DEJAR DE MEDIR LA POLLERA

Hace un año ocurría el femicidio de Micaela. Me acuerdo que en los días de su búsqueda llegue a escuchar que su desaparición podría tener algo que ver con su militancia (porque la voluntad de estigmatizar no descansa ni en estos casos), que se preguntaban como era posible que una piba vuelva del boliche caminando a la madrugada y muchas otras incansables manifestaciones de esas que tienen como objetivo único destrozar la sensibilidad y evadir las preguntas que realmente importan.

Banalizar, cuestionar, culpabilizar a la víctima, señalarla, dudar, y si es que aun puede contar algo, no creerle. Así, siempre así hasta que aparece el cuerpo tirado al costado de una ruta, enterrado en el jardín de una casa tapado con cal o en una cinta de la empresa recolectora de residuos…porque al final parece que eso somos cuando el crimen moral en nombre del patriarcado se vuelve a imponer: BASURA.

Después de conocer los detalles de este caso (como el de tantas otras compañeras) me pregunto si es real que con toda esta información repugnante, escabrosa y perversa frente a sus ojos, nos están pidiendo a las mujeres que hagamos la revolución sin bronca, siendo políticamente correctas, con buenos modales y pidiendo permiso.

Hay algunos casos en los que me impacta aun más: personas que han hecho un culto de la cosificación, de la violencia machista, de “humor” referido a abuso de menores, de la sumisión del género, ahora nos piden niveles altísimos de respeto. Un respeto que ellos y ellas jamás han tenido.

Muchos de los que ahora sacan el listado de exigencias son los mismos que se compraron un auto, una casa (en muchos casos vale el plural) gracias a esa misoginia que hacía reír. Y no termina en estos personajes, sino que también son los consumidores de esos productos quienes, curiosamente, andan reclamando buenos modales.

No solo nos quieren explicar cómo hacer una revolución, en algunos casos casi nos quieren enseñar a hablar. Extremistas, intensas, feminazis (un termino im pre sio nan te), pesadas, rompe bolas…siempre hay una crítica aflorando que está a kilómetros de distancia de ser constructiva.

Entonces, si vuelvo a pensar en Micaela me pregunto con que vara de autoridad moral miden los sucesos para pedirnos que no seamos tan brutas al alzar la voz en este contexto. Estamos hartas y no estamos pidiendo el asiento en el colectivo, estamos luchando para lograr un despertar social que obligue a repensar y que deje de matar.

Micaela caminaba por la calle, no importa adónde iba, no importa que tenia puesto, no importa si era de día, de noche, si los padres sabían dónde estaba. ¿En qué momento habremos creído que tenemos la potestad de ir cuestionando este tipo de detalles cuando jamás se nos ocurrió cuestionar este sistema?

La respuesta es que esta credencial de jueces moralistas que culpabilizan a la víctima es otro free pass impune que nos da el sistema patriarcal que nos rige.

Un tipo creyó tener el poder, la definición, la decisión sobre la vida y el cuerpo de Micaela.

Salidas transitorias, reincidencias o prevención son cuestiones que importan al caso puntual (aunque necesariamente se presente la idea de que si los jueces hubieran interpretado la ley en sentido distinto, probablemente esto no hubiera sucedido) y si bien no son menos importantes, siguen siendo la reacción, la respuesta frente a los hechos que motivaron la aplicación del castigo. Pero la raíz del problema no es más que el sistema opresor del que somos parte todos pero del que la peor tajada se la llevan siempre las mujeres.

No hay modo de entender esto de otra manera que no sea en el marco de una estructura, de una institucionalización sostenida, protegida, privilegiada y ratificada una y otra vez. No hay escalafones perdidos, son partes del mismo engranaje de un único sistema. Y el costo que deja este sistema son mujeres destruidas, abusadas y muertas. Degolladas, violadas, empaladas. ¿Realmente aún creen que frente a este panorama se nos puede exigir tanta diplomacia?

No nos exigen modales. En realidad no les importa como lo digamos sino simplemente que digamos. Lo que pretenden es seguir bajando la misma línea con otras palabras: sean sumisas. Y mientras están elucubrando estas teorías a nosotras nos están carneando como si fuéramos pedazos de novillo.

Si no recuerdan el caso pueden googlear o pueden mirar a su alrededor cualquier día, en cualquier ámbito y ahí lo van a entender. Quizás de ese modo logren darse cuenta que nos piden que respondamos decorosamente (aun cuando lo hacemos, porque queremos construir y para eso sabemos que precisamos una enorme paciencia y una enorme capacidad pedagógica que vamos ejercitando cada día hasta que vuelven a cobrarse otro víctima y ahí se nos hace un poco mas cuesta arriba la formalidad) a formas de violencia de una magnitud tal como la que acabamos de describir.

No parece poco probable que ante este escenario perdamos el ceremonial y protocolo que tanto se nos requiere. Me pregunto si el próximo paso será solicitarnos que pidamos perdón. De ser así, les tengo malas noticias: no vamos a pedir perdón ni permiso.

Nos sobra paciencia para educarnos y para educar pero eso no significa que vayamos a tolerar y naturalizar. Y tampoco significa que no nos va a doler, que no nos va a enojar, que no vamos a putear. Cada vez que ustedes están midiendo la pollera, nosotras estamos perdiendo una compañera. Y no estamos poniendo el cuerpo para beneficio propio, lo hacemos pensando con sentido colectivo. Ayúdennos, carajo.

Es hora de dejar de lado la hipocresía. Es ahora.

#VivasNosQueremos.

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