Ahí, al costado, Alejandro escribe un gran post, acá en Artepolítica.
Postula que, lo que da miedo, es la aleatoriedad. Creo que es así: no saber es el principal origen del miedo. El miedo a una calle oscura, es sobretodo miedo a no saber qué se oculta en la oscuridad, a lo imprevisible de la oscuridad.
El miedo a los fantasmas de los contornos de los muebles, se evapora en los niños al prender la luz. Quizás, como hacía yo, una vez que se vuelve a apagar, uno trata de concentrarse y pensar que esos contornos raros son nomás, las esquinas de los muebles.
Sin embargo, postula después que el miedo a los menores proviene principalmente de la clase media– y a cuento de la hipótesis que quería esbozar, adelanto algo: el miedo a los menores no es propio de la clase media. Sucede que, la construcción de la minoridad, relativamente reciente medida en tiempos largos (al igual que infancia, son cosas modernas) tiene mayor desarrollo en cuanto mayor es el desarrollo económico cultural, y la clase media se caracteriza por la noción del ascenso social que brinda la educación-.
Y yo creo tres cosas, o más:
-1) Se teme siempre a lo OTRO, lo que no es uno. Por eso, incluso, se puede temer lo que es UNO en acto, pues en potencia puede ser OTRO. El robo de una pertenencia x, será temido en tanto desbarata lo UNO, desgarra el UNO, ahí es donde está el temor al OTRO que me despoja de una parte de lo que soy. Ese es también el miedo al dolor físico, y en última instancia, a la inexorabilidad de la muerte. El final definitivo del UNO, dado que es aleatorio, todo lo aleatorio se asocia, de algún modo, a la muerte. Incluida la inseguridad, la violencia, el temor de estar preso, de quedar desocupado, de ser echado de la escuela. Vivimos con miedo de perder una parte de lo UNO que pretendemos ser. No somos UNO, somos sujetos divididos, de modo que, sí, el miedo es indivisible del UNO. Es parte de la naturaleza humana. El problema es que la operación para soportar el desagarro que no dejamos de ser, esa divisibilidad del UNO, deviene en temor al OTRO. Pero es un problema y una virtud: eso posibilita que seamos un ser social, que tengamos leyes, división de poderes, democracia, dictaduras, hospitales y cárceles.
-2)No estoy muy seguro que en tiempos pasados el miedo haya sido menor. Creo sí que en este tiempo el miedo se racionaliza. Pero que, en toda época hubo miedo, y en toda época se supuso y suturó heridas creyendo que en tiempos pasados hubo menos miedo.
-Creo que un mayor desarrollo integral de la sociedad trae menos violencia (no menos miedo, sí menos violencia) y que, por eso mismo, nosotros, argentinos, pero también peruanos, chinos, sudafricanos y productores agropecuarios, vivimos en sociedades menos violentas que tiempo atrás. Sea hace 300 años, sea hace 50.
Las estadísticas, en este punto, no son confiables. Y además, fundamentalmente, son fácilmente rebatibles.
Me viene a la memoria que no tengo ni idea de las estadísticas de asesinatos de hace 50 años, pero también pienso que hoy Alfredo De Angelli o Aldo Rico no propondrían bombardear la plaza de mayo. Incluso, creo que la novela Las Tumbas, de Enrique Medina, sólo era posible leerla en los setenta/ochenta. En los cincuenta sólo era posible vivirla. Espero que se entienda la idea.
-3) Creo que es posible canalizar el miedo hacia actividades más productivas. Me refiero a que no creo que el miedo entre los universitarios que alfabetizan en las villas, antes de ese acto, haya sido menor a quienes no conocen una villa. Simplemente, unos canalizan el temor –entre otras emociones y pensamientos- hacia fines distintos y, a mi juicio, más productivos que pedir la pena de muerte junto a Axel Blumberg.
-4) Dije que eran tres, pero eran cuatro: el post de Alejandro es muy bueno, de verdad. Pasa que mete el dedo en la llaga en algo muy complejo: las principales víctimas de la inseguridad son los más pobres, los que viven en los mismos barrios que los “delincuentes” y a quienes más temen, es a estos pendejos.
Y creo ya que estamos que la droga no influye ni más ni menos en la generación de violencia. Influye, sí, la marginalidad, que no es lo mismo que la pobreza, ni que la desigualdad. Aunque la desigualdad –porque el concepto de pobreza es abstracto- es importantísima en la generación de violencia, me parece que la marginalidad es el factor central.
Un prototipo de delincuente (y esto lo digo sin la menor base científica, sino intuitiva) de estos que los medios reflejan con furor es un pibe de unos 20 años, que terminó la primaria y quizás va a la secundaria de noche, que tiene un padre que trabaja, que vive en un barrio del FONAVI; que tuvo en la primer adolescencia alguna changa como trabajo, que viste zapatillas y ropa cara, que escucha música y va a los recitales, y que no tiene tatuajes estrambóticos ni vestimenta de Pibe Chorro. Diría mi vecina la del piso de arriba sobre el pibe que la atracó: “parecía una persona normal..”
Basta leer los boletines del Servico Penitenciario de Carranza para ver que la violencia a principios de siglo XX era tremenda (sobre todo la infantil). Pero me parece que la idea del artículo de Alejandro no es la violencia o el miedo en sí, sino la construcción política del miedo. Y, dentro de esa construcción, lo visible , desde el lugar del que es objeto del robo. Con tu artículo, veo la «democratización» de la criminalidad. La violencia de principios del XX parecía más dividida: guante blanco, dirigida a algunas clases y producido por esa misma clase; crímenes violentos, para otra y producido por otra. El objeto se busca por la cercanía de los sujetos víctima y victimario. El que vos describís, en cambio, se viste como la víctima,que es otro distinto de sí; quiere emular lo que le muestra como deseable y le dice todo el tiempo: «si no sos como yo, no sos nada». Y el crimen aparece como el salto. Dejar de ser víctima.