Finalmente comienzan a delinearse los contornos del escenario electoral, por lo menos en términos de candidaturas. Aún es pronto para entender cuáles serán los temas que marcarán los debates de campaña. Y nunca es prudente descartar alguna sorpresa de último momento que modifique las tendencias actuales, que se han modificado en el último medio año.
La muerte de Néstor Kirchner disparó un realineamiento que aún no ha terminado, tanto en la opinión pública como en el sistema político. No es fácil saber cuál será el resultado final de ese reacomodamiento. Pero una fotografía de la coyuntura encuentra al oficialismo mucho más fuerte que cuando vivía su líder. Las fuerzas de la oposición (que, aunque parezca mentira, ganaron las elecciones de 2009), se encuentran fragmentadas, sin liderazgos claros y bastante confundidas en términos de cómo criticar efectivamente al Gobierno y a la Presidenta.
Sin embargo, lo que más sorprende es que un conjunto de líderes con potencial presidencial prefieran postergar sus ambiciones, en la mayoría de los casos debido a la poca robustez de su estructura, a la falta de atracción de su mensaje y, sobre todo, al efecto disuasivo que genera este liderazgo presidencial reenergizado.
Algunos precandidatos han renunciado a sus chances de forma tal vez definitiva por cuestiones de edad. Otros canalizaron sus esfuerzos en el ámbito distrital, esperando que el tiempo y las circunstancias se hagan cargo de lo que la política hasta ahora fracasó en realizar: construir un régimen electoral transparente, previsible, competitivo y justo, en el que el oficialismo de turno tenga los mismos recursos y las mismas limitaciones que la oposición.
Como la política gira en torno de personas y no reglas estables, son decisiones individuales las que modifican las oportunidades y amenazas de otros actores dentro y fuera de sus partidos o distritos. Se precipitan un fárrago de negociaciones de final abierto. Y aquellos límites autoimpuestos que dibujaban los contornos de potenciales coaliciones comienzan a desvanecerse en un contexto en el que impera el pragmatismo y la matemática electoral.
Luego de que lo hicieran Julio Cobos, Ernesto Sanz y «Pino» Solanas (y mientras se mantiene la negativa de Carlos Reutemann), le llegó el turno de excluirse a Mauricio Macri.
Durante mucho tiempo, Macri envió mensajes de que estaba dispuesto a dar la gran batalla. Viajó por distintas provincias para fortalecer a Pro, armó un think tank para elaborar un programa de gobierno; alentó candidaturas para resolver su sucesión y para hacer pie en distritos claves. No le había ido mal: la opinión pública lo veía como el principal líder opositor, junto con Ricardo Alfonsín.
Asumiendo que en efecto contaría con los recursos económicos para financiar una campaña presidencial, Macri estaba en condiciones de dar un paso fundamental para construir algo inédito en la historia argentina: una fuerza moderna y democrática de centro moderado, competitiva y con presencia nacional.
Este repliegue de Macri le otorga, imprevistamente, una nueva oportunidad de reinventarse a la UCR, en particular, y al bipartidismo, en general. Por eso, esta decisión de buscar la reelección porteña puede leerse en clave histórico-institucional como expresión de las dificultades que experimenta el sistema político argentino para establecer nuevos partidos e impulsar liderazgos modernos.
La política argentina ya tenía evidentes problemas de diseño y funcionamiento mucho antes de la crisis de 2001. El sistema político ha vivido por décadas en un estado de crisis permanente, con episodios dantescos como la hiperinflación de 1989-1990, la desventura bélica de 1982, la violencia descontrolada y masiva violación de los derechos humanos, las constantes asonadas militares con apoyos civiles (incluidos líderes sindicales). Se trata de una cuestión estructural y que sólo se había revertido de manera tímida en las primeras dos décadas de la transición iniciada en 1983.
Pero a partir de 2001 hemos experimentado como sociedad una notable regresión en términos institucionales, culturales, sociales y económicos. Con niveles de pobreza e indigencia inéditos y una clase dirigente vacía de legitimidad, el país abrió una caja de Pandora de la que se escaparon ideas, valores y mecanismos de organización del poder que parecían superados: el estatismo y el intervencionismo sin control, el hiperpresidencialismo hegemónico, el corporativismo sindical arrogante y mafioso, el financiamiento inflacionario del fisco y la tolerancia de una sociedad ensimismada y temerosa.
En este contexto, las decisiones individuales (incluida la de Macri) pierden dramatismo. Hasta que el conjunto de la sociedad argentina no advierta que carece de un sistema político que permita no sólo procesar los conflictos de forma pacífica y de acuerdo a derecho, sino aprovechar las notables posibilidades de desarrollo del país, nos seguiremos entreteniendo con historias personales.
Sin sistema democrático no hay democracia posible. Sin demócratas, tampoco. La Argentina carece de ambos. En la medida en que el sistema democrático siga funcionando mal, sus posibilidades de hacer una diferencia efectiva y sustentable estarán definitivamente acotadas.
La muerte de Néstor Kirchner disparó un realineamiento que aún no ha terminado, tanto en la opinión pública como en el sistema político. No es fácil saber cuál será el resultado final de ese reacomodamiento. Pero una fotografía de la coyuntura encuentra al oficialismo mucho más fuerte que cuando vivía su líder. Las fuerzas de la oposición (que, aunque parezca mentira, ganaron las elecciones de 2009), se encuentran fragmentadas, sin liderazgos claros y bastante confundidas en términos de cómo criticar efectivamente al Gobierno y a la Presidenta.
Sin embargo, lo que más sorprende es que un conjunto de líderes con potencial presidencial prefieran postergar sus ambiciones, en la mayoría de los casos debido a la poca robustez de su estructura, a la falta de atracción de su mensaje y, sobre todo, al efecto disuasivo que genera este liderazgo presidencial reenergizado.
Algunos precandidatos han renunciado a sus chances de forma tal vez definitiva por cuestiones de edad. Otros canalizaron sus esfuerzos en el ámbito distrital, esperando que el tiempo y las circunstancias se hagan cargo de lo que la política hasta ahora fracasó en realizar: construir un régimen electoral transparente, previsible, competitivo y justo, en el que el oficialismo de turno tenga los mismos recursos y las mismas limitaciones que la oposición.
Como la política gira en torno de personas y no reglas estables, son decisiones individuales las que modifican las oportunidades y amenazas de otros actores dentro y fuera de sus partidos o distritos. Se precipitan un fárrago de negociaciones de final abierto. Y aquellos límites autoimpuestos que dibujaban los contornos de potenciales coaliciones comienzan a desvanecerse en un contexto en el que impera el pragmatismo y la matemática electoral.
Luego de que lo hicieran Julio Cobos, Ernesto Sanz y «Pino» Solanas (y mientras se mantiene la negativa de Carlos Reutemann), le llegó el turno de excluirse a Mauricio Macri.
Durante mucho tiempo, Macri envió mensajes de que estaba dispuesto a dar la gran batalla. Viajó por distintas provincias para fortalecer a Pro, armó un think tank para elaborar un programa de gobierno; alentó candidaturas para resolver su sucesión y para hacer pie en distritos claves. No le había ido mal: la opinión pública lo veía como el principal líder opositor, junto con Ricardo Alfonsín.
Asumiendo que en efecto contaría con los recursos económicos para financiar una campaña presidencial, Macri estaba en condiciones de dar un paso fundamental para construir algo inédito en la historia argentina: una fuerza moderna y democrática de centro moderado, competitiva y con presencia nacional.
Este repliegue de Macri le otorga, imprevistamente, una nueva oportunidad de reinventarse a la UCR, en particular, y al bipartidismo, en general. Por eso, esta decisión de buscar la reelección porteña puede leerse en clave histórico-institucional como expresión de las dificultades que experimenta el sistema político argentino para establecer nuevos partidos e impulsar liderazgos modernos.
La política argentina ya tenía evidentes problemas de diseño y funcionamiento mucho antes de la crisis de 2001. El sistema político ha vivido por décadas en un estado de crisis permanente, con episodios dantescos como la hiperinflación de 1989-1990, la desventura bélica de 1982, la violencia descontrolada y masiva violación de los derechos humanos, las constantes asonadas militares con apoyos civiles (incluidos líderes sindicales). Se trata de una cuestión estructural y que sólo se había revertido de manera tímida en las primeras dos décadas de la transición iniciada en 1983.
Pero a partir de 2001 hemos experimentado como sociedad una notable regresión en términos institucionales, culturales, sociales y económicos. Con niveles de pobreza e indigencia inéditos y una clase dirigente vacía de legitimidad, el país abrió una caja de Pandora de la que se escaparon ideas, valores y mecanismos de organización del poder que parecían superados: el estatismo y el intervencionismo sin control, el hiperpresidencialismo hegemónico, el corporativismo sindical arrogante y mafioso, el financiamiento inflacionario del fisco y la tolerancia de una sociedad ensimismada y temerosa.
En este contexto, las decisiones individuales (incluida la de Macri) pierden dramatismo. Hasta que el conjunto de la sociedad argentina no advierta que carece de un sistema político que permita no sólo procesar los conflictos de forma pacífica y de acuerdo a derecho, sino aprovechar las notables posibilidades de desarrollo del país, nos seguiremos entreteniendo con historias personales.
Sin sistema democrático no hay democracia posible. Sin demócratas, tampoco. La Argentina carece de ambos. En la medida en que el sistema democrático siga funcionando mal, sus posibilidades de hacer una diferencia efectiva y sustentable estarán definitivamente acotadas.
una verguenza la del autor. qué lindo es verlos llorar de esta manera.
así que la culpa de que el infeliz de maurizio no tenga chances de ser presidente es culpa de la falta de democracia en el país.
hay que ser pelotudo. y todavía hay gente que cree que ese es un diario serio. mamadera.
El final es un horror. No es que el sistema político no puede procesar. Es que el sistema político no da como resultado «oposición», digamos.
Saludos