Murió el gringo Samuel Huntington

Clarín dice «dejó su visión sobre temas como la democracia, el gobierno estadounidense, la política militar o las relaciones entre los poderes civiles y militares. // Su obra fue traducida a 40 idiomas, especialmente luego del éxito y la polémica que suscito su «Choque de Civilizaciones»,  un libro emblemático para interpretar lo acontecimientos posteriores a los ataques a las Torres Gemelas en Estados Unidos en septiembre de 2001″.

Lo cierto es que este hombre de libros escribir como cualquier otro un buen dia paró la patita. Y no creo que sea «choque de civilizaciones » un libro emblemático para interpretar lo sucedido después del 11S sino por el contrario, fue utilizado para instalar una visión sesgada -antojadiza- de un conflicto más bien economico en donde poco tuvieron que ver las civilizaciones, salvo que el petróleo no sea un tesoro de la naturaleza y se me haya escapado que fue una creación occidental que fué apropiada ilegitimamente por la civilización oriental.

No dá para comentarlo, pero quería escribirlo nomás, con todo respeto por el finadito.

Acerca de OMIX

Omar Bojos / Bonaerense, moronense, peronista conurbanero y defensor de los compañeros con quienes militó en tiempos un tanto más difíciles que los actuales (gracias a Dios)

Ver todas las entradas de OMIX →

4 comentarios en «Murió el gringo Samuel Huntington»

  1. Omix: habría que recordar (e indagar también) el papel que tuvo este hombre hace treinta y pico de años como uno de los principales ideólogos de la Comisión Trilateral. En 1968 advertía sobre los «excesos de democracia» y luego fue uno de los principales impulsores de la restauración conservadora de Reagan, Thatcher, etc.

    Un abrazo y felicidades.

  2. Se murió Huntington y no sé si ponerme contento o triste.

    Principal exponente del pensamiento norteamericano incorrecto, influyó decisivamente en las peores calamidades que el imperio impuso al mundo en los últimos tiempos. En los setenta explicó en la Comisión Trilateral que el principal problema que aquejaba al mundo era el «exceso de democracia», lo que sirvió como base doctrinaria de nuestras dictaduras no sólo militares. En los 90, su «choque de civilizaciones» predijo, justificó y quizás en alguna medida provocó la agresión imperialista a gran escala contra el mundo musulmán.

    Su prosa deliciosa e inteligente, en cambio, nos mostró una mirada del mundo que, incorrecta y todo, no carece por completo de su cuota de verdad. No tanto «Choque de Civilizaciones», que es apenas una adaptación muy simplificada y mediocre del monumental «Estudio de la Historia» de Arnold Toynbee (aunque tiene la virtud de corregir el error descuidado de Toynbee que veía a latinoamérica como parte de la civilización ocidental; Huntington, en cambio, nos considera con estricta razón una civilización separada); sino más bien su último libro «Quiénes somos».

    Lo tengo en la bibliotequita de abajo de la mesa de luz, en donde guardo los libros más imprescindibles (junto con el «Don Camilo» de Guareschi y los de Borges) y vuelvo a él de tanto en tanto.

    «Quiénes somos», es más una afirmación que una pregunta. Comienza señalando la diferencia absoluta entre la inmigración europea y asiática (inofensiva y enriquecedora) y la latina -especialmente la mexicana- (disolvente y peligrosa para el way of life wasp).

    Las diferencias, es cierto, son notorias. Los italianos, irlandeses, alemanes y chinos que ingresan a los Estados Unidos se dispersan por todo su territorio, olvidan prontamente sus idiomas y costumbres de origen, suelen prosperar, inmensos océanos los separan de sus países de origen. Los latinos, en cambio, llegan de acá nomás, mantienen vínculos con sus parientes y amigos del sur del río bravo, se concentran en las zonas fronterizas, viven en territorios que fueron alguna vez mexicanos o españoles y que conservan nombres tan poco anglosajones como Los Ángeles, Tejas o Florida; siguen hablando castellano en la intimidad familiar aun en la cuarta generación, no se integran, mantienen el idolátrico culto de sus múltiples vírgenes (entre las que se destaca la guadalupana, claro está), prosperan muy poco.

    Huntington estudia estas diferencias y analiza -alarmado- el proceso que ha llevado a que los Estados Unidos sean hoy el tercer país del mundo con mayor cantidad de hispanohablantes (después de México y Colombia y justo antes de la Argentina).

    Concluye que -si no se detiene el proceso (y no cree que se detenga, porque se trata de un profundo proceso cultural de reflujo histórico)- los Estados Unidos se dividirán en el futuro cercano en dos países distintos: uno angloprotestante en el nordeste, con centro de gravedad en New York; y otro latinoamericano en el sudoeste, con centro de gravedad en Los Ángeles. La división -dice Huntington- será cultural, idiomática, religiosa, pero también política. No llega a decirlo, pero insinúa que quizás el nuevo país se llame Aztlán, lo cual me parece sencillamente hermoso.

    Es un libro imprescindible, que Huntington escribió con horror y alarma y que nosotros leemos con alegría y esperanza.

    Ahora se murió y, como decía al principio, no sé si ponerme contento o triste. Me figuro, eso sí, que su dios presbiteriano, severo e inmisericorde le habrá reservado un sitio convenientemente angloprotestante, en el que estará prohibido el alcohol y todos comerán avena Quaker, en el que no importunarán los santos y las vírgenes, ni la música ni el griterío ni el baile, sin mariachis mexicanos, ni acordeonas colombianas, ni mulatas del caribe, ni vinito chileno, ni asado argentino; en donde sólo reine una fría legalidad deshumanizada. Un lugar, en definitiva, que para él sea el paraíso y, para nosotros, la imagen viva del infierno.

    Que así sea.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *