Varios ministros del gobierno nacional andan diciendo que el modelo de desarrollo que pretenden seguir es el de Australia. Uno de ellos, incluso, jugueteó con que el Plan Productivo que se está elaborando al máximo nivel se podría llamar Plan Australia. Lo fundamentan en que, al igual que la Argentina, es un país de organización federal, ubicado en el hemisferio sur, de gran extensión, dotado de muchos recursos naturales, y que habría logrado un considerable desarrollo industrial.
Esto último no es cierto, si lo que se busca como modelo es un desarrollo industrial que sea envidiable desde la Argentina. Según los datos del ministerio de Industria, Innovación y Ciencia de Australia, la industria manufacturera aporta apenas el 6,2% de su Producto Bruto y emplea a algo menos de 900.000 personas. Una cuarta parte del valor agregado manufacturero es generado por el rubro alimentos, bebidas y tabaco, un 16,5% por la metalurgia, y otro tanto por el sector de petróleo, carbón y química. No es precisamente industria de punta, o algo de lo que carezca la Argentina.
Su estructura de comercio exterior tampoco exhibe un fuerte componente industrial. De acuerdo al anuario 2015 del ministerio de Relaciones Exteriores y Comercio, los minerales y combustibles representan el 42% de sus exportaciones; la productos rurales un 14,2%; los servicios (con fuerte incidencia del ingreso de divisas por turismo y por extranjeros que van a estudiar) un 20%; y las manufacturas apenas el 14%. Entre los diez principales productos de exportación no hay ninguno con significativo valor agregado industrial. A su vez, la industria manufacturera está generando un déficit anual de divisas por u$s 22.000 millones, equivalente al 80% del rojo de la balanza comercial de bienes y servicios.
No hay duda alguna de que sería muy satisfactorio que la Argentina se parezca a Australia, un país con el triple de PBI per cápita y que tiene, detrás de Noruega, el segundo Indice de Desarrollo Humano más alto del mundo. Pero más allá de algunas similitudes, hay razones históricas, geográficas y demográficas, que relativizan mucho la utilidad de elegir a Australia como modelo.
En todo caso, los funcionarios que fantasean con Australia harían bien de aprovechar la vasta literatura comparativa que existe sobre ambos países para comprender por qué el nivel de bienestar que alguna vez fue similar hoy es tan diferente, y aprovechar esa enseñanza para no cometer los mismos errores.
Por ejemplo, el libro ¿Por qué Argentina no fue Australia? de Pablo Gerchunoff y Pablo Fajgelbaum, resalta la importancia determinante en el éxito australiano de haber suavizado tempranamente el conflicto distributivo con un Estado, instituciones y proteccionismo que lograron una sociedad bastante igualitaria, mientras que aquí ese conflicto fue siempre muy intenso y permanente. «Tanto los trabajadores como el empresariado australiano se acostumbraron a resolver sus conflictos bajo la tutela del Estado y a considerar la equidad distributiva como un atributo nacional».
En el mismo sentido, Daniel Muchnik en su libro «Tres países, tres destinos – Argentina frente a Australia y Canadá» marca como factor diferencial de peso la organización en latifundios de la tierra en la Argentina en contraste con un reparto mucho más dividido en los otros dos.
Desde la secretaría de Política Económica, Pablo Mira escribió en 2012 un informe titulado Argentina vs. Australia y Canadá. Brecha de Crecimiento y Macroeconomía, en el que se sostiene que, más allá de alguna brecha anterior a favor de Australia, el gran rezago de la Argentina se explica por el estancamiento y las políticas desindustrializadoras, aperturistas y de inconsistencia macroeconómica que hubo aquí entre 1975 y principios de los años 2000.
Otro elemento diferenciador a considerar es la escasísima población de Australia, con apenas un poco más de la mitad que la Argentina. Eso implica una menor necesidad de creación de puestos de trabajo, y un requerimiento más bajo de creación de riqueza. Eso también explica en parte que las exportaciones per cápita de Australia multiplican por ocho a las argentinas. A ellos les alcanza con un esquema exportador minero-agropecuario-turismo-educación, para cubrir las necesidades de importación y de empleo.
Por último, hay un factor histórico-geográfico determinante. Australia es miembro del Commonwealth, fue protegida a comienzos de siglo pasado por Estados Unidos, y tras la guerra se enganchó a la locomotora japonesa. Y en los últimos treinta años aprovechó muy bien la ventaja de cercanía y complementariedad con todos los países que mayor crecimiento tuvieron en ese período, como China (a la que le exporta casi tanto como el total de exportaciones argentinas) Corea e India.
Puede ser muy útil tomar modelos como referente, siempre y cuando la elección sea apropiada. En el caso de Australia, mejor pasarla por alto con un salto de canguro.
Esto último no es cierto, si lo que se busca como modelo es un desarrollo industrial que sea envidiable desde la Argentina. Según los datos del ministerio de Industria, Innovación y Ciencia de Australia, la industria manufacturera aporta apenas el 6,2% de su Producto Bruto y emplea a algo menos de 900.000 personas. Una cuarta parte del valor agregado manufacturero es generado por el rubro alimentos, bebidas y tabaco, un 16,5% por la metalurgia, y otro tanto por el sector de petróleo, carbón y química. No es precisamente industria de punta, o algo de lo que carezca la Argentina.
Su estructura de comercio exterior tampoco exhibe un fuerte componente industrial. De acuerdo al anuario 2015 del ministerio de Relaciones Exteriores y Comercio, los minerales y combustibles representan el 42% de sus exportaciones; la productos rurales un 14,2%; los servicios (con fuerte incidencia del ingreso de divisas por turismo y por extranjeros que van a estudiar) un 20%; y las manufacturas apenas el 14%. Entre los diez principales productos de exportación no hay ninguno con significativo valor agregado industrial. A su vez, la industria manufacturera está generando un déficit anual de divisas por u$s 22.000 millones, equivalente al 80% del rojo de la balanza comercial de bienes y servicios.
No hay duda alguna de que sería muy satisfactorio que la Argentina se parezca a Australia, un país con el triple de PBI per cápita y que tiene, detrás de Noruega, el segundo Indice de Desarrollo Humano más alto del mundo. Pero más allá de algunas similitudes, hay razones históricas, geográficas y demográficas, que relativizan mucho la utilidad de elegir a Australia como modelo.
En todo caso, los funcionarios que fantasean con Australia harían bien de aprovechar la vasta literatura comparativa que existe sobre ambos países para comprender por qué el nivel de bienestar que alguna vez fue similar hoy es tan diferente, y aprovechar esa enseñanza para no cometer los mismos errores.
Por ejemplo, el libro ¿Por qué Argentina no fue Australia? de Pablo Gerchunoff y Pablo Fajgelbaum, resalta la importancia determinante en el éxito australiano de haber suavizado tempranamente el conflicto distributivo con un Estado, instituciones y proteccionismo que lograron una sociedad bastante igualitaria, mientras que aquí ese conflicto fue siempre muy intenso y permanente. «Tanto los trabajadores como el empresariado australiano se acostumbraron a resolver sus conflictos bajo la tutela del Estado y a considerar la equidad distributiva como un atributo nacional».
En el mismo sentido, Daniel Muchnik en su libro «Tres países, tres destinos – Argentina frente a Australia y Canadá» marca como factor diferencial de peso la organización en latifundios de la tierra en la Argentina en contraste con un reparto mucho más dividido en los otros dos.
Desde la secretaría de Política Económica, Pablo Mira escribió en 2012 un informe titulado Argentina vs. Australia y Canadá. Brecha de Crecimiento y Macroeconomía, en el que se sostiene que, más allá de alguna brecha anterior a favor de Australia, el gran rezago de la Argentina se explica por el estancamiento y las políticas desindustrializadoras, aperturistas y de inconsistencia macroeconómica que hubo aquí entre 1975 y principios de los años 2000.
Otro elemento diferenciador a considerar es la escasísima población de Australia, con apenas un poco más de la mitad que la Argentina. Eso implica una menor necesidad de creación de puestos de trabajo, y un requerimiento más bajo de creación de riqueza. Eso también explica en parte que las exportaciones per cápita de Australia multiplican por ocho a las argentinas. A ellos les alcanza con un esquema exportador minero-agropecuario-turismo-educación, para cubrir las necesidades de importación y de empleo.
Por último, hay un factor histórico-geográfico determinante. Australia es miembro del Commonwealth, fue protegida a comienzos de siglo pasado por Estados Unidos, y tras la guerra se enganchó a la locomotora japonesa. Y en los últimos treinta años aprovechó muy bien la ventaja de cercanía y complementariedad con todos los países que mayor crecimiento tuvieron en ese período, como China (a la que le exporta casi tanto como el total de exportaciones argentinas) Corea e India.
Puede ser muy útil tomar modelos como referente, siempre y cuando la elección sea apropiada. En el caso de Australia, mejor pasarla por alto con un salto de canguro.