Lecciones del debate sobre el ‘casamiento’ gay en Portugal

Hoy terminé de analizar y recortar para mi futura tesis la versión taquigráfica del debate de la ley de casamiento entre personas del mismo sexo en la Asamblea de la República de Portugal (como explicaré más adelante, allá el código civil llama «casamiento» a lo que nosotros llamamos «matrimonio»). Los discursos son interesantísimos y hay algunos detalles que quisiera compartir, porque creo que puede ser útil, para la discusión en nuestro país sobre la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo que debe ser revisada por el Senado el próximo 14/7, que los conozcamos, para refutar algunos argumentos hipócritas que se plantean en contra de la igualdad y que el debate portugués ayuda a demostrar que son falsos.

Primero, una aclaración. Portugal tiene un sistema de gobierno parlamentario, con un presidente que no gobierna y un primer ministro cuyo poder emana de la mayoría electoral y de la aprobación de su programa en el parlamento (y que puede participar del debate de una ley en el parlamento, como lo hizo en este caso), y un sistema político con bloques más homogéneos y delimitados ideológicamente: un gran partido de centroizquierda (el Partido Socialista, actualmente a cargo del gobierno), un gran partido de centroderecha (el Partido Social Demócrata, opositor) y otras fuerzas con representación parlamentaria que se alían con estos últimos en algunos debates y, aun cuando no lo hagan, dejan en evidencia que existe una división por la mitad del congreso: de un lado la izquierda y centroizquierda (que suma al PS, el PC, Los Verdes y el Bloque de Izquierda) y del otro la derecha y centroderecha (que suma al PSD y el CDS/PP, integrado por demócrata-cristianos, liberales y conservadores). Ningún partido dio «libertad de conciencia» en el debate, y parece que la disciplina partidaria, en Portugal, está institucionalizada, de modo que votaron a favor del casamiento el PS, el PC, Los Verdes y el Bloque de Izquierda, a favor de la adopción conjunta sólo Los Verdes y el Bloque de Izquierda y en contra de ambas cosas el PSD y el CDS/PP. Hubo pocos diputados que quebraron la disciplina partidaria, pero hubo varios que presentaron una «fundamentación del voto» por escrito para que constara en la versión taquigráfica, dejando constancia de que «personalmente» estaban a favor del casamiento o de la adopción conjunta, pero votaban en contra por obediencia al partido, o que «personalmente» estaban en contra de una o ambas cosas, pero votaban a favor por obediencia al partido. Un dato que, teniendo en cuenta lo diferente que es nuestro sistema político, puede parecernos rarísimo.

Las cuestiones del debate que me parecieron interesantes son las siguientes:

1) EL TEMA DEL NOMBRE: El código civil portugués llama «casamiento» a lo que nuestro código civil llama «matrimonio», de modo que la ley aprobada ampliaba el acceso al «casamiento civil» a las parejas formadas por personas del mismo sexo. El código reconoce dos tipos de «casamiento»: el «casamiento civil» y el «matrimonio católico», que serían dos subtipos del «casamiento» a secas, con el mismo valor legal.

En Argentina, como antes en España, quienes se oponen a la igualdad de derechos, ante el avance de los proyectos de ley que la consagran, pidieron que esos derechos recibieran el nombre «unión civil», oponiéndose a que se reconozca a nuestras uniones legales con el mismo nombre que las uniones legales heterosexuales, es decir, con la palabra «matrimonio». Argumentaron que matrimonio viene de la palabra latina mater, que significa «madre», que en su origen etimológico está «inscripto» su carácter «exclusivamente heterosexual», que ese carácter, signado por la procreación, forma parte de la «esencia» de la palabra, que además el matrimonio es un sacramento religioso, etc. Y que por eso nuestros matrimonios deberían llamarse «unión civil» o «enlace civil», pero no «matrimonio».

Más allá de que ya hemos respondido a todas esas falacias (en este link está el artículo en el que yo ofrezco una respuesta detallada a cada una de esas cuestiones), lo que me parece interesante del debate portugués es queprueba en qué medida los partidarios de la discriminación son hipócritas.

«Casamiento» no viene de «mater», ni hay nada en su etimología que pueda asociarse a la idea de la procreación (de hecho, «casamiento» viene de casa, lo que ya de por sí demuestra que es estúpido recurrir a la etimología para estos debates, ya que entonces, dos estudiantes que comparten la casa deberían, «etimológicamente hablando», poder casarse, aunque no sean pareja. Otro detalle: el verbo casar fue transitivo mientras los padres eran quienes «casaban» a los hijos, que no decidían sobre sus casamientos. Ahora es pronominal -pseudo reflexivo o recíproco-, es decir, usamos la forma «casarse«, porque el que se casa es quien decide, es decir, no nos casan, sino que nos casamos. Curiosamente, en portugués, el verbo «casar» puede usarse con o sin pronombre reflexivo, con el mismo sentido intransitivo: «Ele casou» o «Ele se casou»). Tampoco se llama «casamiento» el sacramento religioso, ni se dan ninguno de los torpes argumentos que los reaccionarios esgrimen contra el uso de la palabra matrimonio.

Entonces, ¿por qué en Portugal no aceptaban que se llamara «casamiento»?

Hablaban de «defender» la «esencia» del «concepto» o de la «definición» de la palabra casamiento, sin explicar a qué se referían. Esto demuestra que todos los argumentos de orden etimológico, esencialista, religioso o «naturalista» que se esgrimen contra el uso de la palabra matrimonio, como si se tratara de un debate lingüístico, son meras excusas inventadas ad-hoc, ya que cuando la palabra es otra, como en el caso de Portugal, también se oponen a que se use. Seguramente, si en algún país no existiera en el derecho civil el «matrimonio» ni el «casamiento», sino sólo la «unión civil», y esta fuera actualmente exclusiva para heterosexuales, se opondrían a que las uniones legales entre personas del mismo sexo se llamen «uniones civiles» e inventarían otro nombre para mantener la clasificación discriminatoria.

A lo que se oponen, entonces, es a la igualdad, porque en el fondo siguen considerándonos escoria, como los antisemitas a los judíos o los racistas a los negros. Y acá está la segunda cuestión: al igual que pasó en España con el PP, los partidos políticos portugueses que se oponían al «casamiento» y proponían la «unión civil» antes se habían opuesto no a la «unión civil», que ni llegó a debatirse en Portugal (en España sí, y el mismo PP que después la propuso, antes la había rechazado en 31 votaciones en el congreso) sino a la mera equiparación de los derechos de las parejas del mismo sexo con las «uniones de hecho» heterosexuales, proyecto que votaron en contra, cuando se debatió, tanto el PSD como el CDS/PP, como se lo recordaron los partidos de izquierda y centroizquierda durante el debate.

Es decir que van cambiando su posición a medida que el debate por la igualdad progresa. Cuando el debate era por el reconocimiento de una igualdad material parcial, que incluía sólo algunos derechos y ningún nombre, se oponían inclusive a eso. Cuando el debate avanzó hacia la igualdad material y simbólica, incluyendo los derechos y los nombres, aceptaron los derechos (con excepción de la adopción conjunta) y se opusieron al nombre. La «unión civil», entonces, queda claro, nunca se propone como un avance de derechos, aunque con mucha hipocresía se proclame que esa es la intención, sino siempre como una represa para contener el avance de la igualdad, como se contiene el avance del agua. Lo que les molesta no es el nombre, sino la igualdad. Sienten que necesitan frenarla lo más que sea posible porque son homofóbicos, y, cuando ven que tienen que ceder algunos derechos, están dispuestos a hacerlo con tal de que, de alguna manera, la ley mantenga una clasificación que legitime simbólicamente la discriminación y el prejuicio contra las personas homosexuales. Todo lo demás son excusas. 

2) EL TEMA DE LA ADOPCIÓN CONJUNTA: A diferencia de España y Argentina, en Portugal, el proyecto que debatió la Asamblea de la República legalizaba el casamiento entre personas del mismo sexo pero vedaba expresamente (aunque con una fórmula que la derecha consideraba que no era lo suficientemente taxativa) la adopción conjunta por parte de parejas del mismo sexocasadas. Esto motivó que el proyecto del primer ministro José Sócrates (PS) fuera atacado por derecha y por izquierda. La derecha, como ya dije, se oponía al casamiento con o sin adopción conjunta, mientras que la izquierda le cuestionaba al gobierno que su proyecto vedara la adopción conjunta.

Como el mecanismo parlamentario portugués es diferente al nuestro, lo que se votaba no era un dictamen de mayoría de la comisión, sino, en forma directa, todos los proyectos de ley referidos al tema en debate, de modo que se consideraron simultáneamente los proyectos del PS (casamiento sin adopción conjunta), de la izquierda (casamiento con adopción conjunta) y de la derecha (unión civil sin adopción conjunta), además de una «iniciativa popular» promovida por la derecha que pedía, con 90 mil firmas, la convocatoria a un referéndum, y se votaron todos, resultando aprobado el proyecto del PS (por el que la izquierda también votó a favor, para asegurar la aprobación, aunque mantuviera también su propio proyecto) y siendo rechazados todos los demás.

En ese contexto, la adopción conjunta, al igual que acá y en España, fue uno de los ejes del debate (el otro fue el nombre), pero al revés que acá, el debate no era «por qué sí», sino «por qué no». Y los discursos de la izquierda dejaron sin argumentos al PS.

La izquierda planteaba:

1) que el gobierno era incoherente y contradictorio, porque fundamentaba su proyecto en la inconstitucionalidad de la discriminación legal contra las parejas homosexuales y en sus «convicciones» antidiscriminatorias, pero, a la vez,introducía una cláusula discriminatoria en el código civil que agravaba la discriminación ya existente en materia de adopción;

2) que la ley hasta entonces vigente en Portugal no impedía que una persona gay o lesbiana, sola o en pareja, adoptara, ni que una mujer lesbiana, sola o en pareja, tuviese hijos por inseminación artificial (al igual que no lo impiden actualmente las leyes argentinas), pero privaba a muchos niños y niñas de una gran cantidad de derechos, al no reconocer su filiación con uno de sus padres o madres (lo mismo que sucede acá: los cientos de chicos que ya tienen dos papás o dos mamás en Argentina no pueden heredar a uno de ellos, no pueden recibir el salario familiar o ser beneficiarios de la obra social de uno de ellos, quedan huérfanos si muere uno de ellos, etc.). Y decían que, ante esa situación, el proyecto del PS agravaba aún más la discriminación, porque prohibía expresamente a las parejas homosexuales casadas adoptar, de modo quelas parejas deberían, con la nueva ley, elegir entre casarse o adoptar, aquellas que ya hubiesen adoptado no podrían casarse y aquellas que se casaran, si luego decidieran adoptar, deberían divorciarse, llegando al absurdo de que una pareja casada no pueda adoptar pero, si se divorcia, sí pueda hacerlo,  es decir, lo mismo que podría pasar en Argentina si se aprobaran proyectos de «unión civil» que impidieran a las personas unidas civilmente adoptar;

3) que, por último, la nueva ley ponía en una situación jurídicamente absurda a los hijos de las parejas de lesbianas concebidos por inseminación artificial con donantes anónimos de esperma, porque las lesbianas, con la nueva ley, podrían tener hijos, podrían criarlos juntas, podrían casarse, pero no podrían compartir la patria potestad de sus hijos.

El hecho de que el debate haya sido a la inversa permitió que la izquierda destrozase esa cláusula del proyecto del gobierno, que impuso su mayoría pero no supo defender su posición. Los socialistas no se animaron (pese a que, en cada discurso, los diputados de izquierda se lo reclamaban) a refutar ningún argumento ni dar ninguna explicación para alguno de los tres cuestionamientos citados, y se limitaron todos a decir que no iban a opinar sobre el tema porque el partido había incluido en su programa de gobierno el casamiento pero no la adopción conjunta, de modo que no tenían mandato para emitir una opinión.

El debate, que con relación a ese tema los socialistas perdieron por goleada (hasta la derecha les cuestionaba que eran hipócritas porque hablaban de igualdad ante la ley pero vedaban la adopción conjunta a las parejas del mismo sexo que, sin casamiento, ya podían adoptar), dejó en claro que la discusión sobre la adopción es una gran mentira, ya que la ley actual ya permite que gays y lesbianas adoptemos y, en el caso de las lesbianas, que tengan hijos por fertilización asistida, que esos chicos con dos mamás o dos papás ya existen y quenegar la co-adopción para lo único que sirve es para privar a esos niños, que igualmente tendrán papás o mamás homosexuales, de derechos fundamentales que los hijos de parejas heterosexuales sí tienen, sin ninguna justificación razonable, como pasaba antiguamente con los hijos extramatrimoniales.

La izquierda les reclamaba a los socialistas que, aunque no estuvieran dispuestos a rever su posición en este punto, al menos explicaran qué pensaban, aunque sea a título personal, y si estaban dispuestos a debatirlo en el futuro, y todos se quedaron «callados, calladitos», como los chicaneó un diputado de izquierda y se negaron siquiera a dar una opinión sobre el tema, escudándose en que no estaba previsto en su programa, porque no tenían cómo explicar lo inexplicable.

Espero que estas cuestiones nos sirvan para nuestro propio debate. Cuanto más estudiamos los argumentos de los homofóbicos que se oponen a la igualdad, más claro queda que, además de homofóbicos, sin hipócritas, y que sus argumentos son fácilmente refutables.

Ojalá que el 14 de julio la democracia y la igualdad ganen en el Senado la batalla contra el prejuicio y el oscurantismo y podamos festejar que, por fin, somos ciudadanos y ciudadanas y tenemos los mismos derechos con los mismos nombres.
 

Acerca de bruno.bimbi

Bruno Bimbi nació en Buenos Aires en 1978. Es periodista, profesor de portugués y estudiante de la maestría en Letras en la Pontifícia Universidade Católica do Rio de Janeiro. Trabajó en los diarios Página/12 y Crítica de la Argentina; en este último realizó durante dos años la sección “El Placard”, dedicada a la diversidad sexual. También colaboró con Tiempo Argentino y las revistas Imperio G, Veintitrés y Newsweek Argentina, entre otros medios. Es activista de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans, de la que fue secretario de Prensa y Relaciones Institucionales. Escribió junto a dos abogados el texto de los recursos de amparo por los que varias parejas del mismo sexo consiguieron casarse por fallos judiciales y otras dos llegaron a la Corte Suprema de Justicia y fue uno de los responsables de la estrategia que llevó a la conquista del matrimonio igualitario en la Argentina.

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9 comentarios en «Lecciones del debate sobre el ‘casamiento’ gay en Portugal»

  1. Bruno.
    Cada quien hace de su……un….
    No me meto en cuestiones privadas pero me parece que muchos vivimos conflictos dentro de él pero no por la palabra “matrimonio”, esta la consideramos ya definida y con un sentido claro que es el que la tradición le dio. Creo que doblegar el sentido que tiene una palabra por la pura necesidad de es sirva a el fin deseado no esta bien. Y hablo de como se usa y entiende en la actualidad.
    Hoy se plantean cambiar el significado de una palabra.
    Si en un momento la ley utilizo la palabra “matrimonio” es porque esta conjugaba la esencia de lo que quería definir, a buen entender; el queso se llama “mar del plata” por Mar del Plata y no Mar del Plata por el queso.
    Entonces yendo a la raíz del cambio encontramos que este no queda definido por la palabra, hoy a una unión entre hombre y mujer se la llama matrimonio (hasta ahora ha sido así siempre por la forma cultural en la que estamos)no hablo de etimología de palabras. Si se trata de legislar para cambiar la esencia de esto lo más lógico es buscar una palabra que contextualice lo que se quiere designar. Si hablamos de unión entre personas (sin distinción alguna) hablaríamos de unión legal sin tratar de corresponder términos que no se condicen con lo que se quiere expresar (según el uso común hoy dado).
    Sería menos conflictivo si cambiáramos la palabra “matrimonio“ quedando esta con su significado actual para los actos que por tradición la utilizan (y son muchos los que tendrían que modificarlos) sin confundir todas las cosas que bajo esta denominación se efectúan (educación en colegios que tengan esta palabra como parte de su contexto para la enseñanza, sacramentos en distintas religiones, etc.) y la ley, atenta a ser universal, genere su “palabra o forma“ para la nueva ley de unión entre personas quedando en desuso como formato legal “matrimonio”.
    A mi juicio cuesta menos generar un nuevo término para especificar “algo nuevo” que torcer lo existente para tratar de hacerlo coincidir.

    1. No existen más «esencias» que los perfumes, amigos. Si nos guiáramos por esa idea de que cada palabra tiene una «escencia» que hay que respetar, te aseguro que no podríamos usar casi ninguna. La «esencia» del salario sería el pago en bolsitas de sal para los soldados, la «esencia» de la familia sería el conjunto de propiedades del pater familias, incluyendo a los esclavos, la «esencia» del trabajo sería ser torturado con el tripaliu. La lengua es uso, práctica social.

  2. «La lengua es uso, práctica social.»
    Precisamente a eso me refiero, actualmente el uso social de la palabra esta usado para distinguir la union entre un hombre y una mujer ( a menos que me haya educado en marte) es hasta ahora a lo que se refiere matrimonio, si no fuera asi no habria planteado ningun cambio, por lo que afirmo lo que dices
    «La lengua es uso, práctica social.»
    En el leguaje se usa siempre algo que lo define, para eso lo estudiamos clasificamos tratamos de buscar su origen, como evoluciono, si esto no fuera asi estariamos en una anarquia en la que las cosas cobrarian el significado antojadizo de quien que lo expresa, y precisamente uno trata de definirlo , y mientras mas, mejor, para evitar caer en estas confusiones.
    Te pregunto: Si hasta ahora se entendio una palabra con un significado ¿por que el antojo de cambiarla? ¿Es que se quieren unir? ¿o cambiar el lenguaje?
    Entiendo a aquel que quiere conservar el significado actual de la palabra, se usa para la enseñanza de muchas otras cosas, no solo es que se case o no dos personas, tiene connotaciones religiosas y te diria que hasta misticas, a que se debe semejante empeño de golpear a los que sin discriminar usan un termino segun lo conocen. Recuerda que no se trata de discriminacion, es un vacio legal, no discriminacion.

    1. Esta discusión es una prueba de que estás equivocado. Poné «matrimonio entre personas del mismo sexo» o «matrimonio gay» o «matrimonio homosexual» en Google y contame cuántas páginas te salen. Averiguá en cuántos países y/o regiones del mundo el matrimonio entre personas del mismo sexo es legal. Esos matrimonios ¿no se nombran? Cuando la gente se casa, en esos países, ¿sus palabras no valen? Y si hablamos de «matrimonio» como nombre de una institución jurídica, significa lo que la ley diga que significa. Y la ley es lo que vamos a cambiar.

  3. Es difícil estar equivocado, simplemente estoy diciendo que ser atento a las costumbres del lugar en el que se vive , sus tradiciones no es negar en ningún momento el que puedas lograr lo que buscas. Pedir que respetes la palabra “matrimonio” según el uso que se leda en el lugar que vives ¡¡¡terrible pretensión la mía!!! Yo vivo en Argentina y en este país se habla en general español y algunos dialectos autóctonos, la forma en la que siempre fue el matrimonio es entre hombre y mujer, en mi país, no se de donde serás, es así y nunca hubo legislación sobre matrimonio “sin distinción alguna entre personas” (no solo entre gente de distinta o igual sexualidad ¡no me discrimine a otros que quizás no sepas que existen!), yo vivo en Argentina y el resto no lo conozco ni me interesa como vivan, yo respondo al lugar en el que estoy y a sus leyes,¿¿¿ o acaso alguien me va a juzgar con las leyes de Israel???
    “Y la ley es lo que vamos a cambiar.” Precisamente lo que te digo, porque están encarnizados con la palabra matrimonio, en cambiar su significado, es más fácil cambiar el nombre a la ley con un termino que englobe lo que expresa y hacer una única ley que no entre en conflicto con las cosas como se las conce. Yo no soy amante de conflictos pero veo en la intención de muchos discutir como enojados agraviando y sin querer siquiera comprender la postura que se pretende presentar.
    Muy agradecido por tu atención, lo mío era solo la intención poder conservar el leguaje y en vez de restarle sumarle un término más amplio, pero bue…no me se explicar.
    Slds.

    1. Nadie quiere cambiar el significado de ninguna palabra. Simplemente, se pretende eliminar las restricciones inconstitucionales que impiden a las parejas del mismo sexo acceder al matrimonio. Eso no cambia el significado de nada. Si aceptáramos tu tesis de que modificar la ley de matrimonio «cambia el significado de la palabra», entonces, el significado de la palabra ya se cambió varias veces: el matrimonio ya no es más indisoluble (porque hay divorcio), no tiene más dote, la mujer tiene la misma capacidad civil que el hombre y no necesita de su autorización para administrar sus bienes, el matrimonio ya no es más exclusivo de los católicos (los protestantes, los judíos, los ateos, los musulmanes también se pueden casar porque el matrimonio es civil), etc. Ahora haremos un cambio más en la ley, eliminando la discriminación contra las parejas del mismo sexo. Y el matrimonio seguirá siendo el matrimonio. En 1887, cuando empezó el debate de la ley de matrimonio civil en el Congreso, y en 1987, cuando se aprobó el divorcio, los curas decían las mismas cosas que decís vos ahora y otras muchísimo peores. Y el sol siguió saliendo todos los días. Hoy, a nadie se le ocurriría suscribir las pelotudeces que se decían entonces contra esas reformas.

  4. Muchacho, el divorcio esta hasta en el matrimonio cristiano…obviamente no con la facilidad con cambias de chica en un burdel, pero esta. No se para que me citas curas, yo no entable un principio religioso en mi discusión. Evidentemente te metes en con una larga lista de lugares comunes. Veo que te refieres al matrimonio – anti matrimonio(divorcio)como una sola cosa ¿?. Llevas las discusiones a reflexiones ajenas y no te centras en ningún termino expuesto. Parece que hicieras un retruco constante. No veo intención de concilio en tus palabras, si ves una pared en tu camino la tiras, no ves si en ella se resguarda otra persona o tratas de ver su utilidad.
    Y ¡perdón! pero lo que yo digo no son pelotudeces (ya que veo que relacionas lo mio con dichos de otros), son mis pensamiento, hechos con cariño y sin afán de insulto a nadie.
    Y ya que metes a la religión en esto me voy con las palabras de Jesús:
    «Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos?»
    «Si alguno tiene oídos para oír, que oiga.»
    No te sientas obligado a contestarme…ya no importa.

    1. Tu último comentario, además de confuso, parece desconectado de lo que decías antes. Vos hablaste de religión desde el principio. Y venís con el mismo discurso que la iglesia sobre la «esencia» del «significado» de la palabra matrimonio…

      1. Bruno, sos aterradoramente brillante. Si el cuadro final que componés no fuera tan armoniosamente preciso, la exquisitez y exactitud con la que elegís cada palabra sería interpretada como una denigrante angurria.

        Y, sin embargo, Fernando dijo algo cierto: una de las consecuencias de la legalización de la igualdad entre todos los matrimonios, más allá de la sexualidad de quienes los integren, modificará imprevisible pero inevitablemente el significado de la palabra matrimonio. Al sonar en sus oídos, cada vez serán menos los que linkeen mentalmente con un nene/nena y más los que se preocupen por la lista de regalos, la ropa o pasarla bien en la fiesta en lugar de la combinación que lo compone.

        Y justamente por eso, además de consecuencia, es objetivo.

        Porque la igualdad debe reflejarse tanto en la Ley, como en el texto de la ley y, a su vez, en las palabras que le dan vida. Porque si no, tal como relatás en tu artículo que debatieron en Portugal, si hay que llamarlo distinto es porque se lo ve distinto, se lo siente distinto, se lo considera distinto y, por lo tanto, es distinto. Si es distinto, no es igual y lo que ocurre es que se legaliza la discriminación y terminamos siendo una sociedad tan respetable como aquella de Estados Unidos que permitía que los negros viajaran en los mismos colectivos que los blancos, pero en sectores y condiciones bien diferenciadas.

        La intolerancia se combate en los terrenos intelectual, legal, material, discursivo y además/para llegar a/empezando por el de los hechos. El significado se modifica al igual que las percepciones, las costumbres, los valores, las lógicas, el sentido común, el imaginario. Porque a la larga lo que se produce es un cambio cultural de fondo que nos convierte en una sociedad un poquito más justa, igualitaria y sincera en el sentido más práctico y terrenal posible, casi diría barroso.

        Lo que Fernando no entendió -pero su inconsciente evidentemente le mandó a decir- es que si cuando él se casa se llama matrimonio, si cuando yo me caso se llama matrimonio, cuando son dos homosexuales los que se casan también debe llamarse matrimonio. O tal vez lo haya entendido y por eso se evada de ver la realidad poniéndose argumentos anémicos delante de los ojos.

        Lo que nos tiene que doler y movilizar no es un purismo semántico que por definición se niega a sí mismo, si no que algunos seamos privilegiados a los que la civilidad les otorga derechos que les niega a otros seres humanos. Y la lista incluye pero no se agota en alimentación, salud, educación, trabajo y vivienda dignos.

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