Primer año de gobierno: sin sorpresas, la revolución macrista va viento en popa.

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A un año del triunfo de Cambiemos en las presidenciales de 2015 y casi uno de gobierno macrista, algunos argentinos se muestran sorprendidos con las medidas tomadas por el Poder Ejecutivo o con los resultados de las mismas (entre ellos, muchos de sus propios votantes), y a muchos más nos llamó la atención la velocidad en que el macrismo las implementó. Los sorprendidos fueron víctimas del conveniente y oportuno camuflaje del discurso conservador y neoliberal del macrismo luego de su triunfo por escaso margen en la segunda vuelta en el distrito de la capital de Argentina, que colocó a su candidato, Rodriguez Larreta, en el gobierno de la ciudad. A partir de ese momento, el macrismo se vió obligado a abandonar su oposición frontal al kirchnerismo y su discurso neoliberal, y prometer (por motivos tácticos) mantener y mejorar todo lo que estaba bien y corregir todo lo que estaba mal, producto de los gobiernos kirchneristas. Sin embargo, luego de tan solo un año en el gobierno, Cambiemos en realidad no hizo más que empeorar lo que estaba mal y abolir, disolver o arruinar lo que estaba bien durante el kirchnerismo.
Las últimas encuestas no le dan al presidente el «8» con que él mismo calificó a su gestión ya que, por ejemplo, la de Management & Fit que encargó Clarín especifica que «el 43,1% considera que la gestión fue negativa o muy negativa, mientras que el 25,9 % la encontró positiva o muy positiva» y que el 51,6% piensa que Macri no cumple con sus promesas de campaña, sumado a que el 40,3% cree que «la situación económica del país estará peor o mucho peor ‘en los próximos meses’, mientras que el 34,9 % sostiene que va a mejorar».

No obstante, este humilde Basurero coincide más con el balance del presidente que con la opinión mayoritaria de los encuestados. Simplemente, porque partimos de la base de considerar los objetivos que, creemos, se propuso Cambiemos al comenzar su gestión, que pueden o no coincidir con las expectativas de quienes lo votaron (en este caso, mayoritariamente no coinciden). Por lo tanto, si analizamos los objetivos estratégicos del macrismo (los que adelantamos aquí desde antes de las elecciones de 2015) vemos que se cumplieron gran parte de ellos en este primer año de gobierno, en la que llamamos en sendas notas la Revolución Macrista.

 

MacriNarizPinocho

 

Es así que las medidas tomadas por el presidente Macri no nos sorprendieron a nosotros ni a varios analistas, periodistas o humildes blogueros, ya que habíamos oportunamente advertido el año pasado a quien quisiera escucharnos/leernos sobre el modelo o proyecto de país que Macri y sus socios políticos en Cambiemos se aprestaban a instalar en Argentina en caso de ganar las elecciones. Desafortunadamente, estábamos en lo cierto.
Un breve análisis del primer año de gobierno de Cambiemos nos muestra que el macrismo ha logrado gran parte de aquellos objetivos que se había impuesto; no los que expresó en la campaña para el balotaje, por cierto. Pero no es tiempo de reproches o autobombo, sino de señalar que lo que sucedió con el país no era imprevisible ni inevitable. Y de advertir que lo mismo o algo peor puede pasar a partir de 2017 si las urnas ratifican este rumbo y Cambiemos obtiene mayoría en Diputados.
Para probar nuestra afirmación de que el rumbo e idiosincrasia del gobierno macrista no son sorpresivos, repasaremos aquí algunas de las advertencias que hicimos antes de las elecciones con la intención de evitar la debacle que veíamos venir si Macri arribaba a la presidencia… cosa que efectivamente sucedió.
Por ejemplo, dijimos entonces (basados en la palabra de quienes saben más que nosotros, por supuesto) que:

 

(…) si lo que el votante quiere es un cambio en el estilo de gobierno, en la orientación política del país o en su rumbo económico para los próximos cuatro años, indudablemente es el macrismo el indicado para hacerlo. Su proyecto de país es verdaderamente opuesto al actual. Nunca estuvieron tan claras como en estos comicios las diferencias políticas y económicas entre los dos proyectos en juego en una elección nacional.

 

Adelantábamos entonces que habría una brusca devaluación del peso y un fuerte aumento de las tarifas de los servicios públicos:

 

El índice de inflación, a su vez, pegará un salto cuando se corte la soga del ancla de los subsidios. Si al mismo tiempo se produce una devaluación, como anticipan con énfasis los mercados financieros desde las elecciones del domingo, la puja distributiva será intensa y los riesgos de derrumbe de la capacidad de compra de devaluación y quita de subsidios provocarán una transferencia de dinero contante y sonante de sectores populares a prestadores de servicios públicos y exportadores.

 

Anticipábamos, además, que su política sobre la deuda externa y pago a los fondos buitre sería la siguiente:

 

Macri es afín a volver a negociar créditos con el FMI, a endeudarse para financiar los desequilibrios fiscales y financieros, al igual que su equipo de economistas. Y lo mismo hizo en su gobierno en la ciudad: en 2007 la deuda externa de Buenos Arres era el 1,4% del producto bruto de la ciudad. Hoy es del 8,6%, es decir que, contrariamente al kirchnerismo que lo disminuyó notablemente, Macri sextuplicó la deuda externa de la ciudad, y en dólares. Si un gobierno macrista devalúa el peso de golpe en un 50%, entonces el próximo gobierno de Rodriguez Larreta y los porteños verán aumentada en ese mismo 50% su deuda externa.

Los hombres que aconsejan al candidato presidencial hablan de que intentarán cerrar un acuerdo antes que termine el año.
Inmediatamente después, la Argentina se mostraría ante Griesa dispuesta a reabrir formalmente las negociaciones de manera inmediata.

 

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Y, una vez que Macri ya estaba en la Casa Rosada, el pasado 1° de julio caracterizamos a su gobierno como una revolución conservadora, asemejándolo a las de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. No sólo analizamos esa revolución macrista sino que la pusimos como ejemplo, como modelo a seguir por la izquierda nacional. Veamos lo que dijimos entonces:

 

macrirevolucionQuienes no votaron a Mauricio Macri imaginaban o sospechaban cuáles serían las medidas políticas y económicas que tomaría, pero lo que no imaginaban es la velocidad en que lo haría, ya sea porque no contaba con las mayorías en ambas cámaras o porque la sociedad las resistiría en alguna medida. Sin embargo, aún antes de asumir, cuando apeló a la complicidad de algunos jueces para forzar la salida de la presidenta doce horas antes para que no se produzca la transmisión del mando, Macri le imprimió a su gobierno un ritmo acelerado imprevisto, con el propósito de aprovechar los primeros días para tomar las medidas más profundas antes de que la sociedad y la oposición política puedan reaccionar. Es así cómo el macrismo logró objetivos impensados por la mayoría de la población. Los cambios estructurales que puso en funcionamiento en la sociedad en tan poco tiempo pueden ser catalogados como una verdadera revolución, tomando como definición de revolución un cambio brusco o radical en el ámbito político, social o económico de una sociedad. Y si analizamos las medidas tomadas por el gobierno en estos pocos meses veremos que, independientemente de los resultados finales en la población, la elección de ese concepto no es descabellado.
(…) el macrismo logrará en dos años de una administración “seria, ordenada y con clima de negocios” que el país tenga la misma inflación que la “dispendiadora, desordenada y espantadora del clima de negocios” administración kirchnerista. Pero el país ya no será el mismo.

Como señala Roberto Caballero: “En apenas seis meses de gobierno macrista el endeudamiento de la Argentina creció un 11%, la proyección oficial de inflación es del 42% para el año y no el 25 que prometían, ya se perdieron 250 mil puestos de trabajo y la incertidumbre sobre el futuro domina los hogares del país, azotados a su vez por un inclemente tarifazo en los servicios públicos que modifica negativamente el mapa de gastos y expectativas de todas las familias. La situación económica es mala, en progresión agravada, y nada indica que vaya a mejorar, porque todos saben que si la inflación baja en algún momento será producto de una recesión profunda y las consecuencias para el aparato productivo, en términos de empleo y consumo, serán mucho peores que las actuales.

Parte de la estrategia utilizada por el establishment en sociedad con el gobierno, que es a su vez parte del mismo (su mano política más eficaz en esta revolución conservadora), es la demolición, deslegitimación del movimiento popular que gobernó el país en estos últimos doce años, recurriendo principalmente al argumento de la corrupción. Sobre esto tema dice Caballero:

Frente a esto, el nuevo gobierno ofrece cotidianamente un capítulo nuevo de la novela de criminalización de funcionarios de la anterior administración que distrae de los problemas centrales y sus responsables, y hace foco en los asuntos accesorios, aunque no por eso menos llamativos.
Hacen fila en los canales de TV los panelistas para sostener el nuevo relato, que asocia maliciosamente 12 años de políticas inclusivas y desafiantes del orden conservador con la venalidad y la corrupción administrativa generalizada, donde no habría nada positivo para rescatar y todo pasa a la condición de desechable por ominoso.

Y Horacio Verbitsky señala sobre el mismo recurso:
La demolición del anterior gobierno avanza sin obstáculos, para satisfacción del actual. Hasta ahora nadie se pregunta si en algún momento esa maquinaria no se volverá también contra su instigador y contra el sistema político en su conjunto, como ya ocurrió en Brasil. Tiempo al tiempo.

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También entonces poníamos en contexto al gobierno nuevo macrista señalando uno de los objetivos primordiales para permanecer en el poder:

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Este sistema de legitimación del ajuste revolucionario macrista apelando a la desligitimación sistemática de la única fuerza política que puede obstruir sus medidas, ya lo hemos catalogado en notas anteriores, como La construcción de la “Tercera Tiranía”. Pero esta especie de “limpieza étnica” de la política a la manera de un fanatismo religioso, de parte de supuestos miembros impolutos de una élite superior de la sociedad, expertos en cada una de las ramas del gobierno (“el mejor equipo de los últimos cincuenta años”, como anunció el propio Macri), además de descabellada e increíble es falsa. Todos y cada uno de los funcionarios macristas tienen un pasado conocido, y que dista de ser impoluto y bendecido con el agua bendita de la honestidad.
La revolución macrista, similar a la menemista, aunque mucho más eficaz en lograr sus objetivos económicos en el corto plazo y en minoría en ambas cámaras, conduce al país rumbo hacia una sociedad más desigual, más injusta, con menos industria, con un modelo agroexportador similar al de la Argentina conservadora de princípios de siglo XX; es decir, no sólo pre-peronista sino pre-yrigoyenista, cuando la población era mucho menor y había una tasa de desocupación y pobreza mucho mayores.

 

 

Y días después, el 13 de julio, planteábamos sobre el mismo tema:

 

Una revolución no le pide permiso al status quo para modificarlo, actúa con todos los medios a su alcance. No pinta con el delgado pincel de fileteador porteño sino con una brocha gorda, ya habrá tiempo de corregir los errores. Sintoniza a grosso modo otro canal para después apelar a la sintonía fina. Un régimen revolucionario no tiene pruritos para forzar las instituciones, porque viene a cambiarlas de raíz, al menos hasta donde la burocracia estatal se lo permita. No tiene delicadeza para presionar a los factores de poder, institucionales o económicos, para doblegar su voluntad, ya que una revolución viene para cambiar esos mismos agentes sociales. Precisamente, esto es lo que hizo y seguirá haciendo el macrismo, porque es un gobierno revolucionario, como señalamos en nuestra nota anterior, «La revolución macrista».
Los límites al accionar de un gobierno revolucionario son los que le impongan esos factores que vino a cambiar, mediante los controles constitucionales o institucionales que la sociedad política tiene (que dependen de la burocracia estatal) o por medio de la resistencia de la sociedad misma, ejercida por la “opinión pública” o la movilización popular. Es decir que la dinámica revolucionaria no se adecua a la teorización abstracta o moralista de los análisis o debates de “expertos” o periodistas, ni a los optimistas deseos de legalismos principistas: una revolución arrasa con los posibilismos y voluntarismos que se le enfrentan. Encara, derrumba, demuele todo lo posible y construye su proyecto sobre los escombros resultantes de la sociedad en la que actúa. Al mismo tiempo escribe el relato que le da sentido, que la explica y enmarca. Y todo esto al mismo tiempo, porque el tiempo de la revolución es siempre corto, su futuro es el presente: debe pegar primero, sorprender y dañar enseguida para lograr los primeros rounds que le den fuerza y sentido. Su accionar es vertiginoso en esencia, de lo contrario se detendría y podría ser vencida; y no siempre coincide con los objetivos fijados antes de asumir el poder, al menos en sus detalles. Y eso es lo que sucede con la revolución macrista, la revolución de la derecha conservadora del siglo XXI en Argentina.

(…) el macrismo no tiene empacho en cooptar diputados y senadores del anterior gobierno mediante carpetazos, dádivas o promesas, en presionar jueces o fiscales mientras los medios hegemónicos le hacen la tarea sucia de denunciar, inventar o agrandar casos de corrupción del gobierno anterior para ocultar sus pecados. La derecha apela siempre al “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”, y sus intereses están siempre por encima de los intereses o derechos de las mayorías; y para ella el fin siempre justificó los medios.
Las estimaciones del propio gobierno señalan que, si todo va sobre ruedas, este año tendremos una inflación superior al 40% y una caída del PBI de un par de puntos y llegaremos al 2017 con una tasa de alrededor del 25% y con un leve crecimiento de la economía. Es decir que el macrismo logrará, en la hipótesis más optimista, que a fines del segundo año de su administración lograr una tasa de inflación similar a la del denostado kirchnerismo y un crecimiento del PBI similar a los 2,4 puntos que el INDEC macrista le reconoce al tándem Cristina/Kicillof. Pero el país ya no será el mismo, y se habrá producido una enorme transferencia de ingresos desde las clases subalternas hacia la clase alta, la clase empresarial.
El gobierno de Macri habrá cambiado la estructura de distribución de la riqueza, el modelo económico y el proyecto de país de forma revolucionaria. Como hemos dicho antes, como ni en 2014 ni en 2015 se produjo la crisis que tanto presagió la derecha argentina a través de sus voceros, y que necesitaba el modelo económico que enarbolaba para ejecutar la política de shock neoliberal, de ajuste salvaje similar al de la década de los noventa, el gobierno macrista la produjo en 2016 para así “menemizar” al país en 2017. Así, este verdadero macri-menemismo mediante decretos, leyes y medidas ejecutivas desmanteló en pocos meses organismos y desbarató logros que al gobierno anterior le tomaron doce años cimentar. Y todo esto en menos de un año. Pero lo que se atisba en el horizonte de este gobierno de la derecha conservadora (como de cualquier gobierno de este tipo) es más desolador todavía, tanto por el poderoso relato que se está construyendo desde el poder, desde el “círculo rojo” aliado con el gobierno, como por el escaso tiempo que le llevó al macrismo lograr lo que logró. En forma revolucionaria, desprolija, produjo un megatarifazo en los servicios públicos con la excusa de quitar los subsidios y reducir el déficit fiscal, primero, de mejorar las arcas de las empresas proveedoras, luego, cuando no alcanzó la primera explicación, y finalmente con la excusa del ahorro de energía con propósitos ecológicos. De esta manera, el esfuerzo recae sobre los usuarios, la parte más delgada del hilo de la relación en lugar de exigir esfuerzo o inversiones a las empresas o el estado.

A siete meses de haber asumido, el gobierno cuenta (…) con la casi unanimidad de la “opinión pública” (la opinión publicada), a pesar de que los efectos devastadores de sus políticas ya pueden verse claramente. El macrismo cuenta, además, con el poder de las pautas publicitarias de los tres estados más ricos del país: la del estado nacional, la de la provincia de Buenos Aires y la de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Y dirige las fuerzas de seguridad o militares de esos mismos estados, además de la ex SIDE.
Esos hechos trasuntan la ideología conservadora que tiñe todos los estratos del gobierno y sus voceros, quienes a su vez tratan de difundir la creencia caprichosa de que un empleado medio con un sueldo medio no tiene derecho a tener un auto, un moderno televisor de LEDs, usar aire acondicionado o calefacción, mantener un celular por miembro de la familia y gozar de vacaciones en el exterior, porque eso no es normal, sólo pueden hacerlos los miembros de las clases más acomodadas. Esa visión clasista de la sociedad, típica de partido conservador, busca justificación en una economía “seria”, “racional”, respetuosa del libre mercado y del “clima de negocios”, que no fue, precisamente, la que rigió en los últimos años, la que a su vez trata de demonizar sistemáticamente.

 

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Finalmente, repasando lo que dijimos entonces y lo que alertaron varios analistas, periodistas y blogueros (que evidentemente no llegamos a suficiente cantidad de personas o no fuimos lo suficientemente convincentes) queda claro que lo sucedido en este año de gobierno de Cambiemos no es sorpresivo; al menos para quienes estaban advertidos de lo que pensaban realmente los miembros de Cambiemos, no lo que esbozaban con medias tintas en la campaña presidencial, para consumo de la mayoría de votantes menos interesados en la política y en los políticos. Una excelente campaña de lavado de ideología diseñada por el grupo de marketing político de Cambiemos dotó al macrismo de una pátina de cualunquismo proselitista, de un populismo superficial bañado con eslóganes y discurso polisémicos, mezcla de relato new age y de autoayuda con el que convencieron a muchos de sus posibles votantes, los necesarios para derrotar en las elecciones al kirchnerismo,
Sin embargo, gobernar es otra cosa, por supuesto, pero también lo son los medios efectivos para imponer las medidas de gobierno no anunciadas (y principalmente sus efectos) . Pero este es otro debate, el que dejamos para más adelante. Una cosa es si el macrismo alcanzó o no muchos de sus objetivos originales y otra muy distinta si sus votantes votaron ese programa o si sus resultados benefician a las grandes mayorías. Por eso, hoy podemos afirmar, analizando los logros de su programa de gobierno conservador y neoliberal, que, como decimos en el título, por el momento y luego de este primer año de gobierno de Cambiemos, la revolución macrista va viento en popa.

 

 

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Los textos fueron extractados de algunas de las siguientes notas de Basurero Nacional:

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Macrieconomía. El plan económico del macrismo.

10 razones para votar a Macri y 10 razones para votar a Scioli.

¿Sucia campaña del miedo? Macri recibe el apoyo de Cavallo por su política económica.

Cambiemos. Ya llega el “Mauricio’s Fantasy World”.

El macrismo asegura que devaluar un 50 ó 60% no producirá inflación y deterioro del salario. ¿Es creible?

“Que 20 años no es nada…”, 1995-2015: libertad de mercado vs estado de bienestar.

Cuando los macristas vinieron…

La revolución macrista.

La revolución macrista, una lección para la izquierda nacional.

 

Acerca de Basurero

Soy un basurero interesado en Antropología, Historia Argentina, Política, Economía Política, Sociología, idioma Inglés, Fotografía y Periodismo, y culpable confeso de ejercicio ilegal de estos temas en mi blog.

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