El día estaba húmedo y pegajoso al amanecer del 20 de diciembre de 2001. A nuestras espaldas se oían disparos, y la multitud que protestaba en Plaza de Mayo empezó a retroceder. Entonces lo vi: el hombre de pantalones azules y camisa hawaiana que cayó en la escalinata del Congreso. Supe que estaba muerto. Comenzamos a retroceder perseguidos por la Guardia de Infantería. Cualquiera de nosotros podría haber terminado así, con una bala en la cabeza. Pero volvimos, a pesar del estado de sitio, de los gases lacrimógenos y las balas, hasta que esa tarde el presidente Fernando de la Rúa, el hombre que había ordenado la represión, escapó en un helicóptero.
El saldo fue de 34 muertos, y la Argentina se sumió en una crisis que llevó a cinco cambios presidenciales en una semana. ¿ Qué le había pasado al país más europeo de América Latina , el que tenía las desigualdades sociales menos agudas, el primero que erradicó la tuberculosis y el analfabetismo, el que para mediados de los años 40 había construido un sólido estado de bienestar? Tal vez pueda proporcionarnos la respuesta Michel Camdessus, que entonces se encontraba al frente del FMI, que en octubre de 1998 dio al presidente Carlos Menem el lugar de honor en la reunión anual como un ejemplo a seguir. Todo paralelo con los actuales indignados de Europa y la repetición de los consejos interesados del Fondo no es mera casualidad (…).
Es una curiosa paradoja que Menem, el presidente que más elogió el FMI, sea también peronista. Pertenece al partido que creó el estado de bienestar en Argentina. Como me dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano, cuando Menem privatizó todas las empresas del estado, “los mismos que redactaron el prólogo ahora escriben el epílogo”.
Con la intransigencia típica de los conversos, Menem completó la tarea devastadora que había iniciado la dictadura militar posterior a Perón, tarea en la que lo sucedió Fernando de la Rúa, que llevó al país al abismo en su deseo de mantener la paridad artificial del peso ante el dólar (…). Lo más grave fue que millones de personas quedaron marginadas, convertidas en los miserables del tercer milenio.
La depresión fue tan profunda que la recuperación que inició Néstor Kirchner, que llegó a la presidencia en 2003, y continuó su esposa, Cristina Fernández, puede considerarse un contraste significativo: un crecimiento de 9% casi todos los años y un fuerte aumento del consumo.
A pesar de eso, y del hecho indudable de que el “modelo Kirchner” no sigue las recetas del FMI de manera ortodoxa, Argentina dista mucho de ser el paraíso que pinta la propaganda oficial. El país podría presenciar un regreso de aquellas manifestaciones.
El crecimiento no se traduce de forma automática en desarrollo . Cuando hablan de la creación de 5 millones de empleos y presentan esta etapa como la de mayor prosperidad de la historia argentina, no mencionan algunos detalles fundamentales. En primer lugar, el crecimiento del PBI está estrechamente vinculado al aumento de las materias primas, sobre todo de la soja y el maíz, que se usan para la producción de biocombustibles. Ese modelo empobrece el suelo, alienta la concentración de la propiedad de la tierra y limita la diversidad de las opciones agroindustriales que podría haber tenido el campo. Como si eso no bastara, depende de factores del mercado que no se ven afectados por decisiones nacionales. En segundo término, los enormes recursos que genera ese “viento de cola” internacional no han logrado poner fin a la gran marginación social que aún sufre Argentina ni al clientelismo político que eso ha producido. En tercer lugar, al mentir de manera descarada respecto de la inflación (se dice que es del 8% anual cuando en realidad se acerca al 25% ), el Gobierno oculta el verdadero nivel de pobreza y prepara una bomba que amenaza con explotar en un futuro próximo.
P or otra parte, al optar por un desarrollo futuro a través de la megaminería que usa cianuro (como la que practica Barrick Gold en los Andes) y de la explotación offshore en la Patagonia, el gobierno de Cristina Kirchner lleva a Argentina de vuelta al modelo de extracción de materias primas predominante en la época colonial. Eso podría explicar una aparente contradicción: las negociaciones secretas con los peligrosos consultores del FMI.
El saldo fue de 34 muertos, y la Argentina se sumió en una crisis que llevó a cinco cambios presidenciales en una semana. ¿ Qué le había pasado al país más europeo de América Latina , el que tenía las desigualdades sociales menos agudas, el primero que erradicó la tuberculosis y el analfabetismo, el que para mediados de los años 40 había construido un sólido estado de bienestar? Tal vez pueda proporcionarnos la respuesta Michel Camdessus, que entonces se encontraba al frente del FMI, que en octubre de 1998 dio al presidente Carlos Menem el lugar de honor en la reunión anual como un ejemplo a seguir. Todo paralelo con los actuales indignados de Europa y la repetición de los consejos interesados del Fondo no es mera casualidad (…).
Es una curiosa paradoja que Menem, el presidente que más elogió el FMI, sea también peronista. Pertenece al partido que creó el estado de bienestar en Argentina. Como me dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano, cuando Menem privatizó todas las empresas del estado, “los mismos que redactaron el prólogo ahora escriben el epílogo”.
Con la intransigencia típica de los conversos, Menem completó la tarea devastadora que había iniciado la dictadura militar posterior a Perón, tarea en la que lo sucedió Fernando de la Rúa, que llevó al país al abismo en su deseo de mantener la paridad artificial del peso ante el dólar (…). Lo más grave fue que millones de personas quedaron marginadas, convertidas en los miserables del tercer milenio.
La depresión fue tan profunda que la recuperación que inició Néstor Kirchner, que llegó a la presidencia en 2003, y continuó su esposa, Cristina Fernández, puede considerarse un contraste significativo: un crecimiento de 9% casi todos los años y un fuerte aumento del consumo.
A pesar de eso, y del hecho indudable de que el “modelo Kirchner” no sigue las recetas del FMI de manera ortodoxa, Argentina dista mucho de ser el paraíso que pinta la propaganda oficial. El país podría presenciar un regreso de aquellas manifestaciones.
El crecimiento no se traduce de forma automática en desarrollo . Cuando hablan de la creación de 5 millones de empleos y presentan esta etapa como la de mayor prosperidad de la historia argentina, no mencionan algunos detalles fundamentales. En primer lugar, el crecimiento del PBI está estrechamente vinculado al aumento de las materias primas, sobre todo de la soja y el maíz, que se usan para la producción de biocombustibles. Ese modelo empobrece el suelo, alienta la concentración de la propiedad de la tierra y limita la diversidad de las opciones agroindustriales que podría haber tenido el campo. Como si eso no bastara, depende de factores del mercado que no se ven afectados por decisiones nacionales. En segundo término, los enormes recursos que genera ese “viento de cola” internacional no han logrado poner fin a la gran marginación social que aún sufre Argentina ni al clientelismo político que eso ha producido. En tercer lugar, al mentir de manera descarada respecto de la inflación (se dice que es del 8% anual cuando en realidad se acerca al 25% ), el Gobierno oculta el verdadero nivel de pobreza y prepara una bomba que amenaza con explotar en un futuro próximo.
P or otra parte, al optar por un desarrollo futuro a través de la megaminería que usa cianuro (como la que practica Barrick Gold en los Andes) y de la explotación offshore en la Patagonia, el gobierno de Cristina Kirchner lleva a Argentina de vuelta al modelo de extracción de materias primas predominante en la época colonial. Eso podría explicar una aparente contradicción: las negociaciones secretas con los peligrosos consultores del FMI.
No, seguramente no vivimos en el paraíso. Lástima que Miguel Bonasso no se ha dignado a indicarnos dónde está el paraíso, así hacemos las valijas y nos vamos a vivir allí.