Jimena Valdez, idealismo y emancipación
Con el «¿Qué votan los que votan?» de Jimena Valdez se abre una pregunta ¿Es posible algo así como una «radicalización institucional emancipadora»? Es decir ¿Es posible una radicalización política de efectos emancipadores que no suponga una modificación radical del orden económico? O ¿Qué es posible si es posible que la emancipación también llegue por vía institucional?
El planteo va a contramano de las tesis materialistas. Tesis especialmente vigentes en la Argentina de estos años. En ese sentido, hace unas semanas fue común ver a muchos argentinos que comparten una formación ideológica en la izquierda o de inspiración izquierdista rescatar la frase de Evo Morales «Al pueblo se lo gobierno con resultados, no con principios». Podríamos decir que hay resultados, como una reforma constitucional, que no son económicos, pero quienes blandan los resultados económicos no parecen muy interesados en atender a los resultados de esos resultados. Es que el argumento «por los resultados» tiene una raíz materialista, incluso empirista -si no lo podés demostrar empíricamente, no existe-, por la cual siempre ponderará especialmente los resultados económicos, esos que se pueden medir y que están relacionados a cosas, cosas materiales, las cosas con usamos para comer, vestirnos o refugiarnos.
Pero introducir la dimensión institucional tiene el valor especial de reconocer un valor, aunque sea un valor normal, para las cosas de naturaleza ideal. La naturaleza de la institucionalidad es ideal, como la de los derechos, como la de las libertades, como la del respeto, la tolerancia, la identidad y la moral. Creer que puede haber algo así como un proceso de radicalización institucional y, además, sugerir que una cosa así puede ser significativa para las personas al punto de resultar relevante en términos electorales, es reconocer la eficacia política y hasta electoral de las cuestiones de naturaleza ideal. Naturaleza que los discursos sobre la institucionalidad -radical o moderada, da igual- comparten con los discursos de la libertad estadounidenses, cubanos o de la Revolución Francesa; naturaleza que comparten con los discursos de la identidad chiitas, serbios, vascos, comunistas; naturaleza compartida por los discursos de la honestidad, como los de Carrió. Todos esos discursos están afectados por la misma naturaleza etérea que no se come, pero que no puedo asegurar que no alimente.
Señalar que puede haber un proceso de naturaleza institucional que sea valioso en términos emancipatorios, aun cuando, en el proceso económico «todos los países mencionados se caracterizan por una relativa ortodoxia en el manejo de la política fiscal y monetaria», es debatir los fundamentos de los discursos emancipadores más difundidos desde 2003 para acá, que comparten raíz materialista vigorosa. Subestimar transformaciones con el mote de «nacionalismo burgués» o pedir que «armen un partido y ganen», son expresiones de este materialismo que está siempre tan a mano de los ánimos autoritarios.
Por último, cuando señalás el valor el cosas ideales, cuando ponés en discusión la primacía de las cosas materiales, cuestionás todas las dominaciones porque dominar siempre necesita poner en práctica el ejercicio obtuso de restablecer la división una y otra vez, decir cómo son las cosas, y como las cosas no habrán de ser, decir acá nosotros, allá ellos feos, sucios y de derecha.