La edición de La Nación de hoy trae dos notas interesantes de Beatriz Sarlo y Mariano Grondona. En ellas, las hipótesis que ambos plantean para sus argumentaciones resultan un pronunciamiento muy fuerte respecto a una concepción del mundo, fundamentalmente de lo político y particularmente de nuestro país.
Ayer fue el día en que se frustró el juicio político de Macri a Macri, en que el Gobierno anunció las medidas de Carrió y De Narváez de aumento de jubilaciones y ampliación de AUH, y en que Maradona prendió el ventilador que pende sobre la AFA. Uno imagina a los columnistas de La Nación escribiendo sus opiniones en ese tufillo vespertino. Sin ser necesariamente un día de hechos con inapelable significación ni mensajes contundentes, acomodar los sucesos de la víspera en un relato verosímil requiere necesariamente algún tipo de elaboración previa respecto a la cuestión política nacional. Precisamente eso es lo que Sarlo y Grondona consuetudinariamente eluden, o bien fuerzan, en cada una de sus reflexiones periódicas.
Dice Grondona:
(…) los argentinos hemos demostrado más de una vez, a lo largo de la historia, nuestra fe en los milagros. El épico, el imposible cruce de los Andes mediante el cual San Martín liberó a la Argentina, Chile y Perú, fue el primero, el primordial y el más logrado de ellos. El primero, pero no el último. ¿No lo fue también la prodigiosa irrupción en nuestra escena política de figuras como Yrigoyen, Perón, Evita y el propio Alfonsín? ¿No pretendieron serlo, sin lograrlo, los reiterados golpes militares? Quizá los argentinos hemos sido «golpistas» más allá del trepidar de las armas porque una y otra vez creímos que nuestra suerte podría cambiar «de golpe», al día siguiente de un pronunciamiento o de una elección, esquivando el largo esfuerzo que exige la continuidad institucional.
Dice Sarlo:
Los historiadores han afirmado muchas veces que Perón refundó de tal modo las identidades políticas que la división clásica entre derecha e izquierda perdió su sentido europeo o el que tiene en Chile y Uruguay. Otros agregan que, mucho antes, la Unión Cívica Radical había provocado esa dilución. El peronismo, muy notablemente, reclutó intelectuales que venían de la izquierda tradicional, del trotskismo y de la derecha nacionalista; los sometió a un batido ideológico manifiesto en los debates de los años sesenta y setenta del siglo XX.
El conductor de Hora Clave, de texto más elemental, plantea cierta tendencia histórica argentina hacia el «golpismo», ligando, en dudosa asociación fonética, la expresión adverbial «de golpe» con una idea de interrupción de la sucesión democrática a través de la fuerza, que si algo revela el estudio de la Historia es que, en todos los casos, fue cualquier cosa menos intempestiva. Lo curioso es que el profesor reflexiona -no por un arrebato de sutileza, podemos estar seguros- en primera persona: «quizá los argentinos hemos sido ‘golpistas'». Sus palabras quedan así marcadas por cierta necesidad personal de justificación, que no por eso debe ser necesariamente descartada como su tesis. Grondona ve a la política como conflicto despiadado porque él ha sido despiadado; ahora quiere que ella se termine para tener, finalmente, paz.
A título personal, consideramos que no la tendrá jamás.
Sarlo, por su parte, escribe una nota que la reivindica del
papelón de la semana pasada. Si bien no se sale de sus eternas cavilaciones en torno al verdadero progresismo (y nadie más interesada que la audiencia de La Nación en mantener a la izquierda como una entelequia), la autora vuelca consideraciones que valen la pena leerse pues clarifican mucho su llamativa postura. El párrafo que citamos arriba es en este aspecto muy representativo: la visión sobre ideología que desarrolló Sarlo durante toda su carrera ignoró de alguna manera al fenómeno de Perón. Desde siempre en sus columnas (en la actual, por ejemplo, es curioso cómo comienza hablando del aquelarre opositor y no puede resistir la atracción magnética de criticar al oficialismo) se transluce la sensación de que el justicialismo es un suceso anómalo que contamina toda visión sobre ideología y política. En ese sentido, Sarlo es la intelectual argentina que más empeñosamente corporizó aquella idea del
«hecho maldito del país burgués» que postulara Cooke en los sesenta.
«(…) La división clásica entre derecha e izquierda perdió su sentido europeo», sentencia la escritora. El peronismo, podría decirse, llegó para cagarle la vida a Sarlo. Su problema con él no es ético sino de esencia;
«critica lo que está bien», le espetaría Kirchner:
Para Carta Abierta, todo lo que hace falta es que el Gobierno explique con mejores razones y, en algunos casos, «profundice» sus medidas. ¿Explicar mejor a De Vido, motor eficiente de la «caja» presidencial, por ejemplo? ¿Profundizar la intervención de Moreno en todas partes? ¿Enfatizar el uso de los dineros del presupuesto nacional y de los medios de comunicación estatales como si fueran de un partido o de un grupo? ¿Dejar, por incuria y desdén, que el Riachuelo siga pudriéndose? ¿Mandarles más plata al Chaco y menos a Santa Fe? ¿Explicar mejor una política vengativa con los gobernadores que no se subordinan? ¿Explicar con altas razones por qué los intendentes del Gran Buenos Aires dejaron de ser despreciables y son ahora pilares del Frente para al Victoria?
«Profundizar», entonces, está mal pues la iniciativa, la intervención, la construcción de apoyos, el progresismo (en el sentido de no solucionar inmediatamente todos los problemas; queremos decir: lo del Riachuelo es una canallada), la arquitectura de alianzas, son todas cosas que están mal. Pero la política, mal que le pese a Sarlo, no es específica del peronismo. Curiosamente, en su tesis incial postula alternativamente a la UCR como antecedente de esa desvirtuación del espectro político que tanto le preocupa. El yrigoyenismo, si algo bueno hizo, fue romper con fuerza la lógica de un cerrado elitismo oligárquico -donde la política se reducía a un juego faccioso de club social- versus un grueso de la población, excluido de jure y de facto del ejercicio político. Fraude, represión, miseria, República Posible y orientación hacia el derrame es lo que Sarlo termina dejando, quiera o no, como representativo de la «división clásica entre derecha e izquierda», acaso con un dejo apenas perceptible de nostalgia. Cuesta, después de su sugestivo raconto, no reducirla a una intelectual de derecha con escasa perspectiva.
Las justificaciones de cada uno están a la vista. Se hará bien en tener presentes los textos que publican hoy estos dos columnistas, cuanto menos como referencia acerca del marco conceptual a partir del que opinan semanalmente.
No hace falta ser devoto de M. Grondona para saber que los argentinos tenemos una larga tradición golpista.
Típico hijo de clase media, era yo chico, hace unos 50 años, y recuerdo las charlas habituales de sobremesa en el hotel de media estrella cordobés: «Aquí hace falta una mano fuerte».
A la clase baja, demás está decirlo, la seducía – la seduce – el peronismo, populista y autoritario, cuyo líder se inició como golpista años antes de tomar (por aclamación y por vía electoral) el poder.
Y de la clase alta, ya sabemos, los Grondona siempre fueron golpistas.
Finalmente, sobre la nota de Sarlo, está claro que el peronismo (que es la forma de gobierno natural de la Argentina), está más allá de categorías como «izquierda» y «derecha», ya que siendo peronista, se puede ocupar cualquier lugar dentro del infinito arco iris político.
Que es la izquierda?
Que es la derecha?
Izquierda es la gente buena que cree en la justicia para todo el mundo, sin entender el alma egoísta del ser humano.
Derecha es la gente no tan buena, porque acepta esa característica humana.
jajaja Muy Ernestino Tenembaun tu definicion.
¿Y por qué no chichegelbluniano?
¿O simplemente sarcasmo de mi propio coleto?
Saludos.
En el caso de los partidos mayoritorias, ambas según haga falta para ganar o retener el poder.
Solo que uno lo hace mejor que el otro.
Sarlo nunca pudo salir de esa lógica en la cuál el progresismo es antes que nada una utopia. Antipolítica por tradición, comprende que la negociación es parte de la solución pero no la quiere allí donde es posible sino en un espacio etéreo.
Sarlo cada día se parece más a Habermas.
Sin animo de polemizar y muchisimo menos de defender a Don Mariano.
Habria que ver el contexto de toda la nota, pero de tu extracto, no se desprende lo que decís o interpretás (a menos que forcemos muuucho), más bien habla de otra cosa, habla del «pensamiento mágico», que acompaña a cada giro politico de la historia nacional (yo prtefiero llamarlo el «sindrome del boludo esperanzado»), ese que después de cada giro politico de nuestra historia, le hace decir a un sector más o menos mayoritario de la sociedad : » Ahora sí…» .
Hay muchisimos motivos, para «atender» a M. Grondona y la mayoría justos, aunque este no es el caso.
Más bien me parece que en esta nota se señala una caracteristica Argenta muy interesante que convendria debatir.
Entiendo lo que decís, es una cosa que vale la pena discutir. Mi visión es que la historia política argentina dista mucho de ser puro volantazo. Los golpes de estado que tengo vistos siempre se vieron venir de mucho antes, y no solo los golpes militares sino las típicas revoluciones del siglo XIX. Todo cambio supuestamente «abrupto» se discutió por muchísimo tiempo -y en general con gran intensidad- antes. El caso «inverso» también es cierto: muchos golpes no modificaron sustancialmente el rumbo del país en lo económico.
Con todo esto estoy lejos de postular una visión conspirativa de la Historia Argentina; simplemente creo que ver nuestro pasado como una seguidilla de hechos turbulentos y abruptos justamente lo deshistoriza, un poco lo anula, y en última instancia nos hace continuar en la misma onda que tanto critica Grondona, esto es, nos hace pensar que «hay que enderezar las cosas de una vez por todas».
El contexto de la nota de Grondona, como bien decís, no es de reflexión sobre la cuestión política tradicional, pero sí toca un tema político como la salida de Maradona, y según lo vi yo, el «profe» explicitó a través de ella su visión sobre lo político, que -sospecho- en situaciones de debate más «serio» no sé si se animaría a enunciar tan taxativamente. Todavía ahí no llega; desafinaría.
Abrazo!