Imagen: Télam.
Por primera vez en nuestra historia se han conjugado en la región cinco dimensiones estratégicas que permiten definir la situación latinoamericana como excepcional.
La primera: la consolidación de la democracia. Nunca el continente tuvo tantos gobiernos electos por la vía de sucesiones institucionales, en el contexto de competencias electorales sin restricciones. Al mismo tiempo, nunca se observó en la región un marco de gobernabilidad tan extendido, solamente perturbado por episodios resueltos todos dentro de la legalidad democrática. De la misma manera, también es inédita la existencia de una gran pluralidad. En Sudamérica gobiernos mayoritariamente de izquierda, nacionales, populares y democráticos, conviviendo con proyectos autodenominados de derecha, liberales o de centro, en otras partes del continente.
Liderazgos democráticos que poseen una gran legitimidad y con fuerte acompañamiento de mayorías es otro signo que informa una realidad singular en nuestra región.
El segundo punto: el crecimiento sostenido en la mayoría de los países, a través de fundamentos sólidos, políticas contracíclicas, cuentas públicas sanas, bajo nivel de endeudamiento e inflación y mayor capacidad y recursos para atenuar los impactos de la crisis del mundo desarrollado. Economías que dejan atrás viejas antinomias; Estado-mercado, agro o industria, mercado interno vs. exportaciones, inflación vs recesión. En los últimos diez años se viene saliendo de las políticas pendulares y los países, cada uno a su manera, tratan de proyectar nuevos modelos de desarrollo con mayor inclusión social.
El tercer elemento: el combate eficaz a la pobreza y la indigencia. El actual crecimiento sostenido de las economías, en la mayor parte de los países, estuvo acompañado de una disminución sustantiva de la cantidad de personas por debajo de la línea de la pobreza y en condiciones de indigencia.
Lo social ocupa uno de los centros de atención más importante y las políticas de distribución de rentas, de transferencias condicionadas o de subsidios universales aparecen extendidas a casi todo el continente. Ya pocos países avalan la teoría del derrame que había sido protagonista excluyente en la época de los 90. Tampoco se adhiere al dogma de que las políticas sociales pueden ser compensatorias de los desajustes y las inequidades que generan las decisiones macroeconómicas.
La cuarta: la voluntad política y el compromiso del conjunto de las naciones de avanzar en las estrategias de integración. A pesar de las diferencias de proyectos, de visiones, a veces hasta contrapuestas, y de signos ideológicos diferenciados, la mayoría de los países han revalorizado el rol de América latina, su importancia en el mundo y la necesidad de aportar a las políticas de integración. Esto se percibe en el funcionamiento de Unasur, la creación de la Celac, la voluntad para renovar el perfil de la Aladi y las decisiones de los presidentes de diferentes tendencias de avanzar en la unidad asumiendo la diversidad.
Y el quinto y último elemento, vinculado al punto anterior, es la posibilidad de que América latina pueda ser una de las regiones protagonistas, tanto de una nueva etapa del desarrollo mundial como de la reconfiguración de un orden multipolar que se va constituyendo a partir de nuevos países emergentes y de bloques regionales de poder. Esto significa la necesidad y el desafío de afirmar una identidad propia, vertebrar con distintas velocidades el espacio interior e ir proyectando hacia afuera una imagen de unidad que permita visualizar al continente como un nuevo actor global.
La Celac puede y debería convertirse en el instrumento capaz de vehiculizar acuerdos regionales, como también los debates de fondo que marcan la agenda global. En esta tarea la Aladi, en la que participan las mayores economías del continente, puede convertirse también en un organismo-puente al servicio de unificar posiciones, armonizar el gran mercado interior latinoamericano y ser uno de los principales escenarios para articular los distintos puntos de vista de los países, ante los principales foros internacionales.
Las cinco dimensiones descriptas: democracia, crecimiento, justicia social, integración y protagonismo global hablan de una realidad concreta y también de desafíos auspiciosos. En ellos tenemos que poner todo nuestro esfuerzo en los próximos años.
* Secretario general de Aladi.
Por primera vez en nuestra historia se han conjugado en la región cinco dimensiones estratégicas que permiten definir la situación latinoamericana como excepcional.
La primera: la consolidación de la democracia. Nunca el continente tuvo tantos gobiernos electos por la vía de sucesiones institucionales, en el contexto de competencias electorales sin restricciones. Al mismo tiempo, nunca se observó en la región un marco de gobernabilidad tan extendido, solamente perturbado por episodios resueltos todos dentro de la legalidad democrática. De la misma manera, también es inédita la existencia de una gran pluralidad. En Sudamérica gobiernos mayoritariamente de izquierda, nacionales, populares y democráticos, conviviendo con proyectos autodenominados de derecha, liberales o de centro, en otras partes del continente.
Liderazgos democráticos que poseen una gran legitimidad y con fuerte acompañamiento de mayorías es otro signo que informa una realidad singular en nuestra región.
El segundo punto: el crecimiento sostenido en la mayoría de los países, a través de fundamentos sólidos, políticas contracíclicas, cuentas públicas sanas, bajo nivel de endeudamiento e inflación y mayor capacidad y recursos para atenuar los impactos de la crisis del mundo desarrollado. Economías que dejan atrás viejas antinomias; Estado-mercado, agro o industria, mercado interno vs. exportaciones, inflación vs recesión. En los últimos diez años se viene saliendo de las políticas pendulares y los países, cada uno a su manera, tratan de proyectar nuevos modelos de desarrollo con mayor inclusión social.
El tercer elemento: el combate eficaz a la pobreza y la indigencia. El actual crecimiento sostenido de las economías, en la mayor parte de los países, estuvo acompañado de una disminución sustantiva de la cantidad de personas por debajo de la línea de la pobreza y en condiciones de indigencia.
Lo social ocupa uno de los centros de atención más importante y las políticas de distribución de rentas, de transferencias condicionadas o de subsidios universales aparecen extendidas a casi todo el continente. Ya pocos países avalan la teoría del derrame que había sido protagonista excluyente en la época de los 90. Tampoco se adhiere al dogma de que las políticas sociales pueden ser compensatorias de los desajustes y las inequidades que generan las decisiones macroeconómicas.
La cuarta: la voluntad política y el compromiso del conjunto de las naciones de avanzar en las estrategias de integración. A pesar de las diferencias de proyectos, de visiones, a veces hasta contrapuestas, y de signos ideológicos diferenciados, la mayoría de los países han revalorizado el rol de América latina, su importancia en el mundo y la necesidad de aportar a las políticas de integración. Esto se percibe en el funcionamiento de Unasur, la creación de la Celac, la voluntad para renovar el perfil de la Aladi y las decisiones de los presidentes de diferentes tendencias de avanzar en la unidad asumiendo la diversidad.
Y el quinto y último elemento, vinculado al punto anterior, es la posibilidad de que América latina pueda ser una de las regiones protagonistas, tanto de una nueva etapa del desarrollo mundial como de la reconfiguración de un orden multipolar que se va constituyendo a partir de nuevos países emergentes y de bloques regionales de poder. Esto significa la necesidad y el desafío de afirmar una identidad propia, vertebrar con distintas velocidades el espacio interior e ir proyectando hacia afuera una imagen de unidad que permita visualizar al continente como un nuevo actor global.
La Celac puede y debería convertirse en el instrumento capaz de vehiculizar acuerdos regionales, como también los debates de fondo que marcan la agenda global. En esta tarea la Aladi, en la que participan las mayores economías del continente, puede convertirse también en un organismo-puente al servicio de unificar posiciones, armonizar el gran mercado interior latinoamericano y ser uno de los principales escenarios para articular los distintos puntos de vista de los países, ante los principales foros internacionales.
Las cinco dimensiones descriptas: democracia, crecimiento, justicia social, integración y protagonismo global hablan de una realidad concreta y también de desafíos auspiciosos. En ellos tenemos que poner todo nuestro esfuerzo en los próximos años.
* Secretario general de Aladi.