A juicio de este escriba, la resolución presidencial de tragar el sapo, aceptando que sea Julio César Cleto Cobos (en adelante “el Cleto”) quien presida la ceremonia de asunción del segundo mandato de Cristina, es una decisión sensata y coherente, en línea con lo ya resuelto acertadamente en otros bretes.
Eso sí: YO no me lo trago fácilmente. Se me puede poner el hígado a cuadritos…
Pero lo que más me inquieta es la serie de argumentos en pro (con perdón) de que el Cleto cumpla con dicha funciónpara el Cleto, algunos muy poco razonables.
En realidad, el único y ─creo─ verdadero motivo de fondo, no debe ser más que “calmar las aguas”. ¿Para qué exponerse a (seguros) ataques malintencionados, por tan poquita cosa? Hay temas mucho ─pero mucho─ más importantes, trascendentes y urgentes, en los que emplear tiempo, energías e imaginación, que no son infinitos. Pero veamos, someramente, algunos de esos argumentos:
1- “Hay que demostrar que nosotros sí respetamos la institucionalidad”.
Por empezar, institucionalidad y protocolo no son la misma cosa, y lo segundo, más cerca de usos y costumbres que de lo trascendente, especialmente debatible. No se trata de reglas tan férreas como claras, sino más bien flexibles y ─como casi todo─ sujetas a interpretación. Lo único seguro es lo que escuetamente dice la Constitución Nacional:
Artículo 93.- Al tomar posesión de su cargo el presidente y vicepresidente prestarán juramento, en manos del presidente del Senado y ante el Congreso reunido en Asamblea [etc.]«.
Art. 57.- El vicepresidente de la Nación será presidente del Senado; pero no tendrá voto sino en el caso que haya empate en la votación” ─y todos sabemos del uso “respetuoso de las instituciones” que hizo—.
Art. 58.- El Senado nombrará un presidente provisorio que lo presida en caso de ausencia del vicepresidente, o cuando éste ejerce las funciones de presidente de la Nación”.
Aquí viene la primera gran duda:
Hay un instante, que supongo a las cero horas del sábado 10, en que ambos, Presidenta y Vice, cesan en sus cargos. Cosa de Perogrullo: por ello es que Cristina debe prestar juramento para reasumir. Él no, porque no fue ─ni jamás será, espero─ reelecto. Entonces, a la hora de la ceremonia Cleto NO ES el vice, ni, por ende, presidente del Senado. De hecho, creo que no es NADA.
Entonces, ¿por qué va a presidir un acto, como si aún lo fuera? Ya hay nuevo Presidente (provisional) del Senado ─presidenta, para ser precisos: Beatriz Rojkés de Alperovich, quien juró el 30 de Noviembre—.
Y hay cuando menos un antecedente. Cito:
“En 1995, a Carlos Menem ─el 1er. presidente reelecto─ le tomó juramento su hermano (!!) Eduardo Menem, por entonces presidente provisional del Senado, reelegido por sus pares para continuar en el cargo”.
¿Por qué no hacer lo mismo, entonces? Ya dije: “no revolver el avispero” parece razón más que suficiente. El Cleto no vale la pena.
Pero hay otros razonamientos ─y gustos, subjetividades─, que llaman la atención. En general, sostienen que, para Cleto, tener que hacerlo es la peor humillación, el trago más amargo. ¡Y que quieren verlo!
2- Por ejemplo, dice Pablo D. aquí mismo en Artepolítica: «¿qué podría ser más lindo que ver cómo el sábado que viene Cobos será testigo privilegiado, en primer plano, del acto institucional del que siempre soñó formar parte: sólo que con los roles invertidos, a pesar de lo mucho que intentó, sin suerte, para que así ocurriera? ¿Qué otra cosa mejor que colocarle la banda y entregarle el bastón a Cristina para restregarle en la cara su fracaso, fin de carrera e impotencia?»
Y otros:
3- «¿Pero no seria lindo verlo tener que poner la banda a su jefa después de haberla traicionado, y haber pensado que Gardel era él?»
¡Que ni siquiera se trata de “poner la banda”, ¿se enteran?! En todo caso, la costumbre es que eso lo haga el presidente saliente, pero como ahora es la misma Cristina… Menehem, recuerdo que ya la llevaba puesta.
4- «Quiero ver a Cobos, quiero verle la cara, quiero disfrutar ese instante en que el tipo pasará a ser el fiambre político que ya es (sin el certificado, que sería ese acto)».
¿En serio?
Pos… a mí me parece que a algunos «les falla la razonancia«.
A ver: Si el “trance” le resultara tan traumático, el Cleto ya se habría apartado solo ─porque obligación, no tiene─. No hubiera insistido tercamente, agregando ese cínico “va a ser un honor” como broche de oro.
Francamente, sospecho que lo que el Cleto quiere es joder hasta el último segundo. Tener un minuto más de fama… y hasta es posible que crea que así humilla (sometiéndola a su «autoridad») a esta presidenta que debe odiar (amén de envidiar) profundamente. Venganza estúpida, pero “venganza” al fin, quizás, en una cabeza que no da señales de entender que su futuro institucional no le depara cargos en la función pública ni como cuidador de plaza en su Mendoza natal.
Mucho más acertado me parece Gerardo Fernández en su blog, “Tirando al Medio”:
5- «Contradiciendo lo que muchos pensamos, la presidencia optó por someterse a la interpretación más obvia del protocolo, seguramente para iniciar su nuevo mandato con un gesto de madurez política, pero hay un sector de la prensa que no tiene paz y evidencia día tras día que no dejará de demonizarla hasta el último de sus días en la Casa Rosada. Si se hubiera resuelto que quien le entregara el bastón presidencial fuese la senadora Beatriz Rojkés de Alperovich, habrían puesto el grito en el cielo. Si, como se resolvió, se decide que sea Cobos, el diario de la familia Saguier dirá que el fin último de esta decisión fue fustigar al okupa mendocino y hacerle pagar en su último día de funciones el costo de su traición.»
Bueno… Yo no quisiera volver a ver a Cobos. ¡Nunca más!
Creo que la mejor manera de demostrar que ya no existe, hubiera sido ésa, que no exista, que no se lo viera nunca más —y no cobrara un día más de sueldo—.
Pero está todo bien. Hay que tragar el sapito, pero es un sapo inocuo, sin sabor ni (más) veneno. Lo tragamos, hepatalgina, y chau, Cleto.
Eso sí: difícilmente olvidemos esa cagonería del «no positivo» (¿no podía decir «negativo» o «en contra», lo que realmente fue?).
Y esa cara de… ehm… «inefable»…
Falta muy poquito para iniciar otra etapa desafiante. ¡FUERZA, CRISTINA!
Ricardo Moura.