Por eso, el oficialismo se apresta a acelerar el proceso de su gobierno en una segunda etapa de su revolución conservadora, como lo hizo a partir del 1° de abril de este año, tomando como modelo la Revolución Libertadora de 1955, como ya señalamos en #1A, 1° de abril de 2017, el día de la caída del Gral. Lonardi… Por supuesto, para lograr ese objetivo cuenta con el apoyo apabullante del aparato mediático hegemónico y el vergonzoso seguidismo de muchos fiscales y jueces, como sucedió también durante aquella nefasta dictadura pero, a diferencia de los militares de entonces, el gobierno macrista tiene que legitimarse en las urnas para lograr su supervivencia más allá de 2019. Otra diferencia fundamental entre el macrismo antikirchenrista y el antiperonismo de 1955 es que los uniformados de entonces tenían a su adversario político en el exilio, proscrito y mudo mediáticamente, en cambio Macri y los suyos tienen a su principal adversaria en el país, presente tanto en las calles como en los medios y en las redes sociales, y una militancia activa y en el terreno, no en la clandestinidad. Los medios y la “justicia” juegan tan abrumadoramente contra ella como lo hacían entonces contra Perón, quizás con menos eficacia pero con la misma soberbia y descaro. Sin embargo, la popularidad del «tirano profugo» no fue mellada con tantos años de desprestigio planificado, como tampoco parece serlo la imagen de la «chorra populista», como refieren todas las encuestas. Lo que no sabemos es si el resultado de esta táctica en 2017 será el mismo que en 1958 o, peor aún, si el de 2019 será similar al de 1973…
La Revolución Macrista podría entregar la Dama en 2017 porque confía en dar Jaque Mate en 2019.
Más allá de cualquier análisis que hagamos sobre la estrategia macrista-durán barbista para pelear el primer puesto en la provincia de Buenos Aires en las elecciones de medio término o especular sobre ese resultado, el oficialismo cuenta con un par de antecedentes históricos para alentar su sueño de reelección en 2019. El kirchnerismo perdió ese baluarte electoral en 2009 a manos del entonces desconocido y ahora desaparecido Francisco “Colorado” De Narváez, y en 2013 a manos de una “cuña del mismo palo” kirchnerista: su ex Jefe de Gabinete Sergio Massa. Sin embargo, eso no obstó para que Cristina Fernández fuese reelecta en 2011 por un apabullante 54% de los votos, y que terminara su doble presidencia con una Plaza de Mayo llena como nunca y un retoño K, Daniel Scioli, perdiendo en segunda vuelta por tan soló 2 puntos.
Esos ejemplos alentarían al macrismo a bajarle el precio de antemano a una posible derrota en la provincia más populosa confrontándola con un triunfo a nivel país, como lo hiciera el kirchnerismo en aquellas dos oportunidades.
No obstante, un antecedente contrario a esa teoría es la derrota sufrida por la anterior Alianza en 2001, lo que derivó en el desastre delarruísta-cavallista de ese fin de año. No escapan a nadie las diferencias entre aquellos dos casos exitosos y el actual de Cambiemos, pero repasemos primero un par de ventajas que tiene la alianza macrista-carriotista-radical frente a la alianza delarruísta-alvarista que intentaba superar la etapa menemista.
El presidente De La Rúa asumió con un país estancado, con 4 años de recesión, con pobreza, desocupación, indigencia y desigualdad en alza, sin moneda nacional por estar atada al dólar debido al cepo cambiario del «1 a 1» (un verdadero cepo) y una deuda externa enorme y creciente. En cambio, el presidente Macri asume con un país en crecimiento, con pobreza, desocupacion, indigencia y desigualdad en caída, y una deuda externa muy baja y fácilmente manejable. De todos modos, a pesar de esas ventajas la economía macrista empeoró no sólo los problemas heredados sino también los logros del kirchnerismo. Pero esos no fueron errores del actual oficialismo, como hemos sostenido aquí en varias oportunidades. La “revolución macrista” (como la describimos aquí en La revolución macrista, una lección para la izquierda nacional ) ya logró gran parte de sus objetivos tácitos, los que señalamos en nuestra nota 10 razones para votar a Macri y 10 razones para votar a Scioli , y cuyos resultados ratificamos en Primer año de gobierno: sin sorpresas, la revolución macrista va viento en popa. Pero ahora enfrenta el desafío de profundizar esos cambios y lograr «institucionalizarlos» para que sean irreversibles, como se está intentando hoy en Brasil.
En cuanto a las diferencias entre este proceso macrista y el anterior kirchnerista, la economía y la situación social son completamente opuestas: hasta 2015 aunque la inflación era un problema, no lo era en forma tan acuciante como lo es hoy debido a la debilidad de las paritarias actuales, sumado al combo social casi al borde del estallido; y, para peor, durante el kirchnerismo el desempleo, la pobreza, la indigencia y la desigualdad bajaban y en cambio ahora suben.
Nunca está dicha la última palabra, pero muchos análisis que se ven en los medios y en ciertas “mesas de arena” políticas están demasiado sesgados por los deseos de los analistas y por el desconocimiento o menosprecio de las lecciones de la historia política nacional. Como señalábamos en nuestro último artículo mencionado:
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“La incógnita sobre la eficacia del macrismo para llevar adelante las próximas medidas de gobierno de su plan se despejará en los próximos seis o doce meses, cuando los medios de comunicación hegemónicos ya no puedan ocultar eficazmente los resultados perniciosos de la economía, cuando los titulares sobre la corrupción o la herencia kirchnerista no sirvan para “entretener” a la sociedad frente a la herencia y la corrupción propias. Será entonces cuando veremos si los métodos revolucionarios del macrismo son suficientes para seguir avanzando en su agenda de gobierno, si el establishment lo sigue apoyando o si le fija nuevos objetivos y, principalmente, si la sociedad sigue avalando su rumbo. De no ser así, veremos qué métodos utiliza entonces para continuar con su programa de gobierno, si aminora la marcha o si acelera a pesar de todo y de todos. Porque la historia argentina muestra, lamentablemente, que la derecha nunca se detiene en su camino y apela a cualquier método, legal o no, constitucional o no, pacífico o no para lograr sus fines. Y no tiene pruritos ni remordimiento al enfrentar a sus adversarios desde el poder, sean éstos minoritarios o mayoritarios. En tal caso, la derecha conservadora siempre fue y será revolucionaria para mantener o recuperar sus privilegios.”
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La revolución macrista no tiene vuelta atrás: o mata o muere, no tanto en 2017 sino en 2019. Es por eso que planteamos que el oficialismo podría darse el lujo de entregar este año a la Dama (la provincia de Buenos Aires y con ella a su gobernadora) pero debe ganar sí o sí en 2019. Confía para eso en una reactivación económica del país, basado en las famosas “inversiones externas” y las exportaciones agro-ganaderas (¿o serán «afroganaderas»?) largamente prometidas, las que configurarían un modelo de país similar al anterior a 1916.
Sus objetivos sólo pueden ser alcanzados si triunfa, si lo hace en esta oportunidad y en forma concluyente, porque una derrota habilitaría el regreso del temido “populismo” (como anatemizan ellos a cualquier gobierno nacional y popular, ya sea yrigoyenista, peronista o kirchnerista), el que ahora sí sería tan revolucionario como lo es el macrismo, pero de signo contrario. La historia no le perdonaría al establishment, u oligarquía, para quienes pintan canas, (del que la mayoría de los funcionarios del gobierno son miembros) si esta vez no configura al país como lo hizo en la etapa pre-yrigoyenista. Porque, qué duda cabe, ese es el modelo de país que esta derecha “moderna” planea restaurar en esta oportunidad, como si fuese una etapa superadora del menemismo de los ’90. Es decir, una Argentina modelo siglo XIX en pleno siglo XXI.