Ciudades de Dios

Las intensas movilizaciones en Brasil ponen a contraluz las tensiones que cohabitan en el país del Mundial. De las deudas todavía pendientes de un gobierno popular que avanzó en la democratización de la sociedad, a la sombra fantasmagórica de la FIFA y el negocio a toda costa, las manifestaciones ponen en evidencia la complejidad y las contradicciones que se agitan en el corazón del Frankestein brasileño, un país en el que conviven cientos de países. ¿Qué es lo que grita la voz de la calle en Brasil?Por Amílcar Salas OroñoEspecial para Ni a PalosNo hay un (solo) Brasil, son varios. Son varios y ocupan un mismo espacio al mismo tiempo; nada nuevo si uno dice que Brasil es, sin exagerar, un continente. Un continente en continua formación, que se mezcla y deshace en sus contradicciones, que aparenta potencia y se reduce como un bonsái en el preciso momento en que sale a flote su posición en el ranking del Gini. Florestas y desiertos; trabajo esclavo y tecnología para sacar petróleo a miles de metros debajo del mar. Y playas, claro. Y una Presidenta guerrillera que toma nota de las calles y sale a pedir un cambio radical del sistema político; y el astro mil del futbol mil. Es verde y amarelho… y hay una estrella roja en la bandera del partido gobernante! No por casualidad, un notable intelectual brasileño, Chico de Oliveira, identificó a Brasil como un Ornitorrinco: un animal que se perdió en la cadena evolutiva de las especies, mezcla de pato y castor, y nutria, y no se sabe qué otra cosa. Animal anfibio, camuflado: por momentos, inclasificable. Brasil es eso, una mezcla de hombres y estructuras, donde las categorías pierden un poco su sentido epistemológico. Una modernidad periférica donde las fuerzas del orden y el progreso avanzan, cuando lo hacen, y se chocan entre sí, y vuelven para atrás; donde pareciera que se impone un período de calma y de pronto… zás! “todo lo sólido se desvanece en el aire, y todo lo sagrado es profanado”. Las movilizaciones de las últimas semanas hay que entenderlas en inflexión con este terreno inconcluso, siempre abierto y cambiante. Decir que el factor último, el dato clave, la pista sociológica fundamental es esta o aquella, con el Ornitorrinco… y, se hace un poco difícil.Sistema político y crecimiento económicoLos primeros meses del gobierno de Lula, en 2003, fueron poco épicos en términos generales; salvo por el impulso que se le dio a los programas de protección social –en dos pasos sucesivos: primero Fome Zero, luego Bolsa Familia– la gestión del Partido dos Trabalhadores no parecía demasiado disruptiva con lo que estaba antes: se daba lugar a reformas jubilatorias privatizantes para ciertas categorías de trabajadores; se verificaban, proporcionalmente, menos asentamientos campesinos que en el Gobierno de F. H. Cardoso; los bancos festejaban las altas tasas de interés; entre otras medidas. Pero de a poco, bien de a poquito, el cuadro general fue rotando: apalancados por los precios de las commodities y una nueva orientación de los flujos internacionales de inversión, junto con una heterodoxa reorganización de la valorización empresarial vernácula, hacia la reelección de Lula en el 2006 el contexto se modifica. Más Estado.Serán, a partir de allí, cinco años de un crecimiento económico, digamos, contundente, lo que permitió recobrar el cuerpo del Estado y, con esto, modelar y empujar las expectativas de cambio: por primera vez en la historia nacional, el trabajo formal superaría al trabajo informal, un logro extendido por todo el país. Las consecuencias materiales de este fenómeno durante esos años –al que hay que agregarle el impacto de la extensión de Bolsa Familia a más de 12 millones de hogares- deben observarse en proyección con los efectos simbólicos que genera: la posibilidad de que en el país del Ornitorrinco exista la circunstancia de vivir en una nación con movilidad social ascendente.Sobrevuela, entonces, una sensación (para los sectores populares) de que el progreso personal no es una quimera para los futuros cien años o el fruto de los juegos de azar, sino algo que se debita -entre más mercado y más Estado- al impacto de la política sobre la dinámica social, algo que no se percibía desde los tiempos remotos de Getulio Vargas. Si al reposicionamiento del trabajo como núcleo reorganizador de las relaciones sociales se le suman, por ejemplo, la multiplicación de las posibilidades de matriculación universitaria o la expansión del crédito doméstico, se comprende que la “extensión de la clase media” no haya sido una simple expresión de los encuestólogos. La combinación de estos elementos explica, también, por qué hay un fenómeno de transferencia de la autoridad presidencial una vez que Lula termina su segundo mandato, en 2010: el lulismo, como fenómeno de identificación política, se traslada a Dilma Rousseff, garantizándole un nivel de popularidad y legitimidad ciudadana muy por encima del resto de los representantes (gobernadores, alcaldes, diputados, etc).Metamorfosis urbanas y movimientos ciudadanosSin embargo, este período del Partido dos Trabalhadores en el Gobierno trae sus contrarios a la mesa; a fin de cuentas, la dialéctica de la historia se afirma con sus oposiciones contradictorias. Ese mismo crecimiento acelerado desdibujó vertiginosamente los contornos del Ornitorrinco, que ya de por sí es un cuerpo difícil de delimitar. Es lo que suele suceder con los capitalismos periféricos cuando entran en ciclos de expansión: se distorsionan aún más sus sujetos sociales, se alteran sus paisajes, sus leyes, las juventudes vuelven a empujar con sus nuevas herramientas, las elites ensayan contrataques, etc.Ahora bien, todo se comprime y verbaliza de manera gráfica en aquellos lugares emblemáticos de la vida moderna: las ciudades, sobre todo en las de medio y gran porte. Éstas entraron, desde el 2005 en adelante, en una fase singular de su propia biografía, dando carnadura a movimientos sociales específicos e impensados, algunos de ellos, con demandas puntuales; otros, con programas más amplios, o más ideológicos, o menos espirituales; de todo para ofrecer. El Movimento Passe Livre, el que está en el núcleo inciático de las movilizaciones que sacudieron Brasil durante estas semanas, debe su resonancia a esta coyuntura capitalista brasileña, a ese desordenado aumento y desplazamiento territorial, en el que la planificación de la traza urbana queda, ya al momento de diseñarse, antigua, y en donde el boom inmobiliario recorta las posibilidades de mantener una visión de unidad.Y si frente a ese caos de crecimiento metropolitano, una de las recetas para salir de los propios entraves provocados por la crisis financiera internacional de 2009 fueron los créditos domésticos -y en lo que respecta, tasas muy promisorias para la adquisición de automóviles– las protestas en torno al transporte público no podían sino estar muy cerca de acceder a la agenda. Desviado un monto sustantivo de incentivos estatales hacia el consumo interno de los más de 30 millones de nuevos bancarizados que trajo la etapa, con el corrimiento ideológico que supone el empuje hacia la movilidad particular (en sus múltiples formas), el transporte público comienza a ser el centro de gravedad de una específica encrucijada: desprovista de susbsidios, la ecuación sólo cierra con precios altos, y en algunos casos, como en San Pablo, muy altos. No es casualidad que sea allí donde el Movimento Passe Livre haga pie con más fuerza, y donde comenzó esta secuencia de movilizaciones.El jogo bonito y la cultura transnacionalizadaEn el Brasil contemporáneo hay muchos movimientos sociales urbanos, de diverso tipo y proyección. Los hay también en el campo. Además, los sindicatos aportan lo suyo. Es una sociedad civil con un nivel agregado de demandas bastante organizado, lo que no dice nada sobre otros aspectos, como la violencia microfísica o las desigualdades sociales. El Movimento Passe Livre está articulado con otros, sus referentes se reconocen entre sí con otras dirigencias: más de las veces convoca junto con otros espacios a sus propias actividades; en ese sentido, es un movimiento social, y por eso mismo sus integrantes pueden tener varias camisetas dentro de ese plano de la lucha, lo que no está del todo mal. En estas semanas lo que pasó es que se plegaron dos fenómenos en un mismo tiempo histórico; dos fenómenos entre otros, los que dentro de ese océano son más fáciles de distinguir. Uno es el del Passe Livre, y el otro, tiene que ver con el fútbol.La organización de la Copa del Mundo 2014 es un escándalo desde varios puntos de vista. No hablemos de la sobrefacturación o las presentaciones judiciales que ya suman varios expedientes. Es la FIFA imponiendo criterios que van por encima de los usos y las costumbres, y las leyes brasileñas. La denominada “Lei da Copa” supone una serie de prerrogativas para la FIFA, y para su Comité Organizador, que anula desde el sentido históricamente construido de lo que supone el fútbol en Brasil hasta ciertos derechos civiles, por ejemplo, cuando asume la potestad operativa y logística de todo lo que ocurra en los estadios y los 2km que los circunden -desde la seguridad física hasta la compra y venta de cualquier objeto o mercancía. En poco tiempo, los tradicionales estadios brasileños fueron reconvertidos al paladar de los estadios europeos; mucho palco vip, hermosas pantallas gigantes, rampas de acceso que dejan el auto (!) a milímetros de la butaca: es el desembarco del fútbol de Cristiano Ronaldo y el Bayern Munich, no el del Ponte Preta y Garrincha. Con un agregado: los estadios no fueron construidos por magnates rusos o árabes, que pueden hacer con su dinero lo que quieran, sino principalmente por el BNDES, la principal banca pública del país.En cada sede de la futura Copa del Mundo Brasil 2014 se constituyeron Comités Populares de seguimiento y control sobre lo que fue pasando con estas interferencias de la FIFA; de Fortaleza a Porto Alegre, cada Comité con su particularidad, dada la sensibilidad de los “ciudadanos-torcedores” que los conforman, y de las características de los desarreglos ocurridos en esos lugares. La Copa de las Confederaciones siempre fue pensada como un ensayo general de lo que sucedería al año siguiente, y ciertamente que lo fue para el caso de Brasil. Miles de personas esperaron el inicio del partido inaugural alrededor del estadio de Brasilia protestando pacíficamente con carteles alusivos (buena parte de los cuales, hay que decirlo, dejaban sus recados a los organizadores y a sus lucradores aliados vernáculos, como la cadena televisiva O´Globo) hasta que vinieron… los palos, los gases lacrimógenos, las balas de goma. Sin embargo, la represión a este fenómeno de movilización ciudadana tuvo un efecto completamente contrario al de querer dejar en claro que, en las zonas cercanas a los estadios, arbitraría el orden y habría limpieza: en cada partido siguiente, las protestas se reiteraron, con el detalle de que eran más los que participaban afuera del estadio, que los privilegiados sentados del lado de adentro.La dialéctica de las movilizacionesLas imágenes de las últimas semanas mostraron ciudades invadidas por miles de brasileños subidos hasta en los lugares más infrecuentes. Demandas sensatas, vociferaciones fascistoides de ocasión; la fanfarria de los capitanes del oportunismo. Brasileños yendo y viniendo, con las semillas de un encuadre proporcionado por los dos fenómenos mencionados. Colores, carteles, banderas por todos lados: cuando la calle se llena, es porque los puntos de apoyo han sido complementados. Los medios de comunicación tradicionales intentando direccionar la interpretación de los hechos, y fracasando. Un sistema político tomando nota de los pendientes de la exclamación popular con un poco de vergüenza y otro tanto de miedo; la lucidez de cierta trama de movimientos sociales que, frente al desmadre, pautaron una serie de puntos en común y se llamaron al repliegue táctico. De todo. La Presidenta Dilma aprovechando el clima ciudadano para presionar por ciertas leyes de sensibilidad popular, como el aprovechamiento de los recursos extractivos para la educación y enviar un recado al sistema político. Varios planos superpuestos y en danza y un balance general que deja, con las secuelas de la violencia aún en caliente, dos cuestiones visibilizadas para los gobiernos populares de la región, como los de Lula y Dilma: a) qué hacer con la ecuación compleja de la desigualdad de oportunidades (de locomoción) en las grandes ciudades; y, b) cómo reinterpretar críticamente las fórmulas ideológicas, como las de un fútbol (modelo) globalizado, corrosivas sobre nuestras propias construcciones identitarias latinoamericanas. Aún en la opacidad que puede asumirse para la multiplicidad brasileña, las últimas semanas nos han dejado dos cuestiones relevantes a revisar. Para un continente que va de a poco reconociéndose, registrando sus propios problemas, no es poco: si no lo hacemos, nadie lo hará por nosotros.
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