Historia en ciernes II: más bien Historieta

La luz lo cegó pero pudo identificar a una enfermera, cuyos pechos y cuello se acercaron lo suficiente como para sentir esos dejos de perfume tenue, inaugurado esa mañana después de la ducha. Sintió entonces que lo forzaban a un cambio de posición. Suavemente lo movían y le colocaban una almohada adicional en la espalda. “Ah! Te despertaste” dijo ella, casi al oído, sin esperar respuesta. “No te asustes. Soy Sonia y esta es la sala de guardia del Argerich…probablemente tuviste un desmayo hipobárico y te trajeron. Nada grave. Cómo te sentís?”

 

“Un poco boleado…pero bien” atino a decir él, con esperanza de que la charla siguiera. “Quedate un ratito así, descansando, hasta que te sientas mejor y cuando puedas moverte por tus propios medios, te podés ir”. Pensó que la morocha era lo suficientemente bonita como para empeorar el aspecto de la sala, los azulejos amarillentos que alguna vez fueron perla, el aparador de madera y puertas vidriadas, con instrumentos de un acero brillante y amenazador en su interior. Y le hubiera gustado tener voluntad y claridad para seguirle la charla, decirle algo amable. En pocos instantes la claridad llegó: “debe estar laburando desde hace horas y debe estar harta de tipos haciéndose los interesantes, y el jefe la debe estar corriendo para liberar camas… y me está invitando a rajar…seamos buenos chicos”

 

Recordó el Patoruzú y, tenso, dio una mirada angustiada alrededor: lo encontró sobre la mesa de luz al lado del llavero. Alguien había sido buena gente. O no le interesaba conocer al cacique dueño de media Patagonia.

 

En menos de cinco minutos estaba caminando, pendiente abajo, por un largo pasillo con pasamanos. Se agarró, por si acaso. “Qué delirio!”, pensó, “cómo puede ser…?”, y apretó con fuerza el rollo que había hecho con el Patoruzú. “Qué loco!” se repitió. La luz al final del pasillo era fuerte y muy real. Y su mareo por fin se despedía, pausadamente.

 

Salió a la vereda y el aroma intenso de los tilos lo terminó de devolver al mundo. Chequeó si tenía plata en el bolsillo y le chistó a un tachero que pasaba. “Defensa y Alsina” largó, seco, apenas subió. El tachero se dio cuenta de que le había tocado un silencioso. “Mejor” pensó, “sigo escuchando a Apo”. Llegaron. Subió al departamento y una vez adentro enfiló al baño. De pasada dejo lo poco que traía en las manos arriba de la mesa pintada. La Patoruzú, liberada, empezó a desperezarse, como saliendo de un profundo letargo.

 

Mientras él se mojaba la cara y se miraba en el espejo, incrédulo, una corriente de aire entró por la ventana con un silbido grave y corto. Cayeron un par de fotos que estaban sobre la cómoda, justo bajo la ventana. La puerta del ropero se abrió de par en par. La revista Patoruzú se desplegó totalmente y sus páginas comenzaron a rodar, empujadas por el viento.

 

Preocupado, salió del baño con la cara a medio secar y la toalla en una mano. Miró el desorden y vio, enganchada en la puerta interior del ropero, una percha de la que colgaba un traje, un disfraz de tela brillante.  Flameaba con los últimos soplos de la ventolina desde la ventana. Raro, feo: recién salido de una tienda de disfraces para fiestas. En una sola pieza. Las piernas azules y el torso en bastones celestes sobre fondo blanco, similar a la camiseta Argentina. Y dos grandes letras C en el pecho, recargadas de lentejuelas doradas, excesivas. Del medio de ambas emergía un sol. Ese sol idéntico al del escudo…ese de los rayos alternados, uno recto, uno ondulante, uno recto, uno ondulante…Un par de guantes azules también colgaban de la percha. La sola visión de ese cuadro era al mismo tiempo triste y apabullante.

 

Quedó congelado. Se preguntó por un segundo si no se había equivocado de casa. O si había alguien que se hubiera equivocado. Volvió a sentir un mareo. Quiso cambiar el foco visual para evitarlo. Su vista fue a dar al Patoruzú. Había quedado abierto. Le llamó la atención que esa página no tenía los cuadritos de historieta típicos, pero tampoco las publicidades, esas de “sea detective con los cursos por correspondencia de Ilvem”. Era simplemente un texto dentro de un marco…casi una solicitada.

7 comentarios en «Historia en ciernes II: más bien Historieta»

  1. Bueno Contradicto, leí el I y el II. Me parece un texto apasionante, de gran nivel literario. Me sorprendiste. Lo leí todo dos veces. Vuelvo a sentir el mismo placer al leer. Pero me quedo sin entender algunas cosas que podrían tener significado que yo no descubro.
    Y no hay mayor falta de respeto que preguntarle a un autor por el significado de un cuento. Es más, recuerdo que cuando yo era amiga de Marco Denevi, se dió en televisión un cuento suyo que se llama a algo así como El auto rojo. Era auna historia donde el auto rojo entraba en escena todo el tiempo, pero nunca tomó protagonismo. Terminó el cuento y no fue develado el misterio de la presencia del auto rojo. Un amigo en común, me contó que lo llamó por teléfono para preguntarle directamente cuál era el significado del auto rojo, y Marco le contestó que él no sabía que lo había puesto ahí, y nada más. Cuando nuestro amigo me contó la conversación con Marco, yo le contesté que Marco no podía contestarle otra cosa, que el único triunfo de un escritor, es que el lector descubra los significados por por sus propios medios, que si tiene que explicárselos, es como aceptar la derrota. Que Marco sabía lo que quiso decir con el auto rojo. Pero que si aùn fuera verdad que no sabìa, éramos los lectores quienes teníamos que descubrir los significados, porque para eso está la obra de arte, para descifrarla, por encima de su autor, y acto seguido le dije lo que para mí significaba el auto rojo: ese auto rondaba todo el tiempo la calle donde ocurriá un drama de pareja de una mujer mayor rica y un hombre joven, y ella sospechaba que la relación era por interés, y las sospechas se iban acrecentando, mientras el auto rojo rondaba por la calle. Se podía suponer que era un cómplice del joven, que lo esperaba a la salida, o que era una pareja homosexual, que develaría que era cierta la intenciòn de engaño. Pero resultò que el joven no la engañaba, y el auto rojo dejó de tener sentido en más que del aporte a la permanente sospecha.
    Cuando mi amigo le contó a Marco mi versión, él dijo, por supuesto, como enojado con mi amigo.
    Te cuento todo ésto, tan largo, porque estoy fascinada con tu texto y no quiero irme de aquí tan rápido. Y porque esta vez estoy haciendo eso que repudio, decirte que me quedaron cosas en el tintero, con lo que fatalmente te estoy faltando en mi calidad de lectora.

  2. Primero: Felicitaciones por la idea de escribir una historia por entregas, puede abrir una perpectiva más a las que ya tiene Artepolítica.
    Segundo: Muy bien escrita y atrapante.
    Tercero: Tal vez simplemente sea pronto para extraer significados o conclusiones.
    Cuarto: Las CC en un disfraz feo y vinculado a la república no puedo dejar de verlas como Coalición Cívica, pero que se yo, tal vez solo me estoy haciendo la película.

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