Los usos del federalismo

El conflicto entre el Gobierno y los empresarios agrícolas ha traído nuevamente al debate temas que estaban, o al menos parecían estar, mayormente olvidados: federalismo y unitarismo, capital e interior, ciudad o campo. Este último carece de la menor entidad en un país en que la población urbana es abrumadoramente mayoritaria y sólo se explica como un recurso demagógico mediante el cual cerrar filas en un sector agrario profundamente heterogéneo. Los otros temas, casi siempre confundidos, merecen en cambio atención.

Digo confundidos porque la cuestión del federalismo y la de las quejas de las poblaciones del interior son de orden muy distinto. Los resquemores hacia la capital no son privativos de la Argentina y más bien tienen un carácter universal. No hay político norteamericano que no jure que nada tiene que ver con “Washington”, como si todos los problemas de su país sólo se originaran en el efecto tóxico que el clima de esa ciudad opera sobre los gobernantes. “Roma ladrona” es el dicterio que se le aplica a la capital italiana. Otro tanto sucede con París o Madrid. En este fenómeno se combinan dos causas. Por una parte, desde afuera se advierte en los pobladores de una gran ciudad sus capas más privilegiadas y las ventajas que les brinda vivir en ella, pasando desapercibidas las notorias desventajas que sufre la mayoría no privilegiada. Por la otra, los responsables de la administración, de la política y de la justicia aparecen dictando sus normas desde la capital, que carga así con todas las quejas.

Esta situación y la sensación de agravio que de ella se deriva nada tiene que ver con la forma de organización del Estado, sea ésta federal o unitaria. Pero, por lo menos entre nosotros, se las confunde casi siempre. En una entrevista con una alta funcionaria del Gobierno actual, a comienzos de 2004, me explicaba un proyecto de su área y, al referirse a su realización en el interior, dijo: “Como ahora somos federales…” Desde luego, un proyecto concebido y realizado desde la capital no es federal por el hecho de que se aplique en el interior. Pero la funcionaria, de buena fe, suponía que federalismo es hacer algo para el interior. Es un error. El Estado francés, por ejemplo, que es sólidamente unitario desde hace más de dos siglos, no deja por eso de impulsar obras y actividades en todo el territorio.

El federalismo es un sistema de organización estatal en el que las unidades administrativas tienen un alto grado de autonomía que, en su versión más extrema y difícilmente viable, deja en manos del poder central sólo la defensa y las relaciones exteriores. En teoría, esa era la situación durante el prolongado mandato de Rosas, aunque todos sabemos que el gobernador de Buenos Aires gobernó desde Buenos Aires, con un alto grado de centralización política y económica.

El federalismo en la Argentina ha tenido una historia sinuosa y no siempre vinculada con las necesidades del interior. Rivadavia, además de la burguesía comercial de la ciudad de Buenos Aires, contaba con el apoyo de buena parte de las burguesías provincianas, que veían en un sistema centralista la oportunidad de controlar la Aduana y poner límites a la provincia más poderosa. De ahí la primera acción rivadaviana en la Presidencia fuera apoderarse del Banco de la Provincia de Buenos Aires y proyectar la división de esta provincia en tres partes: la capital, bajo el control directo del gobierno central y dos provincias separadas. Lejos de ser una excepción, hay que observar que los dos desafíos más serios que tuvo la consolidación del partido federal (en 1829/31 y en 1840) tuvieron su base en el interior profundo.

El período de más auténtica vida política federal fue el del sistema de Liga de Gobernadores pergeñado por Roca, dejando a las oligarquías provincianas el manejo de sus asuntos y dándoles poder de decisión en el asunto clave de las candidaturas presidenciales. No por casualidad, este sistema político (oligárquico y corrupto, pero eficiente durante más de dos décadas) pudo ponerse en práctica después que el Estado nacional impuso (por la fuerza de las armas) su control sobre la ciudad de Buenos Aires, separada desde entonces de la provincia del mismo nombre.

Aunque funcional a las necesidades de las provincias del interior, poner a la ciudad bajo la autoridad directa del Gobierno nacional supuso un duro golpe al federalismo. No sólo porque fue una imposición a una provincia, sino porque puso las mayores fuentes de ingresos (el puerto y la Aduana) en manos del poder central. Aunque Roca haya pergeñado el peculiar federalismo antes referido, la nacionalización de la ciudad portuaria ofreció al Gobierno nacional una palanca formidable sobre las autonomías provinciales. De ahí en más, estas autonomías pasaron a ser una concesión antes que un derecho emergente de los “pactos preexistentes”.

Esto se revelaría en toda su dimensión con la llegada del radicalismo al Gobierno. Las tres presidencias radicales del período 1916-30 usaron ampliamente las intervenciones federales, anulando de hecho las autonomías provinciales cada vez que resultó necesario para sus propios propósitos políticos. El peronismo utilizó en mucha menor medida la intervención federal, pero pudo hacerlo por el enorme peso electoral concentrado en la conducción de Perón, que lo libraba de riesgo de gobiernos provinciales desafectos. Pero, aún así, también avasalló las autonomías provinciales cuando lo juzgó políticamente conveniente.

Es obvio que los gobiernos militares, por su carácter intrínsecamente dictatorial, eran unitarios. Los interventores o gobernadores eran nombrados desde el poder central y removidos de la misma manera, con lo que las autonomías quedaban reducidas al escudo provincial en el frente de los edificios públicos.

Si consideramos que los gobiernos radicales, peronistas y militares han ocupado la mayor parte del siglo XX, el panorama se presenta escasamente federal.

Una primera conclusión es que el federalismo declamado en los textos constitucionales ha sido mayormente ilusorio. El único rasgo propiamente federal de nuestro sistema político es la sobrerrepresentación acordada a las provincias de menor población en la Cámara de Diputados, lo que hace que un voto emitido en Tierra del Fuego valga, en ese aspecto, mucho más que uno emitido en la provincia de Buenos Aires (o en la Capital, en Córdoba, en Santa Fe e incluso en provincias de población mediana). Federal, pero rigurosamente antidemocrático.

Dado que el conflicto con los empresarios agrícolas gira alrededor de la carga impositiva que aplica, recauda y utiliza el Gobierno nacional, no es extraño que las voces que proclaman su adhesión al federalismo lo expresen sobre todo con el reclamo de que esos impuestos (en la medida en que pudieran subsistir si el embate antifiscal tuviera éxito) se coparticipen con las provincias.  

Es notable que en algunos casos vayan de la mano el discurso impugnador de las retenciones con el de su coparticipación. Es obvio que lo que no existe no puede coparticiparse. Pero dejemos eso de lado. El problema es si la plata de las retenciones estaría mejor en manos de los gobiernos provinciales que en manos del nacional.

Si los autores de estas propuestas se limitaran a decir que prefieren que el dinero esté en manos de cualquiera, menos del Gobierno nacional, diríamos que hay una lógica política. Si la cuestión se expresa en términos de federalismo ya es otra cuestión. Porque entonces lo que se objeta no es el mejor o peor uso que el actual gobierno da a los fondos, ni si hay corrupción o no la hay. Planteada desde una perspectiva federalista, daría lo mismo que el dinero lo manejara el gobierno actual o cualquier otro. Daría lo mismo que el gobierno actual lo usara con buen criterio o no. Especialmente, porque no hay datos claros de que los gobiernos provinciales sean más criteriosos o menos corruptos a la hora de manejar los fondos públicos. Si se hace un poco de memoria, Cavallo pasó años denunciando que la educación en las provincias estaba en malas condiciones porque al traspasar las escuelas con su correspondiente presupuesto, los gobiernos provinciales distrajeron parte de esos fondos para usos heterodoxos. Si bien se puede poner en duda lo que diga el ex ministro, es interesante que nadie haya salido a rebatirlo.

En mi opinión, carece de mayor importancia la cuestión puramente doctrinaria sobre si la organización estatal debe ser federal o unitaria. Ambos sistemas tienen ventajas y desventajas. La cuestión, entonces, es esencialmente pragmática y coyuntural. Dadas tales o cuales circunstancias, qué sistema es más conveniente para los intereses del pueblo. Y en la etapa actual del capitalismo mundial, ningún país periférico puede darse el lujo del fraccionamiento de la autoridad estatal. En un libro sobre la crisis de los Estados-nación, Alain Bihr ha señalado que éstos sufren un doble jaque: mientras que la globalización y el poder de las transanacionales les cercenan su soberanía desde el mercado mundial, la acción de esas mismas transnacionales fomentan la fragmentación interna, pues las unidades administrativas subnacionales tienden a competir entre sí por las inversiones, impidiendo al Estado nacional retener el control sobre la economía.

Este fenómeno lo estudia Bihr en los países centrales, donde cada día podemos observar la tendencia a que las regiones más ricas busquen escapar al control estatal nacional. Ejemplos de esto son la muy reaccionaria Lega Nord en Italia o los reclamos que la burguesía catalana presenta para evitar que “sus” impuestos se gasten en las zonas menos favorecidas. Si las exigencias autonómicas eran el pasado patrimonio de las regiones más pobres, en la actualidad se presentan con mayor fuerza en las más ricas.

Si todo esto es cierto en los países centrales y prósperos, lo es doblemente en los periféricos. El caso más dramático en América Latina es el de Bolivia, donde los ricos departamentos de la Media Luna apenas disimulan sus aspiraciones separatistas, con el objetivo de librarse de sus hermanos pobres del Occidente indígena. Por el momento, se conforman con reivindicar una autonomía que cuenta con la indisimulada simpatía de los Estados Unidos. Pero nadie se engaña en cuanto a que esa autonomía es el seudónimo provisorio de la secesión.

Los Estados latinoamericanos, entre ellos el argentino, no son excesivamente fuertes. Por el contrario, son demasiado débiles frente a un capital concentrado y en gran medida transnacionalizado. Por cierto que son insuficientes para hacer frente a semejantes potencias y, por lo mismo, tienen tendencia a claudicar ante ellas. El problema de las reivindicaciones localistas es que no tienden a superar esta situación sino a empeorarla. ¿25 Estados enanos (las provincias, la ciudad autónoma y el Estado nacional residual) tendrían más fuerza y mayor decisión que las que hoy pueda tener la autoridad central? La respuesta es obvia. Dejando de lado lo problemático de que un presupuesto descentralizado en extremo fuera mejor y más honestamente administrado que uno centralizado, salta a la vista que aún si sí fuera, estaría 25 veces más atado a las imposiciones del capital concentrado y de las fuerzas externas.

Si se quiere discutir y cuestionar cómo actúa el Gobierno actual, perfecto. Pero la invocación al federalismo en nada contribuye a que esa discusión tenga sentido, salvo que se quiera renunciar a la ya demasiado endeble soberanía nacional.  

13 comentarios en «Los usos del federalismo»

  1. Andrés: cómo le va?
    El tema también pasa porque el discurso «federalista» no es lo suficientemente riguroso para abordar los problemas que dice describir, con la seriedad necesaria.
    Digamos que en Bolivia, por ejemplo, o en Italia (para usar un ejemplo de los analizados por Bihr), el autonomismo es más frontal: la/s región/es más favorecidas del territorio nacional, no quieren compartir su renta con las menos favorecidas.
    En Argentina, estos federales del siglo XXI ni siquiera se han tomado el trabajo de distinguir entre las distintas regiones, como para que el planteo no se agote en la falsa dicotomía Capital-Interior. Es decir que ni siquiera han estudiado las controversias históricas en torno a este tema, que han suscitado rupturas en el propio Partido Federal histórico, a través de la imposibilidad de identificar intereses santafecinos con intereses riojanos, por ejemplo. La coparticipación de una porción más amplia de lo recaudado entre las provincias, haría que los «neo-caudillos» se levantaran contra ella, por los mismos motivos que lo hacen en Bolivia.
    No pensaron tampoco que la coparticipación de lo recaudado afecta también a la administración de la CABA, que recibiría en ese caso parte de lo producido por la soja entrerriana.
    Creo que, como todo planteo opositor últimamente, es enfático en lo negativo y estéril en lo positivo.
    Sirve solamente para tratar de horadar el poder de la administración central, pero es totalmente incapaz de articular un sólo planteo constructivo que excluya a los k.

    Saludos

    PD: su texto es excelente, casi no haría falta decirlo.

  2. Andrés, antes que nada, su post es buenísimo, felicitaciones, mas allá de varios puntos que podemos discutir.

    Federalismo o unitarismo poco me importa, lo que me interesa es que la mayor parte de la población (o su totalidad), acceda a las mejores condiciones de vida posible.

    Al mismo tiempo pienso que de ningún modo me gusta vivir en un país donde las provincias son responsables de la educación, de la salud, en muchos casos de cajas jubilatorias con la mayor parte de afiliados, y donde no tienen presupuesto genuino, no ya para elegir la política en cada una de estas áreas, para solventar los gastos mínimos que corresponden a salario y funcionamiento.

    Si eso es federalismo o unitarismo no me importa, no quiero vivir en un país donde la asignación de fondos para esto es discrecional.

    Me dirá que no es discrecional, que se firman convenios (atados a condiciones que ponen los políticos de turno y que poco tienen que ver muchas veces con la realidad particular de cada provincia cuando el encuadre se hace nacional),pero aún con convenios firmados los fondos llegan cuando a una autoridad central le parece, y peor aún son fondos para los que hay escasa autonomía para definir ciertas políticas.

    Y otras veces, hay un doble trabajo, por ejemplo en las escuelas la misma asistencia mucha veces llega por nación y por provincia, o sea, si este es le federalismo, donde los fondos que necesita A se los pasa a B para que C decida, desde allá lejos, que es lo que A necesita, como que no es lo mejor. Ejemplo, porque la autoridad central define que se necesitan hospitales de complejidad 4, pero no Escuelas, o comisarías, o centros de deportes, o caminos, o nuevos centros cívicos, o puentes o lo que sea??? (al respecto interesante este artículo Pegame y decime Córdoba )

    Así veo yo al federalismo en Argentina actual. Ineficiente, como casi todo en el país. Por eso, en la interna del PJ provincial, se planteó atinadamente creo yo, al menos como un slogan simplificador, «la elección es chequera o dignidad», dignidad para ser artifices de la transformación y el mejoramiento de nuestra comunidad, no para depender del ojo y el arbitrio de algún actor externo.

    Comprendo que necesitamos una autoridad central fuerte, pero fuerte respecto a quien? A las provincias? la tenemos, las provincias están de rodillas. Fuerte frente a los grupos concentrados? Los grandes exportadores ? lo tenemos ???

    saludos!

  3. Andrés, lamento no poder dejar el comentario, pero hoy es un día complicado y lo único que pude hacer fue imprimírmelo para mañana. Encima los comentarios hicieron honor a la longitud y por lo que veo también se despacharon con lo suyo…

  4. El problema es político y no económico.
    El estado Central tiene un presupuesto, maneja un momtón de cosas importantes. Los estados provinciales también tienen su presupuesto, basados en 1)recursos propios 2) regalías 3)Coparticipación 4)Fondos discrecionales del PE.
    En la medida en que predominen los últimos fondos, las provincias dejan de existir como entidades independientes, ni siquiera tiene mucho sentido que elijan un gobernador y una legislatura, podrían ser funcionarios nombrados como en chile y sería lo mismo.
    En la medida en que la guita no se reparta mayormente por pautas objetivas (coparticipación en base a fórmulas)se va a repartir en base a pautas políticas, y va a suceder lo que escribí antes.
    El otro tema pendiente es reformular la coparticipación en base a pautas objetivas, para acabar con la discriminación que sufre la PBA y la CABA.
    Ya que al tema se ha tirado en la mesa, ojalá que forme parte de las próximas campañas políticas, y que los que pidan unitarismo lo pidan explícitamente y sin subterfugios.

  5. Muy interesante Andrés. Un tema son las retenciones variables y otro tema es el federalismo. ¿Acaso si las retenciones variables se las hubiera puesto el Gobierno Provincial en lugar del Gobierno Nacional, hubieran estado de acuerdo? Cruzaron dos temas que contradicen el sentido, como bien se dice aqui. Pero además, la argumentación se eclipsa debajo de la manifestación de fuerza. Esa fuerza desmesurada le quita sentido hasta a lo que pudiera tenerlo en el argumento. Con o sin sentido cualquier argumento es un mero pretexto si lo que prevalece es la fuerza. Gracias por ampliar y profundizar tan bien el tema.

  6. Me estoy acordando de un tema que viene a cuento acerca de los ingresos, en Santa Fe, el socialismo tenía previsto, a través de la subsecretaría de ingresos, aplicar una nueva alicuota, mas realista y justa, que incrementaba y mucho, impuesto inmobiliario… obviamente esa oportunidad hoy, está perdida, pero es una medida que ya estaba lista y que por al menos descoordinación con el poder central no se pudo realizar.

    Y ese es un impuesto sobre el cual no hubiesen podido protestar, pero lo cobran las provincias no la nación.

    Mariano, como ingenieros siempre nos vemos tentados a las fórmulas, pero las fórmulas responden a modelos de la realidad, la realidad es dinámica, por lo que el modelo debería cambiar y las fórmulas siempre se tendrían que estar revisando, me gusta más que los temas se disuctan en el congreso, y más aún que la financiación para educación y salud no dependa de cuestiones políticas (independientemente de la fórmula y de los ingresos que genere una provincia).

    saludos!

  7. Como bien dice Ud. cada sistema tiene sus pro y sus contras , pero si somos un pais federal por definición , creo que debemos tender a que ese pais federal se haga realidad y que sean las leyes las que definan los recursos de cada jurisdicción y no la buena o mala voluntad del poder central.
    Mas allá de la postura de cada uno, lo felicito por el post , al que sin duda le ha dedicado un buen tiempo.
    Salu2

  8. Muy bueno el post y muy buenos los comentarios. Como a mí me sirve nomás para aprender no agrego más.

    Otro con destino Página Principal.

    Un saludo

  9. Empiezo por el principio: muchas gracias por los elogios y la paciencia.
    Mariano: estoy completamente de acuerdo con usted. Ni siquiera se parecen a los movimientos autonomistas de otros países. Se trata de un mero pretexto oportunista y bastante barato.
    Chacall: los temas que usted plantea dan mucha tela para cortar. El sistema de distribución de ingresos fiscales es inevitablemente discrecional. Aquí y en cualquier otro lado. No hay más que ver los tironeos, presiones y negociaciones sucias que se dan en torno a los presupuestos y sus modificaciones en EE.UU. y Europa. Si usted es diputado del Congreso yanqui y le piden el voto para un aumento de fondos en la guerra, pide alegremente que en la misma ley se ponga la construcción de un puente o un subsidio a los plantadores de arvejas en su distrito. Lo que suele disimular el discrecionalismo es la abundancia. En países como el nuestro, menos favorecidos, las cinchadas se vuelven más pesaditas. Comparto el final de su comentario, aunque mi análisis del gobierno actual es, como ya se sabe, distinto del suyo.
    Alejandro: tiene razón. Mi texto es muy largo. Me excuso con lo que decía un conocido: como tenía poco tiempo me salió un texto largo.
    Mariano T: ni loco se me ocurriría proponer un sistema unitario. Sería meterse en una discusión sin sentido, exponiéndose a las inevitables invocaciones sentimentales. El falso federalismo argentino es lo suficientemente unitario y no deja tanto espacio para las grandes evocaciones del pasado heroico. De todas maneras, si quieren alguien que se emociona con la Vuelta de Obligado, yo soy la persona. Así que no tengo intenciones de dejarme correr con mis propios argumentos. Pase lo p
    que pase, no creo en ninguna reforma de la coparticipación. Nadie va a querer ceder nada de lo que tiene. Si realmente hubiera una nueva formulación, seguro que seguirán perjudicando a la gran perjudicada, la PBA. La CABA no merece ni una milésima de punto porcentual más de lo que tiene. Sus ingresos propios son enormes y no solamente por su población y el nivel medio de sus capas más ricas, sino porque sus impuestos locales se aplican sobre muchas empresas que tienen sus negocios en todo el país pero su oficina central en la Capital. Por lo tanto, tributan desmesuradamente más aquí que en el resto.
    Eva: impecable y sintético lo suyo. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí. A veces me pregunto para que hablamos los hombres, si las mujeres piensan y dicen las cosas mejor.
    Camargen: es obvio, y no voy a repetir la argumentación ya expuesta, que no estoy de acuerdo con usted en que el federalismo rengo que tenemos sea un federalismo real. En mi opinión, todo empeoraría.
    Pero, fiel a mi idea de que el problema es pragmático y no doctrinario, me reservo el derecho de cambiar de opinión si en algún momento imprevisible las circunstancias me lo imponen.

  10. Perdón, Ana C.: como usted prácticamente no comentó, se me quedó en el tintero. Me alegro de que al menos en este aspecto tengamos un terreno común. Usted, por su lugar de residencia, debe tener ya un poco de fastidio con la penosa ofensiva del federalismo flamenco, ¿no?

  11. me parece un texto interesante, principalamente para los estudiosos de la ciencia politica, me interesa k me enviaran mas informacion.

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