Luego del magistral y sorprendente enroque de Dama en la dupla Fernández-Fernández ideado por Cristina (que descolocó tanto al oficialismo y a la oposición no kirchnerista como a casi todos los kirchneristas), y que la lleva a la vicepresidencia y a Alberto a la presidencia (analizado aquí en su momento)(1), es momento de señalar un aspecto poco analizado de esa estrategia. Es el hecho de que la consecuencia lógica de esa jugada no es sólo la condena de Cambiemos o Juntos por el Cambio a la debacle final de su presidencia, y de su existencia como agrupación, sino que al coronar al Frente de Todos con el gobierno también brinda a este movimiento político nacido en 2003 una forma inteligente de solucionar el problema principal de los movimientos populares latinoamericanos hasta el presente: la sucesión segura en sus liderazgos.
Es harto analizado y debatido dentro de esos mismos movimientos políticos cuál debería ser la estrategia para asegurar la continuidad en el gobierno al finalizar una presidencia limitada en su reelección. Para ser breve con los ejemplos, sólo mencionaremos algunos casos de esa disyuntiva histórica repetida. Hipólito Yrigoyen no pudo consolidar en su movimiento una sucesión exitosa. La fórmula ensayada por el líder radical (al no haber reelección en ese entonces) fue bendecir a un correligionario aceptado por el establishment de la época (Marcelo T. de Alvear) para luego retornar él mismo al poder en su segunda presidencia. La estrategia falló porque su delfín no sólo dividió al partido en “personalistas” y “antipersonalistas” sino que no hizo nada para evitar el derrocamiento de Don Hipólito y terminó criticándolo ácidamente una vez caído en desgracia.
En el caso del peronismo, Juan Domingo Perón nunca avaló sucesores, quizás para curarse en salud frente al antecedente radical. Incluso desde el exilio mantuvo una prescindencia estratégica frente a las diversas alas que se disputaban la conducción local de su movimiento, cambiando de interlocutores o voceros como de medias. El liderazgo de Perón nunca estuvo realmente en cuestión, y cuando lo estuvo con aquel “peronismo sin Perón” promovido por Augusto T. Vandor, el viejo caudillo actuó rápida y terminantemente, cortando de cuajo la movida.
En el caso del menemismo, no sólo su líder evitó dejar descendencia, al estilo de Perón, sino que cuando el sucesor apareció naturalmente, como en el caso de Eduardo Duhalde (porque Menem no pudo forzar su re-reelección) no dudó en boicotear la candidatura de su exvicepresidente y contribuir a que gane la oposición.
Lo mismo podemos señalar en recientes ejemplos regionales: el chavismo en Venezuela, el lulismo en Brasil, el evismo o moralismo en Bolivia, que tuvo que pergeñar una re-reelección de Evo Morales para evitar este problema, aunque el futuro dirá qué sucede luego de su último período presidencial. Un caso similar es el de Ecuador, donde la imposibilidad de Rafael Correa de ser candidato lo obligó a elegir a su anterior vice, Lenin Moreno, como presidente, y finalmente posibilitó la traición que observamos hoy en día. Sin embargo, la presencia de Cristina en la vicepresidencia ahuyentaría esta posibilidad.
La solución lógica para este problema sería, por supuesto, la reelección indefinida, pero esto dista mucho de ser potable debido a la acendrada resistencia del sentido común regional, aunque las élites latinoamericanas justifican la reelección indefinida de mandatarios europeos con tanto fervor como reniegan de ella en nuestras tierras.
La solución ideada por Cristina es una variación de la que intentó el kirchnerismo desde su orígen. La táctica entonces era instalar una reelección indefinida de facto, al intercalar sendas presidencias kirchneristas de Néstor y Cristina, eludiendo el impedimento formal de sólo dos mandatos consecutivos para un presidente. Lo que arruinó entonces esa táctica fue la intervención de la naturaleza: el fallecimiento de Néstor rompió la continuidad y el kirchnerismo tuvo que apelar a una única reelección de Cristina. En 2015, el movimiento apeló a una solución de compromiso ya que Scioli no era la continuidad natural de Cristina, aunque era el que medía mejor en las encuestas; sin embargo esta jugada estuvo a tan sólo un 1,5% de los votos de lograrlo.
Y finalmente, la líder indiscutida de esta versión de los movimientos políticos populares pergeñó (aun a pesar de que las encuestas la daban por segura ganadora en 2019) esta novedosa estrategia: ungir a un hombre del riñón del kirchnerismo originario, y a su vez crítico de muchas medidas de su presidencia, y colocarse ella misma en un segundo plano, como miembro de la fórmula presidencial portadora de los votos y garante ideológica del próximo gobierno. Esto no sólo consolida los votos necesarios para ganar en primera vuelta sino que los incrementa, logrando además una masa crítica de poder para permitir al gobierno realizar los cambios necesarios para transformar el país, recuperar los logros económicos y sociales de las tres presidencias kirchneristas anteriores, y quizás consolidar la sucesión del peronismo-kirchnerismo o como termine llamándose esta nueva versión de movimiento político popular mayoritario. Luego se le abren varias combinaciones posibles para una sucesión exitosa más allá de 2023: apelar a la continuidad del tándem Férnández-Fernández por cuatro años más o a una nueva generación de kirchneristas exitosos, tipo Axel Kicillof, Verónica Magario u otro gobernador, etc. Eso se verá más adelante, pero lo que sí parece saldado es el problema sucesorio de la versión actual de los movimientos políticos populares argentinos.