En el frío julio de 1994, cuando yo era un jovencito pelilargo, flacucho, al que los ideales de su adolescencia se le habían escurrido de entre las manos como un puñado de arena del Sahara –la comparación remite a Jorge Luis Borges, claro– tuve la oportunidad de entrevistar en varias oportunidades a Fermín Chávez, el último gran pensador nacional y popular del siglo XX.
No se trataron de simples reportajes periodísticos, sino de charlas políticas, personales, filosóficas, por qué no decirlo. Recuerdo bien la fecha porque la excusa para esos encuentros fue la confección de un suplemento especial de homenaje a Juan Domingo Perón a veinte años de su muerte.
La entrevista salió en el diario La Prensa –diario enemigo acérrimo del peronismo-, y como era relativamente elogiosa los lectores escribieron para acordarse de todos nuestros parientes.
Cuando le llevé el suplemento impreso, Fermín reía como un chico haciendo travesuras. Fue durante esos encuentros que noté que de una biblioteca pendía un pequeño hueso y le pregunté de qué era. Enigmático, el autor de valiosísimos libros como Civilización y barbarie en la historia de la cultura argentina, Perón y el peronismo en la historia contemporánea, Vida y muerte de López Jordán y La conciencia nacional: Historia de su eclipse y recuperación, me miró pillo y contestó escueto: «Me lo regalaron los muchachos». No hizo falta aclarar nada más, obviamente.
Pero, quizás, el momento más fructífero de esas charlas haya sido la última. Contextualicemos: momento de éxito absoluto del menemismo, Bernardo Neustadt y Mariano Grondona eran los paladines del periodismo argentino y eran amados por la clase media que atesoraba dólares y viajaba verbenera a Punta del Este, el fin de las utopías y la caída del Bloque Soviético dejaba a las mayorías trabajadores libradas a la buena del patrón, Estados Unidos nos empernaba con las famosas «relaciones carnales», la deuda externa crecía sideralmente, el Estado era desguazado por el mismo partido político que 50 años atrás lo había construido, todas las conquistas obreras retrocedían al ritmo del tango que Carlos Menem bailaba con María Julia Alsogaray y los represores de la dictadura militar aplaudían el aquelarre neoliberal donde el cordero sacrificado eran los pobres.
En ese marco, le protesté a Fermín:
–Para mí el peronismo, el movimiento nacional y popular, está muerto. Fue asesinado por el menemismo y no va a resucitar. Para mí hay que abandonar ese barco…
Fermín levantó la vista preocupado y achinó los ojos como el Señor Miyagi, de Karate Kid, y respondió:
–Muchacho, hay que tener perspectiva histórica. Vivimos un momento de retroceso del movimiento nacional y popular, por muchas razones, pero esta pelea tiene más de 200 años. A veces avanzamos, a veces retrocedemos, pero siempre renacemos. Hay que esperar. Mirar el presente con perspectiva y paciencia histórica.
Yo meneé la cabeza y me despedí de Fermín, mascullando con soberbia juvenil protestas contra sus palabras. «Ma qué perspectiva histórica ni chico muerto», pensaba mientras caminaba por las calles de San Telmo de regreso al diario.
Hoy que estoy más viejo, pienso lo mismo que Fermín. «Hay que mirar el presente con perspectiva histórica».
Transcurrieron diez años de peronismo kirchnerista o simplemente de kirchnerismo o de la etapa kirchnerista de esa larga tradición que se conoce como el movimiento nacional y popular. No fue el inicio de esa tradición, que quizás comience en las páginas del Plan Revolucionario de Operaciones de Mariano Moreno, ni será la última estación, tampoco.
Tiene un pasado, un presente y un futuro. Y ese presente y futuro, que ahora parecen enturbiados por unas simples elecciones de medio término, o por la imposición de re-reelección de su principal líder, Cristina Fernández de Kirchner, deben pensarse con una perspectiva histórica que limite la histeria coyuntural de los títulos de los principales diarios.
Un resultado adverso en las PASO de octubre no significa una hecatombe. Se sabe que el humor de las elecciones de medio término siempre es cambiante. Caídas fuertes fueron el golpe de Estado del 55 o el del 76, cuando el peronismo estuvo a punto de ser borrado manu militari.
El kirchnerismo ha demostrado gobernabilidad suficiente como para seguir siendo una opción más que interesante para el 2015. Sólo falta que transcurra estos dos años en la senda correcta para poder marcar la continuidad del proceso.
El futuro del kirchnerismo tiene hoy varias opciones: a) la construcción de una candidatura propia que garantice la victoria a través de una figura de alcance nacional, b) la constitución de un frente con una fuerza similar –un gobernador justicialista- que permite un gobierno en disputa entre el 2015-19, o c) perder con un candidato inexistente –quizás la opción más riesgosa- para poder regresar triunfante en el 2019.
Ninguna de las tres opciones significa la muerte de la feliz experiencia del proyecto nacional y popular. Sencillamente, porque existe un caudal de votos y una corriente de opinión pública de tal magnitud que parece imposible que sea despreciada. Ese espacio tiene demasiado peso propio para desaparecer. Y por el contrario, tendrá un peso propio muy importante en los próximos años. Tanto dentro o fuera de una experiencia de gobierno futuro. Es decir, al próximo presidente –sea cual fuere- le será imposible no entablar algún tipo de comparación o relación con el kirchnerismo.
Es por esa razón que los logros y las metas alcanzadas por el kirchnerismo para la sociedad no parecen estar demasiado en riesgo. Tienen como centinela la experiencia grabada en la memoria en millones de argentinos. Al próximo gobierno –si es de signo contrario- le será sumamente difícil desafiar no sólo al decil «fanátWllos sectores que terminarán reconociendo las virtudes de este proceso apenas se les pase «la fiebre» instalada por los medios de comunicación.
¿De qué manera un gobierno neoliberal hoy abandona la Asignación Universal por Hijo o reprivatiza las empresas estatales que hoy funcionan bien? ¿De qué forma vuelve a endeudar perversamente al Estado o genera una política económica regresiva en contra de los trabajadores? ¿Cómo podrán hacerlo con la memoria emotiva fresca del kirchnerismo en millones de argentinos organizados y con gimnasia para protestar, escribir, movilizarse?
Más allá de cierta perversión de algunos sectores que encuentran el disfrute en la derrota, muchos militantes y simpatizantes del proyecto parecen haber perdido la alegría en la confrontación y en el batallar cotidiano. Incluso, algunos se dejan apesadumbrar por una posible derrota en octubre y se vuelven con los rostros mustios, y los ojos veteados por la impotencia.
Sólo con las convicciones que surgen de tener una perspectiva histórica como la que tenía Fermín Chávez es que se puede defender la alegría. Y el movimiento nacional y popular no es ni más ni menos que eso: la alegría de las mayorías, la felicidad del pueblo. Y el que se amarga, defecciona. -<dl