El día de la Virgen

Vivo, desde hace poquito, cerca de una muy famosa Iglesia de la CABA.

Tiene, la virgen que mora y da nombre al edificio, un día asignado en el calendario en el que, cual cumpleaños, los devotos se acercan a saludarla, agradecerle, pedirle y hasta reprocharle. Los restantes 11 meses del año, en el día cuyo número coincide con la fecha principal, se repite la ceremonia, aunque menos multitudinariamente.

El predio que reúne a los fieles es enorme. La iglesia misma es muy grande, y junto con el colegio abarcan casi la totalidad de la manzana que ocupa el terreno. Queda, sobre el frente de la Iglesia y uno de los laterales, un espacio que alterna entre descubierto y semicubierto, entre verde y construido. Allí se asientan los locales que venden el merchandising. Los «oficiales», que funcionan todo el año. El shopping, como chicaneo a algunos amigos y conocidos de fe menos cínica que la mía. Hay otros puestos, que se colocan en las veredas, improvisados, aunque imagino que igualmente regulados por la autoridad eclesiástica. El orden, se sabe, hace a los hombres mejores.

En las zonas aledañas, como corresponde a los lugares propicios para el ejercicio de la caridad, se congregan indigentes, con fines más materiales que los de los fieles. Algunos directamente viven en la zona, para beneplácito de los herreros, que han prosperado bastante a través de la colocación de rejas en las entradas de los edificios. Otros, en general familias, llegan los días de festejo, para dar rienda suelta a la «dicha de vivir sin trabajar». Abusar de la caridad cristiana, digamos, mediante el ejercicio de la extorsión para el cual las nenas suelen valerse de un par de ojos tristes, más efectivos que cualquier otra arma. Aunque no infalibles, por supuesto. Abundan también las damas y caballeros que no ceden a la tentación demoníaca de beneficiar indirectamente al «mayor» que opera en las sombras, «mandando» a los pibes a pedir.

Escenas de la peor tragedia, aún muy lejos de ser resuelta, y que tristemente ni siquiera es prioridad.

La Iglesia se ve (desde afuera) infraestructuralmente muy sólida. No puedo afirmarlo, pero los pibes que viven en la esquina (en la vereda de enfrente), sucios, fumadores de paco, y devotos de la virgen, a juzgar por los rosarios que exhiben colgados del cuello, me hacen pensar que tal solidez, sin embargo, no ha sido pensada para «darles una mano» a estos jóvenes que, quizás y por peso mismo de su realidad cotidiana, tampoco estén muy interesados en colaborar con quien los quiera ayudar.

Eso sí, la autoridad eclesiástica ha dispuesto, para beneplácito de los fieles, el concurso de personal de seguridad privada que brinda servicio en el predio, con la finalidad principal de liberar a los comercios (santerías) de la competencia desleal que significan los pibes vendiendo estampitas, sentados en el piso, o el perjuicio comercial que comporta que se pongan a dormir en las galerías, en los frentes mismos de los comercios («santerías»). Por un lado está bien, porque por ahí, con la plata que recaudan se compran paco, o se la dan a algún mayor que vive de ellos sin laburar. La Iglesia cumple, se ve, con una función social muy destacada.

Se dan a veces episodios de violencia (se amenazan, se insultan, se tiran cosas) entre el pobre que hace de seguridad por 2000 mangos, y los pobres que no tienen ni siquiera la posibilidad de «chapear» con esa limosna formal, con contraprestación, que da la «pata sensible» del capital.

La Virgencita y los fieles de buena voluntad, desde ya, no tienen la culpa de estas tristezas.

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