Evita, más que solo palabras

No se me ocurre, Evita querida, que decirte.

Me hubiera gustado conocerte, vivir tu historia en vivo y en directo. Me hubiese encantado cagar a trompadas a esos hijos de puta que te escribieron “viva el cáncer”, cuando vos te retorcías de dolor, y tu fuego se apagaba por esa enfermedad hija de puta.

Pero, seguramente, eso los califica a ellos, y no a vos. ¿Cómo puede nacer tanto odio dentro de una persona? No era contra vos, Evita querida, o en todo caso no solamente. En vos, simplemente, descargaron todo lo que siempre fueron –y siguen siendo-.

Nos odian a todos los que no nacimos entre ellos. Y por supuesto, mucho más desde que vos te decidiste estar a favor de quienes necesitaban a alguien a su favor. Ese “viva el cáncer”, que los pinta de cuerpo y alma, es el vómito de quienes se vieron impedidos, por tu obra, de proseguir en la construcción de desigualdad.

Ellos odian pero dicen que aspiran al no odio. Dicen una cosa, pero hacen otra. Claro, ellos son, fueron, y siempre serán, mero palabrerío.

“Viva el cáncer”, es en realidad “viva la desigualdad”. Y fue la desigualdad la que te mató, porque vos eras su mayor enemiga. Necesitaba asesinarte.

Pero no tuvo en cuenta que vos habías sido algo más, bastante diría, que Evita. Eras más que la puta; “la actriz”, dicho despectivamente; la que alguna vez vino de Junín a probar suerte a la salvaje Buenos Aires, sin pensar que no te irías de ella sino para pasar a la inmortalidad por la huella que dejaste; la mujer que estuvo al lado del hombre; la del tono benditamente crispado; la del reto al dudoso, el castigo al desleal, pero la caricia al constante y al humilde.

Y dejaste tu semilla. Para creer que te matarían o que podrían hacerte olvidar, había que ser ingenuo, estúpido. Basura, en definitiva.

Fuiste más que una fundación que regalaba juguetes, sabanas y pan dulce. Fuiste la que vino a hacer, de una vez por todas, realidad lo que decían unos papeles: que todos somos iguales, que teníamos derecho a unas cuantas cosas que otros no querían reconocer. Un baño de ciudadanía para el pueblo, como alguna vez leí definirte, a vos y al peronismo, que son la misma cosa.

Como fuiste vos es que hay que ser. Seguís siendo una guía, un ejemplo, un modelo.

¿Cómo no te iban a odiar, pues, con todo lo que fue tu obra y todo lo que dejó impregnado en forma indisoluble en la piel viva y en la memoria de tu pueblo? Si no te odiaran, Evita querida, es porque algo, entonces, habrías hecho mal.

No se hace lo que vos hiciste sin que se enojen aquellos a los que no les hacías falta. Son tus detractores los que determinan tu grandeza, eso tiene que quedar bien claro.

Yo se que te debo mucho, demasiado. Y me gustaría agradecértelo. Pero la verdad, no se como, porque no se, Evita querida, que decirte.

Quizás sea eso símbolo de que algo me dejaste. Porque Eva, Evita querida, no se dice. Porque vos no dijiste, vos hiciste.

(También aquí, http://segundaslecturas.blogspot.com/2010/07/evita-mas-que-solo-palabras.html)

Acerca de Pablo D

Abogado laboralista. Apasionado por la historia y la economía, en especial, desde luego, la de la República Argentina.

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