Y un día TN dejó de existir

La mañana siguiente a la media sanción, por parte de la cámara de diputados de la Nación, del proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales, 8AM, una placa en la señal Todo Noticias titulaba: “TN puede desaparecer”. La noticia, ya no era que la noche anterior la cámara baja había aprobado, en una sesión maratónica, el proyecto de ley impulsado por el Ejecutivo. Tampoco lo era que, ahora, sería el Senado quién definiría la sanción (o no) de un nuevo marco legal para la regulación del sistema de medios. Menos aún, era noticia que las reglas del juego cambiarían y que el país iba hacia la “democratización de la comunicación”. No. Lo importante, el acontecimiento, era que el canal de noticias del grupo Clarín –siempre, según el propio TN- podría dejar de existir.

Nunca mejor dichas, resonaron en mi mente, las palabras del sociólogo francés, Pierre Bourdieu: “la televisión, que pretende ser un instrumento que refleja la realidad, acaba convirtiéndose en instrumento que crea una realidad”. Se las había escuchado decir, en el debate en el Congreso, al diputado Claudio Morgado (Concertación Forja) y, ahora, de nuevo me perseguía la misma idea. TN titulaba que en el futuro de dicha la ley se jugaba su existencia y esa era “la realidad” a las 8AM.

Pero yo (y muchos otros) no puedo creer -como dice TN- que esta es la “Ley K para el control de medios”. Primero, sencillamente, porque no trabajo en TN. Segundo, porque entiendo que esta ley recoge los 21 puntos para el derecho a la comunicación que durante más de cinco años elaboró y discutió la Coalición para una Radiodifusión Democrática. Tercero, porque comprendo que esta ley viene a regular el sistema de medios actual, donde el grupo Clarín -lamentablemente, el pato de la boda- ha concentrado más del 60% del mercado de la televisión por cable (por citar sólo una irregularidad), y en el que, además, se dan abusos similares de parte de otros prestadores de radiodifusión que, por ejemplo, en una misma área de influencia detentan dos o más a frecuencias de FM. Lo cual, afecta en una reducción de la oferta comunicacional pues no existe en el espectro radioeléctrico local una franja reservada para otro tipo de prestadores, sean estos: radios comunitarias, cooperativas, asociaciones civiles, sindicales, gubernamentales, de culto, etc. Por tanto, la nueva ley vendría a legislar al respecto. Y no supondría el cierre de fuentes de trabajo sino la reconfiguración del mapa de medios, es decir, la administración racional del espacio radioeléctrico –que es finito- para garantizar un uso eficiente y en igualdad de oportunidades para todos los licenciatarios (privados, estatales y asociaciones sin fines de lucro).

La nueva ley reordenaría el sistema de medios, no para castigar y desposeer al pulpo Clarín, tampoco para acabar con la pluralidad y la libertad de expresión. El cambio corregiría una estructura de medios que se consolidó a partir de un decreto-ley de la última dictadura militar y que, mediante sucesivos retoques, se ha mantenido durante todos los sucesivos gobiernos democráticos.

Escuchar decir, hoy, a periodistas –que hablan en nombre de los dueños de las empresas donde ellos trabajan- que ésta ley es una “ley mordaza” que atenta contra la libertad de prensa y la pluralidad de voces, es sintomático de las condiciones actuales en que los comunicadores sociales trabajan. Más preocupados que en abogar por las ganancias de sus patrones, los comunicadores, deberían estarlo por el ejercicio del derecho a la libertad de prensa que no les toca a otros sino a ellos mismos.

Sucede que eso que llamamos “la realidad” no es más que una construcción social. Y los medios de comunicación, en gran parte, contribuyen a ella, a través de la agenda que delimitan -muchas veces- por encima de la capacidad que un gobierno tiene para definir la agenda política. Ningún actor social –sea este, un multimedios, un gobierno, una cooperativa, una FM o un ciudadano- interviene inocentemente en dicho proceso. Ninguno puede “reflejar” la realidad, pues nadie nos garantiza un reflejo exacto de un hecho sucedido. Basta con leer la misma noticia en dos diarios distintos para notar la diferencia de criterios y matices con que cada uno sopesa los hechos. Siempre, quienes intervienen en ese proceso de construcción social de la realidad -que no es otra cosa que la disputa por la dominación simbólica-, lo hacen desde lo que son: según los intereses que los movilizan, las ideas que defienden, sus recursos y sus alianzas.

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