Calvo: «La Argentina tendrá que estar peor antes de que aproveche la coyuntura»

Guillermo Calvo
Guillermo Calvo es uno de los economistas más influyentes y más reconocidos en el mundo por sus valiosos aportes a la macroeconomía internacional. Nacido en la Argentina, actualmente vive en Nueva York, donde se desempeña como profesor de Economía en la Universidad de Columbia, en la que también es director del Program in Economic Policy Management. Credibilidad, movimientos de capitales, expectativas, inconsistencia intertemporal de las políticas económicas, inestabilidad del sector financiero y crisis en mercados emergentes son algunos de los temas sobre los cuales Calvo ha escrito numerosos libros y más de cien artículos en publicaciones académicas. Es particularmente reconocido por aplicar la teoría para resolver cuestiones prácticas de política económica. Antes de incorporarse a Columbia, fue profesor y director del Center for International Economics de la Universidad de Maryland, economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, asesor senior del Departamento de Investigaciones del FMI, investigador asociado del National Bureau of Economic Research y profesor visitante de las universidades de Pensilvania y Chicago. Además es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas (Argentina), presidente de la International Economic Association y Fellow de la Sociedad Econométrica y de la American Academy of Arts and Sciences (EE.UU.). Calvo cursó toda su carrera en la Universidad de Yale, donde obtuvo su doctorado en 1974. Lo han consultado desde el Congreso de EE.UU. hasta numerosos gobiernos de América Latina y Europa del Este. Entre los varios galardones que ha recibido, se destaca el premio de economía Rey Juan Carlos en 2000 y el grado de Doctor Honoris Causa otorgado por la Universidad Di Tella hace unos pocos meses.
Emilio Ocampo: ¿Qué lo atrajo al estudio de la economía y qué economistas lo influyeron en sus épocas de estudiante?
Guillermo Calvo: Mi padre trabajaba en el Banco Central y hablaba mucho con discípulos de Prebisch que aún trabajaban allí. Además, tuve la fortuna de empezar a trabajar en el BCRA cuando Julio H.G. Olivera estaba a cargo del Departamento de Investigaciones Económicas. Apenas llegué, me mandó a leer «Matemáticas para economistas», de Allen, «Valor y capital», de Hicks, etc. Eso significó un fuerte atractivo intelectual y debe haber jugado una papel fundamental, pues debe recordarse que cuando empecé a trabajar en el Central en 1958 todavía no existía la carrera de Economía y yo estaba registrado en la de Contabilidad, tema que no me apasionaba para nada.
E.O.: Se ha escrito mucho sobre la crisis. Al final de cuentas, ¿fue consecuencia de mucha o poca intervención/regulación del Gobierno?
G.C.: Fue consecuencia de que, al menos en EE.UU., la Reserva Federal pensó que el sistema financiero se autorregulaba y que la obligación central de la Fed era garantizar una inflación baja y estable. Es verdad que el Estado ayudó a que se generaran hipotecas subprime, pero no es suficiente para explicar que la crisis haya tomado visos tan globales y perniciosos.
E.O.: ¿Qué encuentra de similar entre las crisis de Estados Unidos y Europa?
G.C.: Europa y EE.UU. están unidos por el cordón umbilical del sistema financiero mundial. Ese es el punto en común más importante. Las consecuencias para cada una de las regiones no son idénticas, sin embargo, porque la unión de EE.UU. es mucho más sólida que la europea.
E.O.: El mundo desarrollado exhibe ratios de Deuda Pública sobre PBI no vistos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y altísimos déficits fiscales. Además, la mayoría de los países tienen una población que envejece, lo cual aumentará la presión sobre el gasto público. ¿Cómo podrán los gobiernos manejar la situación sin recurrir al default o a la reestructuración de su deuda? ¿Cree usted que el mundo irá hacia un escenario de represión financiera?
G.C.: La represión financiera no se puede descontar, pero, en mi opinión, se está dramatizando demasiado el aumento de la deuda pública. La deuda total no ha aumentado tanto. Lo que ha pasado, en parte, es que la deuda pública ha reemplazado a la privada, mucho de ella implícita, que no estaba en los libros (off balance sheet). El mercado todavía ve a la deuda pública de, por ejemplo, EE.UU., como superior a la privada (lo que se refleja en las bajísimas tasas de interés que paga el Tesoro de EE.UU.), de manera que, bajo esta perspectiva, podría argumentarse que la calidad de la deuda total ha aumentado. Esto no necesariamente conlleva mayor inflación.
E.O.: Simon Johnson, del MIT, dice que en EE.UU. los bancos tienen demasiado poder político. ¿Cuál es su opinión?
G.C.: Es un factor que no se puede negar, pero no es suficiente para explicar por qué la crisis tomó una forma tan repentina y, en la mayoría de los casos, los flujos de capital hacia los sectores y países que resultaron más dañados (por ejemplo, propiedades inmobiliarias y España) hayan ido aumentando a medida que se aproximaba la crisis. Además, ¿cómo es que expertos luego del partido como Simon Johnson no gritaron a todos los vientos que se venía la crisis… o intelectuales como Simon Johnson no se hicieron súper ricos?
E.O.: Hablemos de la influencia de las ideas de los dos gigantes de la macroeconomía del siglo XX. ¿Las ideas de quién pueden ayudar más a resolver la crisis actual: Keynes o Friedman?
G.C.: Friedman fue un paladín de la idea de que los mercados financieros se autorregulan. Como evidencia, véase lo que creo que fue su última entrevista con Charlie Rose. El nombre de Keynes se ha usado y abusado por los llamados keynesianos, muchos de ellos falsos apóstoles. Keynes mismo había reconocido que la pieza central de su «solución» -es decir, el aumento del gasto público- no sería efectiva sin un aumento fenomenal del sector público. El experimento de la Segunda Guerra Mundial, que muchos keynesianos ven como una prueba de que la política fiscal funciona, representó una duplicación del gasto público, lo cual es impensable en el clima político actual en EE.UU. Dicho esto, creo que Keynes es uno de los economistas más relevantes en este momento, no tanto por sus propuestas de política económica, sino por su fina y profunda visión sobre las debilidades del sistema capitalista.
E.O.: ¿De los economistas contemporáneos, quién cree usted (si es que hay alguno) que tiene las ideas más claras respecto de cómo resolver la crisis?
G.C.: Creo que Bernanke y Draghi están haciendo bien su trabajo. Los bancos centrales han mostrado lo útil de una política monetaria expansiva en estas circunstancias. Lamentablemente, siguen muy atados al objetivo de mantener una tasa de inflación como si nada hubiese ocurrido. Con un poco de inflación sorpresa, parte de la deuda se hubiera reducido en términos reales y se hubieran logrado disminuir la presiones deflacionarias en países satelitales en Europa, por ejemplo, España, Portugal e Italia.
E.O.: ¿La crisis demuestra alguna falla fundamental en la moderna teoría macroeconómica?
G.C.: La teoría macroeconómica convencional supone que los shocks provienen de la naturaleza, por ejemplo, un huracán o un cambio tecnológico importante. Ignora shocks que provienen del mal funcionamiento de los mercados, particularmente el mercado financiero. Esta es una falla importante que, afortunadamente, la profesión ya ha empezado a reparar.
E.O.: ¿Qué lecciones pueden aprender los policymakers europeos de las crisis de la Argentina y América Latina en general?
G.C.: La lección es que, bajo estas circunstancias, habría que ponerle el ojo al sobreendeudamiento. En América Latina solucionamos ese tema (a) repudiando y/o (2) bajando el valor real de la deuda a punta de inflación alta. La opción (a) es muy difícil en Europa porque, por ejemplo, gran parte de la deuda de España es con otros miembros de la comunidad, como Alemania. Un repudio haría muy difícil mantener la unión. La solución (2) no está en manos de países individuales, dado que todos comparten el euro. Por lo tanto, la solución estaría en manos del BCE pero, otra vez, una mayor inflación del euro ayuda a España pero perjudica a Alemania. Algunos piensan que una mayor devaluación del euro ayudaría a expandir las exportaciones europeas. Este argumento se olvida de que todo el mundo está en recesión y, por lo tanto, una devaluación del euro puede conllevar devaluaciones competitivas que, como la historia lo demuestra, pueden ser contraproducentes.
E.O.: Schumpeter predijo hace 70 años que el capitalismo sembraría las semillas de su propia destrucción. Hay quienes sostienen que esta crisis significa el fin del capitalismo. ¿Cuál es su opinión?
G.C.: Es siempre una buena apuesta decir que el sistema de hoy día no va a durar, dado que eso es lo que hemos visto a través de la historia de la humanidad. Por lo tanto, no me atrevo a contradecir a futurólogos como Schumpeter y Marx. Pero otra cosa es decir que la crisis actual marca el punto final del capitalismo. Creo que los errores que se han cometido son bastante obvios. Antes de llegar a la conclusión de que un sistema que ha producido tanta riqueza en el mundo está por acabarse, creo que le tenemos que dar alguna chance a la búsqueda de políticas que corrijan los errores flagrantes. De repente, eso no es suficiente y es allí donde, tal vez, yo empiece a poner en duda el sistema capitalista. No olvidemos, sin embargo, que en ese caso ya la opción del comunismo estaría perimida, lo que nos enfrentaría con el enorme desafío de diseñar un nuevo orden económico sin grandes pensadores que nos asistan pero, sin duda alguna, con la presencia de un sinnúmero de charlatanes y curanderos que van a pretender ser poseedores de la solución.
E.O.: ¿Cuál es el principal desafío que enfrenta la economía mundial en los próximos diez años?
G.C.: Superar esta crisis sin dejarse fascinar por charlatanes y curanderos. ¡No olvidemos que la crisis del 30 nos generó a Hitler y Mussolini!
E.O.: ¿Es sostenible el crecimiento que China ha experimentado en las últimas dos décadas?
G.C.: Sin una recuperación del crecimiento en Europa y EE.UU. es improbable que China pueda mantener las impresionantes tasas de crecimiento de los últimos años. La inflación y las malas inversiones la van a tender a encallar en niveles de crecimiento mucho más bajos, lo que aumentará considerablemente las tensiones sociales (lo que ya está sucediendo). Dada la inmadurez y la debilidad institucional de los países emergentes, por otro lado, cuesta imaginarse que China podría aumentar la intensidad del comercio con ellos y así mantener su dinamismo.
E.O.: Entre 1900 y 2002 el precio promedio de los commodities cayó a una tasa del 1,6% anual. Desde entonces hasta ahora se han cuadruplicado. ¿Entró el mundo en una era secular de precios más altos para los commodities o se trata de otra burbuja especulativa?
G.C.: Creo que los altos precios de los commodities aún reflejan la esperanza de que el mundo vuelva al rumbo anterior a 2007. Sin embargo, como es evidente por mis comentarios anteriores, no soy muy optimista con respecto a ese escenario, lo que me lleva a concluir que, eventualmente, habrá una caída de los precios de los commodities. Debo admitir, sin embargo, que este tema es muy espinoso y no conozco ningún estudio serio que permita darle una base más sólida a mi opinión.
E.O.: Los problemas en la eurozona y las condiciones favorables en los mercados de commodities agrícolas presentan una oportunidad histórica para la Argentina. ¿Cuál es la mejor manera de aprovechar esta oportunidad?
G.C.: La Argentina está entrampada. Lo ideal sería eliminar gran parte de los impuestos al agro y los subsidios a la energía, pero ello traería un aumento importante del costo de vida en el corto plazo, lo que puede debilitar fuertemente al Gobierno. Por lo tanto, me temo que las cosas van a tener que estar mucho peor antes de que se puedan adoptar políticas que saquen provecho de la coyuntura actual.

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