Pese a la ostensible distancia ideológica que separa a Sebastián Piñera de Cristina Fernández, el ex presidente chileno fue buen amigo del gobierno nacional durante su gestión.
Esa sintonía se materializó en cuestiones concretas y de relevancia superlativa como el Corredor Bioceánico Aconcagua, que para Argentina equivale a facilitar su conexión con el océano pacífico. Lo cual, sumado a las posibilidades de vincular a tal iniciativa la reconfiguración de negocios que ha encarado la gestión pública de YPF y las reformas que, si bien muy limitadamente, se propone Florencio Randazzo en materia de transporte, habilita a imaginar una diversificación del perfil productivo argentino y a pensar más ampliamente el proyecto de país.
Lo actuado durante sus presidencias por Lula en Brasil, Néstor Kirchner aquí y el comandante Hugo Chávez en Venezuela, evidentemente, forzó el surgimiento de una nueva derecha en el continente, democrática: Piñera en Chile y Juan Manuel Santos en Colombia son ejemplos en este sentido.
Así, los intereses de la relación bilateral entre Argentina y Chile se sostuvieron (más aún: se profundizaron) a pesar de los cambios de gobierno acontecidos al otro lado de la cordillera. Y es indiscutible y deseable suponer que eso no variará.
Las novedades con el retorno de Michelle Bachelet al Ejecutivo chileno, entonces, pasarán más por los equilibrios geoestratégicos sudamericanos que otra cosa. Conviene aprovechar esta oportunidad para relanzar el Mercosur, pues viene golpeado con la finalización del mandato (con posterior enfermedad) de Lula, los fallecimientos de Kirchner y Chávez, las dificultades internas que debieron afrontar Cristina Fernández, Dilma Rousseff y Nicolás Maduro, los conflictos institucionales en Paraguay y algunos tibios (y estructuralmente lógicos) deslizamientos aislacionistas de Uruguay.
Se trata de evitar la frustración del no al ALCA camuflada a través de la Alianza Pacífico, que se debilita tras irse mal Piñera de Chile y frente a la incertidumbre del calendario electoral en Colombia, quedando Perú casi en soledad en el subcontinente.
Las derivaciones golpistas en Venezuela, de este modo, pierden algo más del ya muy poco eco regional con que cuentan.
Alejandro Horowicz dijo alguna vez que la posibilidad para los países de intervenir con el peso de la autonomía en el mundo caracterizado por los bloques comerciales supranacionales requiere de elevar el rango de la integración regional.
Algunas de las cuestiones enumeradas en el segundo párrafo, y varias advertencias académicas en relación a que la respuesta a los ataques monetarios especulativos que han sufrido varios de los países de Unasur en los últimos meses mejoraría si es coordinada de manera colectiva con instituciones de permanencia temporal, sustentan su hipótesis.
La dinámica internacional acaba de abrirle al kirchnerismo un territorio de fuga hacia adelante más que interesante.
Su programa a futuro es capitalizarlo políticamente.
Para armar una unión monetaria no te quepan dudas que el tema de la estabilidad fiscal de los miembros participantes será tema clave. De ahí que no sé si los países de la región están preparados para afrontar un escenario a mediano plazo en el que la devaluación no aparezca siquiera como opción de última instancia.
Bachellet no va a debilitar la Alianza del Pacífico. No es una opción política sinó económica, y es lo que le conviene a Chile y su estructura productiva. El Mercosur es más una unión de países que apuntan a su mercado interno, y ahí Chile tiene mucho más que perder que lo que tiene para ganar. En cambio el Pacífico es el área de mayor crecimiento durante las próximas décadas.