El salvataje que no salva

Los problemas comenzaron con la situación de las hipotecas subprime (a las que algunos también llamaron “basura”). Un masivo otorgamiento de créditos con inmuebles como garantía, a propietarios que pronto mostraron cierta incapacidad de reembolso, desató un “dominó” de problemas. Las entidades que más habían expuesto sus inversiones a los vaivenes del mercado hipotecario  comenzaron a sufrir las consecuencias en sus balances. Por ende, sus acciones comenzaron a depreciarse, junto con las de quienes habían invertido en ellas. Pronto se cayó en la cuenta de que muchos de los activos que generaban el mayor negocio financiero se encontraban sobrevaluados.

Todo esto se manifestó en etapas. Y de manera cíclica. Amagues de crisis terminal, seguidos de “soluciones” que traían períodos de tranquilidad, que estallaban ante la aparición de nuevos nubarrones (más oscuros que los que habían desatado las anteriores tormentas), y que requerían nuevas intervenciones que brindarían nuevas “soluciones”.

En este proceso, se manifestó la intervención de la FED, a través de bajas en la tasa de interés de referencia, o de esta misma entidad junto con el BCE u otros bancos centrales, inyectando liquidez a través de líneas directas de crédito a entidades en peligro. Posteriormente, la intervención para resolver las situaciones generadas por las “fallas de mercado” fue más activa de parte de los estados, llegando directamente a la estatización de entidades en riesgo, asunción de los “incobrables”, y en el último caso, anunciado pero todavía no implementado, un “rescate” liso y llano, que implicará que el Tesoro estadounidense se endeude en 700 mil millones de dólares, para la operación de “salvataje”.

Leímos en las noticias con cierto estupor y regocijo entremezclado, cómo los adalides de la no intervención estatal en la economía se sometían ante uno de los demonios más aborrecidos por ellos mismos.

Así, las bolsas de todo el mundo recuperaron el optimismo, inspiradas en este plan de salvataje de acreedores por parte de los contribuyentes estadounidenses, y las acciones fueron recuperando los valores perdidos en casi una semana de pesimismo, en un mismo día, de manera meteórica.

 Bien, en este resumen construido desde la utilización de los lugares comunes más habituales a los diarios argentinos, dejamos dos sensaciones, que son las mismas conclusiones a las que arribaron en general dichos medios: la crisis va en vías de superarse, a través del abandono de los postulados neoliberales, que son los verdaderos derrotados en este asunto.

 Bueno, antes de asumir esto como real, me gustaría profundizar en los análisis de la situación.

Como primera medida, no me convence la idea de asumir el origen de la crisis financiera mundial en las hipotecas subprime sin intentar acercarnos a una explicación de por qué se desarrolló tanto este mercado. ¿Fue sólo el resultado de malas decisiones de inversión?

Estados Unidos tiene un déficit de cuenta corriente impresionante desde hace bastante tiempo (importa por un valor mucho mayor al que exporta). El equilibrio de la balanza de pagos se consigue, en esas circunstancias, con el ingreso de inversiones contabilizables en la cuenta de capital. Desde aquellos lugares del mundo donde se atesoran los dólares obtenidos por el comercio superavitario se requiere que partan los flujos de capital que equilibren las cuentas nacionales estadounidenses. Es necesario que esto se cumpla para que la FED no pierda las reservas que hacen que el dólar pueda sostener su valor internacional. Esta fortaleza del dólar lo convierte desde hace mucho tiempo (precisamente desde los acuerdos de Bretton Woods) en reserva de valor aceptada por todos los países del mundo.[1]

Y es también esta fortaleza de la moneda la que permite que los sectores medios y altos del país motoricen el consumo que convierte a EEUU en el país más rico del mundo (lo cual fortalece la cadena que parte de la importación estadounidense hacia la producción a escala de los países asiáticos, pasando por la producción de materias primas y commodities relacionados con la producción de energía de los países del tercer mundo).

Una de las formas en que EEUU garantiza un flujo de capitales hacia adentro es su déficit fiscal. El Tesoro se endeuda. Esa masa de crédito que parte a cubrir ese desequilibrio entre recaudación y gasto (que le permite a EEUU financiar sus guerras por commodities relacionados con la producción de energía), aporta a la tarea de equilibrar la cuenta de capitales y sostiene el valor del dólar. Otra parte del déficit fiscal se monetiza (proceso prohibido para los países del “tercer mundo”). Es decir, la FED imprime dólares contra títulos de deuda del Tesoro. Por supuesto, para que esta monetización del déficit fiscal no genere inflación y devaluación del dólar, es esencial que éstos no queden en circulación, y menos en EEUU. Para ello se requiere que aquellos países que producen mucho y exportan mucho, y por lo tanto tienen cuenta corriente superavitaria, atesoren mayoritariamente dólares como reservas en sus bancos centrales (el presidente del banco central chino está sentado sobre la montaña más grande jamás imaginada de dólares). Y que a través de complicados circuitos financieros esos dólares vuelvan a EEUU y a Europa a “apalancar” el consumo futuro de sus habitantes.

Y vuelven en forma de inversión (también podemos decirle especulación) financiera. Claro, para que esta “inversión” se realice es necesario que existan activos atractivos. Y por supuesto, los títulos estructurados sobre el valor de inmuebles en las ciudades más “caras” del mundo, son un producto estupendo para atraer el ingreso de capitales. Ingreso de capitales a través de fondos de inversión y otras figuras, que negocian estos atractivos papeles tantas veces que hacen que sus cotizaciones aumenten. Y el aumento de las cotizaciones deriva en que se libren contra ellas créditos impagables. La burbuja se infla, hasta que un día explota (pensándolo así, no es tan casual que la crisis explote por el lado de las hipotecas).

El “salvataje” ideado para esta situación, que ha despertado “optimismo” en las bolsas del mundo, no es otra cosa que el reemplazo deliberado de estos activos, otrora sobrevaluados y ahora caídos realistamente en desgracia, por otros, también sobrevaluados. ¿O los Bonos del Tesoro estadounidense siempre van a tener el valor que tienen actualmente? ¿Cuánto puede resistir su sobreendeudamiento? ¿Siempre podrá pagar? ¿Y si a los bancos centrales del mundo se les ocurre irse desprendiendo de a poco de sus dólares?

Es este modelo, esta matriz en la que se inscriben las relaciones de poder mundiales, la que está en crisis. No solamente una ideología, sino la base sobre la que se asientan los parámetros que determinan la riqueza y pobreza de las naciones.

Más tarde o más temprano, EEUU y el primer mundo deberán asumir que la fuente de su poderío se basa en el desequilibrio entre la contabilización de la riqueza y la riqueza real. Más tarde o más temprano habrá que someterse a un baño de realidad, y contar de nuevo. Y romper aquellos papeles que representen riqueza inexistente.

La mejor forma de licuar deudas, es la misma que licúa ahorros: la devaluación. El dólar es, tal vez, un activo fuertemente sobrevaluado.

Más o menos algo así sostiene George Soros en esta nota publicada por Página 12 ayer. Sí, sí, George Soros. No un dirigente trotskista de algún inverosímil país asiático, sino uno de los más grandes «inversores» financieros del mundo.

 

 

 

[1] En el acuerdo de Bretton Woods se dispuso una convertibilidad fija entre Dólar y oro. Esta convertibilidad fue abandonada en la década del 70, cuando se permitió la libre flotación de las monedas, y se abrió la puerta al libre flujo de capitales.


2 comentarios en «El salvataje que no salva»

  1. Un aplauso para el explicador!
    Muy bueno el articulo no sólo por la crisis sino por ir bastante más allá…
    Saludos!

  2. Pingback: Países emergentes

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