Un tal Iván

Supongo que muchos recuerdan el chiste de gallegos que circulaba luego del 9-11:

– ¿Oíste, Manolo, que en Galicia la policía está deteniendo a todos las personas llamadas Iván?
– No, hombre, ¡joder!. ¿Y por qué?
– Porque recibieron una comunicación de la CIA diciendo que un tal Iván había estrellado un avión contra las Torres Gemelas.

Existen tal-Ivanes también en la política argentina: gente que no tiene el más mínimo temor de estrellarse de cabeza contra lo que sea con tal de que el mensaje se escuche. No creo que haya 99 vírgenes esperándolos más allá aunque ya somos muchos, más acá, los que perdimos la virginidad y entendemos de que se trata.

Una tal-Ivana reconocida es Carrió, y la lista de frases va desde «la emboscada» que preparaba «Quirner» para diciembre, «hay armas», «los hijos de la Sra. Herrera de Noble son nuestros hijos», «se va el Poder y se resuelve el poder» hasta «defender a un monopolio con tal de defender la libertad de prensa».

Se sumaron nuevos tal-Ivanes últimamente. El principal: Eduardo Duhalde. Ya patentó frases que van desde «dejar de humillar a las fuerzas armadas» hasta «un gobierno para el que quiere a Videla y para el que no».

Cavallo es otro muerto vivo al que le prestan asistencia mecánica respiratoria, le clavan adrenalina en el corazón y lo mandan a declarar. ¿Para qué? Para proponer el ajuste, obvio:

Domingo Cavallo, afirmó esta noche que el gran problema de la economía argentina «no es el pago de deuda con reservas», sino, en cambio «el enorme aumento del gasto y el déficit fiscal y la inflación», en tanto, aseguró que «cualquiera sea el que gobierne en los próximos dos años, deberá adoptar medidas impopulares para corregir desequilibrios enormes». Además, no descartó que los Kirchner hayan desatado un conflicto de proporciones «porque quieren irse».

¿Por qué los considero tal-Ivanes?

Porque creo que saben que no son ni opción electoral ni opción de poder. No existen más allá de algún titular, a partir del cual pretenden crecer alla Carrió. Pino Solanas juega también ese juego. Y, perdidos por perdidos, a pedido de sus nuevos patrones, aquellos que «generosamente» les prestan espacios para ser leídos o escuchados, se mandan con frases que cualquier político, en sus sanos cabales, no pronunciaría. Porque son un certificado de defunción política.

A nadie se le escapa que si Cobos saliera a declarar en ese tenor mañana caería considerablemente en la opinión pública. Susana Giménez puede decir «el que mata tiene que morir», pero Macri o De Narváez no. Por más que lo piensen.

Casos aparte son Reutemann y Lavagna, el primero ya patentó frases escatológicas y resonantes. El segundo dijo que hay que «excluir a los políticos tóxicos de la sociedad». Son frases cuasi de tal-Iván, y el objetivo compartido es conseguir el titular, pero no los veo como kamikazes suicidas todavía. Quizás no falte mucho.

Acá también…

Acerca de Ricardo

De Ricardo se dice: Es un sufrido hincha de River que nació en Tucumán. Le gustan los Bitles y el Yorc Jarrison. Estudia medicina. Está casado. Políticamente es un idealista pragmático que se ubica a la izquierda del arco político pero no le da el cuero para ser revolucionario y se conforma con que la gente viva un poco mejor cada día. Para que lo denosten sus amigos se reivindica no como kirchnerista sino como Nestorista de la primera hora.

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