Liviandad, gorras y mano dura

Sería un agravio a los análisis sociales negar que la delincuencia y los hechos violentos aumentan o disminuyen en proporción directa al deterioro o al crecimiento económico.

Y sería un agravio a los análisis políticos ignorar los oscuros tejes y manejes noticiosos de las informaciones policiales.

Este último concepto no sólo tiene que ver con el tratamiento morboso. Ya se sabe que un asalto o un asesinato “venden”, pero venden mucho más si están acompañados por violaciones. Los bajos instintos del lector, del televidente y del oyente se sienten, en esos casos, mejor complacidos.

No soy quien para avanzar demasiado en el desarrollo de ese tema, ya que no poseo formación específica y estaría pedaleando en el aire.

En cambio, me permitiré alguna que otra reflexión política acerca de la descomunal dedicación que ciertos medios periodísticos le están brindando a lo que se define como “auge de la violencia”.

Repasemos: los noticieros de Canal 9 y de América 2 junto con la emisora Radio 10 continúan afirmándose en la tendencia de ser unos auténticos vertederos de sangre y horror cotidiano, a un punto que lo macabro desplazó ya casi por completo a la información general. Y mal que (nos) me pese son de lo más visto y escuchado por el país. Creo que, a propósito de ese índice de rating, el porqué hay que buscarlo en la necesidad del pueblo de consumir las noticias que, en forma rápida, están cerca de su comprensión. Lo que más se ve, es lo que se entiende más.

Obviamente y al margen del morbo personal, un abuso sexual o un crimen pasional dan menos trabajo que la interna del PJ. Un tiroteo es más plácido que la deuda externa.

Un delincuente muerto, más entendible que las retenciones móviles. Golpes a una docente, más sencillos que los votos en el Senado. Pero además de esta dificultad, quienes intentamos mantener una línea de pensamiento digna y coherente con los postulados del ideario progresista y democrático, o de izquierda, o de esa inmensidad que se denomina “campo nacional y popular”, debemos reconocer que seguimos sin hallar la fórmula capaz de de transformar lo complicado en sencillo. Por el contrario: un repaso de las expresiones periodísticas – y también de los funcionarios, de los dirigentes políticos y de los factores de poder en general- demuestran que en la Argentina se escribe y se habla cada vez más en difícil. Las columnas de análisis de los diarios, por ejemplo, tienen un lenguaje directamente inentendible para quien esté lejos de la jerga política o económica. Se han convertido en los «escribas del Poder”, cuya producción  parece destinada, y a veces ni siquiera, a la sola lectura de quienes lo integran. La contrapartida, claro está, es que resultan muchísimo más eficaces para comunicarse con el común del pueblo los gritos eufóricos, las goriladas y el terrorismo ideológico que practica un González Oro.

 Pues bien, si resulta comprensible, recorriendo su historia, que la falta de escrúpulos del Grupo Hadad y de la triada De Narváez-Vila-Manzano den lugar a ese interminable espectáculo de salvajismo, no lo es tanto entender que de unos años a esta parte se viene observando el mismo proceso en el grupo mediático más importante del país.

 Las tapas de Clarín están siendo al periodismo gráfico lo que Telenueve o América Noticias es a la televisión, oscureciendo incluso, el amarillismo sincero de Crónica y Popular.

No está pasando día sin que por lo menos un cuarto de portada deje de estar al servicio de algún hecho de violencia, así se trate de un asalto común. Ni hablar de cuando la noticia tiene más tela para cortar (muerte, violación, persecución policial) y más morbo que generar. Más impresionante aún es ver el desmesurado espacio que ocupa en sus páginas internas la sección de “Policiales”. Aunque algunos periodistas honestos hagan policiales y no el juego de redacción macabro y morboso uno termina entendiendo que el aumento del crimen y la violencia es desmesurado.

 Nadie en su sano juicio podría negar que el empobrecimiento generalizado deja paso a la marginalidad, al raterismo y a la delincuencia mayor. Nadie podría pretender el ocultamiento periodístico de esa realidad. Nadie, inclusive, podría afirmar, sin alto riesgo de equivocarse, que la violencia no está en aumento en la Argentina, en sus formas múltiples y en sus nuevas formas. Y si no lo está lo estará pronto frente a lo que parece ser un progresivo crecimiento de la miseria.

Pero lo que los medios mencionados y otros cuantos dan a entender es que vivimos una situación inédita.

Incluso he vuelto a oír una frase que consideraba desterrada para siempre: “Con los militares estábamos mejor, había más seguridad”.

Me quedé pasmado

¿Acaso eran menos los robos durante la dictadura? ¿Menos los asesinatos, menos las violaciones, menos los secuestros, menos los malos tratos?

Eran tantos o eran infinitamente superiores a hoy, más treinta mil desaparecidos, cientos de campos de concentración, el origen de la policía del gatillo fácil y el no saber si pensar querría decir ser hombre muerto al día siguiente.

Con una diferencia más: desde 1983 la violencia se puede publicar.

Desconozco si la tendencia periodística descripta responde a una campaña de intereses políticos o si se trata de una renovada estrategia comercial. O si es una mezcla de ambas cosas.

En cambio, si se que se está advirtiendo un notable incremento de frases tales como “así no se puede vivir”, “adonde vamos a parar”, “ya no se puede salir a la calle”, entre otras, las cuales están a punto de ser naturalizadas por la sociedad.

La historia de lo cotidiano enseña en cual argumento desembocan: “la democracia no sirve para nada”

Y la historia del país enseña cuál ha sido siempre la primera y la más exitosa de las tácticas de los sectores que siempre ven en el régimen democrático una mínima amenaza a sus privilegios, por parte de quiénes lo son o de quienes los sirven: asociar democracia con inseguridad personal.

La memoria colectiva no debería olvidarlo

La teoría del enemigo interno como caldo de cultivo del caos social – que la gran prensa corporiza, en este caso, en los autores de la brutal agresión a la docente bonaerense, como antes en todos aquellos que poseen un tono de piel cobrizo, en los consabidos “motochorros”, en la “juventud sin rumbo”, en los drogadictos y en una larguísima lista en la que no debe olvidarse allá lejos y hace tiempo, con todos aquellos que desobedecieron a la dictadura.

Si interesa destacar que esta reinstalación del “cuidado con el que tiene al lado” y del “¿usted sabe qué está haciendo su hijo?” no está siendo privativa de Editorial Atlántida o Canal 26 y de publicaciones y medios cholulo-fascistas por el estilo. Otras publicaciones y otros medios, con idénticos intereses pero más habilidad para disfrazarse de “serios”, adhieren a la campaña tan previsible como peligrosamente. No debe olvidarse que las ridiculeces de un diario , por ejemplo, cuentan con periodistas radiofónicos y televisivos que las retroalimentan en un juego mutuo de la peor estofa reaccionaria.

Ante este escenario, el pensamiento democrático, una vez más, no supo, no quiso o no pudo explicar concretamente alternativas que resulten creíbles.

Una vez más el pueblo no elige lo que quiere sino lo que puede.

 Si miramos el mapa político nacional veremos que los candidatos de la «mano dura» han perdido, pero en una observación más profunda nos encontramos con un Scioli por acá, o un Macri por allá que, en lugar de plantear en términos vagos la democratización de las fuerzas de seguridad y su control por parte de la sociedad, decidieron hablarle claramente al jubilado de la plaza de la otra esquina. 

Peor ha sido el papel jugado por la izquierda orgánica, que frente a un Gobierno que ya cedió ante la cruzada militarizadora de lo social en 2004, ante unos medios de comunicación que debaten sobre si se debe aplicar pena de muerte o se debe torturar como “solución final” al crimen, ha respondido con el ideologismo incompresible para el común del pueblo  de “poner en manos populares a las fuerzas de seguridad”, denunciar las ataduras al imperialismo, comparar a Kirchner con Videla y plantear la liberación con la sencillez de quien se cree inmerso en un estado revolucionario y no en una democracia burguesa.

 Mientras todo el mundo está pendiente del conflicto con el «campo» el pensamiento cualunquista sigue vivo.

 No debemos olvidarlo, si queremos arribar a mayores grados de democratización de la sociedad y recrear condiciones de solidaridad sociale entre los grupos que la componene, es menester que combatamos al pensamiento y al periodismo del gatillo fácil.

 

 

 

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