Moreno, a los gritos con De Vido. El llamado al amigo Bettini. Avanza más La Cámpora. Y Boudou, en su peor momento.
Por Roberto García
25/11/11 – 11:45
Ilustración: Pablo Temes
¿Quién habrá sido el consejero económico, elemental y demodé que puso en la boca de Cristina de Kirchner la composición “sintonía fina”? Esa misma que otro disparatado experto, esta vez en comunicaciones, la hizo repartir a voceros de todo tipo por radio, tele y diarios, para que la repitieran como si fuera un distintivo de la nueva etapa del Gobierno, casi una clave publicitaria. Sorprende apelar y servirse de ese recurso, la “sintonía fina”, con funcionarios como Guillermo Moreno, más gustoso de los guantes de boxeo que del uso de los dedos. Suena a dislate: como se sabe, él no ecualiza, sólo prende y apaga. Y no es el único en la Administración. Además, también se sabe, la traducción castellana de fine tuning reconoce, entre otras pocas acepciones, el significado de “ajuste” (Diccionario Collins). Palabra que, como es público, está prohibida en el Index oficialista, sólo la utiliza la Presidenta cuando se muere un obispo.
Cuesta entender, entonces, el mensaje; en consecuencia, surgen detalles menores pero humorísticos sobre la desorientación oficial. Pero hay algo más: cierto desvarío se descubre en la selección del fine tuning como emblema explicativo. En la jerga económica, ese doble término tomó envergadura en algunos papers relacionados con el Consenso de Washington y data de aquellos sombríos 90 tan detestados por Ella aunque bien aprovechados por la pareja. Pero si ese recuerdo indeseable puede ser un desliz, al agudizar la memoria se agrava la caída al barranco: para definir una corrección impositiva que luego lo voltearía a él y a su presidente, De la Rúa, José Luis Machinea utilizó hasta como explicación la “sintonía fina”, abrumó con su utilización en inglés y en castellano, lo repitió hasta la extenuación como ahora reiteran los acólitos de Cristina. No parece, por lo tanto, el mejor antecedente. De ahí que ampararse en la “sintonía fina” revela mal gusto, desaire a la creatividad presidencial con un presagio fúnebre, violación a los derechos de autor y, sobre todo, objeto de burla en toda la comunidad profesional de la economía. Mejor enterrar el fine tuning.
No sólo carga con mochilas semánticas la mandataria. Basta ver el arsenal de inoportunas disposiciones, escritas o no, que el amateurismo de sus asesores le impuso en los últimos días, quebrando la confianza sobre la guarda de dólares, el establecimiento de diversas categorías de subsidios personales, el engorro de las tarifas múltiples al que le atribuyen inteligencia argentina como si fuera el dulce de leche, la birome o el colectivo. Son señales contradictorias, presuntos desvíos, aunque para desviarse hay que tener una dirección inicial (diría, claro, el ensayista Michel Houellebecq). ¿Habrá alguien capaz de parar esas diferencias internas e insalvables, inquietantes para la gestión que comienza el próximo 10? ¿Podrá, por ejemplo, encargarse de apaciguarlas Carlos Bettini, uno de los pocos amigos de juventud que le quedan a Cristina, embajador en España, cercano al rey y eventual socio de Felipe González, llamado de urgencia y emergencia –al menos, para él– hace 48 horas?
Dudoso. Más bien, si le corresponde un ascenso superior, debería instalarse en la Cancillería, Interior o Justicia, área en la que supo triscar en el pasado. No está para administrar los variados intereses que pueblan el mundo económico, menos en ese ministerio que se tambalea como sus números. Aunque el problema superior son las riñas: ya debe haberse enterado de la batahola ocurrida –dicen– en la quinta de Julio De Vido, por la ribera de Zárate, en la que los gritos cruzaban al Uruguay, como de allí vienen los malos olores de Botnia. Con demasiados testigos y más de un helicóptero en la vecindad. Según las versiones, Moreno se atacó oralmente con el dueño de casa, descomedido, como si él fuera un par del anfitrión. No se contaron las causas del desafío, pero alerta sobre la compleja continuidad de ambos en el Gobierno: estarán juntos pero enemistados, como buena parte de los últimos años. Aunque ahora con un conflicto más tortuoso por la falta de recursos. Y con otros participantes vecinales de ambiciones manifiestas, cada uno con un libreto distinto: Mercedes Marcó del Pont, Débora Giorgi, Ricardo Echegaray y la decaída línea de funcionarios que aún responden al ministro Amado Boudou con Hernán Lorenzino en el frente.
No se incluye en la ciega batalla el avance temerario de La Cámpora, ahora de festejo majestuoso por el sostén de la mandataria a la gestión de Mariano Recalde en Aerolíneas Argentinas (bueno, se supone que ella conoce los números y el negocio de la aeronavegación). Tanta escaramuza interna ya parece haber decretado premios y amputaciones. Por ejemplo, si De Vido se muda a Economía o es jefe de Gabinete ampliará su red de poder pero le podarán algún brazo (la responsabilidad sobre Finanzas). Está bajo sospecha en ese rubro, al menos así piensan Moreno y Marcó del Pont. Por otra parte, empezar averiado congratula a La Cámpora, ese núcleo que no le profesa cariño, lo mira de reojo y lo ha incluido en esa lista negra que integran Scioli, Massa, Moyano, algún gobernador y otros (nunca olvidar a Alberto Fernández).
En la prioridad de esos blancos fijos Boudou encabeza la nómina, hoy trémulo y blanquiñoso desde que lo castigaron, según pudo verse en las pantallas complacientes de la TV a las que acudió para desmentir que estuviera en crisis. O devaluado, o depilado. Casi nonato vicepresidente, ausente en las medidas económicas que le corresponden como titular del Ministerio, pertenece al sino particular que en su próximo cargo establecieron los Kirchner: si Néstor se equivocó con Julio Cobos –ni hablar de Scioli–, ahora parece que la viuda tropezó antes de empezar su nuevo mandato con la misma piedra.
De ahí que, a partir del 11, el lenguaraz Boudou padecerá la inclemencia de quienes no lo toleran como inmediato apoyo de la Presidenta: puede ser un desterrado del poder. Y esa glacialización tal vez arrastre a quienes él había empujado para avanzar con una política más ortodoxa. Perdón por la palabra, aunque sería más correcta que la sintonía fina.
Por Roberto García
25/11/11 – 11:45
Ilustración: Pablo Temes
¿Quién habrá sido el consejero económico, elemental y demodé que puso en la boca de Cristina de Kirchner la composición “sintonía fina”? Esa misma que otro disparatado experto, esta vez en comunicaciones, la hizo repartir a voceros de todo tipo por radio, tele y diarios, para que la repitieran como si fuera un distintivo de la nueva etapa del Gobierno, casi una clave publicitaria. Sorprende apelar y servirse de ese recurso, la “sintonía fina”, con funcionarios como Guillermo Moreno, más gustoso de los guantes de boxeo que del uso de los dedos. Suena a dislate: como se sabe, él no ecualiza, sólo prende y apaga. Y no es el único en la Administración. Además, también se sabe, la traducción castellana de fine tuning reconoce, entre otras pocas acepciones, el significado de “ajuste” (Diccionario Collins). Palabra que, como es público, está prohibida en el Index oficialista, sólo la utiliza la Presidenta cuando se muere un obispo.
Cuesta entender, entonces, el mensaje; en consecuencia, surgen detalles menores pero humorísticos sobre la desorientación oficial. Pero hay algo más: cierto desvarío se descubre en la selección del fine tuning como emblema explicativo. En la jerga económica, ese doble término tomó envergadura en algunos papers relacionados con el Consenso de Washington y data de aquellos sombríos 90 tan detestados por Ella aunque bien aprovechados por la pareja. Pero si ese recuerdo indeseable puede ser un desliz, al agudizar la memoria se agrava la caída al barranco: para definir una corrección impositiva que luego lo voltearía a él y a su presidente, De la Rúa, José Luis Machinea utilizó hasta como explicación la “sintonía fina”, abrumó con su utilización en inglés y en castellano, lo repitió hasta la extenuación como ahora reiteran los acólitos de Cristina. No parece, por lo tanto, el mejor antecedente. De ahí que ampararse en la “sintonía fina” revela mal gusto, desaire a la creatividad presidencial con un presagio fúnebre, violación a los derechos de autor y, sobre todo, objeto de burla en toda la comunidad profesional de la economía. Mejor enterrar el fine tuning.
No sólo carga con mochilas semánticas la mandataria. Basta ver el arsenal de inoportunas disposiciones, escritas o no, que el amateurismo de sus asesores le impuso en los últimos días, quebrando la confianza sobre la guarda de dólares, el establecimiento de diversas categorías de subsidios personales, el engorro de las tarifas múltiples al que le atribuyen inteligencia argentina como si fuera el dulce de leche, la birome o el colectivo. Son señales contradictorias, presuntos desvíos, aunque para desviarse hay que tener una dirección inicial (diría, claro, el ensayista Michel Houellebecq). ¿Habrá alguien capaz de parar esas diferencias internas e insalvables, inquietantes para la gestión que comienza el próximo 10? ¿Podrá, por ejemplo, encargarse de apaciguarlas Carlos Bettini, uno de los pocos amigos de juventud que le quedan a Cristina, embajador en España, cercano al rey y eventual socio de Felipe González, llamado de urgencia y emergencia –al menos, para él– hace 48 horas?
Dudoso. Más bien, si le corresponde un ascenso superior, debería instalarse en la Cancillería, Interior o Justicia, área en la que supo triscar en el pasado. No está para administrar los variados intereses que pueblan el mundo económico, menos en ese ministerio que se tambalea como sus números. Aunque el problema superior son las riñas: ya debe haberse enterado de la batahola ocurrida –dicen– en la quinta de Julio De Vido, por la ribera de Zárate, en la que los gritos cruzaban al Uruguay, como de allí vienen los malos olores de Botnia. Con demasiados testigos y más de un helicóptero en la vecindad. Según las versiones, Moreno se atacó oralmente con el dueño de casa, descomedido, como si él fuera un par del anfitrión. No se contaron las causas del desafío, pero alerta sobre la compleja continuidad de ambos en el Gobierno: estarán juntos pero enemistados, como buena parte de los últimos años. Aunque ahora con un conflicto más tortuoso por la falta de recursos. Y con otros participantes vecinales de ambiciones manifiestas, cada uno con un libreto distinto: Mercedes Marcó del Pont, Débora Giorgi, Ricardo Echegaray y la decaída línea de funcionarios que aún responden al ministro Amado Boudou con Hernán Lorenzino en el frente.
No se incluye en la ciega batalla el avance temerario de La Cámpora, ahora de festejo majestuoso por el sostén de la mandataria a la gestión de Mariano Recalde en Aerolíneas Argentinas (bueno, se supone que ella conoce los números y el negocio de la aeronavegación). Tanta escaramuza interna ya parece haber decretado premios y amputaciones. Por ejemplo, si De Vido se muda a Economía o es jefe de Gabinete ampliará su red de poder pero le podarán algún brazo (la responsabilidad sobre Finanzas). Está bajo sospecha en ese rubro, al menos así piensan Moreno y Marcó del Pont. Por otra parte, empezar averiado congratula a La Cámpora, ese núcleo que no le profesa cariño, lo mira de reojo y lo ha incluido en esa lista negra que integran Scioli, Massa, Moyano, algún gobernador y otros (nunca olvidar a Alberto Fernández).
En la prioridad de esos blancos fijos Boudou encabeza la nómina, hoy trémulo y blanquiñoso desde que lo castigaron, según pudo verse en las pantallas complacientes de la TV a las que acudió para desmentir que estuviera en crisis. O devaluado, o depilado. Casi nonato vicepresidente, ausente en las medidas económicas que le corresponden como titular del Ministerio, pertenece al sino particular que en su próximo cargo establecieron los Kirchner: si Néstor se equivocó con Julio Cobos –ni hablar de Scioli–, ahora parece que la viuda tropezó antes de empezar su nuevo mandato con la misma piedra.
De ahí que, a partir del 11, el lenguaraz Boudou padecerá la inclemencia de quienes no lo toleran como inmediato apoyo de la Presidenta: puede ser un desterrado del poder. Y esa glacialización tal vez arrastre a quienes él había empujado para avanzar con una política más ortodoxa. Perdón por la palabra, aunque sería más correcta que la sintonía fina.