“Cristina no quiere competir por el PJ”

EL PAIS › EL MOSAICO PERONISTA MAS ALLA Y MAS ACA DEL PARTIDO JUSTICIALISTA
La afirmación de Recalde sobre la ex presidenta y el rol partidario. La jefatura de Perón, un modelo que hasta ahora nadie alcanzó. El poder repartido. El PJ abandonado y su web para arqueólogos. El cordobesismo. Massa. El espacio de Cristina. ¿Y Scioli?
Por Martín Granovsky
Héctor Recalde, el presidente del bloque de diputados del Frente para la Victoria, lo afirmó ayer sin vueltas. Cristina Fernández de Kirchner “ya dijo que no quiere competir por la presidencia del Partido Justicialista”, citó Recalde, para quien “todo el mundo reconoce su liderazgo”. Dos mensajes en uno.
Las declaraciones de Recalde a Radio Continental ponen en un sitio módico de la política las expectativas desmesuradas que a veces rodean la renovación de autoridades del PJ programada en principio para los próximos meses. Es como decir que lo valioso en el peronismo es la conducción del conjunto y que además, para Recalde, esa conducción le pertenece a la ex presidenta.
La historia del movimiento que ganó sus primeras elecciones hace casi 70 años, el 24 de febrero de 1946, es pródiga en anécdotas por el estilo.
En 1972 dos jefes guerrilleros llegaron a Madrid a visitar a Juan Perón, que todavía estaba en el exilio. Lo saludaron cuadrándose. “Mario Eduardo Firmenich, jefe de la organización Montoneros”, dijo uno. “Roberto Quieto, jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias”, dijo el otro. El dueño de casa los sobró: “Juan Domingo Perón, jefe del Movimiento Peronista”. El episodio figura en el interesante libro La lealtad, de Aldo Duzdevich, contada por Alcira Argumedo. Revela muy bien que a Perón le importaba el peronismo como conjunto, más allá de las líneas y las organizaciones, y naturalmente quería ejercer en plenitud el liderazgo de todo el movimiento. Un liderazgo que, entendía Perón, le pertenecía por legitimidad popular.
Perón fue el único peronista que consiguió su objetivo de liderazgo sintético cuando el peronismo no tenía el control del Estado. Y lo mantuvo nada menos que 18 años, entre 1955 y 1973.
En la última dictadura el peronismo no tuvo un jefe nato. Entre 1983 y 1989, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, tampoco despuntó un líder indiscutible. Creció Antonio Cafiero en 1985 y aumentó su poder de forma notable cuando ganó la gobernación de Buenos Aires en 1987, pero ya en 1988 perdió la interna con Carlos Menem para determinar la candidatura presidencial de 1989.
El siguiente período con el peronismo fuera del Estado nacional fue el de Fernando de la Rúa instalado en la Casa Rosada. El peronismo mostró dos jefaturas. La de Menem, ya muy menguada. Y la de Eduardo Luis Duhalde, quien tampoco logró evitar un estado de dispersión y divisiones que aún perdura.
El peronismo volvió a gobernar durante diez días con Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá y Dante Camaño, y poco más de un año con Eduardo Duhalde. Luego tuvo el volante del Poder Ejecutivo durante doce años y medio con Néstor Kirchner y con Cristina Fernández de Kirchner. Por eso el comienzo del mandato macrista marca la tercera vez en la era democrática en que el justicialismo no tiene el control de la Presidencia de la Nación y plantea otra vez el desafío de hallar un liderazgo o al menos un sistema colectivo de resurrección política.
El cuadro de poder es heterogéneo:
– Los jefes territoriales peronistas no gobiernan en distritos importantes como Buenos Aires, Santa Fe, Capital Federal y Mendoza, y perdieron Jujuy por primera vez.
– El peronismo retuvo La Matanza, Lomas de Zamora, Ezeiza, Florencio Varela y Berazategui, pero perdió bastiones tradicionales como Quilmes y Tres de Febrero.
– Cristina es una figura de peso personal y político tras sus ocho años en la presidencia (la tercera para un mandato peronista luego de los diez años de Carlos Menem y los nueve de Perón), pero aún no puso a prueba su jefatura.
– El Congreso todavía no comenzó a funcionar. Su dinámica futura es un intríngulis y no hay jurisprudencia que permita un pronóstico exacto.
– Un peronista, Juan Schiaretti, es gobernador de Córdoba, pero pertenece al sector del también peronista José Manuel de la Sota, que nunca se sumó al FpV ni reconoció el liderazgo de Néstor Kirchner. Precandidato a vice con Cafiero en el 88 y gobernador de Córdoba las veces que lo deseó, la vez que De la Sota estuvo más cerca de la Presidencia fue en 2003, pero no llegó porque Duhalde bendijo a Néstor Kirchner como candidato y le puso a disposición el aparato del peronismo bonaerense.
– Schiaretti, que ganó la gobernación en una provincia que le aportó a Macri 1.540.018 votos en el ballottage de los 12.903.301 totales, y ella sola una diferencia de 900 mil votos sobre Daniel Scioli, construyó su propia relación cordobesista con Macri. No se integró al grupo de gobernadores peronistas formado por Carlos Verna (La Pampa), Juan Uñac (San Juan), Juan Manuel Urtubey (Salta), Gustavo Bordet (Entre Ríos), Rosana Bertone (Tierra del Fuego), Domingo Peppo (Chaco), Gildo Insfrán (Formosa), Alicia Kirchner (Santa Cruz), Sergio Casas (La Rioja), Lucía Corpacci (Catamarca) y Juan Manzur (Tucumán).
– El grupo es sólo funcional. Esos gobernadores son interlocutores de la Casa Rosada y no necesariamente coinciden en sus proyectos políticos y personales. Pero necesitan sumar masa crítica para discutir con mayor poder de negociación.
– Un peronista, Sergio Massa, salió tercero en las elecciones y domina parte del peronismo bonaerense.
– Todas las vertientes de origen peronista, de Cristina a Massa, respetan la tradición frentista, sólo que en cada caso buscan aliados distintos. Martín Sabattella es un ejemplo dentro del peronismo kirchnerista. Mario Meoni, un ejemplo en el peronismo de Massa. Incluso el PRO no reniega de los dirigentes que vienen del peronismo como Cristian Ritondo, Diego Santilli, Federico Salvai o Emilio Monzó, muchos de ellos convertidos en interlocutores de sus antiguos compañeros.
– El movimiento obrero está atomizado en tres CGT (Hugo Moyano, Antonio Caló y Luis Barrionuevo) y dos CTA (Pablo Micheli y Hugo Yasky). Los cinco son peronistas.
En este cuadro la obsesión por el control del Partido Justicialista parece un juego distanciado del poder real.
Hasta ahora sólo tres personas hablaron con cierto interés de la futura conducción del PJ.
Uno fue Macri, cuando dijo en Davos que para él Massa es el que pinta mejor. Si lo hizo por candidez o por picardía (para desordenar al FpV o tal vez para tornarlo rígido y quebradizo) es una elucubración sin respuesta.
El otro fue Massa al proponer como jefe a un peronista virgen de kirchnerismo como De la Sota.
El tercero fue Guillermo Moreno, que volvió de su cargo de agregado comercial en Italia y se candidatea diariamente como postulante al PJ mientras alimenta el mito del peronista puro que desafió a las corporaciones. Audaz y frontal, Moreno confía en su estrella y en la escasez de debate a fondo sobre fenómenos como la quiebra de Cresta Roja.
Con este panorama no sería extraño que el presidente del PJ termine siendo un dirigente sin aristas públicas que sus adversarios busquen limar. El jujeño Eduardo Fellner, que no parece muy irritado por el virtual estado de excepción resuelto por su comprovinciano Gerardo Morales para encarcelar a Milagro Sala, fue un ejemplo.
La Argentina no tiene un régimen parlamentario donde los partidos sean una pieza clave porque el jefe de la agrupación habitualmente es el candidato a formar gobierno y transformarse en primer ministro. Aunque los partidos tienen rango constitucional desde 1994, la práctica del peronismo y la del mismo PRO ilustran que ambos son maquinarias electorales capaces de reforzar el peso de la estructura partidaria solo frente a elecciones inminentes. Más a la norteamericana que a la europea.
En el peronismo nunca el partido fue decisivo. Cafiero logró sortear el obstáculo de Herminio Iglesias en el 85 yendo a las primeras legislativas del período de Alfonsín por fuera del peronismo, con el sello democristiano que le prestó Carlos Auyero. Y ganó. A fines de 2002 Néstor Kirchner era solo un gobernador más que soñaba con ser presidente en 2007. Ni Duhalde controlaba el PJ sino solamente un trozo, el bonaerense, sin duda más importante que la porción de Menem y la porción de Adolfo Rodríguez Saá, los otros dos candidatos presidenciales de las elecciones de abril de 2003.
Néstor se preocupó por el PJ según las épocas y de manera intermitente. Jamás se obsesionó por él. Cristina se ocupó de que el PJ fuera favorable o neutral respecto de su propio poder. No más.
Desde 2003 hasta ahora el PJ no conformó siquiera una gran escuela de cuadros o un núcleo unificado de técnicos, el sueño eterno de muchos peronistas veteranos que imaginan terminar con el silencio desértico que reina en Matheu 130, la sede nacional que el partido tiene en el barrio de Balvanera. Una inspección por la página www.pj.org.ar ofrece resultados increíbles. El último documento fue colgado el 15 de octubre de 2015. El listado de autoridades se remonta a 2013. Hay solo tres textos: Conducción política de Perón, Doctrina peronista y Las 20 verdades. En la era digital la web parece una estación de tren abandonada.
La paradoja es que, desde el 10 de diciembre, las unidades básicas reciben cada vez más preguntas sobre cómo y cuando afiliarse al PJ.
Una ronda de consultas de Página/12 a dirigentes peronistas intermedios permitió detectar el origen de esos pedidos. Hay un sector de kirchneristas no peronistas que fantasea con una gran puja interna en la que habría que estar adentro para votar por Cristina o por quien Cristina mande. Hay una franja de jóvenes hasta ahora no encuadrados que se siente peronista y quiere un combo de fundamentos y militancia territorial. Y hay desencantados de La Cámpora que buscan en las unidades básicas sitios con mayor intensidad de discusión política.
Pero el poder real está fuera del PJ y desagregado en provincias, grandes distritos del Gran Buenos Aires, dirigentes sindicales y legisladores. También en una persona que no entra en ninguna de esas categorías: Cristina, dueña a la vez de un predicamento construido desde la Presidencia, de su carácter mismo de ex presidenta reciente, y por lo tanto con un conocimiento cercano de los temas de gobierno, de su potencial como contracara de Macri y del manejo de resortes parlamentarios a nivel nacional y de Buenos Aires. La realidad indicará si puede mantener su jefatura sobre todos los sectores que formaban el Frente para la Victoria, si construye un liderazgo importante gracias a lo que en la jerga se llama “confianza en la conducción” o si queda como un punto de referencia importante pero no excluyente.
¿Y Daniel Scioli? Desde su ingreso al peronismo hace 19 años fue diputado, funcionario y candidato, pero no tuvo vocación de construir ni jefatura ni liderazgo.
No es un disparate pensar en un escenario de poder repartido, con distintos niveles cruzados de diálogo y disputa entre dirigentes peronistas y entre ellos y el oficialismo, con dos momentos en que la dispersión necesitaría mayor centralidad: las legislativas de 2017 y las presidenciales de 2019, que deberían mostrar si el peronismo enfrenta otra vez un ballottage temible o aprovecha el margen constitucional para ganar en primera vuelta si es que las otras fuerzas no se juntan. Siempre teniendo en cuenta, claro, que los contrarios también juegan. Lo decía siempre Garrincha, jugador de la selección que ganó el primer mundial para Brasil, el de Suecia 1958. Y Garrincha algo sabía de fútbol.
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