Código rojo

Por Guillermo Raffo
17/08/12 – 03:24
Recordarán el dilema final en Cuestión de honor (si no la vieron saltéense este párrafo): el coronel Jessop (Jack Nicholson) jura haber ordenado que no tocaran a la víctima, el cadete Santiago. Tiene pruebas de haber firmado su traslado a otra unidad para protegerlo y sostiene que sus órdenes siempre se cumplen. Pero si sus órdenes siempre se cumplen, Santiago no corría ningún peligro. Y si no corría peligro no había motivo para transferirlo. ¿Por qué Jessop pidió el traslado? Jessop miente.
Elisa Carrió es mucho más buena que Jessop (kirchnerista), y no miente, pero también se supone acreedora de un respeto especial que el resto de los mortales se niega a reconocerle. Los periodistas la tratan con cierto temor, no por respeto sino por las dudas: como no miente, Lilita perturba a quienes usan la mentira discrecionalmente porque los educaron así, y a esta altura ya ni ven bien la diferencia.
Mi problema con Carrió es que se siente obligada a presentar sus elementos certeros de diagnóstico como si fueran deducciones racionales, cuando en realidad son producto de la intuición. Como casi todo el mundo, Carrió se da cuenta de las cosas antes de saber por qué. Cuando las quiere explicar falla y suena loca aunque no lo esté, o no lo esté tanto:
* “El fascismo, es decir la imposibilidad de pensar.” ¿Qué?
* “Por ser un impresentable, Reposo es en todo caso inocuo.” ¡No me parece!
* “El problema es que acá hay que regular, hay que ver lo que viene.” ¿Ese es el problema?
* “Yo siento mucho y le pido perdón que no me hayan escuchado a tiempo. Ahora tenemos que salir a la Argentina. Es mucho más difícil por una decisión colectiva.” ¿A quién le pide perdón? ¿Por qué pedirle perdón a alguien que no te escuchó a tiempo? ¿No es al revés? ¿Qué es “salir a la Argentina”? What the fuck, what the fuck?
Carrió dice “va a haber vandalismo” y sonríe durante una fracción de segundo, enseguida se pone muy, muy seria durante 0,4 segundos, y después sonríe brevemente de nuevo y ya parece Kathy Bates en Misery, es inevitable, aunque uno crea que tiene razón. Esta semana produjo un diálogo insólito con Morales Solá, refiriéndose a Gils Carbó:
—Yo le pregunté (que no las publicó nadie esas preguntas) cuál era su relación con el abogado de Moreno, y con Moreno, y si su hija trabajaba en Télam. ¡Nadie le preguntó!
—¿Y ella contestó…?
—Es que nadie le preguntó.
—Ah.
Textual. Yo le pregunté, nadie le preguntó, ese nivel de absurdo, apenas disimulado porque sigue sin caer la pesa de 16 toneladas de Monty Python sobre la cabeza de Morales Solá, o de Carrió, o de alguien más, da lo mismo; algo que nos confirme que lo que estamos viendo es comedia.
Pasó inadvertido, desperdiciado en el medio de todo eso, el buen comentario de Lilita sobre Ciccone: “es imposible que en el poder kirchnerista que lo controla todo, la Presidenta no sepa lo que hace su ministro y electo vicepresidente”. Ahí acertó con el enunciado, aunque no avanzó en la demostración lógica y terminó en chicana, en la canchereada desagradable que parece obligatoria por ley en la política argentina, la retórica del programa de chimentos. “¿Eh? ¿Eh?” Nadie necesita eso.
Necesitamos a alguien más articulado que Carrió, o Morales Solá, o Tom Cruise (Sarlo podría pero no quiere). Digamos: Bradley Whitford, sometiendo a Boudou o a Cristina al mismo procedimiento de Cuestión de honor: dos argumentos deductivos sólidos y comprensibles que se contradicen, demostrando irrefutablemente la mentira por vía inductiva. El método es simple y tiene la ventaja de irritar a estos funcionarios brutos y mafiosos que creen merecer algún respeto: “Presidenta, ¿cómo es que usted sabía y no sabía al mismo tiempo lo de Ciccone?”
Como queda claro en Cuestión de honor, esta última condición –la de irritarlos– es peligrosa, pero esencial. Mientras no les perdamos el respeto van a pensar que se lo merecen y van a seguir haciendo cualquier cosa.
*Escritor y cineasta.

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