Desandar el kirchnerismo llevará más tiempo

Foto:LA NACION
El equipo económico de Mauricio Macri acaba de revisar algunas suposiciones que traía desde la campaña. La más importante es que el enfriamiento económico tan temido no se podrá evitar. Estimaciones propias, que venían proyectando para este año un rango de entre crecimiento cero y una caída de 0,5% en el producto se retocaron para peor: la previsión está ahora entre -1,5 y -2%.
Una mala noticia para un gobierno que se entusiasmaba con una reactivación en el segundo semestre. El Presidente acaba de admitirlo en público: su ansiedad lo lleva a veces erróneamente a pensar que podría ir más rápido. Terminó de entenderlo este mes, cuando advirtió una imprevista tercera ola de aumentos de precios que lo llevó a impartir entre sus colaboradores una orden cuyos efectos, tal vez, acorten la paciencia con que las cámaras empresariales lo vienen acompañando: la prioridad será este año frenar la inflación a cualquier costo, independientemente de que esto pueda afectar el nivel de actividad.
Fue un recálculo significativo porque implica, entre otras recomendaciones, desoír algún párrafo del manual de Durán Barba. Por ejemplo el que aconsejaba no hablar directamente del combate contra la inflación, sino sólo de su objetivo final: «Pobreza cero». El argumento del ecuatoriano había sido siempre que cualquier referencia a contener la escalada de precios remite a «ajuste» o a «enfriamiento». Pero el propio Macri usa ya abiertamente la palabra prohibida, sobre la que ahora anticipa que bajará «drásticamente» en el segundo semestre.
Es probable entonces que los tiempos se alarguen. Que la primera etapa de su plan de gobierno, la que había supuesto sólo para poner en orden extravagancias heredadas y así volver a crecer, se extienda por lo menos hasta fines de año. No todo es tan sencillo en el Estado argentino, donde proliferan capas geológicas con años de intereses múltiples. Y empleo público. Gustavo Lopetegui, uno de los hombres más importantes del gabinete económico, viene instruyendo a todas las áreas a bajar los presupuestos que pidieron, lo que equivale a un ajuste de alrededor de 20% en los respectivos gastos. Pero algunos funcionarios ya han transmitido internamente que es difícil.
El ejemplo más cabal es el de Isela Costantini, presidenta de Aerolíneas Argentinas, que discutió estas cuestiones con Lopetegui a principios de este mes. La ex General Motors espera ahora que le aprueben un plan de negocios más gradual, acordado con los gremios y atenuado con generación de negocios propios dentro de la compañía, como trabajos para terceras empresas en los hangares. Acaba de anunciar, por ejemplo, un acuerdo para repararle ruedas a LAN.
Pero en la Casa Rosada dicen que no alcanza. Es cierto que, aunque pueda resultar doloroso a la pasión estatista local, Aerolíneas Argentinas no es todavía una compañía viable: tiene casi el doble de empleados que las líneas aéreas de su porte y deja casi el 70% de sus pérdidas en destinos internacionales. Sus ganancias vienen más bien de rutas regionales o de cabotaje, principalmente de aquellas en las que vuela sola. Es decir: cuando compite, pierde.
Costantini lo habló también con el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich. ¿Cómo dejar caer rutas internacionales, como le piden, y enfrentarse con los sindicatos? Para no herir susceptibilidades con su pasado reciente en la chilena LAN, ante las primeras diferencias, Lopetegui decidió dejar la conversación en manos de Mario Quintana, el otro coordinador económico. Costantini volvió a reunirse con los dirigentes gremiales, acordó con ellos reducciones de frecuencias a Río Gallegos y a Brasilia y le presentó a Macri un plan alternativo, para el que aguarda ahora una respuesta.
Que los primeros pasos de Cambiemos en el poder, los que pretendían desandar el kirchnerismo, sean más largos equivaldrá también a extender el plazo para los costos políticos. Por ahora, dicen encuestas propias, el 70% de la sociedad acompaña. El índice de confianza del consumidor que elabora la Universidad Di Tella, por lo general coincidente con los resultados de cada elección, sorprendió esta semana con quienes adhieren: el mayor repunte de marzo fue entre los pobres y en el conurbano bonaerense; el menor, entre los de altos recursos y en la Capital Federal.
Hay algunos sectores en los que Macri va, de todos modos, prácticamente a la velocidad que se proponía. En el área energética, por ejemplo, se cumplió con el cronograma y eso tuvo el consecuente impacto en las encuestas: en el Gobierno dicen que, aunque la reducción de subsidios en electricidad avanzó sólo en parte, ya afectó en febrero la imagen tanto de la gestión en general como la del ejecutor de la medida, el ministro Juan José Aranguren, a quien los especialistas en marketing macrista acusan de no haber sabido «comunicar».
Ingeniero más bien abocado a las cosas que a los conceptos, Aranguren tiene un estilo bien divergente del de sus compañeros desvelados por los sondeos. Acaba de pedirle a Macri, por ejemplo, un directorio más «profesional» para YPF, donde ve proliferar a ex funcionarios y técnicos con buena reputación, pero a quienes considera nostálgicos de la vieja petrolera estatal. Su visión al respecto siempre ha sido otra: ve en YPF a un jugador más del sector y, por lo tanto, a una compañía que debe manejarse con criterios de eficiencia privada.
Su última conversación cara a cara con el Presidente, en la que había un tercero, tuvo ya un resultado concreto: el alejamiento de Miguel Galuccio de la conducción de la empresa. El ministro le venía cuestionando al entrerriano aspectos como el nivel de endeudamiento, la perforación vertical y la preferencia por mejorar la producción de combustibles líquidos antes que la de gas, y esas diferencias pesaron más en los últimos días, cuando Aranguren oyó a Galuccio decir públicamente que estaba a favor de mostrar el contrato con Chevron, algo que él cree absurdo desde su paso por Shell, cuando era competidor. La objeción a ese pedido de la Justicia llegó a ser una de las pocas coincidencias que ambos tuvieron durante el kirchnerismo.
«Si estamos empatados, decide el ministro», planteó entonces Macri en la siguiente reunión de Gabinete, con las opiniones en favor y en contra de Galuccio en 3 a 3. Luego de esa bolilla negra, Aranguren le busca ahora a la petrolera un CEO que, pidió, deberá abocarse sólo a la operación de la empresa, lejos del rol institucional de quien será el presidente, Miguel Gutiérrez.
Son decisiones que deberán convivir con un contexto internacional muy adverso y que tampoco auguran horizontes promisorios. Desde esa óptica, y pese a las críticas de sus pares, el ministro de Energía es casi un adelantado de la evangelización Pro: con todo por perder y habiendo digerido el primer tarifazo, entró por la fuerza en la etapa de las soluciones.

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