Con Churchill, enfrentar los peligros

Cuando miro hacia atrás recuerdo la historia del viejo que en su lecho de muerte hablaba de las cosas que le preocuparon durante su vida, muchas de las cuales nunca ocurrieron”. La frase pertenece a Winston Churchill y pinta una actitud prudente. De hecho muchas de las preocupaciones de Churchill si ocurrieron y muchas otras no ocurrieron porque él y los ingleses se preocuparon y evitaron que ocurran.
La reciente historia de nuestro país muestra la actitud inversa a la del viejo estadista: el diseño de la política económica partía de la presunción de que los precios de nuestros commodities agrícolas iban a seguir subiendo indefinidamente. Ocurrió que no solo dejaron de subir, sino que cayeron. En la medida que no nos preocupamos, no pudimos evitar lo evitable: que hoy el país es más pobre.
No solo somos más pobres porque el Estado no ahorró en un fondo anti cíclico sino porque no sostuvo un razonable nivel de inversiones y se deterioraron los bienes públicos. Caminos, energía eléctrica, agua, cloacas, equipamiento para la seguridad, petróleo y gas, viviendas no recibieron las inversiones necesarias pese a la holgura de los precios internacionales. Adicionalmente la inflación y los retrasos cambiario y tarifario pusieron al sector público en un déficit que no se puede sostener: están faltando los ahorros de la época en que se hubiese podido ahorrar.
Este es un momento para mirar los nuevos peligros. Preocuparnos por ellos aunque los peores pronósticos no se cumplan nunca. No volvamos a la irresponsabilidad de la década pasada.
El camino que transitamos es angosto: es difícil enfrentar la inflación sin abrir la economía porque –sin competencia externa- los formadores de precios están en condiciones de aumentar sus productos a ritmos excesivos. Por el otro lado no se puede abrir indiscriminadamente el comercio de importación porque el tipo de cambio sigue relativamente atrasado. Abrir la importación generaría un golpe a las empresas y al empleo. En particular porque la devaluación y la recesión brasileña otorgan a la producción de ese país ventajas que no podremos soportar. Tampoco se puede devaluar para recuperar competitividad cambiaria: eso conspiraría contra la política antiinflacionaria.
El gobierno está sustituyendo el subsidio de las tarifas públicas por gastos sociales, reequilibrio de cuentas fiscales provinciales y reparación de deudas con los jubilados. Es un cambio razonable. Pero no resuelve el problema del déficit fiscal, el Estado sigue emitiendo moneda. En esas condiciones, este año el principal ancla anti inflacionaria está en manos del Banco Central: tasas de interés altas y un dólar planchado. El peligro es el de un mayor retraso cambiario y cebar a especuladores financieros que –a la hora de la salida- desequilibren la economía. Hacia el año que viene debemos salir de eso y mejorar las cuentas públicas.
Sin duda era necesario el acuerdo con los hold outs. Eso abre la posibilidad de que se puedan financiar inversiones a tasas más razonables. Pero financiar los déficits provinciales y nacionales con deuda es peligroso. Y ni que hablar si llegamos a financiar con deuda el crecimiento del consumo. Ese es un peligro mayúsculo, tanto como la ficción de los precios altos de los commodities de la década anterior.
La pretensión sindical de recuperar el poder adquisitivo de los salarios es un peligro por la simple razón de que un país más pobre no puede sostener los mismos salarios de cuando era rico. Todos los países que dependen de la exportación de commodities están en el mismo brete. La sociedad debe asumir esa realidad, de la misma manera como la sociedad inglesa –en tiempos mucho más dramáticos de “sangre, sudor y lágrimas”- asumía que caerían bombas sobre Londres.
La ansiedad de la población conspira contra el éxito de cualquier política. Las cosas llevan tiempo. La batalla de Inglaterra por el control del espacio aéreo inglés duró de julio a octubre de 1940 y recién en 1944 los aliados pudieron invadir Europa Continental.
Si conseguimos en cuatro años bajar la inflación a un dígito, si llegamos a poner en caja el déficit fiscal, si evitamos un nuevo ciclo de endeudamiento para gastar en consumo, si recuperamos competitividad cambiaria, si iniciamos la marcha hacia una mejora de la productividad de nuestras empresas con incorporación de tecnología y capacidades laborales, si aumentamos el empleo formal, estaremos ganando nuestra batalla argentina.
Luis Rappoport es miembro del Club Político Argentino

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