La edad de los por qué o la trulla de la cacerola

Fuera del tarro nada        Debido a la oposición, los caceroleros padecen el enorme desprecio por la argumentación que deja la ausencia de representación política. Si la calle es violenta, a la manifestación del jueves le faltó la contraseña que juntaron año a año, cifra a cifra, gobierno tras gobierno, los organismos de derechos humanos como las madres y abuelas de plaza de mayo; para contrarrestarla. La calle continuó siendo la calle que aparece en las catástrofes con que nos bombardean diariamente los medios. Sólo que en vez del dios del Hades estaba el deseo de muerte.

        Pienso en la argumentación como un lazo abstracto que enredo en un cierto hecho. No estoy familiarizado o solidarizado con un tal hecho, pero logro que algo de él me preocupe, que algo me importe. Caso contrario, en cuanto no pueda hallar algo que me preocupe o me importe de una cosa, caeré en falta si hago como que estoy familiarizado o solidarizado (solidificado) con ella. Y no es falta de sentimiento ni frivolidad que mi relación con un hecho quede escamoteado por la mediación de otros o porque interponga yo un objeto superfluo. Es falta de argumentación.

Si mi indignación (A) con el gobierno (B) se debe a que no puedo viajar a Miami (C):

  • la relación de A con B no quedará escamoteada por C, si logro que algo de B me preocupe o me importe para sostener  familiar y solidariamente el punto A.
  • por más frívolo y superfluo que sea C, la falta grave y el «riesgo» se da si yo transformo en frívolo y superfluo al punto A.

Pero el punto A es mi relación con…, en este caso, ¡con el Gobierno Nacional! Podría decirse que en cuanto indignación es una relación negativa, pero… Volvamos a ejercitarnos en los puntos anteriores: por más negativa que sea o mediada por otras, no quedará escamoteada si logro argumentar, esto es, si logro que lo que me importa y me preocupa se trasunte en… ¡en B!

          Disculpen ustedes la obviedad de lo anterior.  Ocurre que se deseó la muerte de Cristina, la caída; o se insultó, o se zahirió su actuación o potencialidad. Ocurre que se violenta a Cristina para llegar a Miami y, cuando se vuelve para mirar atrás, de pronto se dan cuenta que  la indignación no está más, que se convirtió en nada como Eurídice. No para tanto…. Digo, no tan poéticamente. Porque el insulto se recrudece, se citan titulares de noticias, se acumulan editoriales furibundas, sentencias, se buscan enfermedades que no se hayan dicho relacionadas con el poder, con la mujer…

           Y, finalmente, ocurre lo peor. ¡A mí qué me importa!, gritan si alguno les pregunta «¿Cuál es tu argumento?». Porque el argumento, en tanto, se transformó en algo que genera discordia, ¡cuando tenía que enlazarme con el hecho!; en algo provocativo, en algo que escamoteo con el insulto o lo superfluo o lo frívolo o lo exagerado o, y esto es más complejo todavía, o cayendo en falta por abusar de datos de trama informativa para cubrir el vacío de espontaneidad, de solidaridad y familiaridad con mi sentimiento o conocimiento propio. En falta de argumentos.

           Porque, a fin de cuentas, «¿por qué?» puede ser una pregunta como una falta de ella. ( http://www.youtube.com/watch?v=xV1jtqpFRDY)

           Les dejo, además, una canción para cantar a lo Pinti (por una cuestión lógica saque las puteadas y, ¡ay! la creatividad):

 Para qué un por qué

si un hidalgo porque

porque-porque cabalga

otra vez.

-A mí qué me importa. 

-Si a mí me pasó.  

-No tiene que contármelo

nadie. -Por eso les ofrezco

toda mi digestión.

¿Y yo qué? ¿Y qué yo?

¿Y qué tengo que ver

y qué tienes que ver

tú también?

Por lo suyo cada uno.

Que lo que es bien de uno

no será del antojo corrupto

del gobierno de turno.

Para qué un por qué

si un hidalgo porque

porque-porque cabalga

otra vez.

Olvídense en escuchando algo que sí importa: http://www.youtube.com/watch?v=O7ZIdkC2cz0

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