El espinoso tema de los subsidios

Subsidios. Al gas, a la luz, al agua. Para que los usuarios (principalmente, aunque no exclusivamente, los porteños; que de todos modos son los más beneficiados) paguen menos. Para que las boletas lleguen, a veces, con números irrisorios.

Este esquema beneficia, por supuesto, (por su universalidad) a mucha gente que estaría en condiciones de pagar la tarifa plena. Y a algunos otros que no. En el caso del gas, se provoca un desfasaje: el gas envasado es más caro que el gas de red, cosa que si bien tiene cierta lógica «de mercado» provoca un escándalo para la razón: el que menos necesita, en líneas generales, se beneficia más que el que más necesitaría el aporte estatal.
No sé por qué tanto escándalo. Si pasa siempre. El tema es que uno quiere creer que la intervención estatal debería corregir esas tendencias y no reproducirlas. Problemas de nuestras expectativas. Es que a veces no es tan fácil, tampoco. Digo, para disculpar (un poco) al estado. Que muchas veces se conforma con hacer lo que puede.

Un punto que (repetitivo) me encargo siempre de resaltar. El esquema de precios fijos por debajo del costo medio y compensación con subsidios no beneficia a las empresas. Que preferirían precios desregulados, o al menos con otro criterio de regulación (y no es necesario imaginarse nada; así lo expresan continuamente a través de sus lobbystas, a los que por la alquimia del eufemismo se suele mencionar como ex-secretarios de energía).

Tratemos de ser breves. Sería fácil si nos ayudara un gráfico con curvas de oferta y demanda. Del que carecemos.
Existe un elemento, que en la idealidad de mercado, se llama punto de equilibrio. Es aquel en que las cantidades ofrecidas y demandadas coinciden, a un precio que satisface las expectativas tanto de oferentes como de demandantes.
Ese precio de equilibrio (en la idealidad del mercado) tiene la particularidad de coincidir exactamente con el costo medio de producción de la empresa. Lo que le cuesta a la empresa obtener una unidad de producto (en promedio, incluidos los márgenes de rentabilidad). Lo que necesita cobrar, entonces,  por cada unidad que vende.

El de los servicios públicos, sin embargo, es un mercado con falla (reconocida por la academia, ojo). Porque es un monopolio perfecto. Hay un solo oferente.
Con precios desregulados el oferente solitario podría darse el lujo de poner el precio que quiere (la demanda de servicios públicos tienen poca elasticidad por precio; son tan necesarios que no se puede postergar demasiado su consumo por más que la tarifa se vuelva demasiado alta).
Para solucionar este desequilibrio «natural» se regula. Con resignación empresarial. Pasa en todos lados. Y, aparte, lo avala la «academia».
Pero bueno, las empresas querrían que la regulación del precio se calculara con el precio de equilibrio. Es decir, con sus costos medios.

No es el caso. En Argentina, el Estado tiene otros planes.
Y cuando el estado regula el precio por debajo del de equilibrio (como en Argentina) ocurren cosas nuevas en el esquema que vimos hasta acá.
La primera: se estimula la demanda. Como al consumidor el producto le es barato, crecen las cantidades demandadas. Y, por ende, (y más tratándose de un servicio público) la necesidad de la empresa por esforzar sus niveles de inversión. Para ponerse a tono con la demanda, que los «expertos» califican de excesiva. Fijate. Sin querer, el lenguaje coloquial traduce a su manera esta inquietud empresarial: «ahora, cualquiera se compra un aire acondicionado». Para desgracia de Edesur.

Por ello, que el Estado les compense la diferencia de precio con subsidio (a un precio más alto, incluso que el de equilibrio) no pone a las empresas en situación ideal.
Quedan obligadas a mantenerse en el subóptimo de la demanda sobre-exigente, la inversión obligatoria, la exposición a multas, la «discrecionalidad» estatal (que las obliga a armar un fideicomiso y les dirige las inversiones).

El esquema vigente, que incluye compensación con subsidios en rol estelar, no favorece a las empresas. Sino a los consumidores. Es cierto, sin discriminar (sanamente).
Desde hace varios años llevamos adelante una lucha, invicta, por desactivar el lugar común.

Seguiremos una serie de posts sobre el tema, tratando distintas aristas.

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