CEO de Bayer: «La inflación no la generan las empresas, sino quien emite el dinero»

Kurt Soland llegó a la Argentina en abril de este año para ocupar el cargo de CEO y presidente de Bayer Argentina, Bolivia, Chile, Uruguay y Paraguay, y ya se lo puede marcar como un directivo que sale del parámetro más tradicional de los empresarios del rubro en la Argentina, más apegados a la escasez de declaraciones y el bajo perfil.
Nacido en Suiza, Soland habla sin inconvenientes sobre los diferentes factores que afectan al negocio de la compañía a nivel local.
Recientemente compraron empresas de agro en Paraguay. ¿Piensan seguir ese camino?
Hay un foco para ir en ese sentido. En los últimos 12 meses compramos tres empresas: FN Semillas, Bi Agro y Granar. Son todas pequeñas pero muy especializadas en segmentos en los que tenemos deficiencias. La idea es continuar con esto en la región.
Teniendo en cuenta la compleja relación entre el campo y el Gobierno, ¿están dada las condiciones para encarar un proceso de este tipo en la Argentina?
Estas inversiones no se hacen a corto plazo sino a mediano y largo. Los ciclos políticos aquí son de cuatro años, y los ciclos de desarrollo de nuevos productos son de entre cinco y 10 años. Hoy el agro es la fuente de acceso al mundo para la Argentina; quiero creer que la intención no es destruir eso.
Dice «quiero creer»… Suena más a deseo que otra cosa
Es que hay que ser realista y entender que la fortaleza de la Argentina en comparación con Brasil y Australia es justamente el campo; es «el» bien que se debe cuidar.
¿Y hoy entiende está cuidado?
Aparentemente no. Para mí, como extranjero, es interesante ver cómo otros países buscan su eje estratégico y se vuelcan a los servicios, la manufactura, el software o lo que fuera. En la Argentina el foco debe ser el campo pero, por ejemplo, las exportaciones de trigo pareciera que estuvieran prohibidas, cuando sería una interesante fuente de ingreso de dinero. El campo tiene un potencial enorme pero no se ven tantas ganas de invertir allí.
Usted hace poco más de medio año que está en el país. ¿Le chocó encontrarse con esto?
Es una sorpresa que haya un conflicto tan grande. Un país es una sociedad donde hay privados, un Gobierno y empresas. Normalmente se debe dar un diálogo entre los tres. Aquí el Gobierno pareciera tener una agenda que va contra su gente porque no hay un diálogo; esto no se ve en demasiados países. Aquí se está dividiendo todo, cuando lo ideal es que esas tres patas se unen para llegar a un acuerdo.
El otro sector donde operan es salud, que también atraviesa un momento particular.
Me sorprenden algunas cosas. El organismo regulatorio de un país tiene dos caminos. Uno es proteger a la gente de la industria y controlar qué toma la ciudadanía. La otra opción es que la medicina y sus avances se encuentre disponible en forma rápida. Ambas filosofías impactan a la industria, pero el último sistema permite a la gente una mejor llegada a los medicamentos, que desde ya deben ser primero garantizados como seguros. No estoy convencido de qué lado estamos en la Argentina, pero sí me parece que hay una sobre regulación. Hay que ser más abiertos ya que de este modo el medicamento se vuelve menos costoso para la gente.
¿Les preocupa los controles de precios de los remedios?
El mercado libre resulta no ser tan libre. Hay un control fuerte y selectivo, entiendo que sin rango legal. En la Argentina hay inflación y eso no se discute. La inflación no la generan las empresas, sino quien emite el dinero. A nosotros vivir en un esquema de inflación y aumentos de sueldos nos provoca tener cada vez menos margen, lo que vuelve al mercado menos atractivo. Esto se va a sentir en el largo plazo; no se cuántos se atreverán a traer innovación si no pueden lograr un buen precio. Tal vez la idea aquí sea tomar el camino de los medicamentos genéricos, como ocurre en países como Cuba.
¿Bajó mucho el nivel de rentabilidad de la empresa en la Argentina?
Sí, claro, mucho, aunque no damos cifras por país. Hay dos cuestiones que nos afectan. Una es el margen, que es cada vez más apretado. El otro son los costos financieros, que son mucho más altos que hace dos años.

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