La sociedad Caperucita

Estaba leyendo que el plan de lucha para este año de la «descartada» Federación Agraria empezó con un primer plenario en un Club de Bragado de sugestivo nombre: «Los Millonarios», je, je, je

Mejor leo otra cosa dije y revisaba el revistero de la consultora en la que me encotraba, Tomé una de las revistas que se notaba era nuevita, hojée y repare que la docente que escribía el artículo se apellida «Moyano» y eso me cayó bien de entrada.

Se llama «los 125 días de la 125 en los medios y la sociedad caperucita»

«Sin demasiado riesgo, es posible meterse con hechos de la historia de la humanidad, incluso con aquellos que han sido bisagras en los recorridos de las civilizaciones. Se puede dudar de que el trozo de género que la Iglesia Católica venera sea, efectivamente, el Santo Sudario.

Un 20% de la población estadounidense se da el lujo de descreer de la llegada del hombre a la luna y centenares de especialistas indican que la posición de la bandera que se ve en las fotografías junto a los astronautas es una prueba irrefutable de la farsa. Arquitectos, ingenieros y pilotos con incuestionables trayectorias aseguran que las Torres Gemelas cayeron por una implosión que provino del subsuelo de los edificios. Y nunca falta alguien que asegura haber visto vivito y coleando a Alfredo Yabrán luego que todos nos enteráramos de que se había volado la cabeza con una escopeta.

Sin embargo, un muro se levanta frente a quien se atreve a poner

en duda el relato mediático. “Es verdad, claro que sí, si lo leí en el diario”, dice el discurso de entre casa.“Es un atentado contra la libertad de expresión”, indica uno más elaborado. ¿Qué es lo que hace y ha hecho que el discurso de los medios de comunicación no pueda siquiera ser objeto de análisis? ¿Cómo es que a cada momento, en cada instancia, en toda situación, incluso al más crítico observador se le cuela el modo en que esos medios nos han indicado qué debemos hablar y pensar?

Desde el mismísimo momento en que el gobierno nacional anunció la puesta en vigencia de la ya histórica Resolución 125 se desplegó el laberinto discursivo y cultural que desde hace tiempo construyen y fortalecen los imperios de la razón mediática. Y la Argentina vivió como nunca antes las tensiones de la relación medios/política.

Se trató, sin lugar a dudas, de la disputa por el sentido más absoluta que se haya vivido en los últimos tiempos. En consecuencia, una lectura detenida y un recorrido detallado por esos días sirven no sólo para arriesgar una respuesta a las preguntas anteriores, sino que permiten reflexionar acerca de qué relación tiene una sociedad con sus medios, esos que día a día la nombran.

Un primer problema -ya bastante comentado pero no por eso menos importante- aparece cuando se intenta denominar con cierta rapidez lo que pasó. Se habla de “conflicto con el campo”, de “conflicto del campo” o de “conflicto entre el gobierno y el campo”. Cualquiera de las tres opciones encierra una evidente trampa ideológica y quien no quiera caer en ella deberá desmenuzar una a una las partes de la oración con el mismo nivel de cuidado que si tuviera en sus manos, una bomba a punto de detonar.

Digamos en primer lugar que las dicotomías nunca son amigas de los análisis certeros y exactos.

Por lo tanto, hablar de  “enfrentamiento entre “campo” y gobierno no los lleva muy lejos, pero el inmenso esfuerzo gramatical y terminológico que implica buscar (y encontrar, claro) otros modos de nombrar lo sucesivo pone en evidencia  no solo la complejidad encerrada en el relato que se generalizó sino también muestra la gran batalla cultural que inevitablemente debe dar aquella política que pretenda un poco más  que ser concebida bajo las luces de los sets de televisión.

El sentido común mediático se adueñó de casi todos los rincones del pensamiento, y en ese territorio construido y repetido un lockout fue un “paro”, las entidades patronales del agro fueron “el campo”, una política de Estado de un gobierno constitucional fue “intransigencia presidencial”, los cortes de ruta por tiempo indeterminado fueron una “protesta de chacareros”, los manifestantes que adherían al gobierno nacional eran siempre y en toda circunstancia “piqueteros”, y los que hicieron tronar las cacerolas fueron, simplemente, “la gente”.

La Presidenta habló de “relato” y la tildaron de ignorante porque esa noción no podía ser sinónimo de otra cosa que de “ficción”. Algunos preguntaron: “Ey, señor/a movilero/a, ¿no le parece mucho establecer una diferencia entre “piqueteros” y “gente” y decir abiertamente que porque sus ropas no son de primera marca hay una garantía de violencia en su accionar?”.

Otros se atrevieron a indagar acerca de por qué durante una huelga docente se expone públicamente lo que un maestro gana pero preguntar a cuántos miles de dólares ascendía la (¿baja?) rentabilidad de un productor sojero se volvía un pecado capital.

La falta de práctica de la sociedad argentina en interrogar a sus medios de comunicación sobre qué y cómo construyen lo que luego circulará como verdad hizo posible que:

-Se denominara en algunos diarios participación “espontánea” a las concentraciones de quienes adherían a las entidades agropecuarias y que en la misma edición se contara -¿con inocencia?- cómo esas mismas manifestaciones contra el Poder Ejecutivo habían sido organizadas con 10 días de antelación.

-Del acto del 25 de mayo en Salta se rescatara -se recortara- la declaración de una familia que orgullosa aseguraba “a nosotros nadie nos pagó por venir”, mientras que la misma operación en Salta daba como resultado el testimonio en el cual un joven aseguraba: “gracias al acto pudimos conocer Salta”.

Los ejemplos siguen, sobran, están ahí, listos para que la enumeración exceda el tiempo de exposición y el límite de líneas permitidas para escribir.

Alguien podría decir, con todo derecho, que se trata sólo de palabras.

Es cierto, y como indica el IV texto del grupo Carta Abierta, “los pueblos no comen símbolos”, pero como también se indica allí “los símbolos son parte esencial de las condiciones bajo las que se piensan los pueblos”. Reflexionar sobre los modos en que los medios (nos) cuentan lo que (nos) ocurre es interrogar acerca de cuáles son las bases sobre las que se asienta la lógica de los medios de comunicación, es decir, sobre cuáles son los principios en los que se funda el sentido al que habitualmente se le dice “común”.

Por aquellos días en que la Resolución 125 era demonizada y defendida con el mismo ahínco, los grandes medios de comunicación hablaron de una “disputa” entre “el poder” y “un sector productivo”, y daban cuenta de una “sociedad rehén”.

Toda una concepción se esconde detrás de esta frase. Como indica Nicolás Casullo en Las cuestiones: “El mercado massmediático va instalando la idea de que su lógica no contiene derechas ni izquierdas, ni contenido sustancial.

Es sólo una cuadrícula de oferta, donde los casilleros formalizan oferta y demanda, y demanda de manera intercambiable como los denominadores comunes: dinero, inversión, bono, crédito. La política devino una equivalencia administrativa, un juego de ‘alternancias’ inocuas, una institucionalidad de gestión carente de historia social”.

No hay inocencia al decir que “el poder” es el político; en no mencionar que ese “sector productivo” pertenece al más concentrado poder económico; en colocar a la sociedad por fuera del conflicto y no dar cuenta de que los niveles de participación que vivió la Argentina no tienen un registro similar en las últimas dos décadas; en equiparar a través de los mecanismos de la palabra y de la edición -la pantalla partida llegó para quedarse- a un gobierno nacional con un sector económico.

Durante este conflicto hubo voces que se levantaron contra el modo en que la coyuntura estaba siendo contada, pero la noción de “reflejo de la realidad” fue el escudo con que los medios defendieron su accionar. ¿Por qué hablar de construcción era una herejía? ¿Por qué las principales entidades de medios y los periodistas más influyentes recurrieron a la noción de espejo? Hay dos razones fundamentales que explican ese comportamiento:

-construyen una realidad” y no que la “reflejan”, se verían obligados a dar cuenta -ante la sociedad- de cuáles son esos mecanismos a través de los cuales fabrican las noticias, lo que implicaría que

-espacios en los cuales la vida social aparece “reflejada”, sino como actores sociales y políticos del acontecer de una

Nación.

Reconocer estas dos cuestiones implicaría colocarse ya no sólo en el lugar del decir, sino que abriría la puerta a que se les pudiera decir a ellos también.

Desde ese punto de vista, y desde la tozudez de permitirse sospechar frente a lo editado, frente al plano corto, frente al recorte informativo y frente al primer plano de una cámara, es que observamos una profunda declaración política y un claro posicionamiento cuando se afirma -como se hizo durante el conflicto- que “la amplitud y riqueza de la comunicación está garantizada solamente por la debida rendición de cuentas del Ejecutivo sobre las cuestiones de interés público, y no, a la inversa, por el control de Estado sobre lo que se publica o lo que se dice en los canales y en las radios”.

La política, en este esquema, no tiene más alternativa que retroceder hasta quedar contra la pared, auditada por quienes en nombre de “la gente” -“sujeto por excelencia de la historia mediática”, al decir de Casullo, y que vino a reemplazar nociones más caras a lo político como “pueblo”- se arrogan el derecho a preguntar (a algunos) pero no a ser interrogados.

“Los conceptos clásicos de independencia respecto al control del gobierno o de los monopolios ya no nos permiten comprender la acción de los medios de comunicación, que de ser víctimas de la ferocidad del poder político han pasado a ser un actor importante que más bien está en posición de conseguir que la víctima sea el poder político”, escribió Edurne Uriarte, en la revista Leviatán de Madrid.

Algo de esto se puso en evidencia en los 125 días que conmovieron a la Argentina.

Los relatos son construcciones y decir esto no debería asustar ni erizar la piel de nadie. Pero para que no se conviertan en cuentos, la sociedad caperucita debe preguntarle al lobo feroz sobre sus gigantes orejas y por qué tiene dientes tan grandes. El final feliz sólo llega de la mano de la interrogación. Si ésta no tiene lugar, el animal podrá no sólo tragarse a la abuela y a la niña, sino también al cazador, la última garantía de que todos salgamos de la barriga de quien nos engulló.

 

Termino de leerlo y sigo pensando: «los millonarios» je, je, je

Acerca de OMIX

Omar Bojos / Bonaerense, moronense, peronista conurbanero y defensor de los compañeros con quienes militó en tiempos un tanto más difíciles que los actuales (gracias a Dios)

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2 comentarios en «La sociedad Caperucita»

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