Las mujeres: ni rosas ni cardos

Me provoca una triste y enojada sonrisa. Cada papel que me dan, cada cosa que en general leo, con el uso y abuso de un signo que, como todo signo devenido en símbolo (en mayor o menor medida, directa o indirectamente), cumple una función determinada, dialéctica como semánticamente plantea no sólo un uso que incide en la concepción de todo un significante, sino que marca una determinada pauta a la hora de regirse o explayarse en cualquier tipo de expresión. No es sólo una barra que separa, como es su uso, sino que hay que ver qué es lo que separa. No sobre el papel, sino en la realidad. Parece una obviedad decir que separa lo que parece sobreentenderse y obviarse: los sexos.Y he visto por diversos ámbitos el profundo debate en torno al modo de escribir y determinar las palabras.

Partamos del hecho de que las palabras en sí son neutrales. Son en sí asexuadas. La carga sexual o sexista corresponde a un uso y a un contexto determinado, no a la palabra en cuanto a su estructura, formación y modo de escribirla. El darle un matiz profundamente sexista a la hora de decir “es necesario distinguir que en la palabra “trabajadores” entran las mujeres que ejercen algún tipo de labor” es ejercer, paradójicamente desde el otro lado, la llamada violencia simbólica: si no das a entender explícitamente que existen y están las mujeres trabajadoras, sos machista (o se entiende, sexista en defensa del hombre, del macho patriarcal, etc.), cuando hay que focalizarse en que lo que se está designando es en sí mismo una masa neutra de personas, y que por extensión, abarca tanto a hombres como a mujeres. Porque sintáctica como gramáticamente, el uso de determinadas palabras indican un uso concreto para designar un objeto y sus referencias como un todo neutral y no injiriendo en la composición específica. El uso de los plurales es el ejemplo más claro: decir “todos” señala un todo uniforme, porque no se necesita detallar contextual o circunstancialmente que puede haber, en ese momento, mujeres presentes, porque lo que se está indicando en primera instancia es la referencia a un conjunto X de personas (al menos que sean en efecto solamente mujeres las presentes, es lógico y obvio el uso de “todas”, y al revés también si fueran todos hombres) y en todo caso, si persona es una palabra neutra para designar tanto a un hombre como a una mujer, alguien podría escribir “personos” para los hombres por la terminación y de esa manera darle la correspondiente connotación sexista y distintiva (aberración que espero jamás suceda), lo cual sería de una irracionalidad y absurdez exasperantes, que sin embargo cala hondo como recurso facilista a modo de filtrar una realidad mucho más compleja y problemática.

Cómo se puede criticar esto: no siempre las mujeres, por ejemplo, tuvieron derecho a ejercer ciertos trabajos o en ciertas jerarquías, y el que se utilicen las palabras para reflejar un derecho vital y ganado, es un gran reconocimiento, pero además, una necesidad por el simple hecho de que si se ha impuesto un supuesto uso masculino y patriarcal a la hora de escribir, la mujer merece y debe ejercer lo mismo. Yo digo: ¿es necesario, pero sobre todo, es realmente sustancial y con un efecto emancipador el hecho de connotar una palabra extendiéndola a lo que aparentemente deja afuera, es decir, al hecho de que halla mujeres que trabajan? No es necesario, ni tampoco emancipador en sus efectos. ¿Por qué? Analicemos la real incidencia en la realidad concreta, y no tanto en el discurso que se repite entrando en el pantanoso sentido común y en lo políticamente correcto, que tantas veces huele a simple cinismo.

Las palabras, se sabe, no son sencillamente palabras. Pero sus efectos y usos deben ser analizados desde las correspondientes aristas, para comprender a dónde se dirige lo que en principio, incluso, puede sonar totalmente inofensivo. Las palabras como símbolos, las palabras como signos, las palabras como armas a la hora de marcar el tiempo del uso discursivo en la sociedad.

El pretender y querer hacer creer que el hecho de “marcar” a las palabras es una cuestión de justicia es algo que debe ser tomado con pinza. La mencionada barrita de separación, las famosas terminaciones en “as/os”, diferencian, no equilibran ni en última instancia ni siquiera terminan por aportar algo concreto a la hora de establecer la igualdad de género. Desgraciadamente, muchas veces el uso y abuso de este modo simbólico, que ya se está volviendo como una regla casi tácita a la hora de expresarse en ciertos sectores o en general, no siempre termina siendo funcional al necesario y real suceso de la emancipación femenina. Por el sencillo pero en sí complejísimo hecho de que la emancipación de las mujeres está siendo oprimida por la masa femenina (en contraposición a la masa de mujeres que sorteando en mayor o menor medida obstáculos logra un desempeño y un desarrollo en lo laboral e intelectual) que implícitamente, sumisamente, acepta y no reclama ante la insidiosa, indignante, denigrante e idiotizante realidad de que lo que más se “valoriza” es que la mujer parezca que no usa nada de lo que esté del cuello para arriba. Un buen ejemplo es prender la televisión. ¿Qué es lo que más se ve? Para decirlo plana pero gráficamente: culos y tetas a más no poder. Porque pareciera que la mujer lo único que tiene para ofrecer (y que ofrece inofensivamente aún como un aparente modo de vivir, que en sí está perfecto como elección por el hecho de que cada uno tiene derecho a seguir o hacer lo que opte, pero que en sus efectos generales, en el punto en el que hay que balancear el por qué se siguen imponiendo ciertas dictaduras a la hora de determinar atributos (físicos, en principio), ideas, pensamientos, concepciones, paradigmas, no es algo que yo diga que me parezca perfecto y loable, muy al contrario, me parece insultante) es su cuerpo. ¿O acaso la “simpática” propaganda de Sprite Zero que dice que las mujeres van sólo al gimnasio para levantar tipos, o para que le griten guarangadas en la calle, no marca pauta en la escala de valorizaciones? ¿O que de cada diez segundos haya una propaganda de X empresa de servicios de celulares ofreciéndote bajar la imagen de un culo o una mujer casi desnuda con aires de gata sexy mientras el tipo la mira baboso y diciendo alguna “sensual frase”- cargada del más asqueroso machismo- como si ella fuera en realidad sólo un pedazo de carne sin cerebro? Ya se conoce que lo que se machaca insistentemente, si no es depurado por una buena capacidad de crítica o de análisis, termina siendo aceptado como una verdad, y esa verdad es, generalmente sino siempre, unida al llamado “sentido común” que en sus efectos es tan peligroso como que te repitan mil veces al día una lección y se la acepte como un ente autómata. Es decir: se impone, lenta pero firme en sus efectos, una pauta absolutamente denigrante en contra de la mujer, y que para ser atacada en defensa de ésta no basta ni siquiera como intento el que se crea que se respeta, se considera y se valora más a la mujer porque se las incluye al momento de designar el uso y en la escritura de una palabra. Porque esa palabra, como elemento discursivo, pierde sustancialmente su valor como herramienta capaz de modificar una realidad inmediata porque esta realidad inmediata continúa con los mismos profundos, arcaicos y sexistas bagajes que sumen a las mujeres en la ignominia más indignante: la ignominia que se acepta y se compra concientemente.

Con esto último me acordé de un excelente artículo del siempre lúcido y mordaz José Pablo Feinmann, publicado en el Página/12 en noviembre del 2007, aquí el link : http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/index-2007-11-04.html

La emancipación de la mujer, entre tantas otras cosas, se liga al derecho sobre su cuerpo, a un aborto legal (con toda la delicadeza y contemplaciones con la que debe ser tratado de este tema), a que reconozca su valor intrínseco como ser humano a la hora de potenciar y desarrollar sus cualidades, en contra de las imposiciones meramente materialistas y superficiales que arrastran a la idea de una figura femenina obsoleta y hasta risible, ¿una mujer que cree que será más valorada y tomada en cuenta porque se opera los pechos o se inyecta botox a edades en que a lo sumo tenés unas naturales líneas de expresión? ¡Las compadezco si se acuestan cada noche sólo de espalda o evitan reírse efusivamente por temor a marcar sus rostros! Y eso, eso, no es algo que se solucione con cambios en las reglas gramaticales, sino con hondos cambios en la imagen auto construida de nosotras mismas, pero también en los impuestos y auto impuestos por reflejo e inercia por la sociedad (¿alguien puede creer que aún en tantos libros escolares se grafique a la mujer cocinando y limpiando como rol natural –con todo el respeto y consideración que merece toda ama de casa- y al hombre trabajando afuera?, eso, como agente socializador primario, es determinante como una marcada posibilidad de ser asumido y ejecutado como verdad inexorable en el desarrollo posterior de los niños y su futuro crecimiento).¿Sociedad machista, con predominio del macho que manda? Sí, pero no porque hayan luchado siglos por mantener cierto modo de escribir las palabras y luego el modo de generar un discurso con ellas, sino porque no se ha profundizado la lucha concreta desde lo externo que parece tan lejano. Porque solapadamente o no, muchísimas mujeres optan a ciegas lo que una cultura predominantemente machista impone con sus pautas como si fueran reglas prescriptas, y mientras no fomentemos agudamente una base real de progreso en pos de la liberación pero desde la racionalidad y la real objeción hacia lo que es asumido como imagen, el camino es mucho más duro.

Como dije, las palabras nunca son sólo palabras, ni lo que ellas reflejan. Si tantas mujeres siguen pensando y argumentando que serán mejor vistas y tendrán más chances de ser tomadas en un empleo porque a la entrevista van con el escote más pronunciado que tengan y se repiten a ellas mismas, con estas mismas palabras : “y sí, si soy mujer. Aparte, tengo que usar mis armas” (creánme que lo he escuchado muchas veces). ¿Son armas tus pechos y tu culo? ¿O es que el hecho de que tengas cerebro también es sólo un accidente? Cuando la brillante Simone de Beauvoir planteaba vehementemente que la liberación de la mujer pasaba sustancialmente en su apertura al trabajo, como modo de franquear la distancia con los hombres, no pensaba que para ello tendría que toda mujer dejar de lado su dignidad como persona.

Podremos escribir hermosos discursos, escribir y hablar diciendo “porque los niños y niñas; los trabajadores y trabajadoras”, pero si eso no es reflejo de una realidad palpable, cosa que no es fácil pero que el tener claro el campo de batalla es imprescindible, tan sólo será un enorme y terrible eufemismo de lo lejos que estamos de realmente acceder a un real igualitarismo. Porque en verdad la importancia no radica en sí en la diferencia, sino en cómo uno se diferencia.

Nota: Relacionado a todo esto, acabo de leer esta nota de hoy : Frente legal para la violencia machista (entren a http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-121381-2009-03-12.html)

2 comentarios en «Las mujeres: ni rosas ni cardos»

  1. 100% de acuerdo; hace rato que este asunto de la diferenciación discursiva entre sexos me resulta un tanto irritante ( por lo compulsivo del uso; el ejemplo de trabajadores es justo). Las reivindicaciones vendrán por otro lado.
    Y hablando de palabras, una minucia: lo que se prende es el televisor, la televisión es el medio.
    un abrazo

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