Antes que nada, el país

El cumplimiento de las promesas que Macri había contraído con el campo es un importante paso para revitalizar a este sector productivo
A sólo cuatro días de haber asumido, el presidente Mauricio Macri cumplió los compromisos contraídos con el campo en la campaña electoral. Se eliminaron las retenciones al maíz, el trigo, el sorgo, el girasol, las carnes y las economías regionales, y se disminuyeron, del 35 al 30 por ciento, las que pesan sobre la soja, el cultivo dominante en nuestras tierras agrícolas. También ayer, el primer mandatario llevó una buena noticia para el sector industrial, al anunciar el fin de las retenciones a las exportaciones industriales, que estaban gravadas con el 5 por ciento.
Los anuncios para el sector rural se hicieron en Pergamino, a la vera de la ruta 8, en el campo experimental y criadero de semillas de la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA). Fue un lugar intencionalmente elegido, con un fondo de maizales en flor. Ese escenario resulta familiar a quienes conocen los orígenes del movimiento cooperativo argentino, en el que tuvieron tanta influencia los líderes de la democracia progresista y del socialismo, y al que por más de cien años han estado preferentemente vinculados los pequeños y medianos productores.
Es razonable conjeturar que Macri participó personalmente de la elección del lugar por indudables motivaciones políticas, por más que estuvieran asociadas a la convocatoria, con la presencia de sus máximos dirigentes, las principales entidades rurales. Más difícil es saber si el Presidente conocía que aquel predio de ACA está casi a la vista de un cruce de caminos en el que el estallido de protestas del campo contra la política del kirchnerismo había alcanzado en 2008 una de sus más altas intensidades en todo el territorio de la Nación.
Aquella política fue la máxima expresión de un estilo vejatorio por parte de los gobernantes con quienes se mostraron dispuestos a hacer públicos los disensos. El campo, como muy pocos sectores, se animó a oponer abierta resistencia a la prepotencia oficial, objetivada en actos de humillación y de despojo confiscatorio. No fue sólo una cuestión de intereses en juego; consistió en una rebeldía en defensa de la dignidad de los productores y sus familias, y en muchos casos, de la memoria y el legado de los mayores. Eso explica la honda emoción que privó en el acto de ayer, en el que no sólo se vio a productores y familias de Pergamino, sino también de otras zonas del norte de la provincia de Buenos Aires y del sur de Santa Fe.
Los anuncios contenían la obvia referencia a una reivindicación de justos reclamos, pero también contemplaban la satisfacción moral y legal de devolverle al campo la igualdad de tratamiento con otros sectores sociales que el kirchnerismo se emperró en negarle, discriminándolo de modo abierto.
Todo eso explica también que el Presidente haya podido sentir satisfacción agradecida entre los productores y sus representantes. O sea, que debe haber percibido la conciencia de que con lo anunciado basta por ahora para retornar al trabajo sin las angustias y zozobras de los años de una época que se considera clausurada, sobre todo cuando se sabe que el actual gobierno se apresta a un sinceramiento del tipo de cambio. Pedir más, a esta altura, sería pecado, cuando queda por delante la resolución de gravísimas cuestiones económicas y financieras como saldo del irresponsable manejo de 12 años de negocios públicos y cuando hay otras franjas de la sociedad en situación de padecimiento.
Hizo bien el Presidente en advertir que, al restaurarse la equidad y abandonarse una política de arbitrariedades, será implacable en el cobro del impuesto a las ganancias. Se lo aplaudió, y se lo aplaudió aún más cuando reafirmó la voluntad de reconstruir y aggiornar con obras públicas postergadas la infraestructura del país, pero haciéndolo dentro del marco de una política de estricta vigilancia que evite y castigue la corrupción.
Se entiende esa reacción de la concurrencia numerosa. En primer lugar, porque desde hace décadas la obra pública ha sido una fuente inagotable de corrupción de todo tipo y de coimas hasta con porcentajes implícitamente preestablecidos. En segundo término, porque el nombre de Macri, al hallarse relacionado en el imaginario popular, desde antes de su llegada a la función pública, con la actividad de la construcción de obras pactadas con organismos del Estado, es alcanzado por la conjetura de que habrá en ese rubro una lupa especialmente movilizada por la opinión pública a fin de escudriñar qué se hace y cómo se hacen las cosas. Que el propio Presidente se encargara de hablar de la infraestructura del país y, al mismo tiempo, advirtiera que no tolerará actos de corrupción fue otro motivo de celebración en la convocatoria rural de ayer.
El kirchnerismo se ha ido del gobierno con un balance nefasto de infortunios para el campo y el interés general. Sólo son unas pocas manifestaciones de su paso arrasador por la administración del país que haya ocasionado desde 2003 la desaparición de 95.000 productores rurales, o provocado desde 2005 el cese de la actividad de 138 frigoríficos y hundido las exportaciones de carnes argentinas desde la tercera hasta la decimocuarta posición en relación con los principales competidores mundiales.
Es hora de mirar hacia adelante con la confianza reconfortada por el cumplimiento de la palabra que el nuevo presidente había empeñado en la campaña. Quedará, entretanto, la lección de lo que significa dejar el poder en manos de personas sin el equilibrio emocional suficiente como para encarar con éxito el desafío supremo de garantizar la unión nacional.
Es ése un objetivo inalcanzable cuando los gobernantes se encuentran obnubilados por una obsesión persecutoria, agresiva, maniática y difamatoria contra un sector de la sociedad al que deben, por el papel que se espera de ellos, defender en su conjunto. Será por eso vital, en adelante, que quienes tengan la noble tarea de administrar los asuntos públicos entiendan que, antes que nada, son responsables por la suerte general del país.

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