Pablo Micheli, el líder de la CTA opositora , anunció ayer que antes de fin de año llamará a un paro general junto con la CGT de Hugo Moyano. Fue al dirigirse a la multitud que manifestó contra el Gobierno en la Plaza de Mayo . Aquella convocatoria y esta marcha no podrían ser más incómodas para Cristina Kirchner. Micheli desfigura la imagen que ella tiene de sí misma. Ese autorretrato es el de una presidenta desafiada por corporaciones reaccionarias, que se benefician con el orden opresivo impuesto por el golpe militar de 1976 y que, gracias a una manipulación mediática de la opinión pública, resisten el proceso de distribución del ingreso y radicalización democrática impulsado por ella y por su esposo.
A partir de esos postulados, el kirchnerismo traza la línea central de toda política: la que separa a «ellos» de «nosotros». De un lado quedan los fondos buitre, la prensa corporativa, el FMI, la dictadura y sus secuelas, la oposición -según cómo se porte cada semana-, las grandes empresas, los bancos, los productores agropecuarios, los que pretenden comprar dólares para viajar a Miami y el neoliberalismo. Del otro lado, «nosotros»: el pueblo victimizado, que el líder viene a redimir y que, en un momento de distracción, puede incluir a Cristóbal López o José Luis Manzano.
La protesta de Micheli perturba esa geometría. Los sindicatos y organizaciones sociales que ayer ocuparon la plaza expresan a trabajadores y desocupados, y militan en una izquierda con modulaciones socialcristianas. Integran el Frente Amplio Progresista y en el campo intelectual son afines al grupo Plataforma. No piden al Gobierno que cambie de políticas, sino que cumpla con las que dice llevar adelante. Es decir, que profundice el modelo.
Para el oficialismo los manifestantes de ayer resultan mucho más desagradables que los caceroleros que no pisan el césped. Se notó ese malestar en un detalle: el único ministerio que se pronunció fue el de Seguridad, con un comunicado que deploraba la marcha porque sólo contribuía a provocar conflictos y problemas de tránsito. Muy Pro.
La disidencia de la CTA es un aspecto de un fenómeno más amplio e inesperado: el de un gobierno peronista que, a un año de haber arrasado en las elecciones, carece casi por completo de base sindical. El dato es muy relevante cuando la economía ha perdido su dinamismo y la inflación sigue acelerándose.
En la movilización de ayer participaron también la Federación Agraria de Eduardo Buzzi y varios gremios de la CGT de Moyano. Julio Piumato (Judiciales), Juan Carlos Schmid (Dragados) y Pablo Moyano (Camioneros) llevaron su clientela. Moyano padre desistió de participar por la presión de dirigentes que soportan en sus propias organizaciones la oposición de los feligreses de Micheli. Fue decisivo el petrolero Guillermo Pereyra, director de YPF.
Moyano desbordó la arena sindical y pasó a la política. Hace dos semanas, en Córdoba, emitió un programa de 21 puntos que, como las consignas de Micheli, también expresa la atmósfera mental del Gobierno: alineación bolivariana, proteccionismo industrial, mayor intervencionismo sobre la banca y el comercio. Las discordias de Moyano se refieren a la negación oficial de la inflación y de la inseguridad, al deterioro del aparato de Defensa y a la manipulación de los medios, de la que ayer hubo otro ejemplo: la cadena oficial ignoró la concentración opositora. El camionero pretende alimentar una opción electoral para el año que viene. Una imprevista afinidad con Víctor De Gennaro, el inspirador de la CTA, que hace unos años también se soñó Lula.
Moyano y Micheli levantaron una bandera que mortifica al kirchnerismo. Se oponen a la reforma del régimen de accidentes de trabajo. Micheli llamó a una movilización hacia el Congreso para el 24, cuando se trate la nueva ley. Es un proyecto de la Unión Industrial Argentina, que Cristina Kirchner hizo propio. La propuesta central es que el empleado que recurra al seguro por accidente, renuncie a ir a tribunales. El objetivo es reducir los costos de las empresas. Para Moyano y Micheli eliminar la «doble vía» es abolir un derecho de los trabajadores.
La guerra en torno de esta propuesta se desató anteayer, cuando Carlos Tomada concurrió a una reunión de comisiones en la Cámara de Diputados. Desprovisto de su habitual entusiasmo, el ministro de Trabajo recitó la letanía oficial: vituperó los años 90 y echó incienso sobre la Presidenta y su esposo. El otro hijo de Moyano, Facundo, recordó a Tomada algunas de sus declaraciones en contra del régimen que ahora proponía. Después preguntó: «¿Qué argumento tienen para defender esto?». Contestó, iracundo, Edgardo Depetri: «El 54%». El joven Moyano arengó: «A los kirchneristas que todavía pueden pensar por sí mismos les pido que no voten en contra de los trabajadores». Para Agustín Rossi fue demasiado: «¿De qué hablás? Si vos estás acá es porque te puso Cristina…», vociferó, mientras la polémica se hundía en el griterío.
El conflicto sindical se proyectó así sobre la bancada de Diputados. Con el menor de los Moyano se alineó el canillita Omar Plaini. ¿Cuánto tiempo más permanecerán en el bloque oficial? Y el enigma mayor: ¿dónde se ubicará Héctor Recalde, antiguo mentor de los Moyano y padre de «Marianito», el presidente de Aerolíneas? Astuto, Recalde presentó un proyecto propio para salvar su leyenda de luchador social sin dañar al Gobierno. A propósito: ¿fue Recalde el promotor del pronunciamiento de los laboralistas contra la ley?
Para navegar la tormenta sindical Cristina Kirchner carece de un vehículo. No le alcanza con la CTA de Hugo Yasky, que nació de una derrota. Y se siente incómoda con la CGT de Antonio Caló. Ella pretendía ver allí a otro metalúrgico, Francisco Gutiérrez, pero le rechazaron el pedido por temor a las ínfulas izquierdizantes del intendente de Quilmes. La Presidenta tampoco consiguió entronizar a Ricardo Pignanelli (Smata), quien temía dejar el sindicato a su segundo. Y cuando pidió a través de Julio De Vido -que derritió el celular llamando a sindicalistas desde Moscú- que se formara un triunvirato, le rechazaron la propuesta sin explicaciones. Al final, quedó Caló, quien se resiste a negar la inflación y, en un primer descuido, apoyó el reclamo de prefectos y gendarmes. La señora de Kirchner dejó ver su desdén anteayer, cuando recibió a «sus» sindicalistas: agradeció la visita, habló durante una hora negando el cepo cambiario y la inflación, y los despidió con la mano desde lejos.
En esta toma de distancia de la corporación sindical no hay, en principio, nada reprochable. Es verdad que puede agotarse en la ensoñación megalómana de una líder que pretende tratar con la ciudadanía sin mediación institucional alguna. Pero, ¿por qué no aventurar que Cristina Kirchner está ensayando un movimiento de sabia autonomía que eximiría a su gobierno de ser el mero conmutador de presiones sectoriales? Más de un intelectual aplaude en esta jugada el nacimiento de una especie de «alfonsinismo autoritario», capaz de llevar el pluralismo a la organización sindical y de establecer un sistema de salud centrado en el Estado.
Es el fantasma que presienten los sindicalistas. Por esa razón, como cada vez que se sintieron amenazados, recurrieron al mismo método: se desdoblaron en un ala intransigente y otra dialoguista. Ongaro y Vandor, Ubaldini y Alderete, Moyano y Daer, Moyano y Caló. Uno fustiga desde la plaza en nombre de la justicia social. El otro hace lobbying en el palacio con la amenaza de que, si no le dan lo concedido, cruza hacia la plaza. Al final, cobran todos. Los militares, Alfonsín, Menem y De la Rúa quedaron atrapados en esa tenaza. ¿Será Cristina Kirchner la primera en superarla?.
A partir de esos postulados, el kirchnerismo traza la línea central de toda política: la que separa a «ellos» de «nosotros». De un lado quedan los fondos buitre, la prensa corporativa, el FMI, la dictadura y sus secuelas, la oposición -según cómo se porte cada semana-, las grandes empresas, los bancos, los productores agropecuarios, los que pretenden comprar dólares para viajar a Miami y el neoliberalismo. Del otro lado, «nosotros»: el pueblo victimizado, que el líder viene a redimir y que, en un momento de distracción, puede incluir a Cristóbal López o José Luis Manzano.
La protesta de Micheli perturba esa geometría. Los sindicatos y organizaciones sociales que ayer ocuparon la plaza expresan a trabajadores y desocupados, y militan en una izquierda con modulaciones socialcristianas. Integran el Frente Amplio Progresista y en el campo intelectual son afines al grupo Plataforma. No piden al Gobierno que cambie de políticas, sino que cumpla con las que dice llevar adelante. Es decir, que profundice el modelo.
Para el oficialismo los manifestantes de ayer resultan mucho más desagradables que los caceroleros que no pisan el césped. Se notó ese malestar en un detalle: el único ministerio que se pronunció fue el de Seguridad, con un comunicado que deploraba la marcha porque sólo contribuía a provocar conflictos y problemas de tránsito. Muy Pro.
La disidencia de la CTA es un aspecto de un fenómeno más amplio e inesperado: el de un gobierno peronista que, a un año de haber arrasado en las elecciones, carece casi por completo de base sindical. El dato es muy relevante cuando la economía ha perdido su dinamismo y la inflación sigue acelerándose.
En la movilización de ayer participaron también la Federación Agraria de Eduardo Buzzi y varios gremios de la CGT de Moyano. Julio Piumato (Judiciales), Juan Carlos Schmid (Dragados) y Pablo Moyano (Camioneros) llevaron su clientela. Moyano padre desistió de participar por la presión de dirigentes que soportan en sus propias organizaciones la oposición de los feligreses de Micheli. Fue decisivo el petrolero Guillermo Pereyra, director de YPF.
Moyano desbordó la arena sindical y pasó a la política. Hace dos semanas, en Córdoba, emitió un programa de 21 puntos que, como las consignas de Micheli, también expresa la atmósfera mental del Gobierno: alineación bolivariana, proteccionismo industrial, mayor intervencionismo sobre la banca y el comercio. Las discordias de Moyano se refieren a la negación oficial de la inflación y de la inseguridad, al deterioro del aparato de Defensa y a la manipulación de los medios, de la que ayer hubo otro ejemplo: la cadena oficial ignoró la concentración opositora. El camionero pretende alimentar una opción electoral para el año que viene. Una imprevista afinidad con Víctor De Gennaro, el inspirador de la CTA, que hace unos años también se soñó Lula.
Moyano y Micheli levantaron una bandera que mortifica al kirchnerismo. Se oponen a la reforma del régimen de accidentes de trabajo. Micheli llamó a una movilización hacia el Congreso para el 24, cuando se trate la nueva ley. Es un proyecto de la Unión Industrial Argentina, que Cristina Kirchner hizo propio. La propuesta central es que el empleado que recurra al seguro por accidente, renuncie a ir a tribunales. El objetivo es reducir los costos de las empresas. Para Moyano y Micheli eliminar la «doble vía» es abolir un derecho de los trabajadores.
La guerra en torno de esta propuesta se desató anteayer, cuando Carlos Tomada concurrió a una reunión de comisiones en la Cámara de Diputados. Desprovisto de su habitual entusiasmo, el ministro de Trabajo recitó la letanía oficial: vituperó los años 90 y echó incienso sobre la Presidenta y su esposo. El otro hijo de Moyano, Facundo, recordó a Tomada algunas de sus declaraciones en contra del régimen que ahora proponía. Después preguntó: «¿Qué argumento tienen para defender esto?». Contestó, iracundo, Edgardo Depetri: «El 54%». El joven Moyano arengó: «A los kirchneristas que todavía pueden pensar por sí mismos les pido que no voten en contra de los trabajadores». Para Agustín Rossi fue demasiado: «¿De qué hablás? Si vos estás acá es porque te puso Cristina…», vociferó, mientras la polémica se hundía en el griterío.
El conflicto sindical se proyectó así sobre la bancada de Diputados. Con el menor de los Moyano se alineó el canillita Omar Plaini. ¿Cuánto tiempo más permanecerán en el bloque oficial? Y el enigma mayor: ¿dónde se ubicará Héctor Recalde, antiguo mentor de los Moyano y padre de «Marianito», el presidente de Aerolíneas? Astuto, Recalde presentó un proyecto propio para salvar su leyenda de luchador social sin dañar al Gobierno. A propósito: ¿fue Recalde el promotor del pronunciamiento de los laboralistas contra la ley?
Para navegar la tormenta sindical Cristina Kirchner carece de un vehículo. No le alcanza con la CTA de Hugo Yasky, que nació de una derrota. Y se siente incómoda con la CGT de Antonio Caló. Ella pretendía ver allí a otro metalúrgico, Francisco Gutiérrez, pero le rechazaron el pedido por temor a las ínfulas izquierdizantes del intendente de Quilmes. La Presidenta tampoco consiguió entronizar a Ricardo Pignanelli (Smata), quien temía dejar el sindicato a su segundo. Y cuando pidió a través de Julio De Vido -que derritió el celular llamando a sindicalistas desde Moscú- que se formara un triunvirato, le rechazaron la propuesta sin explicaciones. Al final, quedó Caló, quien se resiste a negar la inflación y, en un primer descuido, apoyó el reclamo de prefectos y gendarmes. La señora de Kirchner dejó ver su desdén anteayer, cuando recibió a «sus» sindicalistas: agradeció la visita, habló durante una hora negando el cepo cambiario y la inflación, y los despidió con la mano desde lejos.
En esta toma de distancia de la corporación sindical no hay, en principio, nada reprochable. Es verdad que puede agotarse en la ensoñación megalómana de una líder que pretende tratar con la ciudadanía sin mediación institucional alguna. Pero, ¿por qué no aventurar que Cristina Kirchner está ensayando un movimiento de sabia autonomía que eximiría a su gobierno de ser el mero conmutador de presiones sectoriales? Más de un intelectual aplaude en esta jugada el nacimiento de una especie de «alfonsinismo autoritario», capaz de llevar el pluralismo a la organización sindical y de establecer un sistema de salud centrado en el Estado.
Es el fantasma que presienten los sindicalistas. Por esa razón, como cada vez que se sintieron amenazados, recurrieron al mismo método: se desdoblaron en un ala intransigente y otra dialoguista. Ongaro y Vandor, Ubaldini y Alderete, Moyano y Daer, Moyano y Caló. Uno fustiga desde la plaza en nombre de la justicia social. El otro hace lobbying en el palacio con la amenaza de que, si no le dan lo concedido, cruza hacia la plaza. Al final, cobran todos. Los militares, Alfonsín, Menem y De la Rúa quedaron atrapados en esa tenaza. ¿Será Cristina Kirchner la primera en superarla?.