No hay obituarios en los diarios tamaño sábana ni ataúd lujoso para el medio centenar de muertos de la tragedia ferroviaria de Once. No hay porque el racimo humano apiñado en ese primer vagón fatal era carne de horarios y maltrato frecuente, esperando bajar para saltar el molinete y poner en marcha el país de todos los días, desde el anonimato de sus labores indispensables. Personas que habitualmente llegan tarde a sus trabajos, después que sacan boleto y les dicen –a veces les dicen– que el tren que esperaban nunca llegará al andén de sus vidas. Madres que dejan a sus hijos solos. Hijos que van a la escuela como pueden. Obreros que inundan las obras. Mujeres que limpian baños ajenos. Estudiantes que quieren progresar. No. Los muertos de ayer no tendrán obituario en La Nación, ni nada que se le parezca: porque los muertos de ayer eran trabajadores.
Me pregunto si somos capaces de comprender la verdadera dimensión humana de esta tragedia. Anoche hubo abrazos que no se pudieron dar, labios que no volvieron a besar, promesas que jamás se cumplirán, citas a las que alguien seguro va a faltar, porque un tren de morondanga, una lata de sardinas sin mantenimiento, del que los pasajeros suelen bajarse por las ventanillas, se estrelló contra el retén final de las vías a 20 km por hora en una de las estaciones terminales más importantes de la Argentina.
Me pregunto, también, si somos capaces de comprender la verdadera dimensión política de esta tragedia. Ayer se cerró el círculo del menemismo ferroviario, inaugurado en los ’90 con la maldita frase “ramal que para, ramal que cierra”, que Néstor Kirchner desafió en 2004, cuando le sacó la concesión a Sergio Taselli, del Metropolitano, que operaba los ramales Roca y San Martín. La gestión estatal, aún con dificultades, mejoró ese servicio. Los privados, esos mercaderes elevados a categoría de salvadores de la patria por Cavallo, Dromi y Pedraza fracasaron, sólo convirtieron vagones que alguna vez fueron orgullo del patrimonio público en féretros de los propios usuarios.
Fueron casi 20 años de destrucción, desidia y abuso de subsidios estatales para terminar en el desastre más grave de los últimos 80 años, en el corazón mismo de la Capital de todos los argentinos. Revisar los informes de la Auditoría General de la Nación sobre el servicio de la concesionaria TBA, del Grupo Cirigliano, permite advertir que todo esto ya estaba advertido. Se trata del mismo grupo, dueño de trenes y colectivos, que puso reparos a la instalación del SUBE, instrumento clave para que el Estado comience a controlar en serio y deje de subsidiar empresas rapaces y comience a hacerlo con personas de carne y hueso. Tres años le llevó al Estado poder concretarlo. Tres años. Y lo está haciendo.
Los carroñeros que hacen política con la muerte ajena hoy tienen el banquete servido. Al kirchnerismo del 54% le queda salir del fangoso laberinto propuesto por arriba, asumiendo sin vueltas su rol de enterrador del neoliberalismo y sus leyes, tanto las escritas como las tácitas, si no quiere ser víctima de las esperanzas que él mismo ha generado en tres gobiernos consecutivos con indudables logros de gestión, aprobados por las mayorías populares.
Ayer, en Once, con 50 trabajadores fallecidos y casi 700 heridos, murió también esa suerte de híbrido heredado de sistema ferroviario agonizante con parches agregados para garantizar que la gente llegue al trabajo en tiempos necesarios de reactivación, porque ayer esa misma gente no llegó al trabajo. En homenaje a esas víctimas que no aparecerán en los obituarios melosos del diario de los Mitre, lo mínimo que puede hacerse es recuperar los trenes para la sociedad de una vez por todas. Como en 2004.
Ayer se cumplió un año de la detención de Pedraza por el crimen de Mariano Ferreyra. Una sala de la Cámara de Casación acaba de confirmar que deberá estar preso hasta el juicio oral. El gobierno en su momento puso en tensión toda la alianza sindical para garantizar que no haya impunidad y vaya a la cárcel. Allí está y allí se queda.
En ese coraje, en esa valerosa decisión, se vieron reflejados millones de argentinos anónimos que todos los días sólo quieren saltar el molinete, trabajar en paz y volver a su casa, sanos y salvos, para abrazar a sus hijos y decirles que este, nuestro país, aún vale la pena.
Me pregunto si somos capaces de comprender la verdadera dimensión humana de esta tragedia. Anoche hubo abrazos que no se pudieron dar, labios que no volvieron a besar, promesas que jamás se cumplirán, citas a las que alguien seguro va a faltar, porque un tren de morondanga, una lata de sardinas sin mantenimiento, del que los pasajeros suelen bajarse por las ventanillas, se estrelló contra el retén final de las vías a 20 km por hora en una de las estaciones terminales más importantes de la Argentina.
Me pregunto, también, si somos capaces de comprender la verdadera dimensión política de esta tragedia. Ayer se cerró el círculo del menemismo ferroviario, inaugurado en los ’90 con la maldita frase “ramal que para, ramal que cierra”, que Néstor Kirchner desafió en 2004, cuando le sacó la concesión a Sergio Taselli, del Metropolitano, que operaba los ramales Roca y San Martín. La gestión estatal, aún con dificultades, mejoró ese servicio. Los privados, esos mercaderes elevados a categoría de salvadores de la patria por Cavallo, Dromi y Pedraza fracasaron, sólo convirtieron vagones que alguna vez fueron orgullo del patrimonio público en féretros de los propios usuarios.
Fueron casi 20 años de destrucción, desidia y abuso de subsidios estatales para terminar en el desastre más grave de los últimos 80 años, en el corazón mismo de la Capital de todos los argentinos. Revisar los informes de la Auditoría General de la Nación sobre el servicio de la concesionaria TBA, del Grupo Cirigliano, permite advertir que todo esto ya estaba advertido. Se trata del mismo grupo, dueño de trenes y colectivos, que puso reparos a la instalación del SUBE, instrumento clave para que el Estado comience a controlar en serio y deje de subsidiar empresas rapaces y comience a hacerlo con personas de carne y hueso. Tres años le llevó al Estado poder concretarlo. Tres años. Y lo está haciendo.
Los carroñeros que hacen política con la muerte ajena hoy tienen el banquete servido. Al kirchnerismo del 54% le queda salir del fangoso laberinto propuesto por arriba, asumiendo sin vueltas su rol de enterrador del neoliberalismo y sus leyes, tanto las escritas como las tácitas, si no quiere ser víctima de las esperanzas que él mismo ha generado en tres gobiernos consecutivos con indudables logros de gestión, aprobados por las mayorías populares.
Ayer, en Once, con 50 trabajadores fallecidos y casi 700 heridos, murió también esa suerte de híbrido heredado de sistema ferroviario agonizante con parches agregados para garantizar que la gente llegue al trabajo en tiempos necesarios de reactivación, porque ayer esa misma gente no llegó al trabajo. En homenaje a esas víctimas que no aparecerán en los obituarios melosos del diario de los Mitre, lo mínimo que puede hacerse es recuperar los trenes para la sociedad de una vez por todas. Como en 2004.
Ayer se cumplió un año de la detención de Pedraza por el crimen de Mariano Ferreyra. Una sala de la Cámara de Casación acaba de confirmar que deberá estar preso hasta el juicio oral. El gobierno en su momento puso en tensión toda la alianza sindical para garantizar que no haya impunidad y vaya a la cárcel. Allí está y allí se queda.
En ese coraje, en esa valerosa decisión, se vieron reflejados millones de argentinos anónimos que todos los días sólo quieren saltar el molinete, trabajar en paz y volver a su casa, sanos y salvos, para abrazar a sus hijos y decirles que este, nuestro país, aún vale la pena.
patético
Qué bueno que este discursito de mierda es la respuesta oficial che me alegro mucho.
pero no salieron en La Nación los obituarios eh