Hace algunos años, organismos internacionales –como el Banco Mundial– insisten en que la clase media argentina se duplicó durante la última década, tomando como referencia el nivel de ingresos y la línea de la pobreza. Otros investigadores nacionales, sin embargo, observan las categorías ocupacionales, la relación entre el trabajo manual y no manual, y advierten que las clases medias sólo pasaron del 43% al 46 por ciento. Más allá de los desacuerdos para establecer una frontera social, que involucra también variables culturales y niveles educativos, una encuesta del área metropolitana realizada por el IDAES-UNSAM, con apoyo del CONICET, revela un dato distinto, que permite entender de otro modo los resultados electorales del domingo: un 78,3% de los consultados se considera de clase media, tenga esa percepción una cercanía o no con sus condiciones materiales. En contraste, sólo el 0,1% cree que es de «clase alta» y un quinto, el 20%, de los estratos más bajos. Es decir, todos se sienten más al centro de lo que en efectivamente están.
Los datos confirman así la tendencia que registraron los economistas de la Universidad de La Plata Guillermo Cruces y Martín Tetaz en una encuesta de 2009 que arrojó similares resultados: el 70% de los habitantes del Gran Buenos Aires se ubica a sí mismo en los grupos intermedios.
«Hay símbolos, referencias decisivas alrededor de la definición de clase: la vivienda propia, el auto, el acceso a la universidad. En estos años hubo cambios objetivos que explican la autopercepción como clase media. Pero el ascenso social siempre genera una paradoja: aquel gobierno que protagoniza una transformación y permite la movilidad de amplios sectores cree que ellos van a estar agradecidos por siempre. Eso no es así. Cuando el desempleo deja de ser una preocupación, se construyen nuevos horizontes de expectativas. No sólo querés más económicamente, también te empiezan a preocupar otras cosas como la transparencia y la información pública», explica a Tiempo Argentino, el antropólogo Alejandro Grimson, director de la investigación.
Tradicionalmente, Argentina fue considerado un país de clase media, característica que lo distinguió durante años de sus vecinos de la región, y le permitió proyectarse como una nación europea. Gino Germani, padre de la Sociología nacional, estimaba que entre 1870 y 1950 se habían triplicado los estratos medios, y otras investigaciones determinaron que para 1974, pertenecía a esa clase el 82,6% de la población. Esa representación tuvo, sin embargo, un giro drástico a finales de 1980 cuando, hiperinflación y crisis económica mediante, surgió un discurso público sobre la muerte de la clase media y el fin de la movilidad social ascendente. Una idea que quedó plasmada en la imagen del ingeniero manejando el taxi.
El momento crucial de ese proceso fue durante la crisis de 2001 y 2002. Sin embargo, como señala el antropólogo Sergio Visacovsky, la pérdida de los niveles de vida no impidió que la mayor parte de la población, pobres y ricos, siga viéndose a sí mismos como de clases medias. Es decir, hubo cierta autonomía entre la identificación de clase y las condiciones objetivas, que se reflejó en la resistencia de esos sectores a renunciar a «mejores ambientes» escolares o a «caer en el hospital público». Las experiencias de empobrecimiento de esas personas fueron acompañadas por prácticas de diferenciación, y llevaron a que, con la mejora de la situación económica, hayan vuelto a enviar a sus hijos a colegios privados o interesarse por otros temas de la vida pública que señala Grimson.
«No alcanza con comparar la actualidad con 2001. Cuando Argentina estaba en el infierno, Néstor Kirchner dijo ‘Estamos en el infierno’. Eso generó una enorme empatía porque el presidente describía la realidad de la misma manera que los ciudadanos. Si hay descripciones distintas, se genera una situación de malestar, de desindentificación. La inflación, por ejemplo, no sólo afecta la vida real, la capacidad de compra efectiva. También molesta que se tergiversen las estadísticas. No hace falta mucha politización para que a la gente le irrite eso. Le irrita y punto. Eso es sintonía fina: poder escuchar las voces que vienen del pueblo. Porque, cuando hay ruido en esa comunicación, es más difícil hacerse entender. Y cuando eso pasa, se corre un riesgo muy grande. Yo creo que lo que está en juego ahora es si Argentina va a continuar con un modelo donde lo público y el Estado sean protagonistas del desarrollo, o si el protagonista va a volver a ser el mercado. La disyuntiva es esa, pero el problema es que no se va a definir en una votación planteada de esa forma», agrega Grimson.
Un estudio en elaboración, realizado por FLACSO-Ibarómetro, y dirigido por Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez, también pone en evidencia esa otra paradoja: existe una coincidencia ideológica de la clase media con el kirchnerismo, pero eso no tiene una traducción lineal en las urnas. Un adelanto de «Actitudes políticas e ideológicas de los argentinos», publicada en Le Monde Diplomatique de julio, muestra que, así como la clase media fue la protagonista cultural del menemismo en los noventa, pero no su protagonista electoral, hoy la clase media argentina se parece más al kirchnerismo de lo que están dispuestos a aceptar quienes no los votaron. La encuesta de mayo de 2013 señala, por ejemplo, que el 69,1% de la clase media está de acuerdo con un Estado activo sobre la economía y un 53,6% está de acuerdo con que la esencia de la democracia es buscar igualdad, frente a un 31,5% que aspira a mayor libertad.
El dato de que los argentinos adhieren a un principio igualitarista, o de «igualación hacia arriba», también está presente en la encuesta realizada por el IDAES-UNSAM. Sin embargo, esto va a acompañado por la idea de que «todos pueden subir sin que nadie baje». Consultados sobre lo que ganan y lo que deberían ganar distintos trabajadores y profesionales, los encuestados propusieron elevar significativamente el ingreso de médicos, maestros, obreros, comerciantes y, sobre todo, de empleadas domésticas y peones rurales. Y, en paralelo, reducir drásticamente los ingresos de diputados y jueces, pero sólo levemente los de empresarios y gerentes, que son considerados por lejos, quienes más ganan.
Otro dato que muestra esta visión integracionista es el referido a la pregunta sobre a quién es más importante aumentarle el salario: el 23% del total respondió a quienes realizan tareas insalubres, un 18% a todos por igual, un 19% a quienes producen más, y otro 18% a quienes menos ganan. Sólo un 1% respondió a quienes realizan tareas de dirección. Del mismo modo, la encuesta señala que existe un rechazo a los principios abstractos de desigualdad salarial: el 64,3% se manifestó «nada de acuerdo» con que los empleados privados reciban mayores salarios que los públicos y el 63% con que un argentino gane más que un extranjero.
Pero además, el trabajo de Grimson refleja la idea de que los argentinos prefieren evitar que las desigualdades sociales se expresen a nivel salarial. A pesar de que la educación funcionó durante años como el móvil más efectivo de ascenso social, los consultados respondieron a la pregunta de si estaban de acuerdo con que «las personas con estudios universitarios reciban un mejor sueldo que quienes no los tienen» de un modo sorprendente: sólo el 11,2% se manifestó de acuerdo, mientras que el 61,1% dijo estar poco de acuerdo y el 27,5% se manifestó en desacuerdo. Incluso, entre las personas con más alto nivel educativo, un 25,6% se manifestó en desacuerdo y un 54% poco de acuerdo.
Tal vez, esa visión integracionista junto con la percepción común de la mayoría de los argentinos de pertenecer a una misma clase social heterogénea explique el rechazo que generan algunas medidas que afectan directamente a un sector específico, pero molestan más allá de él. «Los que sufren viajando en tren no son los mismos que acceden de maneras dispares y sin fundamento al dólar. Son medidas que tocan a sectores distintos. Pero si se magnifica el rechazo es porque el nivel de solidaridad de los argentinos es bastante alto, un rasgo que se vio durante las inundaciones este año. La capacidad de dar fue altísima. ¿Por qué le van a importar entonces tres cuernos las injusticias que les pasan a otros? ¿Ese es el modelo cultural al que queremos apuntar? Que no viajes en tren no quiere decir que no te interese cómo se viaja. No es ese el modelo cultural argentino, del pueblo y de las grandes mayorías. Hay que evitar esas irritaciones porque son riesgosas, porque pueden ser capitalizadas por los sectores neoliberales», concluye Grimson. «
Las causas de la pobreza y los planes
La encuesta también preguntó por las razones que explican la situación de pobreza. La mayoría de las personas colocó esas causas fuera de los pobres: un 22,8% respondió por «los políticos argentinos» y otro 20%, porque «no hay suficientes oportunidades». Sólo un 7,8% aseguró que la pobreza se relaciona a «los sectores más ricos de la Argentina», es decir, con el fenómeno de la desigualdad.
En contraposición, un 14,3% eligió la opción «no quieren trabajar» y, de ese modo, responsabilizó a los pobres por su propia situación. Llama la atención que fueron los encuestados más pobres los que más frecuentemente dieron esa respuesta.
Según apuntan los investigadores, «ese 14,3% podría con bastante certeza considerarse un núcleo ideológico duro, en el sentido de que expresa una concepción más general de la sociedad y las diferencias entre los ciudadanos. Se trata de una expresión que existe en muchos países del mundo y, en todo caso, podría considerarse un porcentaje relativamente bajo el registrado en este estudio».
La respuesta más difícil de interpretar fue paradójicamente la que respondió la mayoría, el 29,4% de los encuestados: «no tienen suficiente educación». ¿Eso coloca la responsabilidad en el Estado o en los pobres?, se interrogan los analistas. Otra pregunta clave fue si es responsabilidad del Estado asistir con planes sociales a los desempleados, cuando hay poco trabajo. Un 27,1% se manifestó «nada de acuerdo», un 26% «poco de acuerdo» y un 45,2% «de acuerdo».
La Encuesta sobre Desigualdad del IDAES-UNSAM fue realizada a fines de 2011, pero la investigación está aún en proceso. Relevó la opinión de 800 personas mayores de 18 años de la Capital Federal y partidos del Gran Buenos Aires.
«Hay dirigentes políticos que quieren hablar de un barrio de la capital, ícono de las clases altas, y es rarísimo que, para hablar de eso, se hable de clases medias que el 80% de la población considera tiene que ver con ellos mismos. Esos son típicos malos entendidos políticos en el sentido de que se utiliza un término que la población interpreta de una manera disímil a la que el político quiere emplear. Eso es falta de sintonía fina», advierte Alejandro Grimson a Tiempo.
Pero este malentendido no es nuevo. En Historia de la clase media argentina (Planeta), el investigador del CONICET Ezequiel Adamovsky revela cómo este sector es caracterizado hace años como antipopular y clasista, aun cuando no se trate de un grupo ni política ni económicamente homogéneo. En la actualidad, distintos discursos siguen intentando explicar a la clase media como una identidad cerrada: «Los caceroleros destituyentes» o «la gente».
«Se le imputa y se le asigna pautas de conducta, posturas políticas, que no tienen correlato con un dato empírico. En los últimos tiempos vino instalándose la idea de que la clase media está en contra del gobierno, pero no hay un corte de clase en el voto. No es que la clase media vote antikirchnerismo, ni que las clases bajas voten oficialismo. Hay una diversificación que no se corresponde con esas asignaciones», explicó Adamovsky.
Los datos confirman así la tendencia que registraron los economistas de la Universidad de La Plata Guillermo Cruces y Martín Tetaz en una encuesta de 2009 que arrojó similares resultados: el 70% de los habitantes del Gran Buenos Aires se ubica a sí mismo en los grupos intermedios.
«Hay símbolos, referencias decisivas alrededor de la definición de clase: la vivienda propia, el auto, el acceso a la universidad. En estos años hubo cambios objetivos que explican la autopercepción como clase media. Pero el ascenso social siempre genera una paradoja: aquel gobierno que protagoniza una transformación y permite la movilidad de amplios sectores cree que ellos van a estar agradecidos por siempre. Eso no es así. Cuando el desempleo deja de ser una preocupación, se construyen nuevos horizontes de expectativas. No sólo querés más económicamente, también te empiezan a preocupar otras cosas como la transparencia y la información pública», explica a Tiempo Argentino, el antropólogo Alejandro Grimson, director de la investigación.
Tradicionalmente, Argentina fue considerado un país de clase media, característica que lo distinguió durante años de sus vecinos de la región, y le permitió proyectarse como una nación europea. Gino Germani, padre de la Sociología nacional, estimaba que entre 1870 y 1950 se habían triplicado los estratos medios, y otras investigaciones determinaron que para 1974, pertenecía a esa clase el 82,6% de la población. Esa representación tuvo, sin embargo, un giro drástico a finales de 1980 cuando, hiperinflación y crisis económica mediante, surgió un discurso público sobre la muerte de la clase media y el fin de la movilidad social ascendente. Una idea que quedó plasmada en la imagen del ingeniero manejando el taxi.
El momento crucial de ese proceso fue durante la crisis de 2001 y 2002. Sin embargo, como señala el antropólogo Sergio Visacovsky, la pérdida de los niveles de vida no impidió que la mayor parte de la población, pobres y ricos, siga viéndose a sí mismos como de clases medias. Es decir, hubo cierta autonomía entre la identificación de clase y las condiciones objetivas, que se reflejó en la resistencia de esos sectores a renunciar a «mejores ambientes» escolares o a «caer en el hospital público». Las experiencias de empobrecimiento de esas personas fueron acompañadas por prácticas de diferenciación, y llevaron a que, con la mejora de la situación económica, hayan vuelto a enviar a sus hijos a colegios privados o interesarse por otros temas de la vida pública que señala Grimson.
«No alcanza con comparar la actualidad con 2001. Cuando Argentina estaba en el infierno, Néstor Kirchner dijo ‘Estamos en el infierno’. Eso generó una enorme empatía porque el presidente describía la realidad de la misma manera que los ciudadanos. Si hay descripciones distintas, se genera una situación de malestar, de desindentificación. La inflación, por ejemplo, no sólo afecta la vida real, la capacidad de compra efectiva. También molesta que se tergiversen las estadísticas. No hace falta mucha politización para que a la gente le irrite eso. Le irrita y punto. Eso es sintonía fina: poder escuchar las voces que vienen del pueblo. Porque, cuando hay ruido en esa comunicación, es más difícil hacerse entender. Y cuando eso pasa, se corre un riesgo muy grande. Yo creo que lo que está en juego ahora es si Argentina va a continuar con un modelo donde lo público y el Estado sean protagonistas del desarrollo, o si el protagonista va a volver a ser el mercado. La disyuntiva es esa, pero el problema es que no se va a definir en una votación planteada de esa forma», agrega Grimson.
Un estudio en elaboración, realizado por FLACSO-Ibarómetro, y dirigido por Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez, también pone en evidencia esa otra paradoja: existe una coincidencia ideológica de la clase media con el kirchnerismo, pero eso no tiene una traducción lineal en las urnas. Un adelanto de «Actitudes políticas e ideológicas de los argentinos», publicada en Le Monde Diplomatique de julio, muestra que, así como la clase media fue la protagonista cultural del menemismo en los noventa, pero no su protagonista electoral, hoy la clase media argentina se parece más al kirchnerismo de lo que están dispuestos a aceptar quienes no los votaron. La encuesta de mayo de 2013 señala, por ejemplo, que el 69,1% de la clase media está de acuerdo con un Estado activo sobre la economía y un 53,6% está de acuerdo con que la esencia de la democracia es buscar igualdad, frente a un 31,5% que aspira a mayor libertad.
El dato de que los argentinos adhieren a un principio igualitarista, o de «igualación hacia arriba», también está presente en la encuesta realizada por el IDAES-UNSAM. Sin embargo, esto va a acompañado por la idea de que «todos pueden subir sin que nadie baje». Consultados sobre lo que ganan y lo que deberían ganar distintos trabajadores y profesionales, los encuestados propusieron elevar significativamente el ingreso de médicos, maestros, obreros, comerciantes y, sobre todo, de empleadas domésticas y peones rurales. Y, en paralelo, reducir drásticamente los ingresos de diputados y jueces, pero sólo levemente los de empresarios y gerentes, que son considerados por lejos, quienes más ganan.
Otro dato que muestra esta visión integracionista es el referido a la pregunta sobre a quién es más importante aumentarle el salario: el 23% del total respondió a quienes realizan tareas insalubres, un 18% a todos por igual, un 19% a quienes producen más, y otro 18% a quienes menos ganan. Sólo un 1% respondió a quienes realizan tareas de dirección. Del mismo modo, la encuesta señala que existe un rechazo a los principios abstractos de desigualdad salarial: el 64,3% se manifestó «nada de acuerdo» con que los empleados privados reciban mayores salarios que los públicos y el 63% con que un argentino gane más que un extranjero.
Pero además, el trabajo de Grimson refleja la idea de que los argentinos prefieren evitar que las desigualdades sociales se expresen a nivel salarial. A pesar de que la educación funcionó durante años como el móvil más efectivo de ascenso social, los consultados respondieron a la pregunta de si estaban de acuerdo con que «las personas con estudios universitarios reciban un mejor sueldo que quienes no los tienen» de un modo sorprendente: sólo el 11,2% se manifestó de acuerdo, mientras que el 61,1% dijo estar poco de acuerdo y el 27,5% se manifestó en desacuerdo. Incluso, entre las personas con más alto nivel educativo, un 25,6% se manifestó en desacuerdo y un 54% poco de acuerdo.
Tal vez, esa visión integracionista junto con la percepción común de la mayoría de los argentinos de pertenecer a una misma clase social heterogénea explique el rechazo que generan algunas medidas que afectan directamente a un sector específico, pero molestan más allá de él. «Los que sufren viajando en tren no son los mismos que acceden de maneras dispares y sin fundamento al dólar. Son medidas que tocan a sectores distintos. Pero si se magnifica el rechazo es porque el nivel de solidaridad de los argentinos es bastante alto, un rasgo que se vio durante las inundaciones este año. La capacidad de dar fue altísima. ¿Por qué le van a importar entonces tres cuernos las injusticias que les pasan a otros? ¿Ese es el modelo cultural al que queremos apuntar? Que no viajes en tren no quiere decir que no te interese cómo se viaja. No es ese el modelo cultural argentino, del pueblo y de las grandes mayorías. Hay que evitar esas irritaciones porque son riesgosas, porque pueden ser capitalizadas por los sectores neoliberales», concluye Grimson. «
Las causas de la pobreza y los planes
La encuesta también preguntó por las razones que explican la situación de pobreza. La mayoría de las personas colocó esas causas fuera de los pobres: un 22,8% respondió por «los políticos argentinos» y otro 20%, porque «no hay suficientes oportunidades». Sólo un 7,8% aseguró que la pobreza se relaciona a «los sectores más ricos de la Argentina», es decir, con el fenómeno de la desigualdad.
En contraposición, un 14,3% eligió la opción «no quieren trabajar» y, de ese modo, responsabilizó a los pobres por su propia situación. Llama la atención que fueron los encuestados más pobres los que más frecuentemente dieron esa respuesta.
Según apuntan los investigadores, «ese 14,3% podría con bastante certeza considerarse un núcleo ideológico duro, en el sentido de que expresa una concepción más general de la sociedad y las diferencias entre los ciudadanos. Se trata de una expresión que existe en muchos países del mundo y, en todo caso, podría considerarse un porcentaje relativamente bajo el registrado en este estudio».
La respuesta más difícil de interpretar fue paradójicamente la que respondió la mayoría, el 29,4% de los encuestados: «no tienen suficiente educación». ¿Eso coloca la responsabilidad en el Estado o en los pobres?, se interrogan los analistas. Otra pregunta clave fue si es responsabilidad del Estado asistir con planes sociales a los desempleados, cuando hay poco trabajo. Un 27,1% se manifestó «nada de acuerdo», un 26% «poco de acuerdo» y un 45,2% «de acuerdo».
La Encuesta sobre Desigualdad del IDAES-UNSAM fue realizada a fines de 2011, pero la investigación está aún en proceso. Relevó la opinión de 800 personas mayores de 18 años de la Capital Federal y partidos del Gran Buenos Aires.
«Hay dirigentes políticos que quieren hablar de un barrio de la capital, ícono de las clases altas, y es rarísimo que, para hablar de eso, se hable de clases medias que el 80% de la población considera tiene que ver con ellos mismos. Esos son típicos malos entendidos políticos en el sentido de que se utiliza un término que la población interpreta de una manera disímil a la que el político quiere emplear. Eso es falta de sintonía fina», advierte Alejandro Grimson a Tiempo.
Pero este malentendido no es nuevo. En Historia de la clase media argentina (Planeta), el investigador del CONICET Ezequiel Adamovsky revela cómo este sector es caracterizado hace años como antipopular y clasista, aun cuando no se trate de un grupo ni política ni económicamente homogéneo. En la actualidad, distintos discursos siguen intentando explicar a la clase media como una identidad cerrada: «Los caceroleros destituyentes» o «la gente».
«Se le imputa y se le asigna pautas de conducta, posturas políticas, que no tienen correlato con un dato empírico. En los últimos tiempos vino instalándose la idea de que la clase media está en contra del gobierno, pero no hay un corte de clase en el voto. No es que la clase media vote antikirchnerismo, ni que las clases bajas voten oficialismo. Hay una diversificación que no se corresponde con esas asignaciones», explicó Adamovsky.