La que aquí denominamos Revolución Macrista hace un año transita un período de crisis, que casi la totalidad de los críticos -desde la izquierda y la derecha- no dudan en considerar como terminal. Desde aquí no discutimos esa caracterización, pero no vaticinamos que su apogeo se verifique en el corto plazo. Los beneficios de la «pesada herencia» le dan un plafón de subsistencia al modelo neoliberal desplegado por Cambiemos (en forma desprolija, casi un mamarracho). Los funcionarios del PRO que ejecutan las medidas de gobierno más importantes, y los funcionarios que a modo de decorado republicano aporta el radicalismo, muestran una inoperancia histórica; lo que sumado al error de diagnóstico y la cerrazón ideológica o ideologismo que ostentan conforma un cocktail explosivo pocas veces visto en nuestra historia. Una revisión detallada de este disparate puede verse en Un modelo que nació fallido de @elloropolitico en este blog.
Sin embargo, esto no obsta para que el plan original del macrismo (una revolución conservadora, restauradora, como ya detallamos aquí (1)) siga su curso, incluso en medio de esta crisis autoimpuesta, buscando la redistribución regresiva de la riqueza nacional.
Desde el principio de su gobierno, Cambiemos se topó con un obstáculo para implementar las medidas más regresivas: la resistencia de la sociedad. Sin embargo, los ideólogos macristas piensan solucionar este impedimento apelando a las ineludibles exigencias del FMI. En efecto, el Fondo obligará al gobierno a aplicar el programa económico de ajuste sin fin que el mismo macrismo vino a aplicar. En ese sentido, el FMI es Cambiemos con otro rostro, y por eso el ministro Dujovne acaba de ser elevado a coordinador del gabinete económico, es decir: el delegado del Fondo Monetario en el gobierno. La relación gobierno-FMI promete ser una relación carnal, por eso es que lo esperable no es nada inesperado para los argentinos.
Miremos en perspectiva: el ajuste económico será cada vez más violento, lo que empeorará la misma economía que trata de salvar de una crisis autoimpuesta, y en una espiral descendente ya vivida en nuestra historia, la destrucción de la industria nacional (principalmente de las PYMEs) aumentando la desocupación, la pobreza y la indigencia. Fomentando la emigración, la inseguridad producto de la desigualdad irremediable y, finalmente, el desinterés de cada vez más cantidad de gente por la política.
A medida que empeore la economía nacional (un «número puesto» en estos procesos) más crudo y antirepublicano será el trato a los políticos opositores (y expartidarios) y manifestantes.
Este gobierno de derecha ha demostrado ser el que peor gestiona la economía, y el que ejerce el poder político y judicial en forma más cruda y menos democrática y republicana. Tiene rasgos de la tristemente famosa Revolución Libertadora, como ya tipificamos aquí. (2)
Nuestra historia muestra cabalmente que la derecha nunca entrega el poder voluntariamente, salvo por fuerza mayor y luego de una crisis provocada por ella misma.
Si puede planificar la entrega tratará antes de destruir cualquier movimiento nacional y popular que pueda sucederla. Ahora sabe que esta es su última oportunidad para cristalizar los cambios que benefician a sus intereses políticos pero principalmente económicos, por eso está tan cebada en los cambios revolucionarios implementados a cualquier costo que está llevando a cabo. Como habíamos anunciado aquí (3) antes de la segunda vuelta que llevó a Macri a la Casa Rosada, los propósitos de esta nueva vieja derecha nacional eran bien claros entonces. El tema es que el complejo mediático y el establishment los ocultaron muy eficientemente. Pero, también, como dijimos en octubre pasado aquí (4):
(…) todo proceso revolucionario de este tipo, no se da sin una resistencia popular o política como la que se atisba en la Argentina del siglo XXI. Así como para aplicar este modelo en los años posyrigoyenistas se tuvo que encarcelar a Yrigoyen y sus partidarios, y para hacerlo en los años posperonistas se tuvo que proscribir a Perón y perseguir o encarcelar a los peronistas, actualmente Cambiemos deberá hacer lo propio con Cristina y los kirchneristas. Esta es la etapa que más asemejamos a la fase “general Aramburu” de la Revolución Libertadora del posperonismo (…). Toda acción contra los intereses populares conlleva una reacción ya sea política o sindical, y para eso el macrismo está preparado. Y los métodos son la persecución o amenaza mediática o judicial, la represión callejera o por los servicios de inteligencia, ya liberados de cualquier control estatal o judicial y económicamente empoderados por el gobierno. Luego de los resultados electorales aparece Cristina Fernández como la cabeza de la oposición franca al modelo menemista-macrista, y por eso la expresidente se convirtió en un escollo insalvable para sus políticas. Más aún, como lo fueron Yrigoyen y Perón en sus respectivas épocas, ella representa además “el pasado mejor” que permanece en el inconsciente colectivo para comparar con el presente de penurias que se vive, y que todo indica que empeorará en los próximos años. Ergo: como para “la década infame” en los años treinta y para “la revolución fusiladora” en los cincuenta, para Cambiemos y “el círculo rojo” macrista, Cristina es el obstáculo a eliminar en la política nacional. Sea como sea y caiga quien caiga. Sólo el tiempo dilucidará el rumbo que tome la sociedad en los próximos dos años, pero no creemos que varíe mucho de lo sugerido aquí. Los tiempos políticos y sociales son mucho más lentos que lo esperado por los observadores o protagonistas, y la inercia de los procesos explica los lentos desplazamientos electorales. Sin embargo, cuando una sociedad protagoniza un giro en su visión política, ésta es difícilmente detenida en el corto plazo de dos años.
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Y, además, ya en febrero último señalábamos (5) que:
Esta etapa de la revolución macrista se enfrenta a la caída de su imagen pública y, por lo tanto a la falta de apoyos en el congreso, algo con lo que había contado hasta ahora. Es por eso que, como adelantamos aquí, se ha recostado en sus rasgos autoritarios, no sólo en el aspecto de represión de la protesta social (ya cuenta con dos muertes a manos de las fuerzas de seguridad) sino en la utilización de jueces amigos del fuero federal para encarcelar manu militari a opositores, ya sean kirchneristas, de izquierda o sindicalistas (siempre que se opongan a sus políticas). También se ven esos rasgos al derogar o modificar leyes por decreto, como la ley de blanqueo, o al presionar a los gobernadores para que se vote la reforma previsional por el congreso.
Es de esperar que con el tiempo esta tendencia se acelere, y veamos que la economía no arranque, que la pobreza y desocupación crezcan, al igual que el déficit comercial y por ello el endeudamiento externo. Esto alimentará la protesta social, lo cual cebará la represión y los métodos para-constitucionales para implementar las medidas gubernamentales“.
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Lo nuevo que estamos viendo en estas semanas es que el establishment (o «círculo rojo» como lo bautizó Macri) parece presionar al gobierno para que acelere a fondo en la redistribución a favor de sus intereses. Algo que señalamos en julio de 2016 (6):
La incógnita sobre la eficacia del macrismo para llevar adelante las próximas medidas de gobierno de su plan se despejará en los próximos seis o doce meses, cuando los medios de comunicación hegemónicos ya no puedan ocultar eficazmente los resultados perniciosos de la economía, cuando los titulares sobre la corrupción o la herencia kirchnerista no sirvan para “entretener” a la sociedad frente a la herencia y la corrupción propias. Será entonces cuando veremos si los métodos revolucionarios del macrismo son suficientes para seguir avanzando en su agenda de gobierno, si el establishment lo sigue apoyando o si le fija nuevos objetivos y, principalmente, si la sociedad sigue avalando su rumbo. De no ser así, veremos qué métodos utiliza entonces para continuar con su programa de gobierno, si aminora la marcha o si acelera a pesar de todo y de todos. Porque la historia argentina muestra, lamentablemente, que la derecha nunca se detiene en su camino y apela a cualquier método, legal o no, constitucional o no, pacífico o no para lograr sus fines. Y no tiene pruritos ni remordimiento al enfrentar a sus adversarios desde el poder, sean éstos minoritarios o mayoritarios. En tal caso, la derecha conservadora siempre fue y será revolucionaria para mantener o recuperar sus privilegios.
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Ante este panorama, los tiempos que vienen prometen ser «interesantes» para las ciencias sociales, aunque no para los ciudadanos. Y no serán iguales a lo ya conocido en nuestra historia, porque programas como este ya han sido aplicados en Argentina pos muerte de Perón, pero no con paritarias libres, movimientos sociales acostumbrados a la lucha en las calles y sindicatos no unificados en una CGT única y obediente al poder. Y, menos aún con un gobierno anterior que entregó el país bastante mejor que como lo recibió y con un pueblo acostumbrado a esperar que el mañana sea mejor que el hoy y mucho mejor que el ayer. Es por eso que señalamos en el título que la crisis autoinfringida por Cambiemos aún no tocó fondo, no llegó a su último peldaño, todavía tiene tiempo para madurar, para ir generando el clima propicio para provocar un cambio de rumbo brusco en la política nacional, como ya ha ocurrido más de una vez en nuestra historia, aunque con una identidad nueva, distinta aunque similar a los grandes movimientos populares autóctonos. Acordamos por eso con la visión que tiene de los movimientos populares el teórico y vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera:
(…) La revolución es por oleadas, no por ciclos” Cuando tú hablas de ciclo, significa que todo tiene un inicio, una estabilización y un fin. Es algo natural como la ley de la gravedad. Hagas lo que hagas, protestes o te movilices, así será de aquí a 50 años, cuando venga otro ciclo. Esta es una mirada que le arrebata el protagonismo al ser humano, que olvida el papel de la subjetividad colectiva en la construcción de los hechos sociales. Es falsa.
(…) lo que reivindicamos es la lógica de los flujos, las oleadas, que es un poco la experiencia que uno adquiere en la vida. Las transformaciones se dan por oleadas. La gente se articula, se unifica, crea sentido común, tiene ideas fuerza, se convierte en ser universal, es decir, ser que pelea por todos. Logra derechos, acuerdos, Estado, política. Pero luego pasa a la vida cotidiana. No puede estar en asamblea todos los días. (7)
No obstante, tenemos que señalar que los costos serán grandes, el daño social amplio, los tiempos no serán templados y muchos de los actores sociales actuales pueden cambiar, mutar. Lo que no cambiará será el hecho de que el movimiento que surja será producto de la cultura política y social autóctona, por lo que tenemos que bucear en nuestra historia para imaginar no quiénes serán los protagonistas principales sino sus características fundamentales. Pero, eso sí, insistimos, el fruto de esta crisis no está maduro aún y, como decían nuestros abuelos: tiempo al tiempo…
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