialismo que puede dejar a un presidente solo y sin apoyo alguno. La ventaja del parlamentarismo, que tu vez como desventaja es que es más flexible y exige una lógica democrática.
En cuanto al sorteo o la elección ¿Acaso elegir a un candidato evita que un diputado “actúe en representación de sus propias ideas”? Insisto el problema del agente principal se da en todo sistema de representación.
La diferencia es que el sorteo amplia el espectro de personas que pueden acceder a la toma de decisiones. La elección, con todas las barreras de entrada fomentada por los partidos impide eso.
En cuanto a la concentración del poder, el monopolio no es bueno…más tarde argumento más.
PD: Acá también se dice hinchapelotas. Creo que se puede sacar más en limpio por escrito que cara a cara, porque hay más ruido.
Saludos